lunes, septiembre 17, 2018

murdoch


Desperté temprano y busqué las novelas de Iris Murdoch. Alguna vez lo dije en una reseña en la desaparecida revista Buensalvaje, más o menos así: Murdoch es una de las mayores plumas del siglo XX.
Con ella no me pasó lo que sí con otros autores que me gustaron, que luego de leerlos sentía el temor de la posible decepción ante la lectura de otro título. Simplemente, con ella nació en mí una adicción, repotenciaba ante la poca disponibilidad de sus libros en librerías limeñas.
Con mi ejemplar de El mar, el mar, ahora con tintes y huellas sepias, y muy cerca el de Henry y Cato, piqué segmentos por azar, ejercicio de ocio que me duró hora y media, acabado con el bocinazo del panadero. ¿A qué se debe esta vuelta? Fácil: días atrás pude ver Iris (2002), por fin. No es que la llevara buscando por años, en realidad siempre estuvo al alcance, solo que las distracciones me llevaron por otros intereses, quizá el descubrimiento de nuevos directores. Sea como fuere, la visión de este trabajo de Richard Eyre, en el que Kate Winslet y Judi Dench interpretan a la escritora irlandesa, cumple en la medida de ofrecernos el apretado perfil de una mujer que vivió como quiso y que en el tramo final de sus días sufrió de Alzheimer, enfermedad que le impidió seguir haciendo lo que validaba su vida: escribir.
Se nos muestra a una creadora que racionalizaba festivamente la “experiencia”, pero que al momento de plasmarla en literatura, abría las compuertas del impresionismo, seguramente adrede, a la caza del conflicto que deparaba una carga extra a la prosa, aderezándola con esa extraña sensualidad vista hasta en la descripción de la situación obediente del mero trámite narrativo. 
Por estos pagos, Murdoch merece tener más lectores. Ojalá sea así.

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