jueves, julio 01, 2010

Fragmento de DUBLINESCA en Caretas

Miércoles 7: Conversando con Enrique Vila-Matas sobre DUBLINESCA. Centro Cultural de España, 7:30 p.m.
Fragmento de DUBLINESCA en la edición de Caretas de hoy jueves 1.

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Alistando su próximo arribo a Lima como parte de su gira latinoamericana, el reconocido escritor español Enrique Vila-Matas llegará para presentar su más reciente novela: ‘Dublinesca’ (Seix Barral, 2010). Allí, Vila-Matas reflexiona con humor sobre el fin de la era de la imprenta, entregando la deliciosa historia del editor Samuel Riba, quien llega a sus años de madurez caído en desgracia y con una nueva meta: viajar al Dublín de Joyce a participar del Bloomsday y celebrar el funeral de la palabra escrita. Aquí apocalíptico adelanto en exclusiva para CARETAS.
Pertenece a la cada vez ya más rara estirpe de los editores cultos, literarios. Y asiste todos los días conmovido al espectáculo de ver cómo la rama noble de su oficio –editores que todavía leen y a los que les ha atraído siempre la literatura– se va extinguiendo sigilosamente a comienzos de este siglo. Tuvo problemas hace dos años, pero supo cerrar a tiempo la editorial, que a fin de cuentas, aun habiendo alcanzado un notable prestigio, marchaba con asombrosa obstinación hacia la quiebra. En más de treinta años de trayectoria independiente hubo de todo, éxitos pero también grandes fracasos. La deriva de la etapa final la atribuye a su resistencia a publicar libros con las historias góticas de moda y demás zarandajas, y así olvida parte de la verdad: que nunca se distinguió por sus buenas gestiones económicas y que, además, tal vez pudo perjudicarle su fanatismo desmesurado por la literatura.
Samuel Riba –Riba para todo el mundo– ha publicado a muchos de los grandes escritores de su época. De algunos tan sólo un libro, pero lo suficiente para que éstos consten en su catálogo. A veces, aunque no ignora que en el sector honrado de su oficio quedan en activo algunos otros valerosos quijotes, le gusta verse como el último editor. Tiene una imagen algo romántica de sí mismo, y vive en una permanente sensación de fin de época y fin de mundo, sin duda influenciado por el patrón de sus actividades. Tiene una notable tendencia a leer su vida como un texto literario, a interpretarla con las deformaciones propias del lector empedernido que ha sido durante tantos años. Está, por lo demás, a la espera de vender su patrimonio a una editorial extranjera, pero las conversaciones se encuentran encalladas desde hace tiempo. Vive en una potente y angustiosa psicosis de final de todo. Y aún nada ni nadie ha podido convencerle de que envejecer tiene su gracia. ¿La tiene?
(…)
Hora: justo después de las once de la mañana.
Día: 15 de junio de 2008, domingo.
Estilo: Lineal. Se entiende todo. Guarda un aire familiar con el capítulo sexto de Ulysses, donde encontramos un Joyce lúcido y lógico, que introduce de vez en cuando pensamientos de Bloom que el lector sigue con facilidad.
Lugar: Dublin Airport.
Personajes: Javier, Ricardo, Nietzky y Riba.
Acción: Javier, Ricardo y Nietzky, que llevan ya un día en Dublín, reciben en el aeropuerto a Riba. La idea es celebrar mañana, al caer la tarde y antes de visitar la Torre Martello, las honras fúnebres de la galaxia Gutenberg. ¿Dónde? Hace ya días que Riba delegó en Nietzky la decisión, y éste ha pensado, con buen tino, que el cementerio católico de Glasnevin –antes Prospect Cemetery, donde entierran a Paddy Dignam en Ulysses– podría ser un lugar adecuado. Pero del funeral no saben nada todavía ni Ricardo ni Javier. Y por no saber ni siquiera saben que ha sido incluido en el informal programa de actos que Riba y Nietzky han estado preparando.
[R
33867]Por otra parte, los tres escritores y amigos de Riba son ya, sin ellos aún saberlo, las réplicas vivientes de los tres personajes –Simon Dedalus, Martin Cunningham y John Power– que acompañan a Bloom en la caravana fúnebre del sexto capítulo de Ulysses. Satisfacción secreta de Riba.
Temas: Los de siempre. El pasado ya inalterable, el presente fugitivo, el inexistente futuro.
En primer lugar, el pasado. Ese sufrimiento alrededor de lo que podría haber hecho y no hizo y dejó enterrado como un montón de rosas bajo muchas paladas de tierra; su necesidad de no mirar atrás, de atender a su impulso heroico y dar el salto inglés, de orientar la vista al frente, hacia la insaciabilidad de su presente.
Después, el presente fugitivo, pero de algún modo asible en forma de gran necesidad de sentirse vivo en un ahora que le está obsequiando con la alegría de sentirse por fin libre, sin la atadura criminal de la edición de ficciones, una labor que a la larga se volvió un tormento, con la competencia siniestra de los libros con historias góticas y Santos Griales y sábanas santas y toda aquella parafernalia de los editores modernos, tan analfabetos.
Y finalmente, la cuestión del futuro, claro. Oscuro. No tiene el menor porvenir, que diría el transexual de la pastelería de abajo. El famoso futuro engloba en realidad el tema principal, que resulta no ser exactamente un tema único: Riba y su destino. Riba y el destino de la era Gutenberg. Riba y el impulso heroico. Riba y su sospecha desde hace unas horas de que es observado por alguien que tal vez quiere hacer algún experimento con él. Riba y la decadencia de la edición literaria. Riba y la vieja y gran puta de la literatura, hoy ya bajo la lluvia y en el último muelle. Riba y el ángel de la originalidad. Riba y los picatostes. Riba y lo que se quiera. As you like it, que decían Shakespeare, el doctor Johnson, su amigo Boswell, y tantos otros.
–¿Dónde lo celebramos? –pregunta Riba, nada más alcanzar la terminal del aeropuerto y encontrarse con sus amigos.
Se refiere al funeral por el mundo de Gutenberg, por el mundo que ha conocido, que ha idolatrado y que le ha cansado. Pero se crea un equívoco. Como Javier y Ricardo aún no tienen noticia del réquiem, piensan que Riba habla de celebrar que se acaban de encontrar los cuatro en Dublín y creen que les está proponiendo tomarse unas copas, es decir, dan por sentado que ha decidido volver a la bebida. Es curioso, pero les hace una ilusión exagerada ese supuesto regreso al alcohol de su antiguo editor. De modo que ríen felices.
–En el mismo cementerio de Glasnevin –les interrumpe Nietzky con un tono muy seco.
–¿Hay un bar en el cementerio? –pregunta Javier extrañado.
Estado del cielo: No llueve como en Barcelona. Pero una nube empieza a cubrir el sol y sume los alrededores del aeropuerto en un verde más oscuro. Se funden los recuerdos de Riba en las aguas oscuras y refrescantes de las sombras.
(...)
Acción: Han hablado y discutido sin parar. Nietzky lleva cuatro whiskys seguidos. Javier, en el ínterin, se ha convertido en hincha de la selección nacional polaca y asegura, con su tono categórico característico, que es la mejor selección del mundo. Ricardo no le da descanso alguno a un exagerado rictus de indignación. ¿De qué se lamenta? Del réquiem, sobre todo.
–¿Pero qué mal hay en organizarle un sentido funeral a la era Gutenberg, un réquiem a modo de gran metáfora por el fin de la era de la imprenta y de paso por el ya casi olvidado cierre de mi editorial? –dice Riba con ironía tan amortiguada que ni se nota.
–¿No nos habrás hecho venir hasta Dublín para poder convertirte en una metáfora? –dice Ricardo.
–¿Y qué mal hay en que nuestro Riba quiera ser alegoría, testigo de su tiempo, notario de un cambio de épocas? –interviene Nietzky, que está ya como una cuba.
–Pero ¿hemos venido hasta aquí para que nuestro querido amigo se convierta en testigo de su tiempo? Es lo último que me esperaba oír —dice Ricardo.
–Bueno, y también para sentirme vivo –protesta Riba con inesperada y verdadera amargura– y para tener algún viaje que contarles a mis padres cuando vaya a verles los miércoles, y para sentir que me abro a los demás y dejo de ser un hikikomori. Que tengáis compasión de mí. Es todo lo que os pido. (Escribe: Enrique Vila-Matas)

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