Una polémica abierta
En El Cultural.es este excelente artículo de Ignacio Echevarría.
Lo había leído el viernes pasado, día en que, de paso, volvía a las páginas de El zorro de arriba y el zorro de abajo, que considero el mejor libro (el que va a sobrevivir) de Arguedas.
...
En enero de este año se cumplía el centenario del nacimiento del narrador y etnólogo peruano José María Arguedas (1911-1969), autor de Los ríos profundos (1958), una de las cumbres de la literatura latinoamericana. Como Onetti, como Rulfo, como Roa Bastos, a los que se sintió cercano, Arguedas pertenece a una promoción de escritores anterior a la que lideró el boom; escritores sólo tardíamente aupados a la onda expansiva de este fenómeno que, si bien contribuyó a darles proyección internacional, eclipsó en cierto modo no sólo la precedencia incontestable de sus obras, sino también la novedad y la genialidad de sus planteamientos.
Arguedas se quitó la vida de un pistoletazo el 28 de noviembre de 1969, incapaz de superar la aguda depresión que lo acosaba desde tiempo atrás y que ya lo había empujado, en abril de 1966, a un primer intento de suicidio. Aquel mismo año de 1969 parecía haber tocado su fin la sonada polémica que mantuvo con Julio Cortázar, iniciada dos años antes, con motivo de la carta abierta que Cortázar mandó a la revista cubana Casa de las Américas en mayo de 1967, carta en la que justificaba su exilio voluntario en París, saliendo al paso de quienes le reprochaban su distanciamiento de Latinoamérica.Se ha dicho demasiadas veces -y a Cortázar le apesadumbró la sola posibilidad de que así fuera- que esta polémica influyó en la decisión de Arguedas de quitarse vida. Pero no tiene sentido insistir sobre ello, dados los antecedentes. Lo que sí es cierto, sin duda, es que el desarrollo de la polémica avivó las desazones y las dudas que para Arguedas entrañaba su propio proyecto intelectual y político, y no sólo narrativo, y que agravó su desesperanza en relación a la posibilidad de encontrar un cauce adecuado a la expresión de las culturas indígenas aplastadas o silenciadas por el proceso colonizador.
Transida como está de malentendidos, de cierta inevitable teatralidad, de atribuciones infundadas (que la convierten a momentos en un diálogo de sordos), conviene no dejarse arrastrar por simpatías instintivas y prestar a la polémica Arguedas/Cortázar toda la atención que merece en cuanto síntoma de un buen número de tensiones aún irresueltas que, hoy como entonces, constituyen el trasfondo insoslayable de los debates políticos y culturales que giran en torno a Latinoamérica.
Lejos de haber caducado, la polémica mantiene plena vigencia, y sería deseable que las nuevas promociones de escritores latinoamericanos se esforzasen en recuperarla, en volver críticamente sobre ella, acertando a reconocer, en las cuestiones que plantea, muchas de las que en la actualidad reclaman su atención.
Esto es lo que sugiere la profesora Mabel Moraña, de la Universidad de St. Louis, Washington, en un sólido y estimulante trabajo titulado Territorialidad y forasterismo: la polémica Arguedas/Cortázar revisitada (2006), consultable en la Red. Recomiendo muy encarecidamente su lectura, pues constituye un auténtico semillero de reflexiones y de debates que urge promover.
Entre ellos el que proyectaría sobre los horizontes de la nueva cultura globalizada la vieja tensión entre localismo y cosmopolitismo, extremos que Arguedas acertó a relativizar en una de las más célebres réplicas de la polémica, aquella en la que afirma: “Todos somos provincianos, provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional”. Frase que gravita sobre el voluntarioso internacionalismo de tantos nuevos narradores latinoamericanos, pero que gravita también sobre su condición de emigrantes, sobre su nomadismo y su desarraigo, sobre su deliberada extraterritorialidad (véase Bolaño).
¿En qué medida el lugar desde el que lo emite condiciona y connota el discurso del intelectual? ¿Es posible pensar Latinoamérica como un todo cuando coexisten en ella diversas temporalidades correspondientes a sistemas socioculturales superpuestos pero no integrados? ¿Qué tipo de afinidad cabe postular para culturas como la de Perú y Argentina, producto de desarrollos históricos tan diferentes? ¿Cabe obviar la sustancial alteridad de las culturas indígenas respecto a la cultura occidental? ¿Se puede salvar el abismo que las separa? ¿Es el universalismo humanista, de signo marcadamente eurocéntrico, una herramienta de colonización? La transculturación por la que porfió el propio Arguedas, ¿no constituye, en definitiva, una estrategia asimilativa antes que emancipadora? ¿Cabe a las culturas indígenas una supervivencia que no sea residual, marginal y en cierto modo subversiva, reacia a los órdenes del poder?
Son sólo algunas de las preguntas que suscita la revisión de la instructiva polémica Arguedas/Cortázar. Una polémica que, pese a la rutinaria apatía con que en España ha sido conmemorado, el centenario de Arguedas bien podría servir de pretexto para actualizar.
Arguedas se quitó la vida de un pistoletazo el 28 de noviembre de 1969, incapaz de superar la aguda depresión que lo acosaba desde tiempo atrás y que ya lo había empujado, en abril de 1966, a un primer intento de suicidio. Aquel mismo año de 1969 parecía haber tocado su fin la sonada polémica que mantuvo con Julio Cortázar, iniciada dos años antes, con motivo de la carta abierta que Cortázar mandó a la revista cubana Casa de las Américas en mayo de 1967, carta en la que justificaba su exilio voluntario en París, saliendo al paso de quienes le reprochaban su distanciamiento de Latinoamérica.Se ha dicho demasiadas veces -y a Cortázar le apesadumbró la sola posibilidad de que así fuera- que esta polémica influyó en la decisión de Arguedas de quitarse vida. Pero no tiene sentido insistir sobre ello, dados los antecedentes. Lo que sí es cierto, sin duda, es que el desarrollo de la polémica avivó las desazones y las dudas que para Arguedas entrañaba su propio proyecto intelectual y político, y no sólo narrativo, y que agravó su desesperanza en relación a la posibilidad de encontrar un cauce adecuado a la expresión de las culturas indígenas aplastadas o silenciadas por el proceso colonizador.
Transida como está de malentendidos, de cierta inevitable teatralidad, de atribuciones infundadas (que la convierten a momentos en un diálogo de sordos), conviene no dejarse arrastrar por simpatías instintivas y prestar a la polémica Arguedas/Cortázar toda la atención que merece en cuanto síntoma de un buen número de tensiones aún irresueltas que, hoy como entonces, constituyen el trasfondo insoslayable de los debates políticos y culturales que giran en torno a Latinoamérica.
Lejos de haber caducado, la polémica mantiene plena vigencia, y sería deseable que las nuevas promociones de escritores latinoamericanos se esforzasen en recuperarla, en volver críticamente sobre ella, acertando a reconocer, en las cuestiones que plantea, muchas de las que en la actualidad reclaman su atención.
Esto es lo que sugiere la profesora Mabel Moraña, de la Universidad de St. Louis, Washington, en un sólido y estimulante trabajo titulado Territorialidad y forasterismo: la polémica Arguedas/Cortázar revisitada (2006), consultable en la Red. Recomiendo muy encarecidamente su lectura, pues constituye un auténtico semillero de reflexiones y de debates que urge promover.
Entre ellos el que proyectaría sobre los horizontes de la nueva cultura globalizada la vieja tensión entre localismo y cosmopolitismo, extremos que Arguedas acertó a relativizar en una de las más célebres réplicas de la polémica, aquella en la que afirma: “Todos somos provincianos, provincianos de las naciones y provincianos de lo supranacional”. Frase que gravita sobre el voluntarioso internacionalismo de tantos nuevos narradores latinoamericanos, pero que gravita también sobre su condición de emigrantes, sobre su nomadismo y su desarraigo, sobre su deliberada extraterritorialidad (véase Bolaño).
¿En qué medida el lugar desde el que lo emite condiciona y connota el discurso del intelectual? ¿Es posible pensar Latinoamérica como un todo cuando coexisten en ella diversas temporalidades correspondientes a sistemas socioculturales superpuestos pero no integrados? ¿Qué tipo de afinidad cabe postular para culturas como la de Perú y Argentina, producto de desarrollos históricos tan diferentes? ¿Cabe obviar la sustancial alteridad de las culturas indígenas respecto a la cultura occidental? ¿Se puede salvar el abismo que las separa? ¿Es el universalismo humanista, de signo marcadamente eurocéntrico, una herramienta de colonización? La transculturación por la que porfió el propio Arguedas, ¿no constituye, en definitiva, una estrategia asimilativa antes que emancipadora? ¿Cabe a las culturas indígenas una supervivencia que no sea residual, marginal y en cierto modo subversiva, reacia a los órdenes del poder?
Son sólo algunas de las preguntas que suscita la revisión de la instructiva polémica Arguedas/Cortázar. Una polémica que, pese a la rutinaria apatía con que en España ha sido conmemorado, el centenario de Arguedas bien podría servir de pretexto para actualizar.
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