Christian Van Lacke - DEMOLER: Tarkus
En febrero tuve la oportunidad de conocer a Christian Van Lacke. Me lo presentó Carlos Torres Rotondo cuando lo acompañé a Pueblo Libre, en lo que podría catalogarse como un viaje en el tiempo. Christian es hijo del fundador de Tarkus, y, entre muchas cosas, nos habló de Tlon, el proyecto que tiene la finalidad de rescatar musicalmente lo hecho por su progenitor Guillermo, Alex Nathanson, Walo Carrillo y Darío Gianella.
Christian administra el blog El Rock Suicidado, consagrado a dar cuenta de Tarkus, cuyo único y homónimo álbum viene siendo reeditado desde hace varios lustros en Estados Unidos, Argentina, Brasil y Europa. En ese blog se acaba de publicar el capítulo Tarkus, del librazo DEMOLER. Clic en el enlace, verán también imágenes inéditas que no aparecen en el libro.
Por mi parte, pirateo el texto para los lectores de lfdls. Disfruten de la lectura mientras que Carlos se prepara para romperla, al igual como lo hizo el pasado domingo en Radio Programas del Perú, con José María Salcedo en Plus TV.
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Cierto candente sábado a fines de abril de 1972 estalló el Rock Pesado en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de dos mil personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue, el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un éxito de ventas que superó cualquier récord en el rock nacional hasta ese entonces. Al caer la noche, luego de que tocaran algunos artistas sin mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que los conocían de anteriores recitales. Álex Nathanson continuaba en la primera voz pero ya no se encargaba del bajo como solía hacer en Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos los hippies nacionales llevaban raya al costado. Y del resto de la banda ni hablar. El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos desconocidos. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el bajo y Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock oscuro y raro; la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi operísticos. Aunque su propuesta era una mezcla de Black Sabbath con Led Zeppelin y toques de Almendra, su sonido incluso prefiguraba el de la British new wave of heavy metal de fines de los setenta. Además, había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando Nathanson caminando como un jorobado y con un lamparín de kerosene en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de Salgari llamado El Pirata; porque los temas eran propios y en castellano, y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella, con apenas diecisiete años recién cumplidos, se revolcaba en el piso como Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page no lo necesitaba porque ya vivía en su propia alucinada y ésta era visible para el que escuchaba su música venida de otra dimensión. Obviamente no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre.
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Cierto candente sábado a fines de abril de 1972 estalló el Rock Pesado en el Perú. El estadio de Chiclayo estaba abarrotado con más de dos mil personas que esperaban escuchar un concierto de Telegraph Avenue, el grupo peruano que el año anterior había editado su primer vinilo, un éxito de ventas que superó cualquier récord en el rock nacional hasta ese entonces. Al caer la noche, luego de que tocaran algunos artistas sin mayor brillo, el presentador anunció al público la llegada de la banda estelar. La entrada de los músicos desconcertó a los espectadores que los conocían de anteriores recitales. Álex Nathanson continuaba en la primera voz pero ya no se encargaba del bajo como solía hacer en Telegraph. Incluso su atuendo era diferente: vestía un poncho rojo y su pelo largo estaba peinado con raya al medio como el resto de sus compañeros, hecho que no se veía ni siquiera en Lima, ya que todos los hippies nacionales llevaban raya al costado. Y del resto de la banda ni hablar. El más fanático podía reconocer a Walo Carrillo, también de Telegraph, sentado tras la batería aporreando los tambores, pero ahí acababan los parecidos. Los otros músicos eran unos completos desconocidos. Se trataba de los argentinos Guillermo Van Lacke en el bajo y Darío Gianella en la guitarra. Cuando empezaron a tocar, Chiclayo dejó la tierra y viajó a Marte. La música era un hardrock oscuro y raro; la expresividad del vocalista y lo poético de las letras eran casi operísticos. Aunque su propuesta era una mezcla de Black Sabbath con Led Zeppelin y toques de Almendra, su sonido incluso prefiguraba el de la British new wave of heavy metal de fines de los setenta. Además, había bastante teatro: el público se quedaba con la boca abierta cuando Nathanson caminando como un jorobado y con un lamparín de kerosene en la mano entonaba con su falsete de hembrita ese cuento digno de Salgari llamado El Pirata; porque los temas eran propios y en castellano, y las letras tan metafóricas y alucinantes que muchos lamentaban no tener un ácido bajo la lengua en aquellos momentos. Y Darío Gianella, con apenas diecisiete años recién cumplidos, se revolcaba en el piso como Angus Young de AC/DC pero sin uniforme; ese fanático de Jimmy Page no lo necesitaba porque ya vivía en su propia alucinada y ésta era visible para el que escuchaba su música venida de otra dimensión. Obviamente no eran Telegraph Avenue, pero usurpaban su nombre.
La verdadera historia de Tarkus tiene su origen en sucesos acaecidos pocos meses atrás. En el verano de 1972 Telegraph Avenue vivía su mayor momento de esplendor. Su primer LP había logrado una difusión inusitada hasta ese entonces. Tenían programados conciertos todas las semanas en el Galaxy y Walo, cumpliendo su función de manager, contestaba llamadas de todo el país. Pero como dice la canción: todo tiene su final, nada dura para siempre.
Cierta mañana estival Walo se dirigió en su Volkswagen al bowling de Miraflores, donde unos patas apodados Los Franceses vendían tronchos armados a diez soles cada uno. Los encontró, pero un minuto después la policía los ampayó a todos negociando una colombiana con una mayor concentración de THC que la piurana común y silvestre. Los transeúntes lo vieron junto a los pushers mientras la tombería los empujaba violentamente al patrullero. Apenas pudo, Walo llamó por teléfono Chachi Luján: Telegraph iba a tener ensayo esa misma tarde y los muchachos tenían que buscar la manera de sacarlo del calabozo.
Apenas Chachi llegó al cuartel general de la banda —ubicado en jirón Paruro—, en lugar de abogar por su amigo, declaró que con Walo iba a suceder lo mismo que con Jerry Lam Cam —su antiguo bajista—, quien se había ausentado repentinamente causando mucho daño al grupo, que debió cancelar todas sus presentaciones pactadas. Si Walo estaba en cana era porque lo habían agarrado con las manos en la masa, por lo que entonces nada se podría hacer para ayudarlo, lo único que quedaba era buscar a otro baterista. Con la desaprobación de Álex Nathanson, llamaron al Osito Barreda. Sin embargo a Walo no le sucedió lo que a Jerry Lam, ya que salió de la cárcel a los cuatro días gracias a una vara que se consiguió oportunamente. Cuando Walo llegó a la sala de ensayos lo vieron como un fantasma. Su situación en la banda había quedado en un estado completamente incierto. No sé si llegaron a realizar algún concierto de despedida en esta primera etapa. Ya estaban heridos de muerte y el desbande de Telegraph Avenue fue instantáneo.
Woody Allen dice que la vida no imita al arte, sino a la mala televisión, y en este caso es cierto. Solo a un pésimo guionista se le ocurriría un lío tan inverosímil como éste, pero el hecho es que en la realidad se dio, y gracias a una sucesión de felices coincidencias nació Tarkus y pudo plasmarse un instante de toda esta locura. Meses atrás Walo había visto en la Plaza San Martín a un desubicado hippie que parecía extranjero. Se le acercó y descubrió que era argentino, que se llamaba Guillermo Van Lacke, y que en su país había tocado en un grupo de rock llamado La banda del Oeste. Van Lacke lo acompañó a los conciertos de Telegraph e incluso entró con ellos a los estudios de MAG. Al conocer desde dentro la movida peruana, Guillermo se entusiasmó y propuso hacer juntos un proyecto. Como tenía que regresar en pocos días a su patria, prometió buscar un guitarrista y regresar inmediatamente. En Buenos Aires Van Lacke frecuentaba un sótano ubicado en la avenida Hipólito Yrigoyen. Era un recinto insonorizado que los músicos utilizaban como sala de ensayo, bulín y nave para viajes al espacio interior. Había conocido ahí a un chiquillo llamado Darío Gianella. Darío era hijo de un alto mando de la Marina de Guerra argentina, pero su personalidad era la de un místico que expresaba sus iluminaciones por medio de la guitarra. Poco antes se había separado de Final, su grupo de quinceañero, y estaba buscando un nuevo colectivo de músicos con el que plasmar sus ideas. Con su labia arrolladora Van Lacke convenció al joven prodigio para escaparse de casa e ir a Perú, tierra que describió como de groupies bellas y de oportunidades en la aventura rocanrolera. Empacaron algunas mudas de ropa, un poncho rojo que luego le prestarían a Alex Nathanson para los conciertos y varios discos de Black Sabbath, Deep Purple, Led Zeppelin, Pappo’s Blues y Almendra. Justo antes de salir le enviaron una carta a Walo diciéndole que arribarían pronto al Perú. Se demoraron diez días —haciendo un viaje en tren y luego tirando dedo durante distintos tramos— hasta llegar a Lima. En ese lapso compusieron la mayoría de canciones del disco y escribieron abundantes poesías surrealistas.
Luego de ser expulsado de Telegraph Avenue Walo regresó a casa. Su madre le entregó una carta que acababa de llegar ese mismo día. Era de Guillermo Van Lacke, quien le avisaba que estaba a punto de partir a Lima y que lo acompañaba Darío Gianella, un chiquillo de dieciséis años a quien describía, con esa innata capacidad para la hipérbole que poseen los argentinos, como un genio de la guitarra. Llegaron tres días después. Vestían sandalias de cuero, jeans importados y polos psicodélicos pegados al cuerpo. Se peinaban con raya al medio y llevaban chaquiras colgadas al cuello. Estos tipos realmente tienen imagen, pensó Walo. Tuvo que hacer un acuerdo con su padre. Gracias a la apertura mental que le daba su vocación de psiquiatra, don Abel Carrillo permitió la estancia de Van Lacke y Gianella en su departamento ubicado en la avenida Sucre 1125, en el distrito de Pueblo Libre. Es más, les consiguió una cama camarote y una litera. Con el paso del tiempo y con la amistad creciente decorarían el cuarto con cortinas árabes, colchones y velas de colores. Cuando abrieron sus vetustas maletas, los argentinos sacaron los dos primeros discos de Black Sabbath y de Led Zeppelin. ¿Tenés tocadiscos? –le preguntaron a Walo, que se quedó alucinado al escuchar el material, convencido de que ésa era la música del futuro. Hicieron un primer jam session esa misma noche con guitarras acústicas y un cajón. Tarkus había nacido de la manera más espontánea posible. Pese a la posterior adición de un vocalista, siempre manejaron la parte instrumental como un trío, a la manera de The Who, Cream, Cactus, Led Zeppelin o Black Sabbath. Desde aquel primer ensayo, Carrillo, Van Lacke y Gianella supieron que tenían química. Las letras eran de Gianella, pero éste no se divertía cantando y tocando al mismo tiempo. Poco a poco comenzaron a colarse en sus ensayos antiguos músicos de Telegraph Avenue como Álex Nathanson y Chachi Luján. Darío Gianella llamó a Alex Nathanson y le pidió que cantara operísticamente, algo que Álex no había hecho nunca, pero funcionó. Su incorporación fue inmediata. Siguiendo las recomendaciones de Gianella, Álex asumió un estilo vocal más exagerado y teatral que el que había usado anteriormente. El grupo estaba completo. El golpe de suerte definitivo se dio cuando el ingeniero Carlos Manuel Guerrero se enteró de la separación de Telegraph y llamó por teléfono a Walo. El baterista le anunció que tenía un proyecto bastante avanzado con Álex y dos argentinos, y que no era algo puramente musical, sino que incluían una puesta en escena. El empresario se ilusionó con un grupo sudamericano internacional y le dijo a Walo que él era el que más le había hecho ganar plata gracias al primer disco de Telegraph y que los apoyaría en cualquier proyecto que hiciera. Le dio un contrato de palabra, un lugar para ensayar y horas en el estudio sin jamás haber escuchado a la banda. Poco después Guerrero viajó a Estados Unidos. Regresaría sólo un par de meses después, cuando la suerte ya estaba echada.
Durante ese breve periodo los Tarkus vivieron la mágica y arriesgada rutina de la creación artística. Como tenían que componer y grabar casi al mismo tiempo se compraron un inmenso paco de marihuana para tener inspiración de reserva. Guillermo Van Lacke se levantaba de la cama camarote a las seis de la mañana e inmediatamente comenzaba con los ejercicios de digitación, memorizaba las canciones, les hacía arreglos, con las ganas superaba rápidamente sus limitaciones. A las ocho de la mañana Guillermo, Darío y Walo bajaban a tomar desayuno. Luego descendían al garaje del edificio, montaban en el Volkswagen y se dirigían a la Avenida 2 de Mayo, donde MAG tenía su fábrica de discos y su estudio. Entraban por un corredor lleno de cajas y plásticos. Los obreros se los quedaban mirando y ellos no se detenían hasta llegar al depósito del fondo. Ahí enchufaban sus instrumentos y se ponían a componer y ensayar hasta las dos o tres de la tarde. Si tenían suerte, les cedían el estudio, y acompañados por Carlos Guerrero Bueno —de We All Together— en los controles de la cabina, grababan las canciones que habían ensayado en la mañana. Algunas tardes no tenían tanta suerte. El encargado les decía: disculpen, hoy tienen hora Los Morochucos. O: mala suerte, muchachos, le toca a Lucho Macedo. Entonces se separaban y cada uno se iba por su lado a la deriva, en largos paseos por una ciudad que cambiaba cada vez más rápido. Walo y Van Lacke empezaron a parar juntos, salían en parejas con sus respectivas enamoradas. Nathanson se iba por su lado con la collera del barrio de Mariátegui, legendario grupo de patas en el que por su natural espíritu y espontaneidad sobresalían locos egregios como el Oso Torres, el esquinero Valladares, los hermanos Allison, la mancha de El Álamo, Pacho Mejía (poco antes de salir de Black Sugar) y otros profesionales del ritmo. Darío era muy callado y normalmente se encerraba en la habitación comunal, ponía sus discos, fumaba marihuana, o a veces tomaba ácidos y escribía algunas nuevas letras para canciones. Fue Walo quien le puso el nombre al grupo. Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje. Pese al encierro de Darío, que prácticamente solo salía a comprar pan, la relación entre los cuatro iba cada vez mejor. Casi inmediatamente se presentó la oportunidad de debutar. La comisión de la promoción 1972 del colegio Roosevelt organizó una fiesta en el colegio para recaudar fondos. Ignorando la pelea de los Telegraph, llamaron al mánager, es decir a Carrillo, para pactar una presentación. Sin titubear, éste dijo que ahí estarían. Llevó a Tarkus sin decir nada, y frente a un público compuesto en un 80% por gringos, los dejaron con la boca abierta. ¡En el Perú un grupo a lo Black Sabbath que toca temas propios y en castellano! Entonces llegó el concierto en Chiclayo, y luego fueron a Chimbote y a Trujillo, donde se presentaron nuevamente bajo nombre falso, y también dejaron huella. Tuvieron que regresar al instante al estudio. Acabaron los ocho temas que conforman su primer LP y empezaron de frente con más canciones, de las cuales grabaron dos; tenían ensayadas unas cuantas más, pero ese par de registros se perdió para siempre cuando en la disquera optaron por grabar encima de esas cintas.
Las sesiones se realizaron entre el 3 de abril y el 16 de mayo de 1972. Los músicos tuvieron total libertad. Tanto así que el dueño de MAG solo escuchó su trabajo cuando regresó de viaje y ya se estaban prensando las primeras copias. Ocurrió una tarde, mientras Tarkus se encontraba en el estudio grabando las sesiones para el segundo álbum. A la mitad de una canción sintieron cierto desorden en la cabina de sonido. Dejaron de tocar y subieron a ver qué pasaba. Escucharon la voz estruendosa del ingeniero Carlos Manuel Guerrero: ¡qué mierda es esta bulla! El director de MAG tenía el rostro completamente rojo, presa de un colerón apocalíptico. Y cuando entró Walo llegaron los insultos: Oye tú, Carrillo, esto no suena como Telegraph Avenue, ¿no iban a ser un grupo latino?, esto no lo va a escuchar ni san puta. Yo no invierto en ustedes si hacen este tipo de música.
Sin embargo, estaban atados por un contrato, por lo que el disco pudo salir a la venta. La portada era completamente negra, como años después lo fueron el Back in Black de AC/DC o el disco homónimo de Metallica. Pese a las contrariedades con el ingeniero Guerrero, los muchachos siguieron en la brega. Podían hacer circular su disco de manera independiente, todo dependía de los conciertos. El boca a boca ya había creado cierta expectativa en la movida rockera limeña, aunque casi nadie los había escuchado. El debut oficial estuvo por eso organizado al milímetro. Sería en el cine El Pacífico, que era la sala más importante de la época.
Un día Walo recogió en la Vía Expresa a un hippie que tiraba dedo. Se pusieron a conversar mientras ponía un cartucho en el equipo de su auto. El desconocido respiraba paz por todos los poros de su cuerpo. Lo invitó a un departamento de San Isidro, donde estaba hospedado con sus amigos. Todos eran norteamericanos y tenían el refrigerador lleno de provisiones. Eran acólitos de la secta conocida como los Niños de Dios, que años después se haría célebre en las paginas policiales por acusaciones de presunta pedofilia. Al día siguiente el baterista les presentó a los demás miembros de Tarkus. Darío empezó a frecuentarlos pero persistió con su natural timidez frente a los demás músicos de la banda.
En setiembre, poco antes de la primera presentación oficial del grupo en el cine El Pacífico, los Tarkus fueron invitados al famoso festival rockero que se celebró en la Plaza de Acho. Antes de que los grupos comenzaran a tocar, Darío se acercó y anunció a los tres músicos que tenía algo muy serio que decirles. Había encontrado a Jesucristo y debía retirarse de la banda y de ese estilo de vida. Se iba con los Niños de Dios. No tocaría en el debut porque iba contra el camino que había elegido en la vida, que era el camino de Nuestro Señor. Ya no creía en esa música inspirada por la droga y no podía ir contra sus principios. La noticia les cayó a todos como un balde de agua fría, pero Darío permaneció inflexible. No había nada qué hacer. Estaban en un callejón sin salida.
Tarkus nunca debutó oficialmente. El LP fue un fracaso de ventas; en realidad comercialmente jamás existió. Y ese disco es quizás uno de los más valiosos testimonios que quedaron de aquel tiempo en los sesenta y setenta cuando la música incendió los barrios de Jesús María, Lince, Pueblo Libre y Magdalena y luego desapareció sin dejar memoria, como sucedió con el único disco de Tarkus, esa anómala opus magna que, como ha mostrado esta historia, es mucho más que un brillante intermedio entre los dos LPs de Telegraph Avenue. Tarkus dejó de existir pero la vida continuó su curso. Bastante asustado por la desaparición de Darío, su padre viajó a Perú a buscarlo. Se encontró con Guillermo Van Lacke, que lo guió hasta el departamento de San Isidro donde vivía el guitarrista en la comunidad de Los Niños de Dios. Como buen milico, lo sacó violentamente, argumentó ante las autoridades de migraciones que su hijo aún era menor de edad (acababa de cumplir diecisiete años), le puso una camisa de fuerza y lo embarcó en un avión de las fuerzas armadas. Al llegar a Buenos Aires el psiquiatra diagnosticó su caso como un delirio místico. Cuando cumplió dieciocho y pudo salir de la clínica, Darío regresó con los Niños de Dios. Se convirtió en uno de sus principales activistas y durante un ritual de la secta fue rebautizado con el nombre de Manases. Se volvió a encontrar con Álex Nathanson en 1975. Juntos realizaron algunas grabaciones con los Niños de Dios, entre ellas un LP. Se sabe que vivió durante años en Seattle y que actualmente se encuentra dedicado a la vida espiritual en Madrid. Su historia lleva inmediatamente a conjurar el espíritu de Syd Barrett o Roky Erickson.
En el 2007 Tarkus se volvió a reunir. Ante la desaparición de Darío Gianella, el puesto de guitarrista fue ocupado por Christian Van Lacke, hijo de Guillermo y guardián del espíritu original de la banda. Aparte de cantar, Alex Nathanson ocupó esta vez el puesto de bajista. En los ensayos para el regreso de Tarkus y con la exhumación de los baúles de los recuerdos salieron a la luz los temas que iban a ser parte del segundo disco, aquel que nunca se terminó por el colerón del ingeniero Guerrero. No tenían las grabaciones de la época, pero sí las canciones, y se pusieron a ensayar. Era una empresa extraña, comparable en el mundo del rock al proceso que sacó a la luz álbumes como A Saucerful of Secrets —donde Pink Floyd continuó sin Syd Barrett pero prolongando su sonido— o, el Smile —trabajo con el que décadas después Brian Wilson terminó el LP perdido de los Beach Boys—. Álex retornó a California para seguir haciendo música, pero Walo y Christian decidieron seguir con la empresa hasta hacerla tangible y sonora. Todo este material ha sido incluido en el disco debut de Tlön, grupo que continúa la línea de Tarkus y que actualmente está conformado por Walo Carrillo, Christian Van Lacke y Marcos Coifman.
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