El factor Marsé
Enrique Vila-Matas sobre Juan Marsé. En El País.
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Se ha podido ver a un Juan Marsé en plena forma en su reciente entrevista de una hora con Emilio Manzano para L'hora del lector. Demostró el escritor saber de la misa la mitad -como el joven calígrafo de su última novela-, pero también saberse de largo la misa entera. Un Marsé que pudo pensar y medir todas las respuestas -raro esto hoy en televisión- y no desperdició una sola palabra y dio pistas valiosas sobre sus métodos de trabajo. Un Marsé confesional, comedido y desvergonzado, a la vez, tierno y duro, sencillo y enigmático. Un documento excepcional. Acabamos todos sospechando que en su deseo de incomodarnos -dada la incomodidad que le produce el medio televisivo- acabó creándonos una comodidad inédita.
Como suele ocurrir con todo lo interesante, no han perdido el tiempo y el programa ya lo han cerrado. Bueno, de hecho, antes de la entrevista ya era sabido que lo cerraban. En su lugar quieren poner algo que hable de literatura, pero que sea más visual. Casualmente, pude el otro día oírles hablar de ese nuevo proyecto, y acabé pensando en lo grande e inagotable que es la tontería humana.
Me encantó que, aunque no explícitamente, desmontó esa entrevista la idea tan paleolítica de que las novelas se pueden resumir. Porque si un libro se pudiera sintetizar en cinco minutos, ¿para qué iba a pasarse un novelista como Marsé cinco años escribiéndolo? Conozco a un escritor que cuando le preguntan de qué trata su novela, responde: "De todo lo que va escrito en ella".
Dijo Marsé creer simplemente en una ficción coherente, que transmitiera vida y realidad. Y se rio de las novelas que ahora se anuncian "basadas en hechos reales", como si lo importante fuera esa sujeción a la supuesta realidad. Mientras se mofaba de esto, me acordé de lo aburridas que en mis años de cine intenso me parecían, ya antes de verlas, las películas que empezaban con aquel rancio cartelito de "los hechos reales", quizás porque sabía de sobra que la literatura y el cine son invención y que la ficción es ficción y que a la larga lo que cuenta es cómo se cuenta.
Se habló de las relaciones entre realidad y ficción y supimos que el trasfondo real, autobiográfico, de su formidable última novela, Caligrafía de los sueños, es el que ha acabado siendo más ficticio. ¿Y el famoso asunto del taxi y del bebé regalado a sus padres adoptivos? Marsé dijo estar descubriendo últimamente que no fueron así los hechos y que podría tratarse de una ficción inventada por su madre y que quizás no hubo ni siquiera tal taxi. "No sé de dónde vengo", concluyó. "De un relato", apuntó Manzano.
No le recuerdo a la entrevista momentos vacíos, planos. Le oímos contar su breve visita de escritor principiante al poeta Salvador Espriu, que, enigmático, le dio solo un consejo acerca de si tenía o no que dedicarse a escribir: "Usted, joven, ante todo cásese". Manzano quiso saber por qué Espriu pudo decirle aquello. "Ni idea", respondió Marsé.
Habló después de los años que él vivió en Francia, lo que permitió descubrir que en realidad la trama de Últimas tardes con Teresa había tenido su génesis en París y, por tanto, su famosa heroína no era tan catalana como pensábamos; es más, podría ser una de aquellas francesitas de principios de los sesenta que mitificaban los arrabales obreros, sobre todo si estos eran franquistas.
A invitación del entrevistador, leyó Después de la muerte de Gil de Biedma, a todas luces un gran poema de un gran amigo. Y luego habló de ciertos instantes cruciales en la construcción de toda novela: momentos en los que no es el novelista quien arrastra el libro, sino el libro el que le arrastra a él. Y también de la afición y afán de corregir, pasión esencial del narrador. "Me gustaría que me escribieran las novelas y yo solo tener que corregirlas", dijo con sorna, sabedor de que a la literatura nada la ha hecho más fecunda que la actividad de borrar.
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