Entrevista: Karina Pacheco Medrano
Entrevista publicada en Proyecto Patrimonio (Letras.s5.com)
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“Los autodescubrimientos y el autoasombro en el proceso narrativo son dos de las satisfacciones más grandes que me produce la creación literaria”
Sin duda alguna, la prolífica y saludada obra que ostenta Karina Pacheco Medrano, la ubica como una de las principales plumas de la narrativa peruana de los últimos años. En esta entrevista haremos un repaso de su poética, centrándonos en su último libro de cuentos Alma alga (Borrador Editores, 2010).
En pocos años has publicado varios libros. Se sabe que se escribe desde una perspectiva de género, pero me gustaría saber si esta es determinante en tu caso.
Al empezar a escribir una novela mi atención está centrada en la historia que pretendo abordar; no me planteo si soy mujer u hombre frente a ella. Eso me parece secundario. El sexo del narrador, en el caso de que lo tenga, es algo que defino según la atmósfera de la historia. Ahora bien, es probable que por el hecho de ser yo mujer, escriba, describa y exprese con mayor destreza los caracteres femeninos de una trama; pero considero que el desafío de un escritor o escritora es lograr que todos sus personajes –masculinos, femeninos o híbridos– sean mostrados con agudeza, sobrepasando los estereotipos.
En la solapa de tus libros se consigna que has estado viviendo por largas temporadas entre Perú y el extranjero. Se habla mucho de la distancia como un elemento medular a la hora de forjar una obra.
Tomar distancia de lo conocido siempre resulta una experiencia renovadora, convulsionante incluso, independientemente de que uno vaya a escribir ficciones o no. Experimentarse a uno mismo en la distancia permite descubrir partes que desconocíamos en nosotros mismos; ello, sin duda, es kerosene para las chispas literarias que uno pueda tener en sí. Pero más que la distancia, para mí lo medular a la hora de escribir es contar con intimidad; es decir, contar con un espacio que te dé la oportunidad de abrirte las entrañas y abrirte al mundo sobre el que pretendes escribir. No creo que esto tenga que ver con ese cliché de “la soledad del escritor”; porque puedes vivir solo y no gozar de intimidad alguna para abrirte de cuajo a la escritura. Creo que tiene que ver con una disposición para sentirse libre, y también humilde y ávido para conocer, respetar y desentrañar aquello que quieres contar. Por supuesto que es óptimo si las personas que tenemos alrededor nos conceden el espacio y los silencios necesarios para la escritura. Pero eso es secundario respecto a la intimidad que uno mismo debe labrarse primero.
Los que te hemos leído percibimos una fuerte preocupación social. Me refiero a tus novelas. Además, eres antropóloga.
Supongo que esta inclinación tiene que ver con haberme criado en una familia donde las consideraciones sociales y políticas eran cuestión de todos los días, de modo que estaba claro que cada uno tiene derecho a vivir su historia o su drama personal, pero sin perder la atención de ese mundo de fuera del que formas parte como sujeto activo o pasivo. Por otro lado, esa tendencia también tiene que ver con mis propios gustos literarios: disfruto bastante de los relatos íntimos y minimalistas; pero en el caso de las novelas, me atraen mucho aquellas tramas que a través de la historia de unos individuos ofrecen además mapas sobre sus sociedades y tiempos, los mismos que suelen determinar muchas de las características, opciones y decisiones de esos personajes. Esto también debe estar reforzado por mi formación antropológica, una carrera que se enfoca en analizar de qué maneras la cultura y la sociedad moldean a los individuos (en sus creencias, valores y en sus mismos sentimientos) y cómo se producen los resquicios que permiten escapes o el cambio individual o colectivo. Muchas novelas (y no pocas películas) han sido para mí maravillosos libros de sociología, filosofía o historia universal (pienso por ejemplo en Los hermanos Karamazov, Historia de dos ciudades, Huckleberry Finn, Memorias de Adriano, Doctor Zivago, El último encuentro, El rumor del oleaje…), con el añadido de que las novelas, al abordar de manera profunda las vicisitudes de sus personajes, generan una cercanía y un apasionamiento que pocos libros de Historia o Ciencias Sociales consiguen despertar.
Hagamos un alto a tu obra literaria. Cuéntame de los artículos, documentos y libros que has escrito sobre derechos humanos, cultura, desarrollo y cooperación internacional.
Cuando vivía en España trabajé varios años en una organización dedicada a las relaciones entre Europa y América Latina en la cual realizamos bastante trabajo de investigación y publicaciones. De aquel periodo destacaría dos libros que coedité: Nuevos horizontes andinos: escenarios regionales y políticas de la Unión Europea, publicado en 2002, y Desafíos para una asociación: encuentros y desencuentros entre Europa y América Latina, publicado en 2004. Entre los documentos de trabajo, por todo lo que aprendí, así como por el interés personal que me motivaba, resaltaría “La protección de los defensores de derechos humanos en América Latina. Perspectivas europeas”, publicado en 2003. De vuelta en el Perú, retomé más mi trabajo antropológico. Como resultado, en 2006 gané el Premio Regional de Ensayo del INC del Cusco con La diversidad oprimida: centralismo cultural y reivindicaciones excluyentes, publicado a fines de ese año; y en 2007 el INC me publicó el libro Incas, indios y fiestas: representaciones y reivindicaciones en la identidad cusqueña, que suponía la actualización de la tesis doctoral que había sustentado en la Universidad Complutense el año 2000. Este libro me ha dado muchas satisfacciones.
Tanto La voluntad del molle como No olvides nuestros nombres, son novelas que se inscriben en la parcela de la violencia política. ¿Qué fue lo que te llevó a adentrarte en estos tópicos?
La violencia política marcó profundamente la adolescencia y la entrada a la juventud de la gente de mi generación. Encontrarte a diario con noticias sobre coches bomba, paros armados, matanzas perpetradas con una crueldad espeluznante, o el hallazgo de fosas comunes con los restos de ancianos, mujeres y niños, continuamente nos hacía preguntarnos de dónde, cómo, por qué surgía tanto horror. Aunque una no viviera en el corazón de la violencia ni en las esferas de mayor peligro, esos años nos obligaron a desprendernos de toda visión ingenua de los ideales y observar cómo mucha gente que apreciabas tomaba partido de manera radical; sea para apoyar la violencia terrorista, o, en el otro extremo, para justificar las barbaridades que el Estado cometió en medio de la lucha contrasubversiva. Aún así, al empezar a escribir La voluntad del molle, no proyectaba que su temática fuera la violencia política ni el racismo (el otro tema sustancial de esta novela); me interesaba narrar una historia sobre cómo una mujer de apariencia tradicional podría haber guardado una doble vida sentimental hasta el mismo momento de su muerte sin que nadie a su alrededor lo sospechara. Pero al momento de construir cuál pudo ser la vida secreta de esa mujer, la trama que surgió de manera aplastante se ligaba con la violencia política y el racismo. El primer tema por esa marca generacional que he mencionado; el segundo, supongo que se debe a que en mis intereses como antropóloga, el racismo siempre ha llamado mi atención, tanto por la naturalidad con la que se ejerce en el Perú como por la cantidad de heridas profundas que sigue produciendo en los individuos y en la sociedad como conjunto. Se trata de un racismo extremadamente complejo: no atenta contra el foráneo, como puede ocurrir en Europa; sino frente a quien más oriundo puede ser. Por otro lado, es un racismo que atraviesa a toda la sociedad que en gran parte es mestiza, sea en términos raciales o culturales; lo cual hace que la definición del yo sea una tarea bastante espinosa y que se produzca una suerte de esquizofrenia colectiva. Sin duda, este es un caldo de cultivo sumamente sustancioso para la ficción literaria.
¿Y en No olvides nuestros nombres?
En el caso de esta novela la idea inicial fue la que se desarrolló hasta el final: combinar la historia de una bióloga apasionada por su trabajo en la selva que vive un matrimonio donde el amor se ha frustrado, con la de un padre desaparecido en los años sesenta tras su participación en las guerrillas en la selva cusqueña. Como quiera que esta mujer pertenece a mi generación, sus años universitarios, que definen finalmente su destino, están atravesados por la violencia política y los años del cinismo económico que se instaló después. Sentirse asfixiada en un matrimonio y en una sociedad de este tipo le motiva la búsqueda de aquel padre desaparecido, metáfora de un tiempo del que apenas quedan huellas; también la impulsa a buscarse a sí misma en un lugar aparentemente ajeno como la vieja Europa.
Este año publicaste tu novela La sangre, el polvo, la nieve. Su lectura me llevó a la certeza de que uno de los ejes de tu narrativa es la familia.
Tienes razón; las relaciones y los secretos familiares ha sido un eje fuerte en mis novelas. Hallo que esto se debe a tres motivos. Por un lado, aunque sea lugar común de los psicoanalistas, no deja de inquietarme cuán profunda puede ser la impronta que las vivencias familiares, sobre todo en la infancia, dejan en los individuos. Cuando me observo a mí misma o a la mayoría de personas que conozco de cerca, veo que una parte considerable de lo que son –de sus gustos, tendencias o preferencias–, ha sido definido por ese entorno familiar, o en contra de ese entorno. Dentro de ese ir en contra, me llama mucho la atención cómo entornos que pueden ser opresivos, mezquinos o hipócritas no terminan creando individuos a imagen y semejanza; por el contrario, a veces impulsan un grandiosa rebeldía que da lugar a personalidades que quiebran el sino familiar. Bueno, también es interesante cómo familias cálidas y democráticas pueden dar lugar a individuos siniestros… Por otro lado, creo que las familias son el primer escenario –y a veces el más dramático– donde nos enfrentamos a “la comedia del mundo”. Ahí es donde aprendemos tanto de relaciones de solidaridad y ternura como de competencia y poder. Una sola de esas experiencias, vivida en la absoluta intimidad familiar, puede marcar toda una perspectiva de la vida, de los sentimientos que determinarán cómo actuamos con nosotros mismos y con los demás. Un gatito resbaló y cayó en tu patio de juegos; lo viste, tus hermanos te exigían no aplazar tu turno en el juego. Les hiciste caso; más tarde, cuando lo volviste a recordar y fuiste a ver qué había pasado, encontraste al gato muriendo. Un hecho como este puede marcar toda una vida. Y seguramente no es un hecho aislado de otros que has conservado menos marcados en la memoria. Y sin embargo, puede atravesarte la vida entera. El tercer motivo es que me he pasado la vida escuchando historias familiares, quizás por haber nacido en una sociedad como la cusqueña, donde la memoria oral es cosa habitual, un elemento muy común no solo en las conversaciones con parientes, sino también con los amigos. Y en ese tren, vas descubriendo que prácticamente cada familia suma innumerables anécdotas, hechos cómicos o crudos que rozan lo surrealista, y, sobre todo, secretos y vergüenzas, muchos de los cuales pueden ser terribles, todo lo cual sacude tus convicciones sobre la verdad, la realidad, la farsa.
Una suerte de viaje interior a los secretos familiares.
Por pocos secretos que haya en una familia, yo tengo la impresión que cada una de ellas es un inmenso territorio poco explorado, donde el peso de las ausencias y las sombras puede ser tan imponente como el de las presencias y luces más ostensibles. Quizás por ello en mis novelas las relaciones familiares ocupan un lugar prominente.
Del 2006 al 2010 has publicado tres novelas. Me gustaría saber cómo fue el proceso de las mismas, es decir, si las escribiste una después de otra, o a la vez. No pocos escritores llevan varios proyectos literarios al mismo tiempo.
Cada una de esas novelas ha tenido su tiempo exclusivo de creación, tiempos que se correspondieron con épocas de importantes cambios en mi vida. La voluntad del molle la escribí a lo largo de 2005, poco después de haber regresado a vivir al Perú tras nueve años en España. No olvides nuestros nombres la empecé a escribí a mediados de 2006, mientras me enfrentaba al dilema de volver a España o proseguir en la creativa inestabilidad que me proporcionaba el Perú. La sangre, el polvo, la nieve, la escribí entre finales de 2007 y mayo de 2008, cuando muchas certezas que creía haber alcanzado se derrumbaron, ya no deseaba seguir viviendo en el Perú, pero tampoco estaba segura de querer volver a vivir en Europa. Lo único claro era la necesidad de empezar esa novela, cuyas líneas argumentales tenía bastante definidas en la cabeza desde hacía varios años. La trama de esa novela, ambientada en el agitado Cusco de hace un siglo, no refleja mi vida, pero mientras la escribía descubrí en la literatura un mástil claro, firme.
¿O sea, ningún proyecto afectó a otro?
Bueno, el proceso de revisiones de No olvides nuestros nombres me ocupó bastante tiempo y se llegó a solapar con la escritura de mi tercera novela; y a su vez, las revisiones de La sangre, el polvo, la nieve se juntaron con los periodos de escritura de la mayoría de cuentos que componen Alma Alga y de otras dos novelas que he escrito después.
El otro libro, publicado también este año, es uno que acabas de mencionar: Alma Alga. Por su naturaleza, el cuento excluye a la libertad formal de la novela.
Yo siento más libertad en la escritura de un cuento que en la de una novela; porque dada la extensión y por lo general la mayor cantidad de personajes contenidos en una novela, se debe prestar mucho cuidado para no escribir incongruencias y para sumergirse e investigar a fondo en los ambientes, tiempos y circunstancias que respiran los personajes. (Quizás aquí me pesa la metodología antropológica, que exige la máxima fidelidad a los datos y el cuidarse mucho de los propios prejuicios con los que uno parte al abordar un estudio). Con los cuentos, aunque algunos de ellos me exijan investigar, siento mayor libertad. En ellos, junto con el impulso por contar una historia que me resulte sugerente, inquietante, perturbadora, encuentro más abierta la posibilidad de experimentar con ambientes, protagonistas y narradores que me hagan escapar del realismo y de mis puntos de vista más conocidos. De esta manera, es un proceso que me extrae muchos yoes de los recovecos de la consciencia. Por ello, supongo que difícilmente a alguien le gustarán mis cuentos más que a mí... Los autodescubrimientos y el autoasombro en el proceso narrativo son dos de las satisfacciones más grandes que me produce la creación literaria.
Algunos relatos los he notado como si fueran largas historias encapsuladas, como el que titula el volumen, por ejemplo.
“Alma Alga” sugiere una historia encapsulada; pero creo que si saliera de los límites que le proporciona el formato del cuento, sería como si se saliera de los bordes del lago de origen volcánico donde se desarrolla esta historia. Es decir, perdería fuerza y su mayor esencia.
En el libro también ha quedado patentizado el aliento poético reconocido de tus novelas, como en el relato “Crimen perfecto”.
Si hay algún aliento poético, imagino que surge cuando abordo situaciones o sentimientos que se enlazan con los que yo pueda haber experimentado y no sé cómo expresar con un lenguaje cotidiano y realista. Recuerdo bien la noche que escribí “Crimen perfecto”; me sentía muy agobiada, sin salida, con ganas incluso de vomitar; ya no recuerdo bien por qué. Encendí la computadora con la intención de que la escritura de alguna ficción me liberase de aquel insomnio nada lúcido (me encanta Borges cuando habla de la atroz lucidez del insomnio), y así emergió aquel relato corto, que sin reflejar mi agobio, quizás sí llega a expresar la atmósfera desesperada y lúgubre, sin salida, que me invadía esa noche. Lo curioso es que cuando terminé de escribir la última frase, mi agobio propio se desvaneció. Escribir es tantas veces un conjuro…
¿Otro cuento que te haya marcado en su proceso de escritura?
“El violinista de las montañas.” Lo escribí a partir de una historia que me contaron hace más de quince años; una historia que me cautivó y que de inmediato me inspiró la idea de alguna vez escribir un cuento a partir de ella. Pasó una década antes de que lo hiciera; sin embargo, “El violinista de las montañas” es uno de los primeros cuentos que escribí; es anterior a mis tres novelas; pero recién en 2007 llegué a una versión final, completa. Me tomó casi tres años. La historia nace del relato de un niño indígena; él me contó que cuando era más pequeño y pastaba el ganado de su familia en una de las provincias más altas del Cusco, le advertían que nunca fuera solo a una quebrada donde en ocasiones se escuchaba la música de un violín cuya procedencia era desconocida y a quienes todos temían, aduciendo que hechizaba a las alpacas, ovejas y a la misma gente, que desaparecía siguiendo el compás de ese violín. Yo siento que la música es la más sublime de todas las artes; por ello, más que fijar la atención en el recelo o el miedo que podía producir ese violín hechicero, imaginaba que lo que habría detrás de su música sólo podría ser algo maravilloso, innombrable en su belleza. No obstante, como todo lo que es absolutamente hermoso, puro o deslumbrante provoca muchas veces confusión y temor, el cuento habla de esto y de cómo tantas veces frente a esa belleza se desata el pánico o la violencia más atroz. Y luego, qué puede ocurrir… Me encantaría que ese violín existiera.
¿Siempre has escrito cuentos? ¿Los de Alma alga los escribiste pensándolos como un conjunto unitario?
Hasta hace dos años yo me consideraba muy limitada para la escritura de cuentos pues cuando escribo me suelo expandir enormemente en las historias que estoy tejiendo. Además, dudaba de la calidad de los cuatro o cinco cuentos que había escrito hasta entonces. Cuando Estruendomudo publicó uno de ellos en su Antología de nuevas narradoras peruanas del año 2008, recibí un par de críticas muy positivas de dos personas que suelen ser bastante severas en sus juicios; esto me alentó mucho y me planteé como reto escribir seis o siete cuentos que pudiera sumar a los que ya tenía para conformar un libro. En 2009 me subvencioné unos meses sabáticos y me fui a Madrid para escribirlos y gozar de esa ciudad que es mi segundo hogar después del Cusco. Recuerdo que por esos días leí un libro de entrevistas a Marguerite Yourcenar que me recargó las pilas. A una pregunta sobre “el ser santo”, ella respondía que era tratar de llegar a la perfección o a la mayor belleza en nuestras creaciones. Soy consciente de que mis cuentos no son obras maestras; mas en los que escribí en ese periodo, traté de responder a ese aliento. Fue un proceso de entrega absoluta que me sorprendió a mí misma. Aunque la idea original era escribir siete cuentos durante los tres meses que pensaba concederme en Madrid (al final me quedé todo el año), una tarde que estaba en la Biblioteca Nacional, de repente, en cuestión de dos horas, escribí un cuento que salió como un torrente, completo; un cuento que sopesé no requeriría de mayores correcciones. Esto me hizo envalentonarme y me propuse que en los días hábiles de las dos siguientes semanas escribiría un cuento por día. Sorpresas que da la vida, al día siguiente no me salía nada. Empezaba a preocuparme, así que para no caer tan rápido en la derrota, escribí algo que no fue largo ni tuvo mucha “santidad” pero cumplí al menos por un día más con el reto. Luego el torrente retornó, se desbordó, y me vi escribiendo también los sábados, aunque algunos me tomaron el día y la noche entera. De esta manera salieron doce cuentos enteramente nuevos. Siete de ellos están incluidos hoy en el libro Alma Alga (otros cuatro son anteriores a ese proceso y uno es posterior).
Y claro, está también el elemento de lo mítico. Tu otro gran tópico, muy desarrollado en Alma alga.
Creo que cada cual escribe inspirado por aquello que lo fascina. A mí los mitos me atraen sobremanera. Hay algo de inquietante, profundo y universal en ellos. Este interés se ha alimentado de haber vivido la infancia en una ciudad fuertemente arraigada en el mundo andino, donde las historias orales continuamente reproducen o reinventan mitos antiquísimos, tanto de la tradición andina como de la judeocristiana. Luego, cuando estudié el último año del colegio en Estados Unidos, llevé un curso de Mitología dictado por un magnífico profesor que amplificó mis conocimientos e interés sobre los mitos griegos, celtas, escandinavos, eslavos, esquimales…, y supo explicarnos cómo los seres humanos de hoy, con todas nuestra pasiones, miedos, mediocridades y grandezas, seguíamos siendo agudamente retratados en ellos. Más tarde, al estudiar Antropología pude colmar la necesidad de conocer mejor la mitología de otros pueblos del mundo y experimentar el deslumbramiento al hallar muchos elementos comunes, así como otros absolutamente disímiles. Con mi fascinación por los mitos bien nutrida, en los cuentos que escribo, a veces sin premeditarlo se cuelan elementos míticos. Otras veces de manera deliberada, me gusta darle una o varias vueltas de tuerca a mitos que son medianamente conocidos y cuyos símbolos me sugieren muchas imágenes y significados distintos a los que serían más evidentes.
Háblame de Cabeza y orquídeas, novela ganadora de la edición 2010 del Concurso Nacional de Novela convocado por la Universidad Federico Villarreal.
Empezó siendo un cuento largo, el más largo de los doce que escribí en aquel periodo de frenesí el año pasado. Mientras lo escribía me daba cuenta que como cuento no funcionaría porque tenía muchas ventanas abiertas y demasiadas puertas sin explorar. Como ya había cumplido con el reto de los doce cuentos y el delicioso delirio de la escritura seguía elevado, me dediqué a expandir esa historia, cuyo inicio enfoca la vida y las inquietudes de una adolescente que habita en un mundo de hadas ultramodernas, hasta que descubre el horror subyacente a su particular paraíso; un horror que como ha señalado el jurado calificador, descubre algunos entretelones del poder económico actual. Es la primera novela que he ambientado en Lima.
Hace un momento diste a entender que tienes otras novelas.
Estoy en el tercer proceso de correcciones de una novela que escribí en la segunda mitad de 2009 en Madrid. La trama está ambientada en la trágica historia guatemalteca de los últimos sesenta años, si bien el narrador la escribe desde Londres, donde va redescubriendo la crudeza de esa tragedia, a la que ha vivido ajeno pese a ser hijo de un exiliado guatemalteco. Desarrollar esta novela me permitió aplicar las técnicas de la investigación social: leer numerosos libros históricos y testimoniales sobre el holocausto guatemalteco (tan poco conocido hasta la fecha), realizar entrevistas a informantes clave, revisar los reportes de derechos humanos y los informes de las dos comisiones de la verdad establecidas para Guatemala. Pero más allá, escribir esta novela me sirvió para enfrentarme al trauma que esa historia inflige en cualquier persona que tenga nociones mínimas sobre el respeto a la dignidad humana. Previamente, debido a intereses personales como a algunos trabajos que había realizado sobre derechos humanos en América Latina, descubrir lo que había acontecido en Guatemala me había chocado y alterado profundamente. Era algo todavía peor de lo que había ocurrido aquí en el Perú, en Argentina o Chile, y había estado ocurriendo hasta hace pocos años. Tanto olvido frente a tanta abyección me perturbaba, y las historias que iba conociendo me dejaron muchas veces sin dormir. Me preguntaba: si esto me ocurre a mí, que soy de un país alejado de aquella tragedia, ¿cómo lo enfrentan los sobrevivientes y las víctimas?; ¿cómo se puede responder a un trauma colectivo tan reciente y colosal? Una noche tuve un sueño que me dio algunas luces. Se me ocurrió entonces escribir un cuento sobre esa base, pero al final salió esta novela, bastante extensa, aunque el proceso de documentación supuso pasar por grandes momentos de espanto, al punto que ha sido la única vez que en medio de la escritura de una novela me planteé abandonar el proyecto. Felizmente las luces de aquel sueño no se apagaron y pude terminar esa novela, que por encima de lo literario, pretende ser un ejercicio de memoria y un homenaje a las víctimas. Ojalá haya salido bien.
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