Juan Gabriel Vásquez fue uno de los invitados de la última edición de la Feria Internacional del Libro. En librerías limeñas, pueden encontrar la premiada El ruido de las cosas al caer e Historia secreta de Costaguana.
Como gran lector, JGV no fue ajeno al tour literario, e imagino que tampoco al gastronómico. Es así que recorrió calles y avenidas de Lima la gris. La experiencia la consigna en su última entrega en El Espectador, en donde en especial rinde homenaje a la entrañable novela Un mundo para Julius de Alfredo Bryce.
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Yo lo había leído en las nove-las y en los cuentos y aun en los poemas, y no tenía por lo tanto demasiado derecho a sorprenderme.
Pero me sorprendí de todas formas, porque a nadie lo preparan para la manera  en que es gris el gris cielo de Lima en invierno: nadie piensa antes de llegar  que sea posible la densidad perfecta de esa sola nube eterna que cubre Lima como  un manto caído, como una campana que alguien le hubiera puesto a la ciudad para  que sus gentes no se escapen. Y bajo ese gris homogéneo, ese gris que no se  rompe en ninguna parte y se confunde con el mar y convierte a Lima en un puerto  sin horizonte, estuve caminando por calles que conocía sin haber estado nunca en  ellas: caminando por el Miraflores de La ciudad y los perros y parándome en la  esquina donde Alberto juega fulbito, caminando por el Barranco de los cuentos de  Ribeyro y viendo desde los miradores la playa donde uno de sus personajes acaba  por ahogarse, y caminando, en fin, por la avenida Salaverry, en uno de cuyos  palacios nació un niño que se llamaba Julius y que sigue viviendo en una de las  más hermosas novelas de América Latina, una novela ya cuarentona pero que habría  podido, como me dijo una lectora, escribirse ayer mismo.
El año pasado, más o menos al mismo tiempo que Alfredo Bryce Echenique  cumplía 71 años, Un mundo para Julius cumplía los 40 y en el Perú se publicaban  dos libros para celebrarlo: el primero era precisamente Un mundo para Julius, en  una edición nueva que trae tres prólogos y el anuncio de haber sido corregida  por Bryce (el fetichismo o la quimera de la “edición definitiva”); el segundo,  uno de esos volúmenes de homenaje por los cuales yo sigo sintiendo una debilidad  curiosa, o quizás es una debilidad de lector curioso. Se llama Una vida de  novela e incluye varios de esos documentos que son como una ventana a lugares  inaccesibles, esos documentos por los que entra con toda su fuerza la vida  cotidiana y que a nosotros, los cazadores de papeles perdidos, nos hacen  ridícula y momentáneamente felices.
Puedo mencionar, por ejemplo, la carta en que Vargas Llosa le habla a Bryce  de un periódico venezolano que ha publicado un ataque con este título: “Vargas  Llosa y la trata de blancas en París”. Puedo mencionar la lista que hace Bryce  de sus novelas favoritas, entre las cuales no es raro encontrar Don Quijote o  Gargantúa y Pantagruel, pero sí encontrar Bajo el volcán y Viaje al fondo de la  noche. Puedo mencionar las palabras de Bryce en una breve entrevista con Raúl  Tola, dos o tres declaraciones que pagan por sí solas el precio de admisión, y  en particular una de ellas: la confesión de que Un mundo para Julius, ese  prodigio de comprensión y de ternura y de elegancia literaria, es, de todas las  novelas de Bryce, la que él menos quiere. Un mundo para Julius “desencadenó lo  peor de la depresión”, dice Bryce. Por esas épocas había muerto su padre y se  había separado de su esposa, pero el peor momento llegó con la publicación de la  novela por la que hoy, cuatro décadas después, lo siguen leyendo y queriendo en  medio mundo. Fue un dolor tan intenso que Bryce estuvo a punto de dejar de  escribir. Y uno piensa en Martín Romaña y en Octavia de Cádiz y en Reo de  nocturnidad y en los cuentos de Magdalena peruana y dice: bueno, menos mal.  Menos mal que no fue así.

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