remolino
De los directores que sigo con atención,
el canadiense Denis Villeneuve es uno de los que encabeza la lista. Hace poco
volví a su segundo largometraje, Maelström de 1999, del que
podemos desprender algunos lazos que veremos en el futuro, como en la injustamente
subvalorada Enemy, de 2013 y basada en la novela El hombre duplicado
José Saramago.
Si tuviéramos que señalar reparos a Maelström, estos no pasarían
de la dimensión caprichosa. La película es protagonizada por una joven
Marie-Josée Croze (la vimos en el rol de seductora asesina a sueldo en Munich
de Spielberg), que interpreta a Bibiane Champagne, supuesta empresaria de un
negocio que no es más que la fachada de una red de narcotráfico conducido por
su familia. Pero es también alcohólica y según los datos brindados, como que su
suerte en el amor es no menos que nefasta (la historia empieza con ella
abortando). Cierta noche arrolla a un hombre que labora en una pescadería y no
lo auxilia. Este acontecimiento acelera el descuido del “negocio”, del que es
despedida por su hermano. Bibiane asume esta situación como unas forzadas
vacaciones, en las que intentará encausar su vida. Sin embargo, conoce a Evain,
el hijo del hombre atropellado, iniciando con él un romance.
Hasta aquí, una descripción lineal del argumento, que en realidad es lo
de menos, porque lo que brilla es la disposición de Villeneuve de los recursos
oníricos y surreales. Prestemos atención a la voz en off, la que “ordena” la
narración, un pescado que es troceado una y otra vez por un adiposo ejecutor,
del mismo modo pensemos en la aparición del gordo solitario que en distintos
momentos resulta clave en las decisiones de Bibiane y Evain. Y claro, el conocido
remolino noruego, del que se sirve el director para titular su película, suerte
de representación de lo que es la vida, un vaivén de posibilidades a elegir.
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