sábado, marzo 26, 2016

Dick adaptado

No son muchos años, pero bastan para aseverar que estamos siendo testigos del extraordinario momento que vienen atravesando las series de televisión. No es más que la mejor etapa en la historia de las series de televisión, prácticamente, somos partícipes del regreso de las novelas de folletín, atractivos capítulos por entregas que tenían en vilo a la burguesía europea del XIX. Sobre este fenómeno se viene escribiendo mucho, y valgan verdades, permitiéndonos licencias especulativas: las series de televisión, como parte de la cultura de masas, han enriquecido y oxigenado la ensayística que se viene escribiendo en lo que va de este siglo, tanto en ejecución de escritura como en amplitud de contenido. Idea por demás polémica, que prometemos desarrollar en otra ocasión.
Sabemos de las series que conforman y dan sentido a los que más de un entendido llama Edad de Oro de las series, las cuales han contribuido, entre otras cosas que antes no eran parte esencial de la agenda, a dotar de valor excluyente a los equipos de guionistas. A la fecha, es imposible no especular sobre el éxito de una serie si no tenemos presente a sus equipos de guionistas. Por ello, no nos parece exagerado catalogarlos como los nuevos escritores del Siglo XXI, los que tarde o temprano van a enriquecer el panorama de la narrativa que se viene escribiendo en el mundo entero, empezando con poner orden temático y estructural a toda esta orgía de registros que con mucha facilidad se viene catalogando de híbrido. Lo que temáticamente parece imposible, los guionistas lo vuelven factible, verosímil y ejecutable.
De las muchas series que se esperaban con expectativa, nuestra atención estuvo puesta en la adaptación de una novela de Philip K. Dick. La expectativa estaba más que justificada con El hombre en el castillo. El equipo de guionistas de Amazon sí la iba a sudar. No se trataba de una empresa nada menor.
Si hay un autor cuyas obras han venido gozando no solo de aceptación crítica, sino también del gusto del público, ese es Dick. Hay pues una plasticidad en la poética de Dick que facilita la adaptación audiovisual de sus relatos y novelas. No nos referimos a que esta poética exhiba una facilidad, en absoluto, sino a la epifanía que esta genera en quienes anhelan hacer algo a partir de ella. Es decir, no podemos ubicar a Dick como un fino escritor de estilo. Lo suyo no era la belleza verbal. Lo que sigue haciendo grande a Dick es la bomba atómica que son sus conceptos e ideas, bomba atómica que encontraba un terreno fértil en el género de la ciencia ficción, en todas las variantes de esta.
De sus novelas mayores, El hombre en el castillo, de hecho.
Hasta podríamos recomendarla como una excelente puerta de entrada a quienes aún no la conozcan, junto a la clásica ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, que inspiró la filmación de Blade Runner (1982) de Ridley Scott, que no solo le significó al director la consolidación, sino que el interés por la obra de Dick creció más de lo que ninguno pudo imaginar. Este no es un dato menor, sin BR, sin el éxito de esta, la obra de Dick no hubiera llegado a un público mayor que no deja de crecer.
No es la primera vez que se ha intentado adaptar al cine esta novela ucrónica. El hombre en el castillo es una versión al revés de las secuelas que trajo el acontecimiento más traumático que acaeció en el Siglo XX: La Segunda Guerra Mundial. Dick especula sobre una realidad en la que los alemanes y japoneses ganan la guerra y se reparten el territorio estadounidense. La zona atlántica para los alemanes y la del pacífico para los japoneses. Basta esta referencia para tener una idea de lo complicada que sería su adaptación a la gran pantalla, de todo el material conceptual que tendría que atomizarse, un arduo trabajo que ni siquiera garantizaba el éxito del producto final. Cada página de la novela es una explosión de ideas y conceptos, ni hablar del desfile inacabable de personajes, o sea, por muy capo que sea un cineasta, le iba a resultar extenuante respetar el espíritu de la novela.
Por ello, el espacio natural para que la novela gozara de una adaptación óptima, era el sendero de la serie, la que, por lo menos, le depararía la garantía de respetar las ideas de esta. Gracias al formato de la serie es que accedemos a una historia que no defrauda a la novela que la inspira, pero con los suficientes méritos para abrirse camino sola, sin dependencia de su (gran) sombra literaria. Líneas arriba consignamos la duda que nos generaría una adaptación, que por lo dicho hasta aquí, no solo se ajustaba al cine o la serie. No era suficiente conocer el espíritu de la novela, sino también el mundo del autor. Por esta razón, más de un fanático de Dick respiró tranquilo y vio con buenos ojos que uno de los productores de la serie fuera Ridley Scott. La presencia de Scott era una garantía en la producción de esta serie que tendría la valla muy alta al adaptar una de las novelas más complejas y esenciales de Dick.
Para muchos, los resultados finales son irregulares. Para otros, la serie cumplió con entretener y con eso basta. Sean cuales sean los dictámenes de los conocedores, no debemos negar que la serie intentó estar a la altura de la novela que la inspira. Sus directores, David Semel y Daniel Percival, responsables de esta empresa exitosa, empresa monstruosa y llamada a acomplejar a cualquiera, salieron bien librados con la ayuda medular de un eficiente equipo de guionistas, apostando por la sencillez lineal y escogiendo actores como Rufus Sewel que encarna a John Smith, el Obergruppenfuhrer, personaje que sostiene prácticamente toda la trama. 
Se anuncia una segunda temporada. Y estoy seguro de algo: desde el más allá, Dick exige que ya no, otra temporada más no.






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