talleres del entusiasmo
Cada cierto tiempo varios aspirantes a
escritores me piden que les recomiende talleres literarios. En este sentido, la
franqueza se impone. Jamás iría contra la naturaleza de la escritura: una
actividad marcada por la urgencia y la constancia, que solo en la confluencia
de estas podemos hallar su estado de gracia: el trance de su ejercicio.
Por ello, sugiero a los aspirantes a
inscribirse en talleres impartidos por escritores no solo con reconocida
capacidad para transmitir conocimiento, sino que los mismos también sean dueños
de una legitimidad literaria. Me vienen a la memoria los talleres de escritura
de ficción y no ficción de Marco García Falcón, Juan Manuel Robles y Jeremías
Gamboa.
Sin embargo, desde hace un tiempo el
concepto de taller ha adquirido una dimensión plástica que aturde, dimensión
que en toda la amplitud de su confusión arroja un mensaje atroz: cualquiera
puede impartir un taller. No es la primera vez que nos topamos con estos
talleres en los que se persigue el lucro haciendo uso del discurso entusiasta,
pero los de ahora se presentan en la plenitud de su frivolidad: cualquiera
puede ser escritor, solo hace falta ganas y repetir como papagayo, y con el pulgar
a lo Terminator, que escribir es posible si es que te lo propones.
En el imprescindible Mientras escribo de Stephen King, el
maestro hace hincapié en que no se necesita de un talento excluyente para
escribir, que a diferencia de artes como la música y la pintura, el aspirante
no necesita ser un escogido por los dioses, sino que debe adecuarse a una
disciplina excluyente, por demás aterradora, cuya sola práctica sirve de filtro
para separar del saque a los entusiastas de la escritura. Y no solo esto: este
filtro no le asegura al sobreviviente un lugar en el parnaso literario. Se
entiende que la escritura se conduce por senderos empedrados y lodosos. Sumemos
también el no menos imprescindible Leer y
escribir del genial V.S. Naipaul, que considera a la lectura como una
inseparable acompañante del escritor en formación. Entonces, se deduce de este
cruce la esencia que todo taller debe exhibir: los talleres de escritura
enseñan a leer y definen la mirada del potencial escritor.
No conozco personalmente a Leslie
Guevara, ni a César Bedón, aunque con este último mantuve hace años una breve
conversa telefónica a razón de un artículo para Velaverde, como para que se piense que el presente post es un
ataque personal. Pues no. El presente post es un claro y abierto señalamiento a
la política tallerista de su proyecto Machucabotones.
A las pruebas me remito: me basta ver
cómo promocionan sus talleres (1, 2, 3, 4, 5 y 6) para saber que lo suyo no es
la perfección de la escritura mediante la exigencia y el rigor generoso, sino
bajo el fraude del entusiasmo. Este discurso los perjudica, los hace ver ante
los entendidos en talleres y los lectores como implícitas secuelas metafóricas
de las universidades que se fundaron bajo el amparo del fujimorismo. Aún están
a tiempo. ¿A tiempo para qué? Fácil: para no ser considerados como esforzados
vendedores de sebo de culebra.
6 Comentarios:
Qué buen post Gabriel. Cierto lo que dices de los talleres. Hay gente que quiere aprender y otros se inscriben para hacer lobby
He ido a algunos talleres (pucp, mali, udelima) por lo que puedo decir que no hay mejor maestro que un buen clásico entre las manos. Si se quiere aprender a escribir, pues hay que leer mucho, no existe truco; leer y escribir en base a la influencia recibida de esos libros.
Leo todos tus post Gabriel, todos están buenos como tú.
Ya era hora que alguien lo diga. Esto es una estafa ¿Qué vendrá ahora? ¿Machucabotones editorial?
Sí, en efecto, cualquiera puede dictar un taller; la mejor forma de actuar sería recomendarles personas calificadas a los interesados, pero tampoco eso le garantiza resultados a un asistente si éste no reúne las condiciones innatas que requiere el oficio.
Tios, hazte una lista de libros que funcionarían como verdaderos talleres. Por ejemplo, tengo aquí al lado una compilación que sacó Caja Negra sobre el Oulipo.
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