El mejor Philip Roth está de vuelta
Una de las cosas que me fastidia mucho cuando se habla sobre la obra de escritores tremendamente referenciales, es la facilidad de bajarse una trayectoria haciendo mención de lo menos importante que han escrito.
Es una costumbre muy peruana. Nadie se salva de esa guadaña de la mezquindad.
Sabemos bien que los últimos libros de Philip Roth no han estado a la altura de sus principales títulos. Estoy convencido de que es uno de los más grandes novelistas vivos del planeta, y también estoy convencido de que no siempre nos va a entregar novelas tipo PASTORAL AMERICANA, LA MANCHA HUMANA, LA VISITA AL MAESTRO, EL LAMENTO DE PORTNOY, LA CONJURA CONTRA AMÉRICA y varias más que en estos momentos no recuerdo.
Los novelistas son como los delanteros. Tienen rachas, no es obligación que en cada temporada salgan goleadores. Lo que importa es que sigan mojando.
Es por ello que no puedo dejar de mostrar mi alegría total con El mejor Philip Roth está de vuelta de Eduardo Lago.
A esperar NEMESIS entonces.
…
De Philip Roth (Newark, 1933) se podría afirmar lo que dijo Borges a propósito de Quevedo: "No es un escritor, es una literatura". Desde que publicó su cuarto libro, El Lamento de Portnoy (1969), se convirtió en uno de los referentes imprescindibles del panorama literario universal. Dentro de su vasta producción, hay varias obras de gran envergadura, como la serie de novelas protagonizadas por su alter ego, Nathan Zuckerman, personaje más real que lo que da de sí la realidad, y que permitió a Roth llevar a cabo una serie de complejas exploraciones acerca del sentido del arte y de la vida. Sus seguidores (que en España, donde le edita Mondadori, son legión) están de enhorabuena: Su última obra, Nemesis, recién publicada en Estados Unidos, nos devuelve al mejor Roth tras una década de producción algo desigual y excesiva. O al menos así lo ha considerado la crítica del país.
Uno de los mayores logros de Roth como narrador es que obliga a los lectores a adentrarse con él en regiones sumamente oscuras de la experiencia humana. Ello lo convierte en un narrador a quien puede resultar incómodo seguir. Se ha dicho de él que nadie ha explorado mejor en nuestro tiempo el misterio de la sexualidad. Otras cumbres de su arriesgada propuesta narrativa son El teatro de Sabbath (1995), Pastoral Americana (1997), y La mancha humana (2000). Aunque es cierto que en algunas novelas ha puesto a prueba las posibilidades técnicas del arte narrativo, como en El pecho (1972) o La contravida (1986), la verdadera fuerza de Roth está en su capacidad para obligarnos a mantener la mirada abierta en los momentos más duros que nos plantea a todos el reto cotidiano de la existencia. Así, en Patrimonio (1991), el protagonista (que puede o no ser el propio Roth) sostiene un duelo insoportable con lo que significa ser testigo de la agonía y muerte de su padre. Otro tanto hace, en distintos momentos de su obra, con la enfermedad o la vejez. El reto es difícil porque al hacerlo logra alejarse de lo que es en sí aborrecible y doloroso para trascenderlo a través del arte. No es que borre la distancia entre realidad y ficción, como se ha dicho, sino que nos sitúa en un punto en el que, desde la emoción, nos permite entender situaciones cruciales de la vida para las que no hay sino las palabras más elementales: el odio, el mal, el amor, la posibilidad de que el mundo y la historia estén gobernados por el más absoluto sinsentido. Para afrontar la vida, cuando es difícil y en los momentos de esplendor, disponemos del arte. Sabiendo que es así, Roth no deja de escribir. Probablemente no podría hacerlo, aunque quisiera.
La mancha humana (2000) supuso la entrada de su obra en el siglo XXI. A partir de entonces, lejos de ralentizarse, su productividad se regularizó, con títulos como El animal moribundo, La conjura contra América, Everyman, Sale el espectro, Indignación y Humillación. Aunque sus lectores parecían necesitarlo tanto como siempre, cabía preguntarse si el escritor había llegado al límite de sus posibilidades. ¿Se estaba repitiendo? Llegó octubre de 2010, volvió a sonar su nombre, como cada otoño, entre los candidatos al Nobel. Una vez más, no se le concedió. Lo que sí llegó con la puntualidad de siempre fue una nueva novela, Nemesis, y con ella la sorpresa. A Roth le queda mucho por decir.
El tema de Nemesis es la epidemia de polio que asoló Estados Unidos durante el verano de 1941, tal y como afectó a la comunidad judía de Newark, la ciudad natal del autor, escenario de su infancia, al que ha regresado repetidamente en su obra. En Nemesis, Roth retoma un viejo tema, el de la peste, tratado anteriormente por Daniel Defoe y Albert Camus. El trasfondo, en este caso, es la II Guerra Mundial, con sus atrocidades. En su última entrega, Roth nos arrastra a lo mejor de que es capaz el teatro de su imaginación, alcanzando un virtuosismo del que sólo son capaces los maestros de lo invisible. Al comentar la novela, el sudafricano J. M. Coetzee, ganador del premio Nobel de Literatura, repara en una escena misteriosa en la que se explica cómo cavar una tumba. Se trata de una lección, señala Coetzee, tanto de vida como de muerte. Escribir es afrontar la muerte y aprender a vivir. Todo a la vez.
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