Dick adaptado
No son muchos años, pero bastan para
aseverar que estamos siendo testigos del extraordinario momento que vienen
atravesando las series de televisión. No es más que la mejor etapa en la
historia de las series de televisión, prácticamente, somos partícipes del
regreso de las novelas de folletín, atractivos capítulos por entregas que tenían
en vilo a la burguesía europea del XIX. Sobre este fenómeno se viene
escribiendo mucho, y valgan verdades, permitiéndonos licencias especulativas:
las series de televisión, como parte de la cultura de masas, han enriquecido y
oxigenado la ensayística que se viene escribiendo en lo que va de este siglo,
tanto en ejecución de escritura como en amplitud de contenido. Idea por demás
polémica, que prometemos desarrollar en otra ocasión.
Sabemos de las series que conforman y
dan sentido a los que más de un entendido llama Edad de Oro de las series, las
cuales han contribuido, entre otras cosas que antes no eran parte esencial de
la agenda, a dotar de valor excluyente a los equipos de guionistas. A la fecha,
es imposible no especular sobre el éxito de una serie si no tenemos presente a
sus equipos de guionistas. Por ello, no nos parece exagerado catalogarlos como
los nuevos escritores del Siglo XXI, los que tarde o temprano van a enriquecer
el panorama de la narrativa que se viene escribiendo en el mundo entero,
empezando con poner orden temático y estructural a toda esta orgía de registros
que con mucha facilidad se viene catalogando de híbrido. Lo que temáticamente
parece imposible, los guionistas lo vuelven factible, verosímil y ejecutable.
De las muchas series que se esperaban
con expectativa, nuestra atención estuvo puesta en la adaptación de una novela
de Philip K. Dick. La expectativa estaba más que justificada con El hombre en el castillo. El equipo de
guionistas de Amazon sí la iba a sudar. No se trataba de una empresa nada
menor.
Si hay un autor cuyas obras han venido
gozando no solo de aceptación crítica, sino también del gusto del público, ese
es Dick. Hay pues una plasticidad en la poética de Dick que facilita la
adaptación audiovisual de sus relatos y novelas. No nos referimos a que esta
poética exhiba una facilidad, en absoluto, sino a la epifanía que esta genera en
quienes anhelan hacer algo a partir de ella. Es decir, no podemos ubicar a Dick
como un fino escritor de estilo. Lo suyo no era la belleza verbal. Lo que sigue
haciendo grande a Dick es la bomba atómica que son sus conceptos e ideas, bomba
atómica que encontraba un terreno fértil en el género de la ciencia ficción, en
todas las variantes de esta.
De sus novelas mayores, El hombre en el castillo, de hecho.
Hasta podríamos recomendarla como una
excelente puerta de entrada a quienes aún no la conozcan, junto a la clásica ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?,
que inspiró la filmación de Blade Runner
(1982) de Ridley Scott, que no solo le significó al director la consolidación,
sino que el interés por la obra de Dick creció más de lo que ninguno pudo
imaginar. Este no es un dato menor, sin BR,
sin el éxito de esta, la obra de Dick no hubiera llegado a un público mayor
que no deja de crecer.
No es la primera vez que se ha intentado
adaptar al cine esta novela ucrónica. El
hombre en el castillo es una versión al revés de las secuelas que trajo el
acontecimiento más traumático que acaeció en el Siglo XX: La Segunda Guerra
Mundial. Dick especula sobre una realidad en la que los alemanes y japoneses ganan
la guerra y se reparten el territorio estadounidense. La zona atlántica para
los alemanes y la del pacífico para los japoneses. Basta esta referencia para
tener una idea de lo complicada que sería su adaptación a la gran pantalla, de
todo el material conceptual que tendría que atomizarse, un arduo trabajo que ni
siquiera garantizaba el éxito del producto final. Cada página de la novela es
una explosión de ideas y conceptos, ni hablar del desfile inacabable de
personajes, o sea, por muy capo que sea un cineasta, le iba a resultar
extenuante respetar el espíritu de la novela.
Por ello, el espacio natural para que la
novela gozara de una adaptación óptima, era el sendero de la serie, la que, por
lo menos, le depararía la garantía de respetar las ideas de esta. Gracias al
formato de la serie es que accedemos a una historia que no defrauda a la novela
que la inspira, pero con los suficientes méritos para abrirse camino sola, sin
dependencia de su (gran) sombra literaria. Líneas arriba consignamos la duda
que nos generaría una adaptación, que por lo dicho hasta aquí, no solo se
ajustaba al cine o la serie. No era suficiente conocer el espíritu de la
novela, sino también el mundo del autor. Por esta razón, más de un fanático de
Dick respiró tranquilo y vio con buenos ojos que uno de los productores de la
serie fuera Ridley Scott. La presencia de Scott era una garantía en la producción
de esta serie que tendría la valla muy alta al adaptar una de las novelas más
complejas y esenciales de Dick.
Para muchos, los resultados finales son
irregulares. Para otros, la serie cumplió con entretener y con eso basta. Sean
cuales sean los dictámenes de los conocedores, no debemos negar que la serie
intentó estar a la altura de la novela que la inspira. Sus directores, David Semel
y Daniel Percival, responsables de esta empresa exitosa, empresa monstruosa y
llamada a acomplejar a cualquiera, salieron bien librados con la ayuda medular
de un eficiente equipo de guionistas, apostando por la sencillez lineal y
escogiendo actores como Rufus Sewel que encarna a John Smith, el Obergruppenfuhrer, personaje que
sostiene prácticamente toda la trama.
Se anuncia una segunda temporada. Y
estoy seguro de algo: desde el más allá, Dick exige que ya no, otra temporada
más no.
…
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