prisión
Me levanto cerca de mediodía y me sirvo
una taza de café. No hay nadie en casa, el motivo: las celebraciones del Día de
la Madre. Hago algunas llamadas para decir que me uniré en un par de horas.
Antes de alistarme, reviso los diarios y
algunas webs de noticias.
No hay mucho que decir de lo mal parada
que está la exalcaldesa de Lima Susana Villarán.
Hasta hace no mucho estaba convencido de
la incompetencia de su gestión edil, la peor en la historia de la ciudad de
Lima, sin embargo, sí creía en su honestidad y que el problema legal en el que
se hallaba obedecía más a la torpeza que a la intención de buscar un
enriquecimiento.
Esa era la última carta moral de
Villarán, la única que podía “resguardarla” en los cantados días de encierro
que le vendrán. Pero tras las últimas noticias, no solo la decepción de la
población se legitima (ni hablar de especímenes moralistas como Augusto Rey y
Marisa Glave, que fueron regidores ediles durante la gestión de Villarán), sino
también el pedido inmediato de verla en el lugar en que debió estar mucho antes
de los hoy apresados y acusados por corrupción.
La campaña del No fue millonaria, pero
hubo mucha gente que no se dejó llevar por el derroche, menos por las figuras
públicas que la apoyaron. Esta gente aborrecía lo que el Sí representaba, ¿se
acuerdan de Marco Tulio Gutiérrez?
Espero que se aprenda algo de todo esto.
Hay pues que analizar a profundidad a los autoproclamados adalides de la moral.
La experiencia nos enseña que esos son los peores.
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