miércoles, noviembre 02, 2011

En la yugular 2

He demorado más de lo que pensaba para esta segunda entrega de En la yugular. Una de las razones se debe a que mi vida ha venido experimentando cambios de rutina, los cuales son para bien, porque sigo leyendo y escribiendo, y con mayor intensidad que antes. Además, cuando hablé de esta sección del blog, dejé en claro que mucho iba a depender de mis energías.


He estado haciendo apuntes de los libros que he venido leyendo en estas semanas. Con algunos me acerqué con entusiasmo, pero no demoraba en darme cuenta de que había sido un error imperdonable haberles otorgado las 30 páginas de tolerancia. Estas cosas pasan… Pues bien, las publicaciones que verán en este y los siguientes posts de En la yugular han debido pasar por un filtro, y ello no es garantía alguna de que el texto sea una maravilla.


Tiempo de vida (Anagrama, 2011) es la última entrega del reconocido narrador español Marcos Giralt Torrente, a quien varias veces hemos tenido de visita en Lima, por cierto. El libro viene precedido de saludos descomunales, tanto en crítica y lectoría (mi ejemplar es de la tercera edición).


Giralt Torrente se suma a los letraheridos que han abordado la figura del padre. En onda, claro que sí, de títulos harto conocidos como, por ejemplo, El olvido que seremos y La invención de la soledad. Pues bien, Tiempo de vida no está a la altura de este par escogido al azar, pero tampoco es nada desdeñable. Hasta podría recomendar su lectura si tienes la oportunidad de ver la publicación en nuestras librerías.


Si intentas escribir sobre el padre y quieres edulcorar su figura o si tu onda es llenarlo de mierda porque andas resentido, créeme que fracasarás. En estos menesteres solo vale ser honesto. No deberíamos caer en la trampa del fraseo reflexivo que intenta buscar una justificación de los actos en vida del retratado. En este sentido, nuestro escritor no cae en vacuos recursos y nos brinda una radiografía de su progenitor. Radiografía signada por el aliento del desamor, en principio, y la reconciliación, al final.


El autor la tiene clara con su padre, el valorado pintor Juan Giralt: saldar una deuda personal, por la que también nos explica el por qué de su vocación literaria. Entre líneas, somos testigos de su lento proceso de formación, de la manera en que va aniquilando sus inseguridades, teniendo como referente ausente a la persona a la que no dudó en ayudar y atender ni bien se le confirma una letal enfermedad.


Los que conocemos la obra de MGT, sabemos que no es un virtuoso de la trama, mas sí un eximio cincelador de sensibilidades. Y era esta cualidad la que esperábamos leer en su celebrado libro. Por momentos, el autor nos brinda la esperanza de querer hacerlo, pero apuesta, grave error, por una prosa excesivamente cautelosa que atenta contra los buenos recursos que siempre le hemos valorado y festejado. Mientras leía estas páginas, tenía la sensación de que en cualquier momento iba a despegar… Pero solo fue eso: efímeras sensaciones.



Antes de abordar el segundo poemario de Luis León, quisiera decir lo necesario del sello Paracaídas Editores. Su responsable, Juan Pablo Mejía ha sabido no emputecerse por un puñado de soles, tal y como hacen otros publicando a impresentables sin talento, sin lecturas y dignos de las más burdas poserías. Pues bien, nuestro editor me ha demostrado que es un lector atento. Además, destaco su buen gusto en la diagramación y diseño de sus publicaciones (todas, por cierto, muy modestas), aspecto muy difícil de hallar hoy en día en los nuevos sellos y en las poderosas casas editoriales.


Ahora, al grano…


Recuerdo que días después de lanzar mi recuento literario de 2009, recibí varios mails, en los que se me preguntaba del por qué había elegido a Luis León como la revelación literaria del año. En parte entendía la sorpresa. León no era un poeta conocido. Y ahora tampoco lo es. No se deja ver en recitales, presentaciones y demás. Aunque sí pude verlo en el último Festival de Poesía de Lima, al que fue invitado y cuya participación prefiero, obviamente, olvidar.


Bástate alegría es la confirmación de mis impresiones de Absolutamente nada (Edición de Autor, 2009). Con este nuevo hijo el poeta potencia sus cualidades de buscador de formas y se afirma como un peligroso explorador de sensibilidades oscuras y tramposas. Y lo lleva a cabo a través de la versificación clásica, la cual, y desde ya, lo ubica como una agradable curiosidad entre sus compañeros de generación. León ha leído mucho, se nota, porque de no haberlo hecho no seríamos testigos del respiro de la rigurosidad formal de sus sonetos, con los detectamos una sensibilidad en permanente conflicto, más un sufrimiento que no busca disfrazarse y que halla en esta dificultad formal el único medio de transmisión de su poética del desarraigo. Ahora, una poética como esta exige, dicho sea, también de un lector entrenado, y no solo para entenderla y sentirla, sino para no caer en falsas impresiones ligadas al más insoportable caletismo ilustrado, tal y como podemos leer en dos poemas que jamás debieron incluirse en la presente publicación: “Special Needs” y “mg”.


Leamos a Luis León.


Bien jugado (Aguilar, 2011) lo tenía todo para ser una compilación futbolera referencial, en donde tenemos ficción, testimonio, ensayo y crónica.
O sea, lo que pudo ser, no es, y solo nos quedamos con la ilusión de lo que pudo haber sido, gracias a su responsable: Jorge Eslava.
No solo hay que contar con nombres de la primera división de nuestra tradición literaria para armar una buena compilación. Por más que tengamos a Vargas Llosa, Cisneros y Bryce, por citar tres nombres capitales de nuestro imaginario, nada se puede lograr si sus textos elegidos son un crisol de lugares comunes que poco o nada destacan en una convocatoria (42 autores) dividida en 7 secciones (‘Pasión extrema’, “Momentos de gloria”, “Tiro libre”, “Ídolos de siempre”, “Amor a la camiseta”, “Pura boquilla” y “Pelota dividida”) marcadas por una aplastante irregularidad y el axiomático apuro, ya que es evidente que el hacedor del muy buen Navajas en el paladar se preocupó más por la pegada comercial de algunos que de la calidad literaria en conjunto, sin desmerecer, en ningún sentido, lo positivo del mismo, como el excelente rescate de “Aspectos psicológicos del football” de Juan Parra del Riego, más “Presos del fútbol” de Sergio Galarza, “Los primeros años” y “Juan Valdivieso” de César Miró, “El equipito de Mogollón” de Augusto Higa, “Berlín, la gran estafa” de Guillermo Thorndike, “La entrega del Cholo” de Jaime Bedoya, “Velada” de Alonso Cueto, “Solano: un fenómeno cabal” y “Pizarro: un ámbito que cobija” de Emilio Laferranderie, “Este amor no es para cobardes” de Martín Roldán Ruiz y “Fútbol y poesía” de Washington Delgado.
Ni hablar del prólogo ‘Saque de meta’. Pura pirotecnia. Cero propuesta que yace en una lamentable (e innecesaria) bacanería de óvalo. Esta superflua bacanería ocupa valioso espacio, el cual tuvo que ser usado en pos de criterios sustentados que nos ayuden a entender un poco más la intención del libro. Está demás decirlo, pero Eslava tiene las suficientes herramientas intelectuales para presentarnos prólogos a tomar cuenta.
Ahora, Eslava pecó de ambicioso. La ambición no tiene nada de malo. Pero uno debe ser ambicioso de acuerdo a lo que tiene. Y lo que tuvo que tener en cuenta: no contamos con las suficientes grandes plumas, o interesantes aunque sea, tanto en creación como en pensamiento sobre fútbol made in Perú. Pensó en grande y se estrelló. Pudo avanzar y lograr mucho con una selección modesta pero fuerte, y material literario hay si es que sabes buscar.
El fútbol, y bien lo sabe, no es agrupamiento a lo bestia.
Eslava no entiende el fútbol.

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