miércoles, septiembre 19, 2018

artista / política


Luego de una mañana acabando un ensayo sobre un querido autor mexicano, me alisté para los partidos de la Champions. Mi atención, como la de muchos, estaba en el encuentro entre el Real Madrid y la Roma. No me considero seguidor de los blancos, pero no creo ser el único que tenga curiosidad por saber cómo jugará este equipo sin la hoy estrella de la Juventus.
Tres golazos.
Luego, el forzoso aterrizaje en la realidad. Ver de qué va la política nacional, tratar de dar con la médula del concierto reguetonero en que se ha convertido el contexto político. Sin duda, más de un congresista está nervioso ante la no reelección parlamentaria o, peor, la posibilidad razonable de que se cierre el Congreso, que bajo ningún motivo debemos comparar con lo sucedido en 1992.
Si en caso suceda lo segundo, los planes de vida de los congresistas quedarían truncos, todos han presupuestado sus gastos en función a su labor congresal, además, de aprobarse la no reelección, esto daría pie a la aparición de pulpines improvisados y cosas peores.
Por eso, estos ociosos vienen mostrando impensadas virtudes laborales. El país ya los vio, pero también ya decidió. Sin embargo, qué clase de gente será la que postule a un cargo público. Me adelanto al futuro e imagino a las pequeñas bestias del izquierdismo local, haciendo loas por los Humala y cerrando el hocico ante la masacre de Maduro en Venezuela, senderistas de cantina en pleno hueleguisismo.
Ahora, las cosas se calmaron cerca de las siete de la noche, luego de recibir una llamada provechosa, cuando revisando una edición de Caretas de 1995, doy con una noticia que me sacó de la información que buscaba. En el semanario se daba cuenta de los ataques que recibió Alfredo Bryce cuando este rechazó la condecoración la Orden del Sol que pretendió otorgarle el gobierno de Fujimori. Bryce se hallaba en el balneario chiclayano de Pimentel, rodeado de amigos, y no se prestó a la jugarreta del dictador. Razones atendibles, pero una excluyente: la nefasta ley de amnistía militar, con la que se benefició al Grupo Colina.
Bryce le escribe una carta abierta al Presidente, un cachito: “Señor Presidente, yo soy feliz en Pimentel y usted ha envejecido en palacio”… “Ayer me infligí la tortura personal de verlo en televisión en vez de mirar al mar. Cámbiese de gorra, señor Presidente, o cambie de asesor de imagen. Su visera no puede contra lo visceral. Lo visceral es mi rechazo contra su autoritarismo y prepotencia”.
En lo personal, esa es la imagen de Bryce que prefiero, y claro, la del autor de extraordinarias novelas. La nota venía a cuenta de la salida de su entonces último título, en lo personal el mejor de todos: No me esperen en abril.
Pero hay más, esto dice de los artistas que ingresan a la política: “Cuando un artista, sea este escritor o lo que fuere, se acerca al poder, es para ser bufón. El hombre de poder siempre va a querer que el artista lo divierta”. 
Claro, esta sentencia puede estar sujeta a cuestionamiento. No es una regla, porque hay creadores de buena voluntad y con vocación de servicio, que desempeñan su labor lejos de la aceptación de las redes, comprometidos con la educación de los menos favorecidos, por ejemplo. Eso es hacer Política de verdad.

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