miércoles, junio 26, 2019

poeta indignado


Hace un rato estuve ordenando mi cronograma de actividades de las próximas Fil y Antifil, que no son muchas, lo cual me alivia. En verdad, no hay nada más burocrático y agotador que estar agendando actividades  literarias, pero no me quejo de las de este año (participaré en un homenaje y en un conversatorio (podrá ser polémico), y presentaré una novela que la rompió y el que podría ser el cuentario del año). Pues bien, me encontraba en esas profundas cavilaciones, en un pequeño, escondido y acogedor café de la Residencial San Felipe, el cual pretendo convertir en mi segunda oficina, cuando recibí la llamada de un joven poeta. Este ser no demoró en contarme su drama, que resumo así: se dio cuenta de que había sido estafado por un impresor que le prometió publicar su poemario, el cual escribió febrilmente durante mes y medio. No sé cómo tuvo acceso a mi número de celular, pero no importa, él acababa de timbrar y yo cometí la torpeza de responder un número que no tenía registrado. Me dio detalles de la “editorial” y le dije que podía ayudarlo siempre y cuando hablara de su situación, pero este ser me dijo más o menos esto: “no puedo, no quiero que me vean como autor estafado. ¡Yo valgo por mi obra!”.
En vez de mandarlo a la mierda, le di ánimos, los suficientes para que no dejara de trajinar en el inacabable universo gaseoso de la indignación. 
Seguí en lo mío, pero tampoco me siento ajeno al malestar de aquella joven promesa poética. Como él, hay muchos en esta comarca, rubricados por la cólera silenciosa, ese grito contenido por albergar una rata en el culo. Fácil: si no das la cara, no sirve de nada.




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