Otro Pamuk
En más de una ocasión
me he acercado a la obra del escritor turco Orhan Pamuk (Premio Nobel de
Literatura 2006). Digamos que, entre lo que he leído, conozco sus novelas más
representativas, como El castillo blanco,
Me llamo Rojo y Nieve. Sin embargo, Pamuk no me entusiasmaba, imagino quizá a
cierta deformación lectora, a lo mejor mi sensibilidad aún no es del todo
permeable. Lo mismo me ocurre con casi todos los escritores orientales, entre
clásicos y contemporáneos.
Sé que tiene una pequeña
legión de seguidores. Algunos son conocidos míos y doy fe de su capacidad
lectora. Y no pongo en duda de que sea uno de los pocos, contados, galardonados
por la academia sueca que vaya a quedar. Se trata de un escritor serio, con una
propuesta literaria coherente; además, su figura no solo se asocia al espectro
literario, es también un intelectual comprometido con los problemas del mundo
de hoy, en especial con la historia turca contemporánea. Muchos aún lo
recuerdan por sus declaraciones, en el 2005, a razón de la matanza de un millón
armenios y treinta mil kurdos por cuenta del gobierno de Turquía. Estas
declaraciones le valieron ser víctima de una serie de ataques bajos por parte de
la prensa sensacionalista, incluso fue llevado a juicio y llegó a creerse que
seguiría el sendero de Salman Rushdie. La polémica es, pues, parte de su faceta
intelectual. Si lo comparamos, estaríamos hablando de un escritor en onda,
aunque no al nivel de producción, de la Industria Mario Vargas Llosa.
Como dije líneas arriba,
sus libros no me entusiasmaban. No me entusiasmaban hasta el pasado fin de
semana, en que devoré como no lo hacía en mucho tiempo Otros colores (Mondadori, 2009), en donde pude encontrarme con un
Pamuk distinto, un Pamuk que hace un derroche de una inestimable pasión por la
lectura de los grandes clásicos e imprescindibles autores contemporáneos, un
Pamuk entregado al humor y la ironía, un Pamuk que escribe desde la aguas
marinas del “yo”, y, claro, un Pamuk con involuntarias ganas de provocar.
Este es un escritor de otra
época, o mejor de dicho, uno a la ahora vieja usanza de escritura. Su prosa
está marcada por un ritmo cadencioso, indudablemente decimonónico, que a un
lector no entrenado podría aburrir, pero es precisamente en esa cadencia que
roza lo insoportable que consigue urdir sus ideas. No tiene la más mínima
intención de facilitar la lectura del lector, quiere que este trabaje, se
esfuerce y así comprenda lo que en realidad quiere transmitir: un mensaje de perdurabilidad
moral. A modo de prueba tenemos “Mi padre”, conmovedor tributo que le brinda,
obviamente, a su progenitor, en donde se pregunta constantemente cómo así un
hombre tan bueno, premunido de valores, abrigó la idea de ser escritor. En
estos párrafos subyace la idea de la infelicidad como crisol inherente de la
literatura, y contra esta idea es que el autor ha luchado desde muy joven,
puesto que tuvo una vida feliz y todas las oportunidades para desarrollarse como
escritor. Al respecto, basta hacer un breve repaso a su obra de ficción para
nos damos cuenta de que su poética se alimenta de la visión histórica de
Turquía y Europa, dejando en un segundo plano el desarrollo de una visión
intimista.
Con el citado texto,
nos adentramos en la lentitud, y latente estilo risueño, de los más de cincuenta
textos que integran las secciones ‘Vivir y preocuparse’, ‘Libros y lecturas’,
‘La política, Europa y otros problemas relativos a ser uno mismo’, ‘Mis libros
son mi vida’, ‘Cuadros y textos’, ‘Otras ciudades, Otras civilizaciones’,
‘Entrevista con Paris Review’ y el relato “Mirar por la ventana”. O sea, la
biografía/radiografía de Pamuk. Avanzamos de a pocos, pero avanzamos
disfrutando del hechizo de su sabiduría, porque Pamuk no solo sabe de
literatura y política; sabiduría que la transmite con generosidad y sencillez,
sin dejar de lado el rigor intelectual, rigor que es desmenuzado y exhibido en
la interesante entrevista que le hiciera Paris Review, en donde, entre otras
cosas, nos dice sin decir que una de las razones de la aceptable morosidad de
su estilo obedece a que escribe a mano, presa del seseo del bolígrafo o el lápiz.
Pese a ser Nobel de
Literatura, la obra total de Pamuk no genera mucho entusiasmo entre los
lectores hispanoamericanos, entre los que me incluía. Sin embargo, Otros colores es una invitación a su
sendero emocional, nos enteramos de lo que está hecho como persona y de cuáles
son sus pulsiones narrativas. El presente título es una puerta que hay que
abrir y cruzar con algo de esfuerzo y voluntad, puesto que las poéticas que
perduran, algunas de ellas, necesitan de un respiro mayor, un desgaste que no
mata, porque al final la recompensa será grata. Nos quedamos con la sensación
de que el tiempo invertido valió la pena y volveremos a su obra de ficción con
otra visión de la misma, como fue mi caso.
2 Comentarios:
Hola, ¿pero según tu opinión, para disfrutar tanto "Nieve" como "Me LLamo Rojo" es imprescindible leer "Otros Colores" o no hay problema con comenzar por las mencionadas novelas?.
Hola
se dá el caso que hay libros que reactivan el interés por un autor a quien se ha leído pero que no se ha disfrutado. A mí no me gustaban las novelas de Pamuk, las encontraba hasta sosas, pero luego de leer 'Otros colores', pude entender su propuesta, ya que en el libro se exhibe el laboratorio creativo del turco. Y obviamente, no es necesario leer 'OC'. A lo mejor no has leído a Pamuk y cuando lo hagas a lo mejor tengas una impresión distinta a la mía. Ss. G
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