miércoles, diciembre 02, 2009

Entrevista: Alina Gadea


“Si uno logra que alguien se identifique con la historia y con algún o algunos personajes, significa que esa extraña labor de escribir ha dado un fruto”

Otra vida para Doris Kaplan (Borrador Editores, 2009) se perfila como una de las novelas breves más interesantes publicadas en Perú durante el presente año. En ella tenemos un punto de vista muy peculiar sobre los convulsionados años ochenta, por el que nos adentramos en los dramas y conflictos de Doris Kaplan, una joven que solo puede encontrar en un creado mundo paralelo la salida a la violencia que la rodea. Sobre esta novela conversé con la escritora Alina Gadea (Lima, 1966).
Otra vida para Doris Kaplan puede ser leída como una crónica personal de los ochenta.
Qué interesante que lo veas de esa forma. En realidad sí lo es; una crónica personal, a nivel de la conciencia del narrador. Un narrador muy particular que puede adentrarse en la mente de cada personaje, por distintos que estos sean. Esa cualidad omnisciente la logra a pesar de no usar la tercera persona sino la primera. Hacia el final entenderemos por qué: su peculiar estado; el de un espectro que todo lo ve, todo lo recuerda, todo lo entiende. Justamente por esa condición es que permanece todo el tiempo a nivel de la conciencia, saltando de punto de vista. Es la crónica de las sensaciones, emociones, las pulsiones de los que fuimos afectados directa o indirectamente por la violencia de los años 80. Formaba parte de nuestras vidas; cuando Sendero baja de la Sierra y se acerca a Lima comenzamos a tener la impresión de que algo va a explotar en nuestra cara. Los bancos, los carros comienzan a formar parte de esa psicosis. El toque de queda nos hace huir de donde estemos a casa. Los apagones provocan la oscuridad ideal para que se produzcan robos. Crecen los muros y las rejas, afeando la ciudad. Dándole un matiz de miedo. Los vidrios se llenan de cruces de esparadrapo, como íconos de una leve defensa ante posibles bombazos. Paranoia, encierro y también indiferencia en muchos que negaban que ello nos estuviera ocurriendo. Lima de espaldas al Perú acentuaba su individualismo ausente, su actitud pusilánime ante el desastre.
Pareciera que la protagonista hubiera guardado muchas cosas personales y que estas se desbordan a partir de un hecho crucial: la muerte de su padre.
La muerte del padre abre el camino por el que va a transcurrir la historia, como punto de partida de nuestra frágil existencia, sujeta a la vida por hilos muy débiles. Desde la propia protagonista, incorpórea. Uno de los hermanos trasmite el ambiente fantasmal de la casa que en sí es un personaje que envejece, decae, muere. Sujeto a la decadencia de esa familia, de esta ciudad, de este país. La sensación de pérdida de un padre, de un hijo, de una hermana, de una esposa, de un nuevo amor. El tono efectivamente es íntimo y el lenguaje metafórico para que podamos sentir en carne propia que todos los personajes de alguna manera viven la dolorosa experiencia de perder a un ser querido. Por eso es que esta confesión que es casi un monólogo comienza y termina con la muerte y el vacío que esta deja.
Me gustaría saber cómo llegaste a decidirte por la estructura de la novela. Aparte del estilo, los microcapítulos hacen que uno vuele con la historia.
Ese comentario es el que más gusto me causa porque sentía que la historia tenía cierta densidad, por su contenido emocional y no quería que ello anclara la historia. Quería que la acción dramática transcurriera ágil. Tal como fluyen los pensamientos en la conciencia. Los fragmentos, o microcapítulos como tú los llamas, son como escenas dentro de nuestro recuerdo, dentro de la cabeza de Doris. Como flashes, rápidos, visuales que nos aproximan de manera directa y presente al relato. No quería una historia que sonara al lector como algo lejano que una vez ocurrió, quería que la distancia psíquica fuera la menor posible para que el lector sintiera el olor, el peso, el color, el sabor, el tacto de cada cosa que lee. La estructura fragmentada es cinematográfica y por eso vuela. Los títulos son como un anticipo de lo que se va a narrar. Dentro de esa estructura hay saltos en el tiempo como racontos o flash backs que nos van haciendo entender más a la protagonista sin que la historia se haga morosa. De esa manera también logro introducir una historia secundaria, pero entrañable y funcional, como la del camarada W y la novia que se inmola por recobrar de él al menos su cadáver. Esa segunda historia se entremezcla y redondea el sentido del texto en que todos corrimos la misma suerte aunque tomáramos caminos distintos.
Sabemos que los libros se enriquecen de los puntos de vista del escritor; las ansias y temores, por ejemplo, se reflejan en la configuración de los personajes. Podría pensar en el doctor Miranda, que implícitamente suple el lugar dejado por el jefe de familia Kaplan y que ama a Doris.
El doctor Miranda es un personaje delicioso que encarna toda la seguridad que alguien como Doris necesitaría. Que permitiría esa otra vida que muchos desearíamos. Su relación con la muerte es inmediata dado que algunas veces debe ver morir a sus pacientes. Crearlo a él fue casi como un regalo que me hice a mí misma o como un desahogo al pensar que alguien así existiría. Aunque solo fuera en la ficción. Y lo armé en base a muchas personas que conocí, de las cuales extraje una porción diferente de cada una. Es fácil inventar algo ideal. También fue simple crear a los villanos, el padre militar en el cuartel, parametrado y abusivo, capaz de abandonar a una mujer embarazada y posteriormente cometer excesos, golpear, violar e incluso matar a pedradas. Es fácil de imaginar. Genara es un personaje casi calcado de la realidad, la empleada venida de la Sierra, cargando con su barriga y su tristeza. Huyendo de la pobreza de la Sierra para quedar presa en una casa acomodada y dejando a su hijo en manos de su hermana con la esperanza de verlo el domingo, siempre y cuando la patrona lo permita. A pesar de lo cual ella es una mujer de una fidelidad única a esa familia. Representa a muchas mujeres abandonadas y que han tenido que valerse totalmente solas con un hijo a cuestas. Dejando su tierra natal, su ambiente rural, sus costumbres, hasta su idioma, su cielo azul. Este personaje es muy verosímil. Miriam y Herby son de esas parejas que existieron hasta hace poco relativamente. Ella es una mujer más criolla, probablemente costeña, oscura, acinturada que enamora al mayordomo y que lleva toda una vida con él dentro de los muros de esa casa. Es la mama que le dará al chico nervioso la calma que necesita cada noche de pesadilla. Ayudada por Genara y sus menjunjes como agua de claveles y alumbre de castilla, para “el susto”. El hermano mayor retrata al adolescente de la era psicodélica con la función de dar el contexto de los años que ella recuerda de su niñez. Representa la rebeldía con su banda de música y desespera a su madre. La que aún no se ha vuelto totalmente intolerante. Todavía es joven y no ha enviudado. El hermano menor encarna al niño inseguro y fantasioso que configura la atmosfera fantasmal, con sus pesadillas y sus visiones del señor del sombrero negro. Esa es la función de ese personaje. Ese personaje es importante porque está enraizado en los recuerdos de infancia y es quien comienza a cerrar la historia al entrar a la casa después del atentado.



¿Y los personajes más difíciles?

La madre oligárquica y anticuada, que impone un rigor que hace agonizar a un ser sensible como Doris. Su represión sexual atormenta a la hija. Su racismo y su indiferencia la indignan. Es un ser complejo y decadente. Alguien que alguna vez fue feliz y que con los años se convirtió en una viuda sin vida propia, aterrada de quedarse sola y presa dentro de una casa que se viene abajo. Los personajes que más me costaron aparte de la madre, fueron los chicos subversivos, quizás porque conformaban la realidad más disímil a la mía, en cuanto a su forma de vida y de pensar, sus inclinaciones, su pasado, su ambiente, sus frustraciones, sus carencias. Y sin embargo, pensé en anécdotas que algunas personas me habían relatado de manera muy vital. Para volverme uno de ellos por momentos y los imaginé desde muy adentro de mí misma pensando en cómo se sentirían desde su posición, lo poco que tendrían que perder, su marginación, su falta de posibilidades desde que llegaron al mundo, con un destino injustamente trazado de antemano. Calqué esas imágenes y esas sensaciones de mi mente al papel y transcribí lo que dirían desde mi cabeza. Reflexioné en que finalmente todos somos seres humanos, sentimos amor, dolor, en mayor o menor medida, todos queremos vivir y todos tenemos miedo de morir. Son cosas universales. Algunos querríamos otra vida. El Perú querría otra oportunidad.
Doris vive sus guerras personales, en su trato con sus compañeros de la universidad, en su posibilidad de amar, pero muy en especial con su madre, que la sobreprotege a niveles casi enfermizos.
La sobreprotege a niveles patológicos. Muchas personas en tiempos anteriores han sufrido los estragos de la educación castrante, represiva. El pretexto ideal para incidir en esta forma de educación sobreprotectora era la violencia que se vivía. Un pretexto para encerrar y encerrarse. Por otro lado, creo que la Universidad conforma un mundo en sí en que todos están unidos y son iguales, situación dentro de la cual cada quien toma un camino propio. En cuanto al amor para la protagonista también tiene un carácter transgresor, dado que se trata de una persona mayor que ella, contemporánea y amiga de sus padres. La madre es una metáfora de la represión, del abuso, del malestar, del encierro y la opresión. Un personaje que se prende de lo que tiene alrededor como un náufrago, para no terminar de hundirse.
Mucho se ha dicho sobre los perjudicados de aquella guerra interna. O sea, de que solo la sufrieron los sectores menos favorecidos de la sociedad peruana. La protagonista Doris también es una víctima lateral de la guerra, en un sentido más emocional, digamos.
Y no solo emocional ya que ella está en el atentado de Tarata. En todo caso, el final es ambiguo, algún lector ha entendido que ella sobrevive. En realidad sobrevive para el doctor Miranda al menos. Ese atentado nos enseñó con crueldad que éramos parte de un todo y que todos seríamos afectados. Lo que durante varios años fue visto en Lima como algo remoto, comenzó a tomar forma y a acercarse. Creo que todos comenzamos a sentir miedo de pasar por un banco, por una comisaría, por una tienda. Cualquier carro podría haber sido un coche bomba. Lo que finalmente se convirtió en un tsunami que se fue acercando hasta llegar al corazón de Miraflores y literalmente estallar.
Doris tiene amigos que simpatizan y hasta se comprometen con las acciones de Sendero Luminoso. Ella no mezcla los planos, o sea, por un lado la opción política y la amistad entendida como tal.
Creo que cualquier universitario de los ochenta ha podido compartir la carpeta, los apuntes, el lapicero y hasta algunas ideas con estudiantes que estaban adscritos a la violencia. Y de alguna manera entre esas aulas quedarían horas y alegrías compartidas sin que involucrasen nuestra forma de pensar en lo profundo y sin que intervinieran en nuestro entorno más inmediato. De hecho nosotros bromeábamos con “la terruca”, persona extraordinariamente culta, más aun siendo tan joven y de un estrato tan humilde. Y hace poco, salió en un noticiero su nombre, el verdadero, ese por el que la llamábamos y su nombre de afiliación, algo equivalente al camarada W. Reclamaba como abogada por los derechos de sus compañeros. Ella veintitantos años atrás me decía que se imaginaba a Emma Bovary con mi cara.
Al final de la novela, fechas como conclusión de su escritura en el 2008. Por lo que venimos hablando, ¿consideras que la distancia del tiempo es necesaria cuando se quiere retratar una época sumamente conflictiva, tal y como ocurre en tu novela?
La distancia sirve para que se asienten en nuestro interior nuestras vivencias, se filtre en nuestra mente lo que de verdad es relevante, es como un proceso de digestión de los hechos, un proceso muy largo para poder asimilar lo que nos tocó, abstraerlo a una ficción y poder traducirlo en palabras de manera sugerente para compartirlo con los demás. Creo que cuando uno está en medio de una situación no es el momento para escribirlo sino para vivirlo. Hay que procesar las sensaciones. No escribirlas cuando están en carne viva. Me refiero a las situaciones personales que nos golpean, tanto como a la situación social que en este caso es el marco de esta historia. Una vez internalizado dentro de uno podrá ser trasmitido a los otros. Y si uno logra que alguien se identifique con la historia y con algún o algunos personajes, significa que esa extraña labor de escribir ha dado un fruto. Y que esa desesperación por contar tenía sentido.
Otra vida para Doris Kaplan también podría estar incluida entre las novelas que recrean la violencia política. Si las has leído, ¿cuáles te han gustado o parecido interesantes?
La novela que más me ha impactado entre las que recrean la violencia política es Grandes Miradas de Alonso Cueto. Es una narración visceral, visual, agilísima, encarnizada que a la vez mira omnisciente el horror de la corrupción y la violencia en una historia personal dentro de la ficción. La prosa avanza sin darnos tregua a través de un personaje que busca vengar la muerte de un ser querido y que será capaz de todo para lograrlo. Causa fuertes sensaciones en el lector. Como para cerrar cada tanto las páginas y respirar profundo.
En la solapa del libro se anuncia que estás escribiendo tu segunda novela, ¿sigue la misma ruta de esta?
La novela que estoy armando ya no está situada en el contexto de los ochenta. Es también una historia personal sobre las pasiones insanas, un thriller a partir del cual queda de manifiesto el precario estado de derecho en el que vivimos en nuestro país. No puedo dar más detalles por el momento.

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