A los temas
presentes en tu obra, hay uno que ejerce una fuerza excluyente, o digamos que
permite canalizarlos. Me refiero al tema de la familia. Pienso en tu novela
corta Monasterio, que se relaciona con
tus también novelas El boxeador polaco,
La pirueta y Signor Hoffman. Como sabes, el tema de la familia exhibe
una rica tradición narrativa. En este sentido, ¿a qué se debió a que lo
abordarás desde el registro autobiográfico?
La respuesta
más inmediata, y la más sincera, es que no lo sé. Nunca fue una decisión
pensada o consciente. Simplemente empecé a escribir así, desde mi primera
novela corta, Saturno, que es un
texto sobre escritores suicidas y la relación de cada uno con su padre, escrito
en segunda persona. Es una carta a un padre, que se parece mucho al mío, de
parte de un hijo, que se parece mucho a mí, aunque sin nombrarlos. Es a partir
de El boxeador polaco que mi narrador
adquiere ya mi nombre —aunque no mi personalidad ni mi temperamento—, y empieza
a hurgar en el pasado de su familia, que también es la mía. Y ahí sigo,
buscando entender o encontrar algo de mí mismo, a través de ellos. A través de
las historias de mis abuelos, de mis padres, de mis hermanos. Pero aunque esto
te suene extraño, no es autobiográfico. O ésa no es la palabra correcta. Más
diría que sólo el punto de partida de cada cuento o libro que escribo es
autobiográfico; que el telón de fondo de toda mi obra es mi autobiografía. Pero
el teatro que luego sucede ante ese telón es ficción.
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