recuento literario (2016)
1
Este 2017 nos arroja sensaciones
encontradas. Por un lado, ha sido un año signado por la tragedia en cadena,
puesto que nos han dejado escritores a los que estimábamos y admirábamos.
Pensemos en José Pancorvo, de quien podemos señalar que jamás buscó la
trascendencia poética, sino que él, y lo puedo decir como amigo suyo, asumía la
poesía como un genuino ejercicio de comunión, y en ese ejercicio entregó
poemarios y una novela que debemos frecuentar. Otro escritor que nos dejó fue
el poeta y ensayista Eduardo Chirinos, poeta fino y sesudo ensayista, una de
las pocas voces perdurables de la generación del ochenta. Quien esto escribe
nunca conoció en persona a Chirinos, pero sí he sido testigo de un silente
magisterio en no pocos poetas peruanos últimos, y en ese magisterio habría que
volver a su poesía y ensayística. Aunque no muy conocido por el espectro
lector, también sentimos la ausencia del último gran sabio que tenía este país,
Carlos Araníbar, maestro ajeno a los saraos, maestro de generaciones de pensadores
y escritores de primera línea (por ejemplo, Miguel Gutiérrez lo consideraba su
maestro). Para que tengamos idea su trabajo, sugiero la lectura de su
imprescindible Ensayos (BNP, 2014),
deliciosa publicación sobre los temas que lo obsesionaron: la historia, la
música y la literatura.
Este 2016 nos abandonaron tres voces
medulares de la literatura peruana, y en lo personal no sé si asimilaremos las
ausencias de Rodolfo Hinostroza, Oswaldo Reynoso y Miguel Gutiérrez. Sobre los
tres se ha dicho lo que se ha tenido que decir, y en lo enunciado nos sentimos
cortos debido a la inmediatez de sus partidas. Imposible explicarnos, o tener
una idea general, sobre nuestra poesía y narrativa desde mediados del siglo
anterior sin sus respectivas poéticas. Como lo he señalado en textos y
participaciones públicas, sin ellos la literatura peruana ingresa a un agujero
negro del que comenzaremos a recuperarnos después de un lustro. Sus libros
quedan como testimonio de su inigualable valía literaria. Al respecto, no hay
mucho que discutir, sin embargo, fijémonos en el legado paralelo que dejaron,
en el común denominador en el que descanso su compromiso con la creación: jamás
vendieron su discurso, y cuando hablo de discurso, no solo me refiero al
literario, sino también al político e ideológico. Esta no venta de principios
los llevó a ser genuinos agitadores, y durante décadas, del circuito literario
peruano. Y en cierto sentido, ese carácter nos permitió entender su obra, y
también valorarla más de los cotos del registro. Hinostroza fue un genial deslenguado
hasta el final, Reynoso nunca dejó de señalar la hipocresía del circuito
literario y Gutiérrez hizo gala de coherencia de intelectual toda su vida
(recordemos su rechazo a la FILBO del 2013, cuando más de un posero bobalicón
de izquierda se vendía a las luces de la Marca Perú, Gutiérrez se hizo a un
lado, pasando por alto una invitación que de haberla aceptado habría puesto en
cuestionamiento su postura ideológica). Más de una vez lo he dicho, no conocí a
Hinostroza ni a Reynoso, no como sí a Gutiérrez. Y más allá de los celos que
pudieron existir entre Reynoso y Gutiérrez, y más allá de los exabruptos
(algunos de antología) de Hinostroza, habría que mirar y asimilar la honra con
la que defendieron el pensamiento que los nutrió en las parcelas de la creación
y del intelecto. Esta actitud se hace muy necesaria en estos años en los que la
literatura peruana se ha frivolizado en la más burda de las hipocresías, en una
diplomacia que bien la podríamos entender en un coctelito, más no en la
discusión de ideas, menos en la valoración literaria. Veamos la granja, veamos
en lo que se ha convertido la literatura peruana de hoy (incluyamos en el pack
a los seniors, que fungen de sonrientes
mayordomos desentendidos de esta festiva barbarie): en este circuito literario
no existen los malos narradores, no tenemos idea de la presencia de malos
poetas. Ed Wood sería feliz si tuviera que adaptar a la literatura peruana del
nuevo siglo.
2
A la salida de este recuento, ya han
aparecido varios. De los que ya se han publicado, me quedo con el realizado por
el crítico literario Ricardo González Vigil. No porque sea el mejor en cuanto a
valoración, sino por su carácter documental que ayudará a los críticos actuales
y a los del futuro en sus posibles cartografías sobre literatura peruana. De
los muchos aportes que ha realizado RGV, sus recuentos-catastros nos revelan su
generosidad (no es su problema que más de un autor se la crea y asuma su inclusión como un logro a celebrar), pero también
su poca disposición para la opinión cuestionadora, pero más allá de este
reparo, la cualidad de estos catastros nos descubren autores que hubieran
pasado totalmente desapercibidos, y en cuanto a mí, no tengo más que palabras
de agradecimiento, porque me ha permitido acceder a “tapaditos” –luego de una
criba tan cansadora como enojosa- que con el tiempo han conformado un pequeño
altar de la negación.
Por otra parte, y nunca está demás
decirlo, el presente recuento no es ajeno la voluntad que lo motiva, la misma
voluntad de los recuentos que me ha tocado realizar: leer libros, no personas.
Por ello, los que quieran celebrar, háganlo con moderación, y los que reciban
algún señalamiento, tómenlo en buena onda, además, recuerden, que lo bueno de
la literatura es que nada está dicho hasta que nos llegue la muerte.
3
Si algo ha llamado mi atención, ha sido
la aparición de una serie de reediciones, en especial de libros de narrativa.
Pero antes de marcar nuestras preferencias, deberíamos preguntarnos qué
entendemos por reedición. Más de un concepto nos puede arrojar esta inquietud,
entre esos conceptos: una reedición es un reconocimiento a la legitimidad del
texto, con mayor razón cuando este llevaba años en la nominación e imaginario
del potencial lector. En este sentido pienso en uno de los cuentarios medulares
de nuestra tradición narrativa contemporánea: Caballos de medianoche de Guillermo de Niño de Guzmán. Al respecto
no hay mucho que discutir sobre lo necesaria que era esta reedición. Aunque Un lugar como este de Carlos Arámbulo no
goza de muchos años (se publicó en 2014), su nueva edición nos brinda la
oportunidad de conocer la prosa y el mundo literario de un autor serio. Como
bien sabemos, este título fue seleccionado finalista del Premio
Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez. ¿Qué hubiera pasado si el
libro no ingresaba entre los finalistas? Fácil: no hubiera pasado de la
inclusión de RGV en su recuento respectivo. El “caso Arámbulo” nos debería
llamar a reflexión, tanto a la crítica y, muy en especial, a la prensa
cultural, tan dada a la impresión primeriza de la novedad editorial, cuando la
tarea de la crítica y la prensa cultural (voy a creer que no solo se limitan a
resaltar lo que les mandan las editoriales, y voy a creer que tampoco se
limitan a los negociados de los “cafecitos y cenitas con el autor/autora”,
ergo: voy a creer en mi desprendimiento de ingenuidad), es también salir a
buscar, indagar y olfatear el panorama de publicaciones.
Más de una vez lo he dicho, lo mejor que
le pudo pasar a Fernando Ampuero como escritor, fue salir de El Comercio. Fuera
de esa coraza que le brindó un poder mediático (recordemos cómo se
promocionaban sus libros), más de uno cuestionaba su alcance literario, y ahora
sabemos que esos cuestionamientos obedecían a las inevitables envidias entre colegas
de oficio literario. Fuera del diario la obra de Ampuero no ha conocido otro
destino que no fuera el de la consolidación, prueba de esta consolidación en
crítica y público es la reedición de Cuentos,
que no solo testimonia su maestría en el cuento, sino que también lo posiciona
a la fecha como uno de los más atendibles cuentistas latinoamericanos
No tenemos duda sobre la reedición más
destacada en novela. Esta es: La
conciencia del límite último de Carlos Calderón Fajardo. CCF no fue ajeno a
la irregularidad, con mayor razón tratándose de un autor muy prolífico. CCF se
desempeñaba como una máquina de narrar, lo que tira por los suelos la leyenda
de “autor de culto”. Tal y como Francisco Ángeles y yo indicamos en la presentación
de la reedición de esta novela: CCF quería ser un autor leído, no deseaba el
reconocimiento de guetos. Por esa razón escribió en distintos registros, aún
antes que algunos de ellos se pusieran en boga. La presente reedición nos
permite apreciar una de las mejores novelas breves peruanas y que sirve como
idónea puerta de entrada a su universo narrativo.
Una novela publicada hace muchos años y
otra de corta edad. Ambas de plumas que han ganado un posicionamiento en la
sola experiencia de la lectura: La
voluntad del molle de Karina Pacheco y Ojos
de pez abisal de Ulises Gutiérrez. La primera permite conocer la obra
inicial de Karina Pacheco antes de ser Karina Pacheco. Y la segunda, la
confirmación de un escritor que merece una apuesta editorial que le asegure un
ingreso en el imaginario del gran público lector (aunque suene a despropósito
en un país en donde se lee poco). Gutiérrez ya no tiene nada que demostrar. Ya
pagó, y con oficio, su derecho de piso… Otra novela: Otra vida para Doris Kaplan de Alina Gadea, novela que ha recibido saludos por su nueva edición y que nos presenta a una narradora
dueña de una sensibilidad y una prosa fieles a su historia. Hay que leerla, y
no prestemos atención al texto de contratapa, texto que destila una lectura
antojadiza y atarantada (no hay nada que me moleste más que las lecturas
direccionadas, chicoteadas por la ideología y no ligada a la experiencia de la
lectura, como sí lo demuestra Alonso Cueto en el prólogo) con la década del
ochenta, escrito por el único capaz de llevar a cabo esta clase de tonterías,
el crítico obediente que responde al nombre de Paolo Gómez, más conocido en el
medio como Paolo de Lima.
Líneas atrás escribí sobre la
legitimidad de una reedición. Con mayor razón cuando el libro en cuestión tiene
sus años. Dicho esto, no entendemos la reedición de la novela Tsunami de Ezio Neyra. Podríamos buscar
una justificación literaria, preguntarnos por su importancia para la narrativa
del nuevo siglo, y no tendremos una respuesta inteligente. La novela no se
levanta de la lona. Escribir bien es insuficiente, se escribe porque se tiene
algo que decir. La escritura literaria es comunicación y esta novela está fuera
de ese parámetro.
4
La poesía del presente siglo ha conocido
los más variopintos vejámenes. Muchas de las críticas recibidas fueron más que
justificadas. Y pienso que ante tanto palazo recibido, los poetas del XXI han
aprendido, o vienen dando muestras de la honra que debemos tener con el tronco
mayor de nuestra tradición literaria: la poesía. Aunque suene a verdad de
Perogrullo, no debemos dejar de señalarlo: la tradición de la poesía peruana es
una de las más fuertes del mundo, al menos así quedo escrita en la centuria
pasada. Ante ello, el nuevo poeta, el proto-poeta, erige su proyecto con una
sombra temible y la única forma de enfrentarla es por medio no solo del
conocimiento de los pilares de su tradición, sino también de sus entresijos. En
otras palabras: si el nuevo poeta, si el proto-poeta peruano, anhela dedicarse
a este delicado ejercicio con la palabra, tiene que ser un irredento lector de
poesía peruana. Una de mis teorías sobre los nuevos exponentes de la poesía
peruana de este siglo, descansaba en la razonable sospecha sobre su liviano
conocimiento de nuestra tradición, creyendo que bastaba y sobraba con leer al
tridente Vallejo-Eguren-Westphalen, prefiriendo a Luis Hernández que a Martín
Adán, optando por el acto contracultural siempre y cuando este se registre en
video, es decir, el demonio de la posería llegó a apoderarse de no pocos vates
locales, que asumían la payasada escénica como el sendero idóneo dirigido a
impactar al sufrido lector/espectador, que para celebrar el acontecimiento,
debía ya estar sazonado en alcohol y en humos de dudoso aroma. A esto sumemos
el padrinazgo de algunos poetas referentes, que en muestras de buenagentismo,
prologaban poemarios a diestra y siniestra sin haber sometido a escrutinio los
poemas, al menos esa es la impresión que me dejan algunos textos, entre prólogos
y contratapas, de Enrique Verástegui, Miguel Ildefonso, Domingo de Ramos y
Roger Santiváñez. Y esto lo digo en función a una verdad manejada por más de
uno y en respeto a sus trayectorias. Ocurre que este servidor no le entra en
vainas, además, si no lo digo yo, no se los dice nadie, y se los diría en
persona y con cariño, pero la vida social literaria no es lo mío, por eso
aprovecho esta ocasión. Para radiografiar mejor esta situación: hemos sido
testigos del circo valorativo en las redes sociales, en donde el mero
comentario literario se ha hecho pasar como sentencia que a más de un neo-proto-poeta
lo ha llevado a asumirse como poeta.
Pero algo
pasó este año, algo que hará callarse
por un muy buen rato a los críticos de la poesía peruana última (me incluyo), algo que no deberíamos calificar de
milagro, mucho menos de suerte, porque ni la suerte ni los milagros suceden en
conjunto. En este sentido, hago un llamado a preservar en nuestra memoria este
2016 como un año en que los nuevos poetas se sacudieron de la mediocridad y de
la posería escénica. Se concentraron en lo que importa: sus textos.
Y no caigamos en potenciales
mezquindades: no es que la nueva poesía peruana se haya visto sometida a una
prueba PISA y que esta haya mejorado algo (de 03 a 05). No, esa no es la idea.
La verdad es la siguiente: la nueva poesía peruana mejoró ostensiblemente y
rogamos para que esta mejora se mantenga, se haga fuerte y sea digna de nuestra
tradición.
Los nuevos poetas peruanos hicieron lo
suyos y los poetas de trayectoria mostraron lo suyo. Obviamente, lo dicho no
significa que hayamos sido testigos de maravillas totales, puesto que teníamos
justificadas expectativas en Procesos
autónomos de Manuel Fernández, quien desde Octubre no consigue mostrarnos un matiz distinto, abocado más a la
repetición (ahora sinsentido y condimentado en fórmula) de tópicos; igual con Prooémium Mortis de Renato Sandoval,
poemario que he leído cuatro veces para llegar a la misma conclusión: se lee al
amigo, al organizador de festivales, mas no su libro. Sandoval es un buen poeta,
pero esta entrega sí es un vergonzoso bache en su apreciada producción. Como de
ambos títulos esperábamos más, sería bueno sugerirles a sus autores que vuelvan
a las sagradas páginas de ¿Qué es la
poesía? de Johannes Pfeiffer. Allí está el jarabe contra la fórmula y la
falsedad discursivas.
Como ya indicamos, hablamos de un año
saludable para la poesía peruana “joven”, ojalá no se caiga en el entusiasmo
sobredimensionado que vemos en nuestras parcelas narrativas, por ello, paso a
paso que así se llega lejos y con legitimidad.
En este sentido, en la poesía peruana
del 2016 destacan (sin orden de preferencia): Bajo este cielo de cabeza de Paul Forsyth, Simio meditando (ante una lata oxidada de aceite de oliva) de Mario
Montalbetti, En un mundo de abdicaciones
de Victoria Guerrero, Transilvanos de
José Morales Saravia, Un bosque ardiendo
bajo un mar desnudo de José Agustín Haya de la Torre y Entre cielo y suelo de Carlos Germán Belli.
Un párrafo aparte se merecen dos joyas,
aunque creo que me quedo corto con lo de joyas, porque estas publicaciones nos
revelan su importancia bibliográfica para la poesía peruana contemporánea, la
santidad y la lujuria, respectivamente: Sagrado
de Roger Santiváñez y Canciones
desentonadas y alegres aterrizajes para evitar el suicidio de Óscar Málaga.
También hemos tenido poemarios que, pese
a su inevitable irregularidad, sus autores supieron redondear su respectivo
proyecto, lo que los convierte también en recomendables: Enemigo de José Carlos Agüero, La
silla en el mar de Rosella Di Paolo, Fe
de Bruno Polack, Insomnio vocal de
Ethel Barja, Danza para las calles que
tiemblan de Florentino Díaz, El
habitante del desierto de Abelardo Sánchez León, Puentes para atravesar la noche de Juan de la Fuente, Un vaso de leche fría para el rapsoda de
Julia Wong, La colina interior de
Antonio Sarmiento, Muestra de arte
disecado de Roy Vega Jácome, Exilium
de Franco Osorio, Pasos silenciosos entre
flores de fuji de Diego Alonso Sánchez y Ejercicios para el endurecimiento del espíritu de Gabriela Wiener.
Los primeros poemarios también marcaron
la hora, poemarios que tampoco son ajenos a su inherentes deslices, pero más
allá de estos, nos muestran que sus autores son más que atendibles, y a quienes
habría que marcarlos en el radar. En este sentido prometen proyección Capital / Contracapital de Luis Enrique
Mendoza, Archipiélago de María Belén
Milla, Música para tarántulas de
Diego Lino y Apostrophe de Gino
Roldán. A diferencia de otros años, en los que a duras penas celebrábamos la
aparición de primeros poemarios a razón por ser los menos malos, ahora la
situación ha cambiado.
5
Como ya lo indicamos, la poesía es el
tronco central de la tradición literaria peruana, y gracias a ella sustentamos
que este año de publicaciones literarias se justifica y se eleva a cuenta de
dos LIBRAZOS, no solo necesarios para los lectores de poesía, sino para los
estudiosos de la literatura peruana: Poesía
reunida de Blanca Varela y Obra
Completa (5 tomos) de César Moro.
Miente, y con descaro, quien diga que la
poesía reunida de Varela no resultaba difícil de hallar. Esta edición confirma
lo que ya sabíamos: la importancia de Varela en el devenir discursivo de la
poesía peruana desde mediados del siglo pasado. A la fecha, ningún poeta
contemporáneo, y no solo peruano, es ajeno a la radiación de Varela, y ahora
esa radiación se presenta en una edición que debemos celebrar y promover entre
nosotros.
César Moro es una figura por demás
atractiva, tanto por su vida y su poesía. Si con lo poco que sabíamos de su
poesía se hizo mucho entre sus seguidores, esta labor de sus estudiosos ahora
se verá incrementada exponencialmente. La vida de este poeta nos entrega un
antecedente de lo que sería un detective salvaje, pero a su modo, en sutileza y
en el efecto de la subversión discursiva. Por ello, gracias a los 5 tomos que
conforman la obra completa de Moro accedemos a un legado poético esencial para
entender más la importancia de nuestra poesía, pero también nos encontramos con
el testimonio de la actitud de Moro, una actitud por demás crítica y de
encaramiento, tal y como lo notamos en el quinto tomo, Los anteojos de azufre. Es decir, Moro no era un artista
acomodaticio, Moro era un subversivo de la palabra y el pensamiento crítico.
Esta joya bibliográfica se la debemos al poeta y traductor Ricardo Silva
Santisteban, que confirma lo que más de uno sabe: RSS es el Editor del Perú.
No podemos dejar de consignar que esta
publicación es también el fruto de muchos años de trabajo persistente por
rescatar a Moro de su imagen de autor de culto. Esta tarea se hizo muy visible
a mediados de la década del noventa, en la que estudiantes de Literatura de las
universidades de San Marcos y La Católica apostaron en una misión imposible
para aquel entonces. Sin interés sostenido no se hubiera rescatado a Moro. Por
ello, la realidad de estos 5 tomos es también un triunfo de ellos.
Poesía
reunida
de Blanca Varela y Obra completa de
César Moro son los libros del año en Perú.
5.1
Destaquemos también la publicación de Poeta en Milán de Jorge Eduardo Eielson.
Una publicación que se hizo esperar más de la cuenta, en realidad, mucho más de
la cuenta. Como bien dice más de un entendido, y quien esto escribe adornará la
sentencia de lo que se dice: Eielson no se merece un editor tan irresponsable,
porque los dos tomos que preceden a PEL
exhiben groseros errores de edición. No basta con tener los derechos de edición
de Eielson para Perú, sino portarse como editor y no como un pujante
practicante del clientelismo en pos de construir una imagen de editor. El
mérito de ser editor de Eielson no yace en si tienes o no los derechos de un
poeta querido y tan admirado, sino en estar a la altura de lo que Eielson pudo
esperar de su editor peruano. Estás avisado, Víctor Ruiz Velazco. Hay que
editar a Eielson como si se estuviera editando a Eielson, no a Leo Zelada.
6
En relación al cuento peruano 2016,
hemos sido partícipes de la consolidación de Alexis Iparraguirre con El fuego de las multitudes. Iparraguirre
se ha tomado sus años para entregarnos un contundente cuentario, fresco y
lozano, ahora sí divorciado de la prosa pandiana, aunque en esta prosa pandiana
(o sea, prosa PUCP), nos entregó su primer cuentario, uno de los más relevantes
de la década anterior. Hablar de la obra de Iparraguirre es referirnos a una
obra que ha ganado su sitial de a pocos, pese a las zancadillas y estratégicos
ninguneos de los que se alucinaban los dueños de la narrativa peruana, como
Iván Thays y Gustavo Faverón, celebrados lectores de personas y no de libros.
Ahora, que no se piense que soy amigo de Iparraguirre, ni que vamos a devorar
todas las combinaciones existentes de chijaukays de los chifas. Lo que me une a
este autor: un trato cordial y muchísimas opiniones encontradas.
La
carne en el asador,
de Miguel Ruiz Effio, me lleva a una reflexión fugaz: en el Perú a un autor no
le basta con ser un buen escritor, sino que también tiene que parecerlo. Ruiz
Effio cumple lo primero, es muy buen autor, un alto exponente del cuento. Este
cuentario es la confirmación (una vez más) de su talento y ya depende de la
ciencia oculta de que los lectores peruanos se den cuenta de ello. Resaltemos
la maestría de Antonio Gálvez Ronceros en La
casa apartada, un autor que mereció una mayor visibilidad, siendo a la
fecha uno de nuestros escritores mayores en ejercicio y de quien esperamos ver
muy pronto la publicación de su novela Poeta
con perro en la taberna. Imposible no consignar Bitácora del último de los veleros del arequipeño Orlando Mazeyra,
toda una realidad para la narrativa peruana última, desde hace rato dejó de ser
una promesa, solo que la crítica y prensa cultural limeñas andan perdidas en la
medianía de la novedad editorial. Lo que ha ayudado a Mazeyra es la distancia,
gracias a esta ha pergeñado una poética que lo legitima como un narrador de
raza, al punto que podemos hablar de un Mazeyra Literary Club entre Lima y
Arequipa.
Tres nuevos autores a tener en cuenta,
bueno, uno no tan nuevo, y dos sí. El
más joven: Miguel Sánchez Flores con Ciudades
vencidas. MSF exhibe oficio, pero ante todo sensibilidad, en estas páginas
es posible detectar a un autor dueño de sus referentes, pero a quien le
pediríamos en su próxima publicación una mayor cuota de riesgo narrativo, el
paso seguro solo sirve para la primera entrega. Dennis Arias ingresó al circuito
literario con Transmutaciones,
colección en los que variedad temática es su divisa y en la que queda de
manifiesto su dominio de un género, que para lograrlo hay que ser un genuino
lector de cuentos. Esperemos que para sus siguientes entregas el autor cometa
el sano pecado de la transgresión. Y el autor no tan nuevo, porque sé de su
existencia desde inicios de siglo y a quien ubicaba como integrante del
colectivo Sociedad Elefante: Moisés Sánchez Franco, quien hace su debut tardío
con un libro que debemos leer: Los
condenados. Libro ubicado en el registro fantástico. No sé cuánto tiempo
llevó su maceración, pero ahora sí, y dejándonos de demagogias eltonescas,
podemos hablar de una narrativa fantástica peruana acorde a lo que podemos
esperar de su ejercicio en nuestro país, ahora sí podemos hablar de narrativa
fantástica peruana en base a libros de incuestionable calidad, no dependiente
de incursiones esporádicas, ni reforzando el discurso con obras que tienen muy
buenas intenciones en el registro, cuando sabemos de sobra que la literatura se
alimenta de todo menos de buenas intenciones.
Pese a que su novela no me gustó, pude
constatar que Claudia Salazar es una narradora de quien aún podemos esperar más
a cuenta de su evidente oficio. Lamentablemente, su libro de cuentos Coordenadas temporales sí me resultó una
total decepción. Arrastró los mismos baches de su novela, baches que asociamos
a una falta de sinceramiento con el ejercicio creativo. ¿Qué nos impulsa a
escribir?
Si un género, conocido por no suscitar
interés, tuvo su auge en el 2016, ese fue el del microrrelato. Más allá del
concurso convocado por El Dominical,
que en resultado literario estuvo muy por debajo de lo que esperamos ante tanta
promoción, aún debemos ser pacientes para que el microrrelato se macere. Este
auge se basó en la emoción por el aparente facilismo de su registro, no en su pegada
literaria. Por esa misma razón, apena que el libro de uno de sus promotores,
Ricardo Sumalavia, termine por redondear el carácter frívolo de este auge por
el microrrelato. Enciclopedia plástica,
la perfección formal que atenta contra la epifanía que debe suscitar todo texto
llamado a ser literatura. Le sugiero al autor la lectura de La vida después de Dios de Douglas
Coupland, cosa que así me entiende. Aunque José “Chocherita” Guich reseñó hasta
las lágrimas el libro de su amigo y compañero de trabajo Alejandro Susti, Aspavientos, debo decir que no comparto
su entusiasmo amiguero, pero sí la impresión inicial. Aspavientos (I, II y III) es una muestra que el microrrelato no es
para su autor fruto de auges ni modas, sino de búsqueda paciente que nos deja
más de un texto para recordar, y esto, en las parcelas hiperbreves es mérito a
destacar y saludar.
7
Y llegamos a uno de los apartados más
esperados, o mejor dicho: el más esperado por los escritores peruanos que
publicaron este año. El apartado dedicado a la novela, el género capaz de
encumbrar y desaparecer a cualquier escritor, a menos que este no lo asuma como
lo que tendría que ser: un ejercicio de escritura.
Del saque: la producción novelística del
2016 no puede compararse con la del 2015. El anteaño pasado tuvimos dos novelas
que pararon su producción: dos novelas ambiciosas que a más de uno hizo creer
que la narrativa peruana gozaba de un momento auspicioso. Así es: Nuevos juguetes de la Guerra Fría de
Juan Manuel Robles y La distancia que nos
separa de Renato Cisneros.
Si tuviéramos que recordar este año en
novela, lo haríamos por la brevedad narrativa que la configuró. La novela corta
fue la abanderada en estos meses, no hubo mucho espacio emocional para sus
autores para novelas de largo aliento y esto puede obedecer a muchos factores,
entre los que destaco el mandato editorial (ya sea en los grandes sellos e
independientes) y la misma preferencia de los autores por este registro. No
tengo ningún problema con las novelas cortas, pero algo que tienen que saber
sus autores es que en una novela corta se evidencian más rápido las flaquezas
de las texturas narrativas. Los verdaderos lectores la tienen clara: la
escritura de una novela corta es mucho más difícil que una larga. Sino,
fijémonos en nuestra tradición, que de novelas cortas adolecemos de epifánicos
referentes. A saber, tuvimos que esperar más de setenta años para leer una
novela corta que sea también una obra maestra, me refiero a La casa de cartón de Martín Adán, y su
epígono de registro La iluminación de
Katzuo Nakamatzu de Augusto Higa. En la novela corta no se admiten ni el
ripio ni el colesterol de la novela de largo aliento.
Tres novelas cortas que recomiendo y que
han tenido distinta suerte de atención: en primer lugar, celebro los paulatinos
saludos que viene recibiendo Cuando los
hijos duermen de Juan Carlos Cortázar. Novelita que exhibe logradas capas
narrativas en las que se contextualiza a sus protagonistas y que nos dan luces
sobre un narrador con envidiable capacidad de observación. Lástima que en las
entrevistas realizadas a Cortázar se le haya preguntado por cuestiones
extraliterarias, revelando la ya conocida estrechez de miras de nuestro
maravilloso periodismo cultural. Francisco Ángeles no se quedó atrás y publicó Plagio, especie de reescritura de su
primera novela La línea en medio del
cielo. Reescritura tramposa, huelga decir, pero lícita porque todo es
permitido en los mecanismos de la creación. Reescritura que deviene en una
nueva novela que exhibe la capacidad de su autor para el discurso sobre ideas especulativas
de la ficción en la ficción. La sombra de Ricardo Piglia es una marca
permanente en esta novela y en esa sombra debe cobijarse, la única que lo
salvará como escritor, que es lo que debe importar. Para nadie es un secreto de
que se alucinó un Writer Star, su omnipresencia en los saraos literarios nos
hacía pensar en su dimensión protagónica, actitud que lo llevó a formar un
aparato crítico que felizmente desapareció por la resonancia de sus propias
taras. Y es lo mejor que le pudo pasar. Dicho esto con franqueza y porque
reconozco su valía como narrador, quizá el más atacado en estos últimos años,
aunque más de un ataque fue propiciado por él a cuenta de su gratuidad de su
discurso contra la narrativa de la violencia política. La fórmula: si quiero
criticar la narrativa de la violencia política, si mi deseo es forjar un
discurso encarador, lo tengo que hacer con una obra maestra, la buena novela es
insuficiente.
Aunque publicada a fines del año pasado,
Mongolia es una novela que nos pone
en bandeja a una escritora en dominio ascendente en su escritura. Si como poeta
ha dado pasos agigantados, en narrativa se muestra muy segura de sus recursos
creativos. Novela sobre la identidad, pero identidad abordada desde el
conflicto emocional y el dolor. Otra novela publicada el año pasado y que ha
pasado prácticamente desapercibida, ganadora de un premio de novela convocado
en Cuba, Informe bajo tierra de Erick
Ramos. Estamos ante una novela sobre los años de la violencia política, pero es
una novela pensada para ser leída por el lector y no escrita en clave alegórica
que tanto seduce a la academia que se desvive por cualquier “libraco de ficción”
que aborde el tópico. Ojalá algún editor local, atento a una mirada genuina
sobre ese periodo sensible de nuestra historia reciente, se anime a editarla
por estos lares.
Un par de novelas cortas llamaron la
atención de los lectores y la crítica. La primera, Esa muerte existe de Jennifer Thorndike. Conozco la obra de
Thorndike (fui uno de los presentadores de (Ella)),
y puedo decir que es una narradora con harto potencial narrativo, y para esta
su segunda novela se la jugó por el todo o nada. En sus páginas asistimos a lo
mejor de la autora, pero también se nos invita a conocer los puntos débiles que
la traicionaron en este proyecto. Notamos una saludable ambición encapsulada,
pero a esta ambición le faltó la naturalidad de la narradora en conflicto que
sí vimos en su primera novela. Es decir, hizo falta más maceración y sospecho
que la existencia de esta novela obedeció a su publicación en una casa
editorial grande, como si fuera un logro literario ser editado por una
transnacional. Pero también esta novela ha generado lo que cualquier autor
quisiera: opiniones favorables y desfavorables. Bien lo dijo Gaetan Picon:
“solo los libros de recibimiento unánime quedarán en el olvido”. Pese a que me
ubique entre los que comparten una opinión no muy entusiasmada, no retiro lo
que señalé de su autora en la presentación de su primera novela: Thorndike es
una escritora con proyección… La otra novela, Perro de ojos negros, de María José Caro. Aquí llegamos a una
confirmación, despejamos nuestras especulaciones que teníamos tras la lectura
de su primer libro, el cuentario La
primaria: la autora es dueña de un mundo emocional y literario
privilegiado. En ambos libros vemos una voz inconforme, voz canalizada por
medio de una prosa cortante y a la vez poética. Pero en la novela que nos
convoca un detalle no termina por cuajar: su estructura. Si solo nos hubiéramos
quedado con una Macarena, narradora protagonista, evolucionando en hartazgo y
en conflicto consigo misma, evolución que nos hubiera convertido en testigos de
su liberación existencial, otra hubiera sido la apreciación. Se sobreentiende
que el nervio narrativo no fue el problema, sino la manera en que cómo se
administró. No obstante, Caro está muy lejos de ser una decepción.
Ahora, lo que sí he observado en la
recepción de las novelas de Thorndike y Caro, es una tendencia de nuestro
reseñismo a coronar importancias y referencias, reseñismo que aparte de mentir
al lector, perjudica a sus autoras. Sobre Thorndike: “La mejor escritora de su
generación”, por Jack Martínez. Sobre Caro: “se ubica en la primera línea de las
narradoras peruanas “jóvenes””, por Dante Trujillo. En ambas sentencias nos
invade la conmoción. No estaría mal prepararse una tacita de anís antes de
emitir sentencias. Veamos: ¿qué obliga a nuestro reseñismo a emitir estas
exageraciones? ¿Acaso estamos a la búsqueda de las versiones peruanas de
Paulina Flores y Brenda Lozano? Claro, la sentencia de Martínez es suicida en
comparación a la de Trujillo. Haríamos bien, y por salud, cartografiar con
responsabilidad nuestro panorama y recién
así comenzar el sano ejercicio de la comparación. Estas sentencias nos hacen
pensar en que se está llevando a cabo una carrera de caballos, carrera que en
nada suma a lo mucho que tienen que ofrecer en adelante estas dos autoras. En
lugar de buscar a la más representativa narradora joven, saludemos que tenemos
dos autoras con talento y futuro literarios. Hay que ponernos serios, porque en
literatura y en política no hay casualidades: y una casualidad común se
presenta aquí: dos novelas publicadas por una poderosa casa editorial… Y yo
también podría fastidiar dando la contra, parafraseando lo dicho por Martínez y
Trujillo en referencia a Miluska Benavides y su cuentario La caza espiritual (a Benavides la incluí en mi recuento del año
pasado y me satisface que su libro esté apareciendo en algunos balances del
2016).
Tal y como se indicó, no ha sido un año
propicio en novelas ambiciosas, De lo que pudimos leer en novelas que jamás
recomendaríamos a los lectores: La noche
de los alfileres de Santiago Roncagliolo, República de La Papaya de Gustavo Rodríguez, La isla de Fushía de Irma del Águila y En la ruta de los hombres silentes de Juan José “Cachetada
nocturna” Cavero. Líneas atrás me referí al ripio y al colesterol, y obviamente
lo hice en referencia a la inevitabilidad de los mismos en proyectos de novelas
siempre y cuando muestren una coherencia interna. A saber, Roncagliolo ha
construido una obra basada en el divertimento, podemos estar o no de acuerdo
con su poética, pero en relación a esa apuesta hay que mantener una fidelidad,
que esta vez nos entrega no solo lo más bajo de su producción, sino también
sumamente aburrida, soporífera en cada una de sus páginas. Tampoco entendamos
el divertimento como una estancia menor en los terrenos de las distancias
largas y cortas. Pienso en Cinco esquinas
de Mario Vargas Llosa, El niño terrible y
la escritora maldita de Jaime Bayly y Toda
la culpa la tiene de Mario de Giovanna Pollarolo. Novelas que cumplieron
sin depender de la aprobación de la clase letrada peruana. Con respecto a la
novela de nuestro Nobel de Literatura, esta desató más de una encendida
polémica por parte, oh vaya novedad, de escritores más jóvenes, exigiéndole
seriedad a un autor que ya no tiene nada que demostrar. Más de uno se sintió
aludido cuando indiqué en su momento que esas críticas no eran más que el
irrespeto de la cucaracha, puesto que más allá si la novela gustara o no,
Vargas Llosa brindó una clase maestra de libertad creativa, clase maestra que
debió llamar a reflexión a más de un joven escriba local que escribe como
anciano, a más de un chibolo escritor que escribe con amargura. Hay que parar
esta epidemia, ¿quién ha puesto en sus cabecitas que la narrativa estreñida es
sinónimo de alta calidad literaria? Hay que soltarse, escribir en libertad, en
consciente conchudez, siendo divertido y confiado en sus recursos narrativos,
tal y como lo consigue el español Hernán Migoya en La flor de la limeña, la novela que mejor retrata a la Lima de los
últimos años.
Publicada a fines del 2015, Richard
Parra se adueñó del sitial que con toda justicia le corresponde. No hay
discusión al respecto, su novela Niños
muertos es la Novela Peruana del 2016. Con esta novela Parra terminó por
convencer a los no convencidos sobre su evidente crecimiento como narrador.
Cuando presenté esta novela señalé que la misma ponía orden en la Hora Loca en
que se había convertido la narrativa peruana actual. Novela violenta sin caer
en los clichés de la violencia. Parra hizo uso de una estructura cinematográfica
que le permitió conseguir el efecto, en otras palabras, una patada a las
trampas mal asimiladas de la digresión, haciendo uso de una aparente prosa neutra
que en sus silencios destruye al lector del saque. Digamos también que Parra
consigue un sitial en la narrativa peruana (tranquilamente sumo su nombre a la
galaxia conformada por Jeremías Gamboa, Daniel Alarcón y Carlos Yushimito) sin
haber hecho uso de esa práctica que más de un desubicado viene desarrollando
con ahínco: el drenatrolismo literario.
Con La
viajera del viento Alonso Cueto cierra su trilogía novelística sobre los
años de la violencia política, iniciada con La
hora azul y continuada con La
pasajera. Lo que los lectores de Cueto buscan y esperan de él es que les
cuenten una historia y en ese sencillo y noble propósito cumple como ninguno. La viajera del viento quiebra, una vez
más, la pertenencia que cierta crítica y academia de izquierda cree sobre lo
que deben ser esos años en las parcelas de la ficción. Una novela que en los
últimos tramos del año logró atención fue La
fiesta del humo de Luis Hernán Castañeda. Una novela que confirma a su
autor como una de las plumas más atendibles de la narrativa peruana del
presente siglo. Esta novela se presentó a mediados de años y pasó totalmente
desapercibida durante meses, tuvo que venir el autor a pasar las fiestas de fin
de año para que la novela comience a moverse. Esta realidad nos presenta lo
siguiente: puedo entender que haya lectores que no sepan quién es Castañeda, en
especial en estos últimos tiempos de velocidades informativas y olvidos
virtuales, pero sí es imperdonable que el periodismo cultural no haya reparado
en que la novela ya llevaba sus meses en las librerías. Si haces periodismo
cultural y no sabes quién es Castañeda, estás en la calle. Castañeda tiene
mucho más obra que los pintados del último lustro.
Desde su celebrado libro de cuentos Matacabros no leía un libro de Sergio
Galarza que exudara tanto nervio y arrojo. Claro, el primer libro era uno de
ficción, que pasando los naturales deslices formales que atañe a todo primer
libro, dejaba un manifiesto de lo que era capaz Galarza como narrador. Ahora,
en madurez literaria, el autor nos entrega un testimonio por demás desgarrador
sobre su madre que murió a causa del cáncer. Una canción de Bob Dylan en la agenda de mi madre es el libro que
nadie quisiera escribir, pero a Galarza le tocó esta misión y no dudó en dejar
la piel en el asador.
Aunque su autor y casa editorial se
dedicaron a promocionar Asociación
ilícita como novela, la misma no tiene nada de novela, sino de artefacto literario.
Estamos ante la entrega más ambiciosa de Leonardo Aguirre, que ha recibido no
pocos saludos unánimes y una sola crítica negativa (Yrigoyen), pero ese detalle
no es el que llama mi atención, sino que el libro no ha conseguido lo que su
naturaleza demandaba: debate. Estás páginas merecían lecturas airadas y
cuestionadoras, más lecturas como la de Yrigoyen; en el sendero de estas
lecturas AI hubiera logrado la
legitimidad, y una denuncia penal hubiera puesto en una referencialidad de
privilegio a su autor. A este artefacto literario le faltó lectura activa, la
lectura pasiva no le sirve de nada. La reacción era su destino. El autor
cumplió con lo suyo.
Una novela que pasó injustamente
desapercibida: Nada que declarar de
Teresa Ruiz Rosas. Exhorto a los lectores a buscar sus libros y ser partícipes
de un rumor: Ruiz Rosas se ha convertido hoy por hoy en nuestra escritora mayor
por obra. En NQD la autora logra un
acontecimiento, porque pocas veces asistimos a una más que apreciada
confluencia entre calidad narrativa e intención de denuncia. Novela que tendría
que motivar más de una interpretación, partiendo por su mérito: su calidad
literaria. Su tema: la trata de mujeres.
7.1
José Carlos Yrigoyen nos presentó el
segundo libro de su proyecto Trilogía de
la vida. Si en el primer título, Pequeña
novela con cenizas, el autor abordaba la figura de su padre, ahora lo hace
con la del abuelo en Orgullosamente solos,
que supera las imprecisiones verbales y cierto aliento conservador vistos en el
libro precedente, ahora se desata y nos brinda un relato generacional, como
también histórico, partiendo de la incógnita de quién fue en realidad Carlos
Miró Quesada Laos. No estamos ante un libro de ficción, pero sí ante uno que se
alimenta de esta en cuanto a aliento narrativo. Más allá del reparo a los
párrafos dedicados a las gestas electorales de CMQL, no solo asistimos a la
perfección formal, sino también a su esplendor: el compromiso del lector con lo
que relata el autor. Una novela de no ficción consagratoria para su autor.
Tengamos en cuenta que Yrigoyen, con lo hecho en poesía, también se posiciona
como uno de los poetas referentes de la poesía peruana contemporánea, y junto a
Carlos Torres Rotondo entregó una biblia literaria: Poesía en Rock. O sea, no estamos ante un aprendiz en los registros
de la escritura.
8
Entre los ensayos literarios leídos este
año, no he sido ajeno a mi preferencia por la sugerencia y la epifanía. A lo
Vargas Llosa: la decodificación no va conmigo. Lo que busco es prosa, lecturas
y conocimiento de su autor. En este sentido, no nos debe sorprender la potencia
interpretativa de Mario Montalbetti en El
más crudo invierno. Notas a un poema de Blanca Varela. Ha sido un placer
leer este libro que nos revela la capacidad comunicativa de su autor, como
también redescubrir la riqueza verbal de Varela, de cómo con aparentemente nada forjó una experiencia poética que
en esta ocasión se nos expone su mecanismo interno.
Un par de títulos sobre dos de nuestros
mayores narradores, y su compilador común. Mario
Vargas Llosa. 80 años. Entrevistas escogidas y La caza sutil de Julio Ramón Ribeyro. Como lo indica el título del
primer libro, estamos ante una antología de entrevistas que ofreció Vargas
Llosa a periodistas peruanos. Si una sensación deja esta lectura, es que para
ser grande hay que trabajar. La dimensión de trabajo literario y la coherencia
moral y política son, a fin de cuentas, el verdadero legado de Vargas Llosa.
Una publicación que nos devuelve al Vargas Llosa serio que admiramos. Esta
nueva edición de La caza sutil viene
recargada, a la que se le han añadido textos no reunidos en libro. Ambas
publicaciones vienen por cuenta de Jorge Coaguilla, a quien debemos agradecerle
por tamaño chambón, y de quien esperamos su obra mayor, la suma de todos sus
esfuerzos: la biografía de Ribeyro.
Con De
dónde venimos los cholos Marco Avilés confirma por qué se le considera uno
de los mayores cronistas latinoamericanos de la actualidad. En estas crónicas
el autor del también celebrado Día de
visita pone en bandeja sus mayores cualidades narrativas: capacidad de
observación y una prosa “verdadera” acorde con su tópico (igual que en la
ficción, la buena escritura es insuficiente), por ello, el lector siente de
cerca lo que Avilés cuenta de sus viajes por el interior, percibe como real lo
que testimonia de su interacción con los peruanos de las provincias. Conocido
como un escritor silencioso y oculto, aunque esa leyenda ya se dinamitó, Jaime
Bedoya entregó una brutal selección de sus columnas con En aparente estado de ebriedad. Mirada, voz, prosa y humor que
hacen del experimentado periodista y editor uno de los mayores estilistas de la
tradición literaria peruana. Habría que pensar en una rica tradición oculta, a
la que no se le ha prestado mucha atención: la tradición del columnismo. Por
ejemplo: fijémonos en los columnistas peruanos de las décadas del 20, 30 y 40
del siglo pasado. No solo el columnismo debe ser información y análisis,
también estilo. El estilo de Bedoya eleva y perdura sus textos, que
teóricamente estaban destinados al paso fugaz. Prestemos atención a Cuba Stone de Javier Sinay (Argentina),
Joselo (México) y Jeremías Gamboa. Tres crónicas sobre el histórico concierto
de los Rolling Stones en La Habana. Hablamos de un libro a pedido, con evidente fin comercial, pero más allá de esta
intención, el resultado es por demás alentador. El secreto de su éxito: su
escritura descansó en el asombro primerizo. Lo que los autores nos cuentan ya
lo conocíamos de la realidad cubana, entonces, hay que ser muy capo para
mostrar como nuevo, y hacerle creer al lector de ello, lo ya conocido.
Un título que nos ayudará a ser mejores,
autoayuda al revés: La vida sin dueño
de Fernando de Szyszlo. Aquí sabremos de qué está hecho este artista peruano.
De Szyszlo cuenta su vida y lo hace sin importarle la opinión ajena. Quien
piense que la tuvo fácil en su trayectoria,
pues quedará muy decepcionado. Vida, cultura, compromiso y libertad iluminan
esta publicación que deberían leer los no pocos artistas adolescentes (entre
jóvenes y tíos) que pueblan el circuito cultural peruano.
Dos libros hermanados en intención, pero
que comparten un rasgo común en cuanto a la entrevista: Animales literarios de Alonso Rabí y Cruce de palabras de Alfredo Vanini. No vamos a negar que el libro
de Rabí, por momentos, se presenta como un tentador tazón muy caliente de
manzanilla (los insomnes me entenderán). Y pensando en libros de entrevistas,
sería bueno que alguien reedite Peregrinos
de la lengua de Alfredo Barnechea.
9
Uno de las taras que aún seguimos
presenciando en cuanto a la producción del libro, y hablamos de tara porque no
hay otra manera de designarlo, es la falta de un consistente aparato editorial.
Lo vemos en la ausencia de discurso cultural por parte de sus editores. Basta
analizar al vuelo sus intervenciones públicas para constatar la atrocidad: uno
tiene la rara incomodidad de estar viendo/escuchando a meros comerciantes en
lugar de hombres y mujeres de cultura de buena voluntad. Por ello, me gustaría
destacar el trabajo editorial de Pablo Cotrina, Leonardo Dolores, Jerónimo
Pimentel, Paul Forsyth, Felipe Aburto, Johnny Pacheco y Julio Isla. Urge que la
representación editorial, en especial la independiente, sea capitaneada por
lectores que editan y no por sinvuerguenzas y duchos en contactología como
Álvaro Lasso. Urge que tengamos editoriales responsables y que respeten a sus
autores. Y lo digo en referencia a la editorial Mesa Redonda, que viene pasando
piola. ¿Cómo es posible que por años sigan meciendo a autores que ya les han
pagado por publicar sus libros y hasta la fecha nada? Urge decencia y discurso
cultural en el mundo editorial peruano. Urge formar lectores.
9.1
En estos dos últimos años, las dos
editoriales más grandes han marcado una diferencia, sea literaria o comercial.
Ambas, en su momento, han tenido como editor a J. Pimentel. Quienes conocemos a
Pimentel sabemos de sus cualidades, y en lo personal puedo decir que es un gran
lector. Bien en su paso por Planeta y del mismo modo ahora en Random House.
Pero no está nada bien que Pimentel corra solo. En este sentido, la otra casa
editorial grande tiene que mostrar lo que sus filiales en otros países exhiben.
A todos nos conviene que a Planeta le vaya bien. Y una sugerencia: manejen bien
su información de fichajes. La característica de un editor serio debe ser la
discreción y con mayor razón cuando tienes más de un gol en contra. No es
posible que ya sepamos de cuatro nuevos fichajes a publicar en los próximos
meses, fichajes que nos recuerdan a la selección peruana de fútbol de 1989.
9.2
Quienes me conocen saben que tengo una
editorial con la sintonizo en su política editorial: Celacanto de P. Forsyth y
José Miguel Herbozo. Durante el 2016 la editorial se ha mantenido en sus
principios y no hay nada mejor que ser testigo cómo va creciendo y
fortaleciendo una legitimidad que no se compra con dinero. Ojalá más sellos
independientes se sumen a esta locura política: editar bien para compartir
lecturas.
El grupo editorial Estación de la
Cultura, dirigido por L. Dolores, ha marcado una sustancial diferencia este
año. Ya sabemos por dónde va su sello estrella Animal de Invierno, pero lo
realizado por su otro sello editorial, La Siniestra, de Pablo Sandoval y Lucero
Reymundo, es digno de aplauso y reconocimiento. Este sello ha apostado por el
ensayo y el pensamiento, y vaya que ha publicado librazos: La batalla por Puno de José Luis Rénique; Errados y errantes. Modos de comunicación en la cultura peruana de
Guillermo Nugent; Historia mínima del
neoliberalismo de Fernando Escalante Gonzalbo; y Cocaína andina. El proceso de una droga global de Paul Gootenberg.
10
También he seguido con atención la
aparición y consolidación de algunas webs literarias, como El Buen Librero de
Gianfranco Hereña y La conjura de los libros de Gabriel Rimachi. Pero en especial
quisiera destacar Vallejo & Company de los poetas Mario Pera y Bruno
Polack. Una web dedicada a la poesía y su quehacer. Como bien lo dijo el
recordado Calderón Fajardo, “el medio virtual es la mejor vía de difusión” y en
ello no puedo estar más que de acuerdo.
Sobre los medios tradicionales, en
cuanto a sus páginas dedicadas a la cultura, saludemos los espacios de libros
de Somos y El Dominical, dirigidos por Dante Trujillo, aunque ello no quiere
decir que siempre sintonice con sus recomendaciones y las de sus colaboradores.
Lo mismo puedo decir de la columna de JC Yrigoyen en Perú 21. No puedo sino
experimentar espasmo por su mal gusto cada vez que reviso la página sobre
libros de Exitosa. Si la demagogia, el descriptivismo ramplón y el chanchullo
favoril llegan a un inigualable punto de expresión, se lo debemos a Paolo de
Lima. Esperemos también que mejore la página de Pedro Escribano en La
República, que los chispazos (como su recuento) no sean chispazos, sino también
constancia, es decir, regularidad.
10.1
Un párrafo aparte merecen los culturales
espacios digitales de La República y El Comercio. No hay mucho que analizar al
respecto: tienen que portarse con seriedad. No hay que ser crítico literario de
oficio para diferenciar la crítica de la crítica asumida como un voto de
confianza. Si van a practicar el voto de confianza en la crítica literaria,
créanme, muchachos, que lo suyo no es la difusión literaria, sino el servilismo
y la trepaduría. Solo hace falta forjar un carácter y comenzar a leer vorazmente,
al menos esta es la impresión que me dejan sus entrevistas y comentarios de
libros. Felizmente no soy Faverón (la manera como trató a José Miguel Silva por
su recuento del 2015, solo lo hace un miserable), y por esa sola gracia de la
naturaleza, lo dejo aquí. No soy abusivo con jóvenes que aún pueden corregir
deslices. La tarea para Luis Condori y Silva para este 2017: curarse de la asombritis.
Solo así se difundirá literatura con estilo.
10.2
Revistas literarias. No podemos negar
que se hace extrañar una revista como Buensalvaje.
Necesitamos más espacios para la discusión y difusión de libros. En este
sentido, y más allá de revistas que sobreviven gracias a su prestigio, y lo más
penoso, desconectadas de los lectores, como Hueso
Húmero y Artes y Letras, hay que
destacar lo que ha logrado el editor, crítico y dramaturgo Julio Isla con Lucerna. Si algo puedo decir de esta
publicación autogestionada, es que tiene personalidad. Solo con personalidad se
construye prestigio. La muestra de esta personalidad, por ejemplo, la vemos en
el texto del editorial del noveno número. En Lucerna asistimos a la agraciada confluencia del rigor discursivo
con la intención difusora.
11
Allen Ginsberg: “Vi las mejores mentes
de mi generación destruidas por la locura, hambrientas histéricas desnudas…”
Parafraseando los versos de AG: “Veo a
los más talentosos escritores de mi generación carcomidos por la aceptación de
en las redes sociales…”
Eso es todo.
Hasta el 2018.
…
Publicado en Lee por gusto
3 Comentarios:
El mejor recuento, Gabriel. Felicitaciones!!!
FILBO 2014.
Hey, guapo. Me gustó tu recuento. Polémico como siempre.
Besotes
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