domingo, mayo 12, 2019

prisión


Me levanto cerca de mediodía y me sirvo una taza de café. No hay nadie en casa, el motivo: las celebraciones del Día de la Madre. Hago algunas llamadas para decir que me uniré en un par de horas.
Antes de alistarme, reviso los diarios y algunas webs de noticias.
No hay mucho que decir de lo mal parada que está la exalcaldesa de Lima Susana Villarán.
Hasta hace no mucho estaba convencido de la incompetencia de su gestión edil, la peor en la historia de la ciudad de Lima, sin embargo, sí creía en su honestidad y que el problema legal en el que se hallaba obedecía más a la torpeza que a la intención de buscar un enriquecimiento.
Esa era la última carta moral de Villarán, la única que podía “resguardarla” en los cantados días de encierro que le vendrán. Pero tras las últimas noticias, no solo la decepción de la población se legitima (ni hablar de especímenes moralistas como Augusto Rey y Marisa Glave, que fueron regidores ediles durante la gestión de Villarán), sino también el pedido inmediato de verla en el lugar en que debió estar mucho antes de los hoy apresados y acusados por corrupción.
La campaña del No fue millonaria, pero hubo mucha gente que no se dejó llevar por el derroche, menos por las figuras públicas que la apoyaron. Esta gente aborrecía lo que el Sí representaba, ¿se acuerdan de Marco Tulio Gutiérrez? 
Espero que se aprenda algo de todo esto. Hay pues que analizar a profundidad a los autoproclamados adalides de la moral. La experiencia nos enseña que esos son los peores.


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