domingo, abril 21, 2019

no se perdona


El suicidio de Alan García no fue el único suceso en estos días, también fuimos espectadores del ahorcamiento político de Alfredo Barnechea en el velorio de García en la Casa del Pueblo. Las cualidades oratorias e intelectuales de Barnechea no están en duda, pero tras su gracia ahora tenemos sospechas sobre su tremenda ingenuidad, porque eso es lo que prefiero creer y no en una posible dimensión idiota que podría disfigurar su cantada derrota electoral si vuelve a tentar la presidencia, así use, con ahínco durante toda la campaña, un polo de la histórica chicharronería El Chinito.
Si al aprovechamiento del momento sumamos la flacidez de la moral del discurso (¿mafia judicial en contubernio?), como que el ex candidato y representante de Acción Popular ya terminó por firmar su nulidad como político. Sorprende, un hombre que ha escrito sobre esta tierra de bellas montañas (recomiendo su Perú, país de metal y de melancolía) no puede desconocer el ADN emocional de la peruana y el peruano, menos intentar driblear esta marca de agua que nos define más allá de la potencial formación recibida. Bien mirado el asunto, lo de Barnechea refuerza la noción que tiene la población de la evidente desconexión de los políticos y los intelectuales con la realidad local de la que hablan hasta el cansancio. 
Ya lo he escrito aquí cuando he abordado los Sitcoms de nuestro pueblito literario. La idea expuesta tranquilamente puede aplicarse a la pulpa del presente post: los peruanos tenemos un extraño poder, un ángel que irrumpe en el estado límbico, un weed en nuestros momentos cruciales de indecisión: no solo somos duchos para detectar la atorrantada, sino que la condenamos. La figura del atorrante es lo que jamás aceptará el peruano. Puedes haber leído más que la mayoría, te puedes codear con los mandamases de la política, el empresariado y la intelectualidad, ser la favorecida víctima de tus privilegios, no haber estudiado y bracear en dinero, incluso puedes arrodillarte obligado por el mea culpa, pero no, la atorrantada no se perdona por estos pagos. ¿Hablar de otros para terminar hablando de uno mismo? Urge un duchazo de calle.



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