murdoch
Desperté temprano y busqué las novelas
de Iris Murdoch. Alguna vez lo dije en una reseña en la desaparecida revista Buensalvaje, más o menos así: Murdoch es
una de las mayores plumas del siglo XX.
Con ella no me pasó lo que sí con otros
autores que me gustaron, que luego de leerlos sentía el temor de la posible
decepción ante la lectura de otro título. Simplemente, con ella nació en mí una
adicción, repotenciaba ante la poca disponibilidad de sus libros en librerías
limeñas.
Con mi ejemplar de El mar, el mar, ahora con tintes y huellas sepias, y muy cerca el
de Henry y Cato, piqué segmentos por
azar, ejercicio de ocio que me duró hora y media, acabado con el bocinazo del
panadero. ¿A qué se debe esta vuelta? Fácil: días atrás pude ver Iris (2002), por fin. No es que la
llevara buscando por años, en realidad siempre estuvo al alcance, solo que las
distracciones me llevaron por otros intereses, quizá el descubrimiento de
nuevos directores. Sea como fuere, la visión de este trabajo de Richard Eyre,
en el que Kate Winslet y Judi Dench interpretan a la escritora irlandesa,
cumple en la medida de ofrecernos el apretado perfil de una mujer que vivió
como quiso y que en el tramo final de sus días sufrió de Alzheimer, enfermedad
que le impidió seguir haciendo lo que validaba su vida: escribir.
Se nos muestra a una creadora que
racionalizaba festivamente la “experiencia”, pero que al momento de plasmarla
en literatura, abría las compuertas del impresionismo, seguramente adrede, a la
caza del conflicto que deparaba una carga extra a la prosa, aderezándola con
esa extraña sensualidad vista hasta en la descripción de la situación obediente
del mero trámite narrativo.
Por estos pagos, Murdoch merece tener
más lectores. Ojalá sea así.
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