Hace muchos años, en un café de La Plaza
San Martín, Miguel Gutiérrez me dijo lo siguiente: “Cuando un escritor es
bueno, tarde o temprano se le reconoce”.
Estas palabras se hacen presente y se
justifican en su fin ahora que somos testigos del legítimo reconocimiento
literario del escritor Augusto Higa Oshiro.
Sin duda, el ascenso a esta consagración
vino de la mano de una de las mejores novelas que se hayan podido escribir en
la historia de la narrativa peruana: La
iluminación de Katzuo Nakamatzu (2008), deliciosa novela corta, solo
superada por La casa de cartón de
Martín Adán.
Antes de la publicación de dicha novela,
sabíamos de Higa lo que teníamos que saber, en especial sobre su paso por el
grupo Narración, grupo del que se hace necesario estudiar en mayor profundidad,
o en todo caso rescatar los trabajos que se han escrito sobre él, puesto que no
pocos narradores que marcan la pauta en el devenir de la narrativa peruana
contemporánea, pertenecieron a ese grupo signado por un fuerte discurso
ideológico de izquierda, discurso ideológico que aún sigue motivando las
poéticas de sus ex integrantes, pero ya no como objetivo total, sino como un
acicate introspectivo que ha sabido mantenerse en un latente lugar, dejando el
brillo a la calidad literaria.
Por alguna razón, los libros de Higa
resultaban inhallables para un buen número de interesados en su obra. Por ello,
haríamos bien en aplaudir y reconocer el excelente trabajo realizado por
Antonio Moretti, Miguel Ruiz Effio y Juan Carlos Bondy, los directores de la
nueva editorial Campo Letrado, que nos entregan la pulcrísima edición de Todos los cuentos, en donde asistimos a
la peculiaridad y definición temática por la que ha transitado Higa en el terreno
de las distancias cortas en títulos como Que
te coma el tigre, La casa de
Albaceleste y Okinawa existe, más
un par de cuentos que hasta la fecha no eran parte de un libro (“El sueño” y
“Sonatina a la hora celeste”).
En estos relatos ingresamos a los vasos
comunicantes que alimentan su poética, a esa tensión en el lenguaje que lo
lleva fungir de espejo reformado de la realidad urbana, nutrida por una
oralidad ajena a la estridencia del efectismo. Percibimos pues una tensión en
la narrativa de Higa, tensión que no solo perfila su escritura, también su
contenido temático, en una suerte de disturbio tácito con la identidad, lo cual
nos ofrece un gran fresco de uno de los recurrentes tópicos de Higa, o quizá el
más preponderante, precisamente la identidad.
Lo que ha hecho Campo Letrado es llenar
un vacío. Sus directores tuvieron el buen ojo literario, acrisolando la
narrativa breve de Higa en pos de los lectores que querían saber más del autor,
lectores que seguramente aún no salen de la resonancia de La iluminación… Pues bien, casi en paralelo a la publicación de todos
sus cuentos, la editorial Animal de Invierno publicó la novela Gaijín. Pero antes de hablar de ella, habría
que destacar el trabajo que vienen realizando Leonardo Dolores, Luis Zúñiga,
Lucero Reymundo y Diego Bardález, los responsables de este sello que a la fecha
ha conformado un catálogo por demás imprescindible.
No hay que pasar por alto la aparición
de sellos como Animal de Invierno y Campo Letrado, que al igual que algunos
sellos más, están integrados por lectores que editan, situación que brinda nuevos
aires al panorama del mundo editorial peruano, que lamentablemente se ha visto
infestado de meros impresores y ases de la calculadora que a duras penas han
leído treinta libros en sus vidas.
Para escribir el presente texto, leí
cinco veces Gaijín. En cada una de
las lecturas reforzaba mi impresión de la primera lectura: estar leyendo el
libro más flojo de Higa.
Menos mal que se trataba de una supuesta
“novela” corta. Y, felizmente, me alivia saber que un pésimo libro como este no
altera en nada la trayectoria del autor.
Entonces me pregunto: ¿por qué se
celebra tanto un borrador en limpio como este, que es todo un ejercicio lírico
exprimiendo el diccionario? Sin duda, su publicación se justifica en la obra
del autor, no en la fuerza y calidad literaria del presente texto.
Como siempre, la respuesta la
encontramos fuera del texto: en el aliento que recorre el circuito literario
que premia y ningunea según su conveniencia. No me sorprendería que Gaijín aparezca como una de las mejores
novelas, o quizá la mejor, en los recuentos de fin de año.
Ocurre que en términos de política
literaria, Higa no es un autor incómodo, conflictivo (y no tiene por qué serlo),
como bien podrían ser Reynoso, Gutiérrez, Alarcón, Ampuero y Cueto, que siempre
tendrán tantos hinchas como detractores. Higa es pues un autor inofensivo, nada
polémico, a quien el mundillo literario limeño trata como si fuera el Señor
Miyagi.
Para el verdadero lector, aquel que lee
libros y no personas, un contexto como este no debe pasar por alto, con mayor
razón cuando estamos en un año saludable para la narrativa peruana, año que nos
permite respirar y ver con justificada expectativa lo que se publicará en el
2015. Existe, sin duda, un temor en el circuito literario local, temor que le
impide reconocer a otros autores que han publicado novelas y cuentarios que
sustentan este buen año narrativo. Todo apunta a una consigna: elevar Gaijín de Higa, un autor mayor, sobre
los libros de autores relativamente jóvenes como Francisco Ángeles (Austin, Texas 1979), Marco García Falcón
(Un olvidado asombro) y Christ
Gutiérrez-Rodríguez (el cuentario Las
siete bestias) y algunos más.
Viene jugando la mezquindad. Impera el
saludo estratégico. Golea el sentimiento menor. Cunde la mentira valorativa. Pero
bien sabemos que la literatura está por encima de estas cosas.
…
Publicado en LPG
Encontraré "La iluminación de Katzuo Nakamatzu" en Selecta?
ResponderBorrarAgradeceré tu ayuda.
lo venden en la libreria de la editorial san marcos, esa que está en la av. Wilson. búscala por internet. un librito de oro, sin duda.
ResponderBorraradriano