miércoles, abril 24, 2013

Otro Pamuk



En más de una ocasión me he acercado a la obra del escritor turco Orhan Pamuk (Premio Nobel de Literatura 2006). Digamos que, entre lo que he leído, conozco sus novelas más representativas, como El castillo blanco, Me llamo Rojo y Nieve. Sin embargo, Pamuk no me entusiasmaba, imagino quizá a cierta deformación lectora, a lo mejor mi sensibilidad aún no es del todo permeable. Lo mismo me ocurre con casi todos los escritores orientales, entre clásicos y contemporáneos.

Sé que tiene una pequeña legión de seguidores. Algunos son conocidos míos y doy fe de su capacidad lectora. Y no pongo en duda de que sea uno de los pocos, contados, galardonados por la academia sueca que vaya a quedar. Se trata de un escritor serio, con una propuesta literaria coherente; además, su figura no solo se asocia al espectro literario, es también un intelectual comprometido con los problemas del mundo de hoy, en especial con la historia turca contemporánea. Muchos aún lo recuerdan por sus declaraciones, en el 2005, a razón de la matanza de un millón armenios y treinta mil kurdos por cuenta del gobierno de Turquía. Estas declaraciones le valieron ser víctima de una serie de ataques bajos por parte de la prensa sensacionalista, incluso fue llevado a juicio y llegó a creerse que seguiría el sendero de Salman Rushdie. La polémica es, pues, parte de su faceta intelectual. Si lo comparamos, estaríamos hablando de un escritor en onda, aunque no al nivel de producción, de la Industria Mario Vargas Llosa.

Como dije líneas arriba, sus libros no me entusiasmaban. No me entusiasmaban hasta el pasado fin de semana, en que devoré como no lo hacía en mucho tiempo Otros colores (Mondadori, 2009), en donde pude encontrarme con un Pamuk distinto, un Pamuk que hace un derroche de una inestimable pasión por la lectura de los grandes clásicos e imprescindibles autores contemporáneos, un Pamuk entregado al humor y la ironía, un Pamuk que escribe desde la aguas marinas del “yo”, y, claro, un Pamuk con involuntarias ganas de provocar.

Este es un escritor de otra época, o mejor de dicho, uno a la ahora vieja usanza de escritura. Su prosa está marcada por un ritmo cadencioso, indudablemente decimonónico, que a un lector no entrenado podría aburrir, pero es precisamente en esa cadencia que roza lo insoportable que consigue urdir sus ideas. No tiene la más mínima intención de facilitar la lectura del lector, quiere que este trabaje, se esfuerce y así comprenda lo que en realidad quiere transmitir: un mensaje de perdurabilidad moral. A modo de prueba tenemos “Mi padre”, conmovedor tributo que le brinda, obviamente, a su progenitor, en donde se pregunta constantemente cómo así un hombre tan bueno, premunido de valores, abrigó la idea de ser escritor. En estos párrafos subyace la idea de la infelicidad como crisol inherente de la literatura, y contra esta idea es que el autor ha luchado desde muy joven, puesto que tuvo una vida feliz y todas las oportunidades para desarrollarse como escritor. Al respecto, basta hacer un breve repaso a su obra de ficción para nos damos cuenta de que su poética se alimenta de la visión histórica de Turquía y Europa, dejando en un segundo plano el desarrollo de una visión intimista.

Con el citado texto, nos adentramos en la lentitud, y latente estilo risueño, de los más de cincuenta textos que integran las secciones ‘Vivir y preocuparse’, ‘Libros y lecturas’, ‘La política, Europa y otros problemas relativos a ser uno mismo’, ‘Mis libros son mi vida’, ‘Cuadros y textos’, ‘Otras ciudades, Otras civilizaciones’, ‘Entrevista con Paris Review’ y el relato “Mirar por la ventana”. O sea, la biografía/radiografía de Pamuk. Avanzamos de a pocos, pero avanzamos disfrutando del hechizo de su sabiduría, porque Pamuk no solo sabe de literatura y política; sabiduría que la transmite con generosidad y sencillez, sin dejar de lado el rigor intelectual, rigor que es desmenuzado y exhibido en la interesante entrevista que le hiciera Paris Review, en donde, entre otras cosas, nos dice sin decir que una de las razones de la aceptable morosidad de su estilo obedece a que escribe a mano, presa del seseo del bolígrafo o el lápiz.

Pese a ser Nobel de Literatura, la obra total de Pamuk no genera mucho entusiasmo entre los lectores hispanoamericanos, entre los que me incluía. Sin embargo, Otros colores es una invitación a su sendero emocional, nos enteramos de lo que está hecho como persona y de cuáles son sus pulsiones narrativas. El presente título es una puerta que hay que abrir y cruzar con algo de esfuerzo y voluntad, puesto que las poéticas que perduran, algunas de ellas, necesitan de un respiro mayor, un desgaste que no mata, porque al final la recompensa será grata. Nos quedamos con la sensación de que el tiempo invertido valió la pena y volveremos a su obra de ficción con otra visión de la misma, como fue mi caso.

2 Comentarios:

Anonymous Ramon dijo...

Hola, ¿pero según tu opinión, para disfrutar tanto "Nieve" como "Me LLamo Rojo" es imprescindible leer "Otros Colores" o no hay problema con comenzar por las mencionadas novelas?.

11:17 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

Hola
se dá el caso que hay libros que reactivan el interés por un autor a quien se ha leído pero que no se ha disfrutado. A mí no me gustaban las novelas de Pamuk, las encontraba hasta sosas, pero luego de leer 'Otros colores', pude entender su propuesta, ya que en el libro se exhibe el laboratorio creativo del turco. Y obviamente, no es necesario leer 'OC'. A lo mejor no has leído a Pamuk y cuando lo hagas a lo mejor tengas una impresión distinta a la mía. Ss. G

12:14 a.m.  

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