sábado, agosto 11, 2018

violación


Las condenas sociales no forman parte de la conducta de los preclaros nombres del circuito literario local, cosa que no extraña, porque no pocos tienen hipotecada la opinión. Así, cualquiera huevonazo se convierte en el faro de la moral en este bosque de intereses cruzados.
Días atrás se publicó en el portal Ojo Público un reportaje de Gabriela Wiener y Diego Salazar, conocidos periodistas del medio que trabajaron sobre una información que recogieron meses atrás, esta concernía al poeta Reynaldo Naranjo, acusado de haber violado hace cuarenta años a su hija y su hijastra en París.
Poeta menor y ducho en el relacionismo, Naranjo no tendrá que responder ante la justicia (creo que poco nada se podrá hacer contra un anciano de 82 años), sino vivir escondido. El reportaje, bajo todo punto de vista, es objetivo y letal. No se hizo con el fin de formalizar una denuncia, por el contrario, fue una catarsis para las víctimas, a las que los lameculos de este poetastro vienen poniendo en duda, la muestra más risible: ¿por qué no lo denunciaron ante la justicia? O la excusa perfecta, con tufillo a complicidad: “yo no sabía nada”.
Roxana Naranjo y Nadia Paredes son mujeres íntegras, brindaron su testimonio sabiendo que ni siquiera tendrían garantía de paz interior al dar a conocer esta historia de terror, cerraron un círculo: exponer el dolor, desechar la vergüenza y dar un ejemplo que solo el tiempo y muchas mujeres identificadas con el caso van a agradecer. 
Naranjo ha  amenazado con denunciar a los periodistas y R. Naranjo. ¿Conchudez?, preguntó alguien. Miserable, piensan todos.

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