Soldados de Salamina (de vuelta en casa)
Lo que es la vida, en no pocas ocasiones he dado por perdidas cosas valiosas, francamente no pensé tener de vuelta en mi biblioteca la novela Soldados de Salamina de Javier Cercas. Su desaparición y hallazgo es digno de una idea a la que estoy tratando de dar forma para ver si me sirve como médula o anécdota de cuento o novela. SDS es una de las novelas que más me han gustado en estos años, la he leído una tres veces si no me equivoco, aunque claro, hay quienes pueden opinar lo contrario de su calidad.
Cierto día del año pasado un ex amiguito periodista me pidió que le prestara mi ejemplar de SDS puesto que le iba a realizar una entrevista a su autor, y yo, en buena onda le presté. La entrevista salió publicada –digamos que esta roza lo aceptable, aunque eso sí, ojalá algún día pueda leerse la muy buena entrevista que Juan Manuel Chávez le hizo a Cercas para el programa de radio que dirigía en 1160, es que siempre es gratificante saber que la persona que entrevista ha leído en su integridad la obra del entrevistado, lo cual denotará siempre respeto- y a las semanas le pedí a mi ex amiguito periodista que me devuelva la novela, y este, de muy mala gana me la dio. Ya en esos meses iba cristalizando la clase de sujeto que era ex mi amiguito periodista. Hasta que un día este se apareció en mi casa porque quería que le diera mi opinión del manuscrito de su novela inédita que llevaba el tentativo título de Construcción, en la cual se “noveliza” a Leopoldo María Panero. Mi ex amiguito periodista quedó paralizado con mi opinión, y para calmar los ánimos lo dejé solo en mi estudio-cinemateca-bliblioteca-habitación, me fui a la cocina a preparar café, al regresar con las tazas humeantes él estaba posteando algunas noticias en su blog. Mientras el tomaba su cafecito me pidió que le vuelva a prestar la novela SDS puesto que quería escribir un ensayo sobre la narrativa de Cercas. Yo le dije que no. Hablamos un rato más, me pidió que le de una releída a su manuscrito, que lo más probable es que le haya dado una lectura apurada y que por ello no había encontrado detalles a resaltar. Y como estaba encaprichado, volvió a pedirme la novela de Cercas, le dije, nuevamente, que no, que ya la había tenido por muy buen tiempo. Se puso triste mi ex amiguito periodista, y se fue asado de mi casa. Prácticamente, esa fue la última vez que hablé con él. Meses después llegó mi abierta enemistad con él.
En la tarde de un sábado de junio me di con la sorpresa de que Soldados de Salamina no estaba en mi biblioteca. Puta, qué raro, pensé. Pese al desorden en el que están mis libros, sé muy bien cómo dar con un título que requiero. Y lo requería ya que en esos días había terminado la lectura de 2666 de Bolaño, la cual me dejó con la imperiosa necesidad de releer el capítulo Cita en Stockton, que de lejos es lo mejor de la novela de Cercas. Los Bolañófilos entenderán el por qué digo que ese capítulo es el mejor. En fin, la cosa es que busqué como un vesánico la novela de Cercas, no daba con ella, hasta me fui a la sección chauchilla de mi biblioteca con la esperanza de verla allí, pero nada. Prendí un Marlboro, y repasé cada suceso que haya ocurrido en mi estudio-cinemateca-biblioteca-habitación en esos meses, las imágenes se presentaban en mi cabeza como una interminable sucesión de fotogramas: amigos, amigas, mi padre, mi hermano y mi gato (que en paz descanse). Adelantaba y rebobinaba, y quedé con los fotogramas de mi persona preparando café. Una, dos, tres...seis, siete cucharadas de azúcar, un poco de Red Bull a mi tacita y listo. Entonces, no me fue difícil colegir que mi ex amiguito periodista había sustraído de mi biblioteca la novela SDS, lo hizo porque sabía que le iba a decir que no se la iba a prestar.
Me costó muchísimo echarle tierra al asunto, en varias ocasiones he pensado en volverla a comprar, pero el valor de SDS es ahora tres veces más de cuando la compré, y prefería comprar otros libros que me eran necesarios leer.
Lo alucinante es que este último viernes recibo una llamada de mi pataza Abelardo. Abelardo es librero de la feria Amazonas, y él me dijo que me diera una vuelta por El Museo de La Nación puesto que estaría allí con algunas cosas que a lo mejor me interesen. Tan amigo mío es Abelardo que hablo de él en mi novela La Cacería. Bueno, ocurre que fui el viernes en la noche al Museo de La Nación. Tiempo que no veía a Abelardo y hablamos de muchas cosas hasta terminar en un chifa de Breña en el que venden un arroz chaufa especial realmente espectacular. Aparte de Abelardo tengo otro amigo librero, un verdadero conocedor de poesía, fanático a muerte de Vicente Azar, llamado Armando. Y mientras veía los libros que él exhibía, vi un lomo de Tusquets que me llamó la atención. Lo cogí: Soldados de Salamina. Este ejemplar tenía la primera hoja arrancada –no, no puede ser mi libro, pensé-, y me puse a revisarlo, y no tardé en asegurarme de que sí era mi libro puesto que tengo –para algunos- la mala costumbre de encorchetar párrafos que me gustan, sumado al pequeño gran detalle que el color de lapicero de tinta líquida que uso para estos menesteres es mostaza oscuro.
- Oye, Armando. Este es mi libro.
- No jodas, ¿en serio?
- Claro, este es mi libro.
- Puta, causa, disculpa.
- Mira, se ve que han arrancado la primera hoja porque siempre escribo mi nombre allí. ¿Quién fue el miserable que la vendió? –Pregunta retórica, evidentemente.
- Fue Gaspar de la Nuit.
- Gaspar nomás, Gaspar, a secas...Qué cosas, ¿no? Compraré mi libro robado.
- No, Gabriel. Llévatelo. Tú eres mi pata. No sabía que era tu libro.
- No te preocupes. Todo ok. Mas bien, gracias.
Me quedé un buen rato hablando de poesía con Armando. Le di el número de mi cel ni bien tenga algo que me interese, pero eso sí, por favor, llámame a partir del mediodía. Me despedí dándole un fuerte abrazo.
(Lo que sugiera Gaspar en su defenestrado blog me llega altamente, tan igual como las infamias –ya conocidas por todos- desde su mil veces negado estercolero que administra. Cuánta ociosidad y cuánto tiempo libre para ventilar podredumbre moral. No hay nada como el tener la consciencia tranquila y el ver los ojos de las personas con las que me cruzo. ¿Todo ok en tu vida, Gaspar?).
Cita en Stockton:
- Da lo mismo –replicó Bolaño-. Todos los buenos relatos son relatos reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que cuenta. De todos modos, lo que no entiendo es cómo puedes estar tan seguro de que Miralles es el miliciano que salvó a Sánchez Mazaz.
Cierto día del año pasado un ex amiguito periodista me pidió que le prestara mi ejemplar de SDS puesto que le iba a realizar una entrevista a su autor, y yo, en buena onda le presté. La entrevista salió publicada –digamos que esta roza lo aceptable, aunque eso sí, ojalá algún día pueda leerse la muy buena entrevista que Juan Manuel Chávez le hizo a Cercas para el programa de radio que dirigía en 1160, es que siempre es gratificante saber que la persona que entrevista ha leído en su integridad la obra del entrevistado, lo cual denotará siempre respeto- y a las semanas le pedí a mi ex amiguito periodista que me devuelva la novela, y este, de muy mala gana me la dio. Ya en esos meses iba cristalizando la clase de sujeto que era ex mi amiguito periodista. Hasta que un día este se apareció en mi casa porque quería que le diera mi opinión del manuscrito de su novela inédita que llevaba el tentativo título de Construcción, en la cual se “noveliza” a Leopoldo María Panero. Mi ex amiguito periodista quedó paralizado con mi opinión, y para calmar los ánimos lo dejé solo en mi estudio-cinemateca-bliblioteca-habitación, me fui a la cocina a preparar café, al regresar con las tazas humeantes él estaba posteando algunas noticias en su blog. Mientras el tomaba su cafecito me pidió que le vuelva a prestar la novela SDS puesto que quería escribir un ensayo sobre la narrativa de Cercas. Yo le dije que no. Hablamos un rato más, me pidió que le de una releída a su manuscrito, que lo más probable es que le haya dado una lectura apurada y que por ello no había encontrado detalles a resaltar. Y como estaba encaprichado, volvió a pedirme la novela de Cercas, le dije, nuevamente, que no, que ya la había tenido por muy buen tiempo. Se puso triste mi ex amiguito periodista, y se fue asado de mi casa. Prácticamente, esa fue la última vez que hablé con él. Meses después llegó mi abierta enemistad con él.
En la tarde de un sábado de junio me di con la sorpresa de que Soldados de Salamina no estaba en mi biblioteca. Puta, qué raro, pensé. Pese al desorden en el que están mis libros, sé muy bien cómo dar con un título que requiero. Y lo requería ya que en esos días había terminado la lectura de 2666 de Bolaño, la cual me dejó con la imperiosa necesidad de releer el capítulo Cita en Stockton, que de lejos es lo mejor de la novela de Cercas. Los Bolañófilos entenderán el por qué digo que ese capítulo es el mejor. En fin, la cosa es que busqué como un vesánico la novela de Cercas, no daba con ella, hasta me fui a la sección chauchilla de mi biblioteca con la esperanza de verla allí, pero nada. Prendí un Marlboro, y repasé cada suceso que haya ocurrido en mi estudio-cinemateca-biblioteca-habitación en esos meses, las imágenes se presentaban en mi cabeza como una interminable sucesión de fotogramas: amigos, amigas, mi padre, mi hermano y mi gato (que en paz descanse). Adelantaba y rebobinaba, y quedé con los fotogramas de mi persona preparando café. Una, dos, tres...seis, siete cucharadas de azúcar, un poco de Red Bull a mi tacita y listo. Entonces, no me fue difícil colegir que mi ex amiguito periodista había sustraído de mi biblioteca la novela SDS, lo hizo porque sabía que le iba a decir que no se la iba a prestar.
Me costó muchísimo echarle tierra al asunto, en varias ocasiones he pensado en volverla a comprar, pero el valor de SDS es ahora tres veces más de cuando la compré, y prefería comprar otros libros que me eran necesarios leer.
Lo alucinante es que este último viernes recibo una llamada de mi pataza Abelardo. Abelardo es librero de la feria Amazonas, y él me dijo que me diera una vuelta por El Museo de La Nación puesto que estaría allí con algunas cosas que a lo mejor me interesen. Tan amigo mío es Abelardo que hablo de él en mi novela La Cacería. Bueno, ocurre que fui el viernes en la noche al Museo de La Nación. Tiempo que no veía a Abelardo y hablamos de muchas cosas hasta terminar en un chifa de Breña en el que venden un arroz chaufa especial realmente espectacular. Aparte de Abelardo tengo otro amigo librero, un verdadero conocedor de poesía, fanático a muerte de Vicente Azar, llamado Armando. Y mientras veía los libros que él exhibía, vi un lomo de Tusquets que me llamó la atención. Lo cogí: Soldados de Salamina. Este ejemplar tenía la primera hoja arrancada –no, no puede ser mi libro, pensé-, y me puse a revisarlo, y no tardé en asegurarme de que sí era mi libro puesto que tengo –para algunos- la mala costumbre de encorchetar párrafos que me gustan, sumado al pequeño gran detalle que el color de lapicero de tinta líquida que uso para estos menesteres es mostaza oscuro.
- Oye, Armando. Este es mi libro.
- No jodas, ¿en serio?
- Claro, este es mi libro.
- Puta, causa, disculpa.
- Mira, se ve que han arrancado la primera hoja porque siempre escribo mi nombre allí. ¿Quién fue el miserable que la vendió? –Pregunta retórica, evidentemente.
- Fue Gaspar de la Nuit.
- Gaspar nomás, Gaspar, a secas...Qué cosas, ¿no? Compraré mi libro robado.
- No, Gabriel. Llévatelo. Tú eres mi pata. No sabía que era tu libro.
- No te preocupes. Todo ok. Mas bien, gracias.
Me quedé un buen rato hablando de poesía con Armando. Le di el número de mi cel ni bien tenga algo que me interese, pero eso sí, por favor, llámame a partir del mediodía. Me despedí dándole un fuerte abrazo.
(Lo que sugiera Gaspar en su defenestrado blog me llega altamente, tan igual como las infamias –ya conocidas por todos- desde su mil veces negado estercolero que administra. Cuánta ociosidad y cuánto tiempo libre para ventilar podredumbre moral. No hay nada como el tener la consciencia tranquila y el ver los ojos de las personas con las que me cruzo. ¿Todo ok en tu vida, Gaspar?).
Cita en Stockton:
- Da lo mismo –replicó Bolaño-. Todos los buenos relatos son relatos reales, por lo menos para quien los lee, que es el único que cuenta. De todos modos, lo que no entiendo es cómo puedes estar tan seguro de que Miralles es el miliciano que salvó a Sánchez Mazaz.
1 Comentarios:
Espantosa anécdota. Es triste que en el Perú se acuñe la frase "el que devuelve un libro es más cojudo que el que lo presta", pero lamentáblemente es verdad (si no lo sabré yo...). Pero ese pata que mencionas como autor del hurto, pucha, qué decepción. Al menos recuperaste el libro.
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