viernes, noviembre 17, 2023

Herbert Rodríguez: “La mayor parte de mi creación artística la he realizado en diálogo con la agenda social y política, de cada periodo en el transcurso de las décadas”

La reinstalación de la muestra La paz es una promesa corrosiva, bajo la curaduría de Jorge Villacorta y Viola Varotto, en la Sala Juan Pardo Heeren en la sede Lima Centro del ICPNA hasta el 17 de diciembre, promete avivar la discusión sobre los años 80. Su artista responsable, Herbert Rodríguez, conversa con CARETAS sobre su vigencia.

 

—Cuando esta exposición se presentó en la Bienal de Venecia, se desató una polémica intensa. Un año después tenemos su reinstalación en Lima.

En la reinstalación de La paz es una promesa corrosiva exhibo un tótem digital, con capturas de pantalla de doscientos comentarios, que son reacciones locales al primer conjunto de fotos del Pabellón Peruano en Venecia 2022, difundidas por Patronato Cultural del Perú en su Facebook. En amplia mayoría son de un visceral rechazo a lo que mostraban las fotos. Al final de ese grupo de opiniones, muestro dos artículos de revistas especializadas internacionales. Uno opina que el Pabellón Peruano es una de las mejores exposiciones de la Bienal, y, el otro, que es uno de los pabellones nacionales imperdibles en Venecia. Este contraste entre rechazo acá y valoración afuera, tiene que ver con la inexistencia en el Perú de políticas públicas relacionadas al arte contemporáneo, la igual inexistencia de museo público de arte actual, y, además, la nula presencia de expresiones plurales de arte contemporáneo en medios masivos de comunicación, como recurso para que el público amplio se actualice. En este escenario de carencias, sostener una carrera artística profesional actualizada, crear un arte con impacto social, exige una enorme cuota de resistencia.

La paz es una promesa corrosiva es pasado y presente. ¿Sigues siendo el mismo inconforme de los 80?

La mayor parte de mi creación artística la he realizado en diálogo con la agenda social y política, de cada periodo en el transcurso de las décadas. Un recurso de mi resistencia es el acopio de documentos relacionados a cada proceso creativo, su sistematización y difusión buscando el diálogo intergeneracional, por ejemplo, con la exposición y libro Inteligencia Salvaje de 2019. Y, claro, sigo siendo reactivo al racismo cultural normalizado en la escena institucional del arte peruano, y al hecho que la mayoría de las prácticas artísticas locales existan en su nube artificial flotando distante de la realidad social.

—¿Recuerdas por qué optaste por elementos artesanales?

El artista no puede hablar de cuestionar el elitismo en el arte, sea en las técnicas, soportes, contenidos y espacios de difusión, si sigue sosteniendo las categorías de lo “bello”, “sofisticado” y “excepcional” del arte oficial relacionado a los materiales convencionales de tienda de arte. Y, claro que es arte la obra que está hecha con materiales perecibles y baratos. Un dibujo o una composición, ¿deja de ser una obra de calidad artística por estar hecho sobre papel periódico? Me resulta más expresiva, creativa e innovadora, vital y pertinente. una obra hecha con técnicas mixtas y experimentales. Por ejemplo, una que utiliza documentos que reflejan la realidad social, poniendo en evidencia el problema del negacionismo hacia la época de la violencia. ¿Dónde difundir ese tipo de creatividad?, pues, en la calle, en parques y universidades, como fueron mis murales collage del 89, o los murales del jirón Quilca en el tiempo del CC El Averno, y, cómo no, en las salas de arte que respetan la autonomía creativa. La pregunta es ¿quiere el artista ser un profesional situado en su época que produce de cara a la comunidad amplia, o quiere ser un productor de obras de arte funcionales a un reducido sector conservador? Ojo, no pierdan de vista la ola de reformas que se vienen dando en los museos de la región y el mundo, que buscan ser foros de debate ciudadano, y, por lo tanto, una de sus tareas es desmantelar los obsoletos criterios de valor modernos, para recuperar prácticas artísticas marginadas y estigmatizadas, ejemplo, el collage agit prop.

 —Tu campaña Arte-Vida generó polémica. Te enfrentaste a Sendero Luminoso. SL ha estado presente en la vida política peruana en los últimos dos años.

Sí, considero que la opción política mesiánica y totalitaria, que buscó “inducir genocidio” en el periodo de la violencia, es una latente, potencial, amenaza. Desactivarla implica hacer realidad el eslogan “La paz nace de la justicia”. Idea propuesta desde la sociedad civil en los 80, para contrastar la opción violentista como recurso simplista para acabar con el terrorismo. Tu pregunta me produce ansiedad y zozobra, porque en estos tiempos de neoconservadurismo, ser artista crítico significa el riesgo de ser tildado de “comunista-terrorista”. Me remito a algunos de los comentarios del tótem digital, que mencioné antes, como análisis de caso de esta intolerancia. Y no importa que, de manera explícita y con evidencias de fotos y documentos, haya confrontado a Sendero en una universidad que ese grupúsculo terrorista buscaba copar. Y, desde el otro extremo, apelando a la insidiosa posverdad, alguno me acusa de ser funcional al aparato represivo del Estado.  Bueno, desde los 80 esta tensión marca a quienes queremos ver la realidad con los abiertos, ejerciendo autonomía creativa.

—Cuando no se discutía la violencia de género, por ejemplo, tú ya lo hacías en tu obra.

Nos falta una memoria de las políticas culturales relacionadas a las artes visuales. Mira esta lista de esfuerzos colectivos que buscaron cambiar el escenario de debilidad de las instituciones artísticas, la mayoría surgidas del propio sector de la cultura: Congresos de las Artes, Congreso de Políticas Culturales; Encuentro Nacional de Cultura, Somos Cultura, Picnic de Día del Trabajador del Arte, Vota Cultura, Lunes de Crítica, Asamblea General de Trabajadores de las Artes. Recordar cuándo se dieron y qué proponían, quiénes fueron sus protagonistas y a quiénes convocaron, sería útil para evitar que cada nueva generación de artistas se sume a un escenario de amnesia. Es complejo el reto de ser un artista ciudadano en un contexto de desmemoria.

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Publicado en CARETAS. Edición impresa 2689.

 

 

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Jaime Bayly: "Pasarán trescientos años antes de que los peruanos tengamos otro genio de la estatura de Vargas Llosa"

El escritor y conocido conductor de televisión agitó la FIL 2019 con Yo soy una señora (Alfaguara). Jaime Bayly conversó con CARETAS sobre el cuento como género, Vargas Llosa, Bolaño y lo que es ser mujer.

Yo soy una señora es tu primera incursión en el registro del cuento. Te conocemos más como novelista. ¿Qué diferencia has experimentado en este registro que tiene más de relojería, en donde cada elemento tiene una justificación?

Todos estos cuentos los he escrito en los últimos quince años y han sido publicados en diarios y revistas de América. Ninguno es inédito. La mitad de los relatos han sido escritos en voz femenina, primera persona; la otra mitad, en voz masculina, primera persona. En unos soy Jimena Barclays, casada con Silvio; en los otros soy Jimmy Barclays, casado con Silvia. En todos soy la hija o el hijo de Dorita, que es el gran personaje del libro, la gran señora, la madre pía, risueña, ricachona. Ha sido fascinante y divertido escribir desde el punto de vista de una mujer, una señora: he sido una señora alcohólica, una señora gorda sin culpa, una señora adicta al sexo, una señora que pinta y no consigue vender sus cuadros, una señora azafata de una aerolínea que sueña con jubilarse, una señora melancólica que echa de menos a sus hijas. He sido y soy todas esas señoras. No sabía que había tantas señoras en mí.

 —¿Has tenido algún referente?

 Cuando era joven, quedé deslumbrado por dos maestros del cuento: Borges y Cortázar. Borges era la escuela racional (tuve la suerte de entrevistarlo brevemente, dos años antes de que muriese); Cortázar era la escuela sentimental, oral, coloquial. Luego descubrí a Ribeyro y a Manuel Puig. Ribeyro era un cuentista prodigioso que combinaba sabiamente lo racional con lo sentimental. Puig, que escribió obras maestras, era un torrente, un volcán en erupción, las palabras le brotaban y se le derramaban como lava ardiente. Además, era un genio con los títulos.

 —Roberto Bolaño tiene cuentos muy buenos. Tú sí fuiste su amigo.

 Tuve la suerte de ser amigo de Bolaño. Creo que Bolaño fue el más grande escritor en lengua española después del boom. Se atrevió a ser un parricida, a matar a las vacas sagradas del boom, creó una escuela propia, ahora tan llena de epígonos y viudas, y escribió cuentos que ya son clásicos. Aunque dejó dos grandes novelas, creo que Bolaño era, en su mejor registro, no un maratonista, sino un corredor de distancias cortas.

 —¿Y qué es lo que recuerdas más de él?

 Lo que más recuerdo de Bolaño es que, cuando nos encontrábamos en Barcelona, salíamos a caminar y me llevaba de una chocolatería a otra, haciéndome probar los chocolates que más le gustaban. Aunque tenía el hígado destruido y le habían prohibido tomar alcohol y comer chocolates, pasábamos horas caminando y visitando chocolaterías. También recuerdo que leyó un discurso elogioso de Yo amo a mi mami en una sala repleta de lectores en Barcelona y me dijo que el gran personaje literario de aquella novela, y quizás de todas mis novelas, era mi madre. Me animaba mucho a pasar temporadas literarias en Cataluña, cerca de Blanes, donde vivía. Debí hacerle caso. Por último, recuerdo que en uno de nuestros últimos encuentros, me dijo: ten cuidado con los adjetivos, cuidado con la tentación de escribir como Chabuca Granda. Nos reímos. Creo que esa fue la última vez que lo vi.

 —Los cuentos no son ajenos a la marca de tu estilo: el humor y la ironía. Hay también mucha parodia.

Todos los cuentos de este libro están escritos en clave de humor. Cuando narra una señora, el humor es más descarado o impúdico. Esos son los cuentos que más me gustan: aquellos en los que soy una señora gorda, alcohólica, cincuentona, putona, derechista, pistolera. Cuando, en cambio, narra el señor Barclays, el humor es un desprendimiento casi natural de su idiotez, de su condición de tonto probado, sin remedio, que va por la vida haciendo el ridículo. En general, es un libro sin grandes pretensiones o poses literarias, que sólo aspira a que el lector se ría y pase un buen rato.

—Mario Vargas Llosa fue el homenajeado en la FIL. ¿Qué novela suya te gusta más?

Pasarán trescientos años antes de que los peruanos tengamos otro genio de la estatura de Vargas Llosa, trescientos años antes de que tengamos otro premio Nobel. Como no fui a un colegio militar (aunque mi padre me amenazaba con meterme al Leoncio Prado) y no me enamoré de una tía, la novela que más me marcó fue Conversación en la Catedral: yo también fui redactor imberbe de un periódico en el centro de Lima, también tuve una relación espantosa con mi padre, también viví en carne propia el sufrimiento de las pulsiones sexuales escondidas, prohibidas. Esa novela me marcó a fuego y me iluminó una senda creativa: comprendí que el gran tema literario de mi vida era la guerra sin cuartel con mi padre y mi afición erótica por los hombres.

—Un detalle de tu obra es la libertad, tanto en tus personajes hombres y mujeres, estos hacen o intentan hacer lo que quieren. Hoy en día somos testigos de abusos y maltratos a la mujer.

Alguna vez dije que, si no hubiese sido escritor, me habría gustado ser escritora. Por eso he escrito este libro. Porque es una manera de atreverme a ser mujer, a sentirme mujer, a contar la vida desde la mirada de una mujer. No ha sido fácil, desde luego. No sé si lo he hecho bien. Pero tenía que hacerlo. Estos días he estado en Seattle con la familia: nunca había visto a tantos hombres vestidos de mujeres, paseando tan contentos o contentas por las calles, fumando abierta y legalmente marihuana: una maravilla. Yo nunca me he atrevido a vestirme de mujer, pero en este libro me visto de mujer con las palabras, con el humor, con la coquetería y la impudicia.

 

Publicado en CARETAS. (Entrevista publicada en la edición impresa 01/08/2019).


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lunes, julio 10, 2023

Mario Vargas Llosa y dos libros que marcan su estupenda actualidad intelectual

En la poética de todo escritor —con mayor razón si este es uno de los grandes— hay una obra paralela a la llamada obra mayor (compuesta por proyectos literarios de largo/mediano aliento y no pocas veces orgánicos, como si fueran mundos cerrados que se reservan el derecho de admisión), desplegada —con regularidad o no— principalmente en diarios y revistas, mediante artículos, reportajes y ensayos.

La construcción de esta obra paralela, que aún no es del todo aceptada por los autodenominados sabios de las letras, pertenece a la tradición de los retazos. Escuchado y visto así, se podría pensar que efectivamente nos estamos refiriendo a trabajos secundarios, que no gozan de la atención debida a cuenta de su carácter fugaz. En este sentido, la obra paralela del Nobel de Literatura 2010 Mario Vargas Llosa le ha dado otro vuelo a esta tradición mal definida como “retazos”, no solo por la densa transparencia de su escritura, sino también por lo acertado que resulta en sus opiniones y análisis —en este punto, el tiempo casi siempre le ha dado la razón a Vargas Llosa—, que van desde la literatura, el arte, la política hasta candentes tópicos de actualidad social.

Si la obra y figura de Vargas Llosa tiene innumerables detractores, obedece principalmente a sus opiniones en artículos y ensayos. En ellos está el Vargas Llosa no ficción, el intelectual capaz de quedarse solo con tal de defender sus ideas (la mayoría de las veces impopulares). Tampoco olvidemos que, en los últimos años, el Nobel peruano ha estado en el fuego del ojo público, situación que fue aprovechada por sus críticos y que Vargas Llosa dominó como si disputara un partido de entrenamiento. ¿Por qué? Obvio: sabía que tarde o temprano, el tiempo pondría las cosas en su lugar.

Cuando se anunció el año pasado que sería un “Inmortal” en la Academia Francesa (siendo el primer latinoamericano en esta institución gala), empezó la vuelta al orden de las cosas, ergo: la obra sobre la vida personal. Tras ser incorporado a la Academia —un logro a la par del Nobel de Literatura—, hubo un “silencio” cultural, pero de esos que proyectan respeto y callada admiración. Bajo este contexto, salieron a la venta dos libros que sustentan el actual momento privilegiado de Vargas Llosa: Un bárbaro en París. Textos sobre la cultura francesa y El fuego de la imaginación. Libros, escenarios, pantallas y museos. Obra Periodística 1, los dos bajo la curaduría de Carlos Granés.

Como lo indican las señas de los subtítulos de ambas publicaciones, se nos presenta a un Vargas Llosa humanista, apasionado por la cultura, las ideas y con un evidente afán de compartir conocimiento. Igual no se huye de la polémica argumentada. Pensemos en los artículos de Un bárbaro en París, como “El último maldito” (sobre el corrosivo Louis-Ferdinand Céline) y “Bataille o el rescate del mal” de Un bárbaro en París, que incluye también su magnífico texto de ingreso a la Academia, que configuran una actitud ante la cultura: si bien Vargas Llosa no sintoniza en nada con las ideas de Céline y Bataille, aquello no le significa obstáculo para leerlos y celebrar el tejido verbal de la prosa, la inventiva que sostiene a la idea y el propósito que la conduce. Hablamos, pues, de un voraz lector abierto, desprejuiciado de ideologías y con ganas de opinar para precisamente polemizar (en YouTube hay una joya: Vargas Llosa discutiendo alturadamente con Octavio Paz, Manuel Vázquez Montalbán, Jorge Semprún, Fernando Sabater y Juan Goytisolo), hallando en ese fluido neuronal un enriquecimiento para la vida que suma a la labor creativa y crítica a ser expuestas.

A su manera, Vargas Llosa es parte de esa tradición de escritores con activa participación pública, como Victor Hugo en el XIX y André Malraux en el XX. Se deduce, la cultura francesa terminó formando al Vargas Llosa público y multitemático. La realidad, los hechos axiomáticos, han demostrado que lo consiguió. A la fecha varias generaciones saben quién es sin necesidad de haberlo leído, en lo que vendría a ser una canonización pública. Nada, pero nada mal.

Desde adolescente, Vargas Llosa no ha dejado de escribir textos periodísticos. A saber, su columna Piedra de Toque ya es histórica y se mantiene vigente incluso en sus tramos de irregularidad (Vargas Llosa es humano también). Solo basta pensar en los miles de artículos escritos a lo largo de su vida para tener idea de la tarea titánica que significa publicarlos en su integridad (este autor seguirá publicando artículos hasta el final de sus días). Por ello, El fuego de la imaginación es un paso valioso en esa labor, porque se comienza a ordenar por temas la imprescindible obra paralela de Vargas Llosa, con un primer volumen dedicado a la cultura.

Como señalamos líneas arriba, Vargas Llosa es un devorador de libros. Su historia intelectual/literaria está marcada por la exquisitez, pero esta también se nutre de lo popular. A saber: el artículo “Azorín”, que rescata del olvido al magnífico escritor español y así subrayar que con plumas como la suya el articulismo tiene peso literario. Más que acertado el Nobel. Del mismo modo cuando desmenuza la trilogía Millennium de Stieg Larsson en “Lisbeth Salander debe vivir”, que escribió tras ver la adaptación sueca de la primera novela de la trilogía: Los hombres que no amaban a las mujeres. Aquí no solo hallamos a un Vargas Llosa apasionado del cine (sin burdos eclecticismos), sino también a alguien enamorado de las novelas de caballería y de aventuras, ecos presentes en la trilogía novelística de Larsson.

De Azorín a Larsson, muestra tajante de su pluralidad —a imitar por muchos señorones de la cultura de discursos soporíferos—, cualidad que se refuerza más con “Héroe de nuestro tiempo”, texto dedicado al protagonista de la serie televisiva 24, Jack Bauer. Cuando en 2006 salió ese artículo, muchos culturosos saltaron al techo. No entendían cómo un intelectual de su talla invertía tiempo en una serie aclamada por el mundo entero (como si una obra artística tuviera valor siempre y cuando sea celebrada por una minoría). Así es él: libre y plural. Esa actitud de vida es también parte del legado de Vargas Llosa.

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Publicado en CARETAS. Edición impresa 2677.

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miércoles, enero 04, 2023

Gigantes veinteañeros

¿Es posible entender la literatura contemporánea en cualquier lengua sin  Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño? Una sola respuesta es insuficiente para quedar satisfechos, porque tanto el español como el chileno siguen siendo cajas de resonancias que se renuevan con la llegada de nuevos lectores que anhelan llevar a la vida lo leído en sendas poéticas, nutridas de una enfermiza pasión por la literatura y una visión literaria de la vida.

Enrique Vila-Matas y Roberto Bolaño forjaron un magisterio adictivo en base a la configuración y reinterpretación del espectro literario (formal, temático y estilístico), retirándolo de los salones culturosos para instaurarlo en los lectores como un modo de estar en el mundo.

Sin duda, son dos gigantes de nuestro tiempo, dueños de poéticas con más de una puerta de entrada, cualidad que en honor a la verdad pocas plumas de prestigio cumplen. Precisamente Bartleby y Compañía de Vila-Matas y Putas asesinas de Bolaño han cumplido veinte años de absoluta vigencia. El primero, que debió celebrar este onomástico el año pasado —en plena pandemia que retrasó los festejos—, y el segundo que sopla velas en este 2021, son más que excelentes pretextos para volver a sus páginas o ser parte del asombro si es que aún no se ha ingresado a ellas.


Foto inédita hasta hoy. Vila-Matas y Bolaño en Can Flores, un restaurante de Blanes.



Con una trayectoria signada por la inteligencia, la ironía y el humor, Vila-Matas entregó en el año 2000 un precioso libro híbrido, en el que especulaba sobre los motivos que llevaron a autores de renombre a renunciar a una continuidad en la escritura sin tener en cuenta la expectativa generada por sus libros ya publicados. Escritores del No, en la estirpe del recordado protagonista de Bartleby de Herman Melville, como Juan Rulfo, Robert Walser, Augusto Monterroso e incluso Julio Ramón Ribeyro, que si bien fue creador de una obra prolífica, nunca dejó de tener una relación ambivalente con la escritura. Lo que llamó la atención de este libro fue el tejido narrativo que se imponía a las fronteras genéricas. Si el híbrido anunciaba su posible influencia para los años venideros, con Bartleby y Compañía se rubricó su legitimidad para los lectores y autores del nuevo siglo.

Del mismo modo, a inicios de este siglo, el nombre de Bolaño era una bola de fuego a razón de la monumental novela Los detectives salvajes (1998) y cuando en setiembre de 2001 apareció Putas asesinas más de uno quedó descerebrado y estupefacto, al menos esto es lo que recuerdo con nitidez de esa época. Aparte de sus evidentes virtudes narrativa, este cuentario exhibía un extraño poder de seducción que calzaba con la furia juvenil del lector: la posibilidad de jugársela por una vida en estado de poesía.

En el difícil terreno de las distancias cortas, Bolaño supo integrar en trece cuentos la riqueza diáfana de su estilo (“El Ojo Silva”, “Últimos atardeceres en la tierra”, “Encuentro con Enrique Lihn”, “Carnet de baile” y “El retorno”) y su poliédrico mundo pop mediante personajes que compartían las mismas señas de los recordados Arturo Belano y Ulises Lima, personajes estelares de Bolaño: la poesía vital del desarraigo. Aún recuerdo a varios amigos y conocidos que tras esta lectura quisieron ser como Bolaño. Todo es posible en la imaginación.

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Publicado en CARETAS. Edición impresa. Septiembre de 2021.

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jueves, julio 23, 2020

"sueños bárbaros"


Hay una sentencia que ya no la escucho como antes. No sé a qué se deba esa extraña desaparición, a lo mejor muchos se han arrimado a las mentiras del volátil presente debido a la pandemia. Lo cierto es que la frase “solo el tiempo pone las cosas en su lugar”, aparte de la certeza que proyecta, puede ser un peligroso consuelo para quienes no alcanzan el reconocimiento, ya sea en la vida y en la literatura.
En cuanto a lo segundo, una breve mirada a la producción narrativa de los últimos años nos arroja una realidad por demás agobiante: cada año se publican libros que son de la putamadre. En esta ocasión no voy a desgranar esta observación, puesto que me interesa recomendar una novela que no ha envejecido nada desde que salió publicada en 2010 y que la relectura que hice de ella hace un par de semanas la confirma vigente y, felizmente, por muchísimo tiempo más.
Me refiero a Sueños bárbaros (Planeta, 2020) de Rodrigo Núñez Carvallo. Los que tienen buena memoria, recodarán que al salir publicada por primera vez, los saludos críticos estuvieron a la orden del día. Del mismo modo los comentarios de los lectores, que hicieron correr el rumor de las virtudes narrativas de la novela y la historia representada, que podría ser una dura y festiva metáfora de una generación (80/90) que le tocó vivir una etapa de crisis signada por la violencia y la hiperinflación. Lo que RNC nos presenta es la lucha de un sueño imposible en Perú en aquellos años de horror: hacer cine. Para ello, se centra en un personaje que existió, llamado Rafael Delucchi, un inquieto joven hiperactivo que anhela hacer una película.
La realización de la película de Delucchi es el escenario emocional de la novela, pero su sabor yace en la interacción de los personajes. Si la novela de RNC es lo que conocemos, se debe principalmente a esa interacción mediante la cual el lector asiste a una fiesta de circunstancias y azares que tienen a la política y el sexo como canales conductores. Hay que decirlo: en una página de sexo de Sueños bárbaros hay más sexo que en casi toda la narrativa peruana última del presente siglo. RNC no ha descubierto ningún secreto: las novelas son historias y las historias dependen de sus personajes. 
Tampoco dejo en el aire un factor que refuerza mi teoría (personal): la vitalidad que exhiben nuestros narradores mayores se agradece, y espero que los narradores más jóvenes se percaten de que ser soporífero, correctito, asexuado, poserazo y otras maravillas de la ramplonería egocéntrica no es epifanía literaria. La imbecilofilia no es el camino.

viernes, julio 10, 2020

"la casa de cartón"


Una de las cumbres de la literatura peruana del siglo XX es, sin duda alguna, La casa de cartón de Martín Adán.
Para muchos lectores y especialistas este libro es la puerta de entrada a una de las poéticas más radiactivas de nuestra tradición. A la fecha, Adán está considerado como uno de los más grandes poetas hispanoamericanos y su vida no deja de acrecentar su leyenda vital, de la que se ha escrito mucho para el placer de los diletantes literarios, que ya vienen reclamando una biografía monumental sobre el escritor. Una biografía ambiciosa de Martín Adán no solo dejaría contento al llamado conocedor de su obra, también a los que buscan entender en la trastienda vital a una figura cultural por demás desconcertante y, por ello, atractiva. Lo dicho es un deseo que lamentablemente está muy lejos de ser cumplido debido a que tenemos una laxa tradición de biógrafos. A la fecha, sobre Martín Adán hay retazos, compilaciones básicas y un discurso críptico que aturde/aburre.
¿Por qué es importante la reedición del primer libro de Martín Adán? La respuesta puede generar varias impresiones. Pensemos, por ejemplo, en cómo un clásico como este no gozaba de sucesivas ediciones (su lectura debe ser obligatoria en colegios y universidades). Conozco a muchos lectores que han tenido que sudarla para adquirir un ejemplar de La casa de cartón, no por caro sino por inhallable. Sin embargo, lo que interesa ahora es que contamos con una edición, a cargo de Revuelta Editores, la cual ostenta diez óleos del reconocido artista plástico Enrique Polanco. Los óleos recorren los escenarios barranquinos por los que transita el narrador protagonista de la novela, generando en el lector una empatía inmediata con un escenario urbano a la fecha mítico. Además, la relectura del libro confirma (verdad de Perogrullo) la actualidad de los temas que Martín Adán expone en esta novela catalogada de vanguardista por los expertos, como la crítica social, el espíritu disidente y un afán cuestionador que traspasa la esfera de la lectura para insertarse en el corazón del lector. También la musicalidad del estilo mediante frases breves, que dejó magisterio en estilistas como Oswaldo Reynoso.
Siendo muy joven, Martín Adán supo de su talento, el cual fue reconocido por dos gigantes de la cultura peruana del siglo pasado y que también aparecen en esta nueva edición: Luis Alberto Sánchez en el prólogo y José Carlos Mariátegui en el colofón. 
No hay razón para no releer La casa de cartón. No hay razón para no descubrirla para aquellos que aún no han accedido a estas páginas.






lunes, junio 29, 2020

"medio siglo con borges"


El último libro del Premio Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, Medio siglo con Borges (Alfaguara, 2020), es una invitación por partida doble: por un lado, va dirigido al público lector aún no del todo familiarizado con la obra del argentino; y en menor medida para los lectores conocedores de esta poética literaria que no deja de suscitar discusión y admiración.
Jorge Luis Borges es un autor muy alejado de los resortes intelectuales y emocionales que identifican a la obra del peruano. Entonces, ¿en qué punto confluyen ambas miradas?, ¿cuál es el factor que lleva a Vargas Llosa a reunir ensayos, entrevistas, conferencias y reseñas sobre un autor del que cada año no dejan de aparecer libros sobre él? No sorprende que preguntas como estas sean formuladas por lectores conocedores, que en algunas ocasiones pecan de soberbios sin darse cuenta de que este tipo de libros, los de difusión, cumplen una función que hay que agradecer: la formación de nuevos lectores.
Medio siglo con Borges pudo ser un libro más “analítico” (no olvidemos que Vargas Llosa se encontraba en Princeton enseñando sobre novela y Borges cuando en la mañana del 7 de octubre de 2010 recibe la llamada de Suecia en la que se le comunicó que acababa de obtener el Nobel de Literatura) y recursos le sobran al autor para haberlo encaminado por ese sendero. Por eso, es notoria la intención de Vargas Llosa de privilegiar su asombro de lector que le producían la figura y los libros de Borges. A saber, en una de las entrevistas, ambos llegan a conversar sobre el poeta peruano José María Eguren y de la relación emocional de Borges con el Perú, entre otros aspectos. Y fiel a su estilo, Vargas Llosa manifiesta la importancia del legado literario del argentino (ya calificado de clásico para el gran futuro), sin dejar de subrayar algunos puntos de apreciación literaria con los que no estaba de acuerdo con él. A saber, la visión sesgada de Borges en cuanto a la cultura occidental.
Esta publicación guarda un lazo a destacar con La utopía arcaica (admirar a un autor con el que no se sintoniza en absolutamente nada en cuanto a poética) y muy en especial con Cartas a un joven novelista. Si en Cartas… se privilegiaba la dimensión de la escritura literaria, en Medio siglo con Borges se exalta la dimensión de la lectura como único medio para estar en la vida. Al respecto, resulta curiosa la reseña sobre Atlas, que Borges escribió con su esposa María Kodama. En este texto, en onda con los de La verdad de las mentiras, Vargas Llosa nos brinda un ángulo distinto del Borges habitual, un Borges en conexión con la vida y sus circunstancias, a kilómetros del Borges libresco ya instaurado en el imaginario literario.
En su brevedad, Medio siglo con Borges cumple su propósito, contagia pasión por leer absolutamente todo. 
Librazo.

lunes, junio 22, 2020

"los cojudos"


A fines del año pasado Planeta publicó la reedición de Los cojudos (por cierto, el libro estuvo a cargo de este servidor) de Luis Felipe Angell, más conocido como Sofocleto.
Seguramente, los lectores peruanos más jóvenes (y que recién están empezando a leer con frecuencia) no conozcan a Sofocleto. Al respecto, hay que enfatizar que Sofocleto fue uno de los escritores peruanos más leídos del siglo XX. Dueño de una inacabable curiosidad que lo llevó a explorar más de un género literario, en los que plasmó inteligencia, humor y sarcasmo. El Perú (su esencia cultural vista desde todos los ángulos) fue uno de sus temas recurrentes, lo que le generó miles y miles de lectores que iban a la caza de sus libros mientras devoraban sus columnas periodísticas.
Sin duda, Los cojudos es uno de sus libros más conocidos, el cual también puede servir como puerta de entrada para los lectores de hoy a su extensa y magnífica obra. En esta publicación, Sofocleto llevó a cabo lo que en teoría parecía imposible: explicar la identidad peruana. Lejos del discurso señorial, de las mentiras de la data que no refleja la realidad y de la impostura opinativa, Sofocleto compromete al lector hacia un viaje interior signado por el cuestionamiento festivo, haciéndole partícipe de una indagación por los resortes del ADN peruano, de aquello que no se quiere averiguar (por vergüenza y por inminente de burla que sufrirá quien se atreva a descifrar esos resortes) pero de lo que se habla hasta por los codos cada vez que nos comunicamos entre nosotros.
Los cojudos se ha impuesto como un clásico de la cultura peruana. Su legitimidad parte del favor del lector, como tiene que ser. A saber, agotó existencia entre diciembre (2019) y enero de este año. Y ahora vuelve con la misma luz (humor, sabiduría, ironía e inteligencia) en una segunda edición a la búsqueda de (muchos más) nuevos lectores
No debe sorprender. Así era/es Sofocleto: radiactivo.

lunes, abril 06, 2020

"dos soledades"


Una de las publicaciones que atesoro en mi biblioteca, no por tratarse de una obra maestra, sino por su dimensión anímica por decirlo de algún modo, es Dos soledades (INC, 1974) de Emilio Adolfo Westphalen y Julio Ramón Ribeyro.
Compré el libro hace muchos años y confieso que no lo he releído con la frecuencia que merecía. Quiso el azar que lo encuentre días atrás mientras buscaba en los anaqueles Cuentos pretéritos de Manuel Beingolea.
Cuando el mundo regrese a la normalidad, y si estuviera en mí la posibilidad de propiciar un rescate editorial, pensaría en esta maravilla, no porque sea un librito (88 págs.) que vaya a generar dinero, sino porque su lectura ayudaría a ordenar la geografía emocional del escritor confundido y alucinado, además, enriquecería la visión de vida del lector verdadero, aquel que busca en la lectura un fin en sí misma (cualidad cada vez más escasa, por cierto).
Esta publicación reúne dos conferencias, mediante las cuales sus autores nos brindan una aproximación a sus respectivas poéticas. Pero esta intención no es lo esencial, sino lo que hay debajo de la forma, ese río sensorial que nutre y dota de verdad al discurso.
No por nada, la publicación se llama Dos soledades. Especulo que pudo ser Julio Ortega el que puso el título, puesto que él firma la presentación con la que contextualiza los momentos (1973 (Ribeyro) / 1974 (Westphalen)) en que se leyeron estas conferencias.
En Poetas en la Lima de los años treinta, Westphalen diserta sobre su condición de poeta en relación a sus compañeros generacionales, como Estuardo Núñez, Martín Adán, entre otros. Se podría pensar que su propósito fue ofrecer un panorama de época para la poesía peruana, que lo cumple en parte, porque lo que le importa sin importar es la exposición de sus cotos emocionales. En no pocos pasajes sugiere que toda su vida ha sido un antisocial, o para ser más preciso, se ha sentido inclinado hacia la evasión, la base en la que dispone sus materiales poéticos.
Por su parte, Ribeyro en Las alternativas del novelista realiza un recorrido por la tradición de la novela. Y al igual que Westphalen, Ribeyro apela a la importancia de la galaxia anímica, con la diferencia de que lo hace con no pocas capas conceptuales, lo que no genera un esfuerzo por parte del lector (la mágica tersura de la escritura de Ribeyro, obvio), que no demora en colegir la estrategia del conferencista: hablar de las virtudes de los otros (maestros de la narración) para declarar su preferencia por el método clásico de narración. Obviamente, nos enfrentamos al detrás de escena de un Ribeyro de ficción, que no guarda relación con el otro Ribeyro, extraño y hechicero en la indefinición de registros. 
Como sugerí líneas arriba, no sería nada descabellado proponer un rescate de este libro para contextos más propicios. En fin, el dato está, con la esperanza de que algún loco asuma el reto.

miércoles, marzo 25, 2020

"Hunter. La vida salvaje de H. S. Thompson"


Una de las publicaciones a las que recurrí hace unas semanas ni bien supe que ya estaba en librerías limeñas: Hunter. La vida salvaje de H. S. Thompson de E. Jean Carroll (Tusquets, 2019).
Sobre la misma, ya escribí un texto largo para una revista de libros, que imagino aparecerá cuando las cosas vuelvan a la normalidad.
Esta es una biografía especial por varias razones. Una de ellas, se trata de un homenaje al creador del periodismo gonzo, pero uno que no es presa ni de la leyenda ni del lugar común, que tanto ha seducido a escritores y aspirantes a tales en el mundo entero, la mayoría confundiendo actitud con matonería, y en el colmo de la ignorancia llamando gonzo a cualquier cojudez escrita en primera persona. Otro motivo, este libro se publicó en 1993, es decir, 12 años antes del suicidio de Thompson.
¿Por qué me gusta más esta publicación que las otras sobre Thompson escritas tras su muerte?
Como ya indiqué en el párrafo anterior, en estas páginas no hay alabanzas, menos sobadas, sino una exposición sobre las virtudes y bajezas de Thompson, que por momentos parecen un río de aguas cristalinas para luego ser tiznado de lodo y mierda. En este sentido, especulo en que sí le pudo gustar mucho a Thompson. Para alguien acostumbrado a provocar y a encontrar acicate en los insultos que también le espetaban, lo ofrecido por Carroll debió ser como un orgasmo para su ego.
Pero lo que lleva a la publicación a los niveles de perdurabilidad es su estructura. Carroll acertó con ofrecernos una biografía coral, tarea que no solo se suscribió a la búsqueda de las personas que conocieron a Thompson, sino también a la caza de textos que lo graficaban como alguien genial y a la vez miserable. En este aspecto, algunos testimonios tienen el poder de erizar la piel y generar indignación.
Como vivimos en tiempos de corrección política, estoy convencido de que una lectura como esta despertará la indignación de más de una feminista debido al trato que Thompson tenía con las mujeres. Algunas de las convocadas por Carroll se quejan, otras no. Pero habría que subrayar la participación de la autora, la otra gran protagonista de esta biografía coral, mas su luz es la ideal, el perfil bajo. La estrella no era ella. 
Un libro que ladra y muerde, sin duda.

viernes, marzo 13, 2020

"el futuro es una máquina que nunca se acaba"


De las novelas peruanas publicadas el año pasado, una que apareció a fines del mismo despertó mi atención: El futuro es una máquina que nunca se acaba (Alfaguara) de Erick Benites.
Benítez debutó en la década anterior con Caja negra, un sugerente libro de cuentos que se nutría de los referentes de la cultura popular. De aquella experiencia a esta su última novela, es posible percibir el trabajo del autor en cuanto a la morfología de la prosa, expuesta en una claridad que como tal no deja de destacar por su peso anímico, cualidad difícil de lograr y que es producto de una febril reescritura.
En principio nos hallamos ante una novela generacional, aquella comprendida entre el segundo lustro de los 80 y el curso de los 90. Acierta Benites con mostrarnos un mosaico emocional que parte de un nihilismo existencial, del que el autor se sirve para entregarnos tres protagonistas (el narrador protagonista, Mauricio y Javier) cómplices en cuanto la dimensión amical pero que a la vez entran en conflicto por saber de la muerte de uno de ellos (No Spoiler), entre otras inquietudes de la edad, signadas por la frustración social (aunque no dicha, lo cual es meritorio porque si en algo brilla Benites es precisamente en un claro divorcio del mimetismo del lugar común, detalle en el que resbalan no pocos exponentes peruanos últimos).
Benites conduce su novela mediante la sugerencia. Todos los conflictos que presenta yacen en la especulación de lo que pudo haber pasado, y no solo sobre la muerte de Mauricio, sino también indaga en el impacto que suscita en el narrador protagonista (y los otros) el cáncer que aquejó a su padre. En otras palabras, los conflictos parten de los personajes para insertarse en el lector, convirtiéndolo en un cómplice en pos de una verdad que lo cuestiona, es decir, en una experiencia literaria y humana que sería bueno ver con más frecuencia en la narrativa peruana de los últimos tiempos, que ha caído en un aburguesamiento imbécil teñido de urgencias frívolas. 
En su brevedad, El futuro es una máquina que nunca se acaba dice mucho más de lo que expone. Benites cuenta una historia, pero esta no es más que un pretexto, en sus páginas la que se lleva los aplausos es la poética condensación de su escritura. Hay que estar atentos a lo próximo que haga Benites. No importa cuánto tiempo demore en publicar.

sábado, febrero 22, 2020

relectura: "bodegón"


Hace algunos años apareció Bodegón. Poemas recuperados 1973 - 1976 (Vallejo & Co), un extraordinario trabajo de arqueología poética realizado por Renzo Porcile (amigo personal) sobre los poemas perdidos/extraviados de Enrique Verástegui en los años setenta.
La lectura de estos poemas confirma lo que ya no debería ser una verdad oculta: la genialidad del poeta, que quedó patentizada con En los extramuros del mundo, publicado en 1971. Aquel libro debut hizo que un jovencísimo Verástegui sea considerado incluso como uno de los poetas hispanoamericanos más llamativos del momento.
El tiempo ha transcurrido y el magisterio de Verástegui se ha fortalecido. Es por eso que acceder al Verástegui no “conocido” pasa a la categoría de imprescindible, porque nos revela los cambios que el poeta haría en los futuros registros que exploró después de esa década setentera tan rica en (muy) buenos poemarios.
Sensualidad, transgresión, intelecto, erotismo y cuestionamiento social y existencial deparan estos poemas rescatados/recuperados. Al respecto, pienso en la contundencia de “Transcripción de una borrachera en un bar de provincia”, “Dibuxo del venerable varón F.J de la C. (Beardsley Frontispieces: estampado en seda)”, “Visión de un joven sicótico”, “Encuentro con una Sioux en Bogotá”, “Asunto a tratar: Penelopea de Itaca pasó por Lima” y “Good / By Lady Splendor”.
Me resisto a pensar que haya poeta peruano que pase de esta obra tan rica en referentes, pero de lo que sí pasan muchos es de la actitud de Verástegui. Esa actitud es lo que eleva y fortalece los registros usados por el desaparecido autor. Me refiero a ese contacto con la realidad para transfigurarla, interrogarla y convertirla en sustancia del ejercicio poético. Talento aún hay, y mucho, pero lo que se impone es la cobardía, la menudencia expositiva, el yoísmo inocuo. 
Lean este libro.

viernes, febrero 14, 2020

calderón fajardo


Días atrás, mientras andaba perdido por las salas del MALI, me topé con un lector, que no puedo considerar mi amigo pero con quien llevo un trato muy cordial. Este me preguntó por algunos posts del blog y si alguna vez había escrito sobre Gastón Fernández.
Sí recuerdo haber escrito de él, lo que no es el espacio (físico o virtual) en el que se publicó el texto.
Como fuere, resulta gratificante recordar y ser testigo de la emoción del interesado mientras le brindaba mis impresiones de relatos aparentes, publicado por More Ferarum a mediados de la década pasada, si mal no recuerdo.
A este lector, a quien en adelante llamaré Tatú, tiene una fijación especial por la tradición literaria de los raros, que son aquellos escritores que no pueden ser ubicados en rubros ya canónicos. A Tatú le gustan todos los raros, aunque no sé si llamar raro a Carlos Calderón Fajardo sea lo apropiado.
Recuerdo que a CCL le gustaba mucho Fernández y del mismo modo aceptaba que se le considere raro.
Le di toda la razón a Tatú: hay que ver la posibilidad de reeditar a Fernández, aunque sea en un tiraje modesto, de 300 ejemplares. Quien lo haga será alguien valiente y romántico de las causas imposibles, porque lo más probable es que se venda muy poco, pero qué importan las ventas cuando se trata de una poética que justifica la experiencia de la lectura.
Horas después de despedirme de Tatú, pensé en Fernández y CCF. Se entiende que no hablo de calidad literaria, en lo personal son dos escritores excepcionales, pero siempre he mostrado mis reparos a la nomenclatura, antojadiza e irritante, de llamarlos raros, lo que refuerza mi teoría de que el problema no es la poética, sino el discurso de sus difusores. En este aspecto, pienso más en los promotores de CCF, que hicieron mucho daño a los interesados en su obra, pintándola de inasequible, secreta y que requería de lectores con kilómetros de lecturas. Hago un repaso fugaz de su obra y esta no tiene nada de extraña, por el contrario, una de sus características era su apego por el asunto/argumento, intención que vimos repotenciada en su tetralogía de Sarah Helen. A ello, añado su propósito de no encasillarse en un determinado género narrativo. En su poética están casi todos los temas. 
Mucha chancaca discursiva para un autor que siempre buscó la magia de la claridad en su escritura. Mucha posería estéril en sus difusores. Ojalá en estos tiempos se le difunda de otra manera. CCF lo merece.

martes, febrero 04, 2020

«tema libre»


Desde hace un tiempo estoy interesado en la obra del escritor chileno Alejandro Zambra.
A diferencia de muchos, mi entusiasmo es tardío. Lo he leído, sin embargo, cuando lo hice no sentí una identificación, sin dejar de reconocer que es un tremendo autor, que ha forjado un mundo hermético y no menos revelador.
No sé a qué se deba este repentino apego. A lo mejor se deba a la edad. Como fuere, cada lector es dueño de su conexión con los libros, a lo mejor a esta edad estaba destinado a conectar con Zambra.
Tema libre (Anagrama, 2019) es su último libro.
Desde el título se anuncia la intención del autor (propósito que será detectado ya por sus seguidores): la escritura sin cotos genéricos. Bajo este principio, Zambra ofrece una serie de “ficciones, ensayos y crónicas” que de manera clara o subalterna son un reconocimiento al acto de escribir. Pero no se trata de un arte poética, porque a Zambra (en esta ocasión) no le interesa el recuento creativo, sino las herramientas en las que descansan las inquietudes artísticas y el medio por el que se las debe conducir. A saber, en textos tan disímiles como el homónimo de la publicación y “El cíclope”, resulta posible constatar la madurez de una mirada, o de cómo esta se ha ido fortaleciendo desde que Zambra se diera a conocer como autor de ficción. En apariencia, en lo que escribe el chileno no suceden grandes acontecimientos, al menos no como sí leemos en muchos otros autores. Para Zambra, el oficio es tan importante como la mirada (actitud, apego por el detalle, modo de acercamiento a la curiosidad), incluso tras la lectura de Tema libre podría aventurarme a decir que la mirada es másimportante que el oficio, principio que haría rabiar a los celadores de la ortodoxia narrativa, tan preocupados en la forma que en el nervio o la epifanía textual. 
En su brevedad, Tema libre es un libro mágico, en el que Zambra consigue una vez más destruir las barreras entre ficción y realidad, lo que conquista al lector, al que ya no le interesa si lo escrito yace o no en la parcela de la verosimilitud. La clave es disfrutar. Llámalo experiencia literaria. 




miércoles, enero 22, 2020

una librería


En los meses de verano me dedico exclusivamente a la relectura. Esto es algo relativamente conocido por el seguidor del blog. Rara vez me sumerjo en las novedades, sin embargo no pude ser ajeno a una maravilla llamada Nuestras riquezas. Una librería en Argel (Libros del Asteroide) de la escritora argelina Kaouther Adimi.
Como lo sugiere el título, esta novela va de una librería, llamada Las verdaderas riquezas, fundada en 1929 por Edmond Charlot, histórico librero y editor que tuvo la oportunidad de publicar los primeros libros de Albert Camus, y cuya librería no tardó en convertirse en un punto de encuentro para autores como André Gide y Antoine de Saint-Exupéry. No era para menos, Charlot supo forjar una leyenda de librero y gran lector que incentivaba la creación literaria en los jóvenes. En este sentido, Adimi nos ofrece un retrato atractivo de Charlot, pero también un testimonio de época y una radiografía generosa de lo que tendría que mostrar siempre todo librero (y editor): pasión por la vocación.
A la par de esta historia, Adimi presenta el recorrido del joven francés Ryad, que en 2017 debe encargarse del local en donde se ubicó Las verdaderas riquezas, pero su interés en el mundo del libro es prácticamente nulo y ve la tarea encomendada como un asunto meramente pecuniario. Tiene que reparar el local de la librería porque el actual propietario la quiere convertir en una buñolería.
Adimi se vale la funcionalidad del lenguaje sin afeites para brindarnos acercamientos verosímiles a estas sensibilidades. Por un lado, el idealismo de Charlot y por el otro la practicidad de Ryad. En este contrapunto, Adimi encuentra una potencia de estilo que le permite al lector acercarse a un testimonio de época, a una suerte de exploración a la cotidianidad de Charlot previo al estallido de la segunda guerra mundial; del mismo modo en la configuración de la materialidad que signa a Ryad. Este último, a medida que va avanzando en las reparaciones del espacio de la librería, va enterándose de su historia y leyenda, lo que deviene en un asombro de primerizo que es aprovechado por Adimi para mostrarnos el conflicto intelectivo de Ryad. 
Por lo expuesto, el lector se halla ante una novela idealista con ribetes escépticos, la cual nos muestra una mirada con cable a tierra de esa locura que es sacar adelante una librería pese a las adversidades y del valor silencioso de la misma capaz de abrirse espacio en el tiempo y en las sensibilidades más reacias a reconocer su valor.

jueves, enero 09, 2020

listas (poesía peruana última)


Hace algunos días algunos amigos me enviaron un par de listas que daban cuenta de los poemarios/poemas peruanos más destacados de la década. Hay que reconocer  la ambición, del mismo modo el arrojo, más cuando nos presentan el lisérgico número de 50 (y pico).
Para algunos, este asunto puede parecer una pérdida de tiempo o una tremenda cojudez, en cambio para otros, como este servidor, sí se trata de una chambaza más allá de si haya trampa o no, o sobre cuáles sean las verdaderas intenciones en esta clase de selecciones en las que encontramos carne y hueso, o llámese también tráfico de intereses. En las parcelas de la especulación todas las sospechas resultan razonables y más cuando se habla de poesía peruana última.
Imagino pues el ejercicio de memoria del colectivo Sub 25 (1 y 2) y el poeta Julio Barco (1). La relevancia de sus listas la dirá, apelando al lugar común, el tiempo. Ahora, me gratifica haber encontrado más de una voz atractiva (yo hice mi tarea, salí a la búsqueda de muchos poemarios/poemas (no pude encontrar todos) para dejar atrás algunos vacíos, además, lo bueno es que aparecieron en días de encierro forzado por las fiestas de fin de año, es decir, hubo tiempo extra para leer lo no planificado). 
Más que Likes, la poesía peruana reciente urge de lectores y no voy a negar que estas antologías al vuelo pueden ayudar a un debate o un seguimiento, o sea, brindar la sugerencia de una cartografía para el eventual lector. Bien sabemos que el circuito poético (al igual que en todos lados) es muy pequeño. Podemos ver las reyertas y olímpicas payasadas de la mayoría de sus integrantes, a los que habría que agradecer por alegrarnos durante la digestión, pero subrayo: lo más importante es recoger la recomendación y de esta manera saber quién es quién en poesía peruana última mediante la experiencia del texto. En cuanto a mí, lo agradezco.

sábado, enero 04, 2020

«palabras de otro lado»


Una de las novelas que debería figurar más en nuestros apurados recuentos literarios es Palabras de otro lado (Galaxia Gutenberg) de Alonso Cueto. La novela, para más señas, resultó también ganadora del II Premio de Narrativa Alcobendas Juan Goytisolo.
Cueto vuelve sobre sus marcas creativas, como la exposición de hombres y mujeres cuestionados por una revelación de último momento. Esto es lo que sucede con Aurora Carhuana, cuya madre antes de morir le confiesa que no es hija del padre que ella siempre creyó. Partiendo de este suceso, el autor comienza a armar una trama atractiva, lo que para sus (no pocos) lectores no es novedad, incluso es posible intuir cómo sería su desarrollo, sin embargo, lo que ofrece la novela no es una trama cerrada, sino un despliegue humano en la interacción de los personajes. En este sentido, la lectura depara no pocos sucesos en la búsqueda de Aurora de su padre, los cuales están enhebrados por los encuentros y la empatía entre estos, lo que lleva a Cueto a descollar en la introspección de los mismos y, en especial, en la sensibilidad de Aurora. Este ingreso a las zonas de lo dicho y lo no dicho, a los circuitos de la especulación, es lo mejor de Palabras de otro lado, novela en la que cada acción viene sustentada por una carga reflexiva que sabe detenerse a tiempo y en la que sus personajes quedan expuestos en sus más escondidas vergüenzas, pero esta exhibición de atrocidades anímicas no depende de la dimensión descriptiva del discurso, sino de la capacidad de Cueto para llevar el orgullo dinamitado a la galaxia emocional e intelectiva del lector. Esta luz deformada está presente en muchas páginas y tiene el poder suficiente para rescatarnos aún de las falencias de la novela (diálogos).
Palabras de otro lado ya se ubica entre las mejores novelas del autor, junto a Grandes miradas, La hora azul, El susurro de la mujer ballena y La Perricholi
Otro aspecto que me atrajo del libro es su frescura, la actualidad temática convertida en protagonista alterna. Imposible no pensar en nuestros nuevos o no tan nuevos escritores, que han hecho del chancaquismo discursivo, de los horrores superfluos y del aburrimiento, las marcas del prestigio sin lectores (o sea, doblemente hasta las huevas), del triunfo de la otra literatura legitimada por el lobby y otras maravillas parecidas. Uno no piensa así porque sospecha mal y cree que todo está hasta las patas. No qué va. No hay motivo para pensar así.


lunes, diciembre 30, 2019

germán marín


En la mañana de ayer domingo me entero de la muerte del escritor chileno Germán Marín. A lo largo del día recorrí algunas webs de diarios chilenos que daban cuenta del fallecimiento de uno de los autores referenciales de la literatura chilena contemporánea. Por esas cosas del azar, desde el día viernes había separado para releer la novela más conocida de este autor: El palacio de la risa, publicada en principio en 1995, aunque mi ejemplar pertenecía a Ediciones UDP, de 2014.
Separé esta novela de Marín movido por la curiosidad de retorno a los densos recovecos de su prosa. El argumento de la novela, metáfora brutal de Villa Grimaldi, conocido centro de torturas de la dictadura pinochetista, no era lo que en esta ocasión llamó mi atención. Me interesó, en principio, volver a la mezcla de registros que llevó a cabo Marín en este proyecto. Hay, pues, lo que llamamos narrativa del yo pero sin ser yo, y mediante esta incertidumbre discursiva Marín brinda un relato social sobre el periodo más oscuro de Chile en el siglo pasado. En lugar de discurrir por la exposición de atrocidades, el autor opta por lo no dicho, abocado a la sugerencia, extraña y que corrompe la prosa y, por ende, la sensación del lector. Es precisamente esta sensación, la búsqueda de esta, lo que me llevó a buscar el libro.
Marín es diáfano pero a la vez complejo, pero ante todo veraz en lo que cuenta, y cuando me refiero a veraz no pienso en verosimilitud, sino a una inmersión en la desazón personal y (como ya indiqué líneas atrás) colectiva de la sociedad de su país. A medida que se avanza en este artefacto rotulado de novela, resulta inevitable no caer presa de un extrañamiento presente en todas sus páginas: la sombra del peligro por medio del recuerdo y la correspondiente reflexión mientras se transita por los interiores y exteriores de Villa Grimaldi. 
Sobre la vida y obra de Marín se escribirá mucho en los próximos días. Marín llevaba una vida de perfil bajo y pertenecía a ese selecto crisol de autores que muchos consideramos perennes. Lo es ya en su literatura, El palacio de la risa es una irrefutable prueba de ello.

viernes, diciembre 27, 2019

listas


No esperaba postear nada hasta el próximo año, pero la conmoción que suscitan los Premios Luces me obliga a salir de mi zona de confort (relecturas) para brindar algunas palabras esclarecedoras al respecto, si es que a alguien le interese mis palabras, como siempre tan saludadas y denostadas. Pero bueno, a lo que iba y para ello me valgo de la pregunta que me hizo el joven narrador Bebé Sinclair en la mañana, mientras disfrutaba de un sabroso pan con chicharrón en el local Palermo de Balconcillo: «¿cuán serios son estos premios del Comercio?».
Los Premios Luces, lo sabemos, son una tremenda cojudez, pero como tal no menos atractivos para sus protagonistas. No importa lo imbécil que pueda ser la metodología del galardón, lo que seduce es el lucro emocional y eventualmente económico que se pueda sacar ni bien el autor lee su nombre entre los nominados. Urge madurez para manejar los vaivenes del fugaz estrellato, una gotita de desahuevina sería ideal en esos momentos que sientes tocar las nubes y, en tal posición de privilegio, ver a la recua que la suda para sobrevivir. Pero ya vemos que las artes del buen comportamiento sucumben ante las redes de la huachafada bienintencionada (prefiero pensar que es así), detalle del que son conscientes nuestros autores, que sabiendo de los peligros del mal gusto, son suicidas y se hipotecan sin más al ruego de votos, a las dádivas de Likes y los oscuros misterios del rebote. 
No hay que ser un dotado de la deducción: nos hallamos ante una mentira. Sin embargo, en esta ocasión la farsa, a diferencia de años anteriores, está delatada por el apuro en la confección de las listas, porque eso es lo que prefiero pensar y no (me aferro a la ingenuidad) en negociados llevados por lo bajo. En la confección de listas resulta imposible dejar contentos a todos, no hay suficientes presas para tan alta demanda, pero al menos un poco de responsabilidad (repaso al vuelo de lo más destacado, tiempo que no demanda más de tres bocados de pan con chicharrón del Chinito) podría suscitar el acontecimiento: que estén los que merecen estar, al menos hacer el intento.

martes, diciembre 24, 2019

cuentarios peruanos 2019


Ya cerrada la temporada editorial 2019, debo decir que, en lo literario, ha sido un año mucho mejor que el anterior. En este sentido, pienso en el género que ha sido protagónico, el cual suscitó interés y anuencia en los lectores: el cuento.
Me alegra, y mucho, por tratarse de un género no pocas veces maltratado, mirado de reojo, que no despierta esa algarabía que sí la novela, al punto que se piensa (y mal) que cuando se habla de narrativa peruana actual se hace referencia a la novela.
Curiosamente, los títulos más destacados han sido publicados por editoriales grandes. Hasta hace un tiempo se solía creer que si algún refugio tenía el cuento, este se lo podía brindar el espectro de las editoriales independientes, que dicho sea, han demostrado un año más su evidente crisis de catálogo, al menos antes los independientes salían a buscar.
El libro de cuentos del año se reparte entre tres títulos: Resina (Seix Barral) de Richard Parra, Todo es demasiado (Emecé) de Christian Briceño y Algunos cuerpos celestes (Peisa) de Augusto Effio Ordóñez. Hasta hace algunos meses, ubicaba lo de Briceño como el cuentario más sólido (que a decir de muchos buenos lectores lo es), pero no voy a negar que lo de Parra y Effio sí me generan razones para expandir el entusiasmo por este género tan difícil y a la vez muy incomprendido, usado por varios autores como puente a la novela. El cuentario, lamentablemente, es una especie de tarjeta de presentación en sociedad, requisito indispensable para seducir a los editores de turno con el proyecto de novela. En estos tres títulos hallamos no solo oficio, sino también una mirada del mundo de los autores, la cual no se resiente por efectismos y amaneramientos verbales con inclinación al bostezo. Además, mediante la configuración moral de sus personajes es posible conocer los circuitos anímicos y temáticos de los que se nutren sus autores. No hay satisfacción más saludable que encontrarse con plumas con personalidad, que no dudan en exponer la vergüenza interna, la humillación silenciosa y caprichosa, y en especial, ese afán por querer comunicar algo a los lectores.
También subrayo la aparición de Los ríos de marte de Yeniva Fernández, Nunca seremos tan jóvenes como hoy de Carlos Arámbulo, La otra orilla de Alejandro Susti y Jamás en la vida de Fernando Ampuero. Estos tres libros han tenido rebote desigual en prensa, del mismo modo saludos críticos encontrados. Pero esa es la idea, suscitar diversas opiniones. En el caso de Fernández, su libro (que contiene una novelita y cuentos de su primer libro Trampas para incautos) ayuda a visibilizar una propuesta que transita entre el detallismo y el registro fantástico. En el caso de Arámbulo, su cuentario lo asumí como un eslabón más de la cadena de intereses que lo configuran como autor de ficción. Basta leer su producción para darnos cuenta de que como creador no se queda en un solo estilo; sus dos cuentarios y la novela que lleva publicados son prueba de este braceo, el cual realiza con oficio y fidelidad a su tema: la intensidad de la vida. Si hay un autor peruano a quien debemos leer íntegramente, ese es Arámbulo. En cuanto a Susti, no podemos dejar de destacar que su cuentario (ganador del Premio José Watanabe 2018 de la APJ) derrocha una transparente fineza estilística. Para Susti no existen las reglas clásicas del cuento, para él lo que importa es el cómo, el tejido narrativo y la exposición de sensaciones no dichas de sus personajes, como en los cuentos «El balneario» y «Después de la batalla». No es un autor que tienda a lo comercial, más bien, su poética exige de un lector entrenado. Susti es dueño de una obra con variados intereses (también es editor, ensayista y músico) y en el plano de la escritura de ficción este es su título más importante. Si bien es cierto que el último cuentario de Ampuero no está como conjunto entre lo mejor de su rica producción, hay que indicar que estos cuentos exhiben un estado de gracia que solo se adquiere en años de experiencia, pero lo que me fascina más es la proyección de la vitalidad que se cuestiona y que impone revelación y hechizo en la irregularidad, detalle que no puede ser obviado por los perfeccionistas. Sin embargo, en esta irregularidad, hay una joya del cuento peruano del presente siglo: el homónimo de la publicación. Este cuentario se inscribe en un contexto estelar para el autor, que desde hace algunos años viene siendo testigo de un unánime reconocimiento literario, local e internacional.
Me gustaron mucho dos cuentarios reeditados: el primero pertenece a la narradora Mariela Sala, Desde el exilio, y el segundo a Antonio Gálvez Ronceros, Los ermitaños. Se trata de una excelente oportunidad para los nuevos lectores de literatura peruana de conocer a una narradora con mucho por decir como lo es Sala; en el caso de Gálvez, no podemos dejar de saludar los esfuerzos que se hacen para que su obra llegue a todos los lectores posibles. Si hay un autor al que debemos considerar ya un clásico viviente, ese es AGR.
Aunque podría ser una reedición, pienso en la magia de Pajarito de Claudia Ulloa Donoso. Esta es uno los libros que transmite la luz natural del talento. Aquí hay relatos de la autora que pudimos leer en el celebrado El pez que aprendió a caminar más otros de reciente aparición. 
Y para terminar, el título de uno de los nuevos narradores peruanos más representativos: El que golpea primero golpea dos veces de J.J.Maldonado. Maldonado ya nos había dado luces de su talento en su primer cuentario Los Buguis y en esta ocasión refuerza con ventaja las impresiones que se tenían (y se esperaban) de él. Asistimos pues a la marca de agua de Maldonado, la nervura del estilo y personajes ensimismados en la oscuridad. Para Maldonado, el asunto/argumento es importante, pero más lo es el cómo, en este caso, creer sin reservas en el protagonismo del lenguaje (no es lugar común, y hay que subrayar la cualidad porque no me refiero a si el lenguaje es correcto o trabajado, sino a su dimensional moral en su configuración).