a. kristof
La tengo en el radar pero nunca me animé
a leer a la escritora húngara Agota Kristof. Son varias las razones, pero una
se impone como la principal: creía (y mal) que la conocería en algún momento,
siendo ese aplazamiento un burdo pretexto. De sus títulos, a la mano un par: Claus y Lucas y Ayer, en El Aleph.
Sin embargo, ninguno de ellos me
significó el primer acercamiento, sino uno que a primera impresión puede
parecer por demás extraño, hasta superfluo. Claro, dicho esto por la brevedad
que anuncia a La analfabeta (2004 / Alpha
Decay, 2015) como un “relato autobiográfico”.
Como tenía que hacer algunas gestiones
en la mañana de ayer y para sentirme liviano de la gripe que creía superada, decidí
llevarlo conmigo. De paso, lo último de Richard Ford si en caso me demoraba
más de la cuenta (al final de la jornada fue por las puras).
Efectivamente, Kristof pasa revista a
los avatares de su vida en once capítulos, que como tales no caen en la menudencia
del dato (información inútil), menos en las trampas del desborde emocional que
contamina a la prosa, que algunos confundidos asumen como el “barroquismo de la
experiencia”. Lo primero que se destaca es la poesía silente que apreciamos en
un registro narrativo diáfano, pero que como tal encierra un conflicto que
percibimos en lo no dicho.
La autora testimonia su voracidad por
los libros de todo tipo y su capacidad para la fabulación que comenzó a
germinar desde una temprana edad. Sin embargo, tras la muerte de Stalin, su
situación cambia en su país. Junto a su hija pequeña huye a Austria, en donde trabajará
en una fábrica y desarrollaría su trayectoria como dramaturga, novelista y
poeta.
Como ya sugerimos, asistimos a un
conflicto en la escritura. Precisamente los parsimoniosos silencios violentos
obedecen al tránsito del húngaro al francés, que será su lengua literaria
oficial, en la encapsulará las tres vetas de escritura de preferencia. En su
aparente “pequeñez” hay tanto de tensión, historia y sensibilidad, que
consiguen un efecto que no depende de la árida belleza verbal, sino de la
administración de las fisuras emocionales.
Kristof fue una mujer que en vida no la
pasó nada bien y a pesar de ello este título es ajeno a la cólera entendible/justificable,
reflejando una actitud ante la vida, o llámalo, si gustas, esperanza. Por
ejemplo, veamos lo que dice del acto de escribir: “uno se hace escritor
escribiendo con paciencia y obstinación, sin perder nunca la fe en lo que se
escribe”.
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