viernes, marzo 23, 2018

de antes


En estos días cualquiera se arroga el derecho de criticar la situación del país, así es, “cualquiera”, si no veamos a nuestros congresistas, como Huilca, a la que observo en estos momentos mientras doy cuenta de una taza de café y de un pan con jamón y queso, repitiendo las mismas cojudeces que su lideresa Verónika Mendoza: nueva constitución, otro modelo económico y convocatoria a elecciones.
Como si el problema del país fueran la constitución y el sistema económico. El solo hecho de decirlo no es más que reflejo de desconexión de la realidad y sujeción a las agendas ideológicas de partido. Para esta gente, poco o nada importa lo que preocupa a los peruanos, no les interesa buscar la solución a la desaceleración de la economía, que es el tema central que tendría que estar en debate.
A diferencia de las bancadas y representantes de izquierda de antes, la de ahora, aparte de demagógica, exhibe también incapacidad moral. Lo que veo en Arana, Glave, Huilca y el mounstro Apaza, no lo veía en J. Diez Canseco; lo que percibo de Mendoza y Goyo, nunca de Barrantes. La izquierda de entonces, con bemoles y otras salsas, era mucho más responsable, culta, inteligente y coherente que la de hoy, a la que poco le falta para pontificar, alucinada en una legitimidad popular inexistente. 
La labor histórica de la izquierda siempre ha sido la fiscalización. En esa postura ha sido eficiente, recibiendo por tal labor el reconocimiento de la ciudadanía. Así como hay mamíferos de montaña en la derecha, los hay también en la acera zurda, preocupada en sus nuevas adicciones: a esta le gusta el poder y, cómo no, también el dinero.

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