lunes, diciembre 09, 2013

Mar/Sal/Sexo/Sudor


Ya sea para bien o para mal, recibo frecuentemente manuscritos de novelas y cuentarios, sea de aspirantes, jóvenes y experimentados escritores. Entre los aspirantes (que no necesariamente tienen que ser jóvenes) y los propiamente jóvenes, noto, en la mayoría de los casos, que sus textos exudan errores formales y estructurales. Errores subsanables. Pero lo que me aturde más es el poco compromiso con el tópico que relatan, poco compromiso que no es otra cosa que asumir el oficio narrativo como mero pasatiempo.
Uno, en lo que puede, intenta ser suave con ellos, aplicando una crítica constructiva sin caer en la zalamería y la mentira. También les advierto de los peligros de los impresores ya quemados que se reciclan aún más que la basura, impresores sabidos que vienen con el contrato bajo el brazo, cosa que así aseguran los 3000 soles que, como mínimo en la primera tanda, le cobrarán al incauto plumífero por el servicio de impresión. Algunos de estos impresores se pintan de justicieros literarios, de filósofos virtuales y demás hierbas ante las que callan ni bien les muestras sus anticuchos que tienen bien tapados debajo de la alfombra de la casa.  Hay que hacerlo, advertir a las vírgenes voces de la narrativa peruana de estas hienas. Hay que hacerlo también porque debido a estas hienas es que como nunca antes nos topamos con tan malos narradores peruanos, pésimos chancateclas engañados por estos impresores-mecedores, impresores-mecedores que les han hecho creer que son la continuación de Clarice Lispector, Henry Miller, Marito, Carver, Bukowski, Kerouac…
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Pero qué pensar cuando lees de corrido Las siete bestias de Christ Gutiérrez-Rodríguez. Piensas en el autor y en los mundos que nos (re)presenta. Comparas con otros autores lo que has leído y no tienes más que aceptar que has encontrado no solo una voz original, sino también una poética que no le ve la cara de cojudo al lector, porque el autor sabe del mundo que escribe, lo radiografía desde adentro y no desde la comodidad de las películas y los noticieros, no desde esa falsa distancia que caracteriza a casi toda la narrativa reciente en castellano.
En este libro está la verdad.
En este libro está la verdad del enfrentamiento.
En este libro está aquella verdad que no quieres leer.
Las siete bestias no es el cuentario de un narrador joven, sino el testimonio de un narrador maduro que ha pulido y tensado su lenguaje hasta alcanzar lo que pocos: la excelencia narrativa. Gutiérrez-Rodríguez consigue esta excelencia narrativa porque ha encontrado su voz, voz que potencia y nutre gracias a esa poesía callejera de puerto, esa voz que le permite configurar la sensibilidad moral de sus personajes, que sin ser como nosotros, cargan como si las huevas toda esa mierda que no queremos ni siquiera experimentar. En estas líneas no hay verosimilitud. No hay artificio. No. Lo que hay en estas líneas es Literatura (así en mayúscula).
Los personajes de estos cinco relatos son sensibilidades tocadas, dañadas, pero las mismas no se dejan amilanar ante un contexto cruzado no solo de violencia física y verbal, sino también de esa violencia ausente que ejerce magisterio, que no es sino la violencia emocional. Gracias a esta violencia emocional los relatos que conforman Las siete bestias golpean, aturden e incomodan.
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Violencia emocional, más voz propia, ergo: el estilo.
El estilo de la lengua de acero, lengua de acero musical que eleva la poética de Gutiérrez-Rodríguez a las esferas de la literatura que sin duda quedará. Lengua de acero musical que nos deja sin aliento, que nos hace retroceder en párrafos y páginas para dar con el secreto, con el secreto de la jerga, la replana. En este estilo yace un secreto que se nos camufla, un punto de inflexión que nos eclosiona, que nos libera.
Las siete bestias se impone por su punzante musicalidad narrativa, a lo mejor heredera del esperpento de Valle-Inclán, esperpento valleinclanesco ahora enriquecido por cuenta de las calles de El Callao. Esas calles del Callao que pocos quieren conocer, pisar, oler y contemplar. Aquí hay que agradecer por la oralidad, por el estilo afeitado de mar, sal, sexo y sudor. Gutiérrez-Rodríguez y sus personajes no hablan, hacen música, música de la calle.
Si hablamos de Gutiérrez-Rodríguez, hablamos de un narrador joven. Pero luego de leerlo, no sé hasta qué punto habría que llamarlo “joven”. Es cierto que estamos ante cinco relatos, cada uno de ellos con un universo propio y que juntos forman un gran mosaico, una novela polifónica. Pero este autor es joven solo en lo cronológico. Tanto “Epilepto”, “El impermeable negro”, “A las siete en la acequia, Francesca”, “Regla de cálculo” y “La hebra de cabello” son ejemplos irrefutables de un escritor que ha vivido y vive para escribir. Es decir: un escritor comprometido con su poética, desde la médula de la misma. Basta, solo basta, ver la estructura de los relatos –relatos que en aliento recogen lo mejor de la cuentística gringa del siglo XIX y en andamiaje estructural lo mejor de la novelística gringa del XX, hasta podría especular con la idea de que estamos ante novelas cortas--, como para llegar a la conclusión de que no somos testigos del proceso creativo de una promesa, sino que estamos ante un autor que es toda una realidad, autor que ha venido a remover la red de mentiras en que se ha convertido la narrativa peruana reciente, a rescatarla de ese marasmo temático del que no sale por falta de fuerza testicular, por creer en esa puta idea de que escribir bonito es hacer literatura. Por eso tenemos narradores/narradoras que prefieren ser famosos a ser buenos escritores.
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Las siete bestias es el libro más contundente de la narrativa peruana de los últimos lustros. Desde Caballos de medianoche, de Niño de Guzmán, no me topaba con un cuentario de tamaña factura. En estas páginas hallamos la mágica y extraña sensación de lo imperecedero, mágica y extraña sensación que solo nos transmiten los libros que nos dejan marcas fuego en la piel y en el alma.
Hay que saborear estos relatos, es la consigna.
Cuando terminas de leerlos no sales siendo una mejor persona.
No, hijo. No, querida. No te confundas.
Los terminas y sencillamente eres otra persona, ya sea buena o mala, en fin, ese es tu problema.
 

 
Texto leído en la presentación de Las siete bestias de Ch. Gutiérrez-Rodríguez.

8 Comentarios:

Anonymous Anónimo dijo...

Gabriel cuántos libros tienes en tu biblioteca??

9:22 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

desde hace mucho tiempo que he perdido la cuenta de los libros que hay en mi biblioteca
ss
G

12:35 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

No estoy por ahora en el Perú pero dime, por favor, en donde se dio esa lectura.¿No estarás extrapolando en demasía una vívida impresión en tu particular sensibilidad? José Miguel Oviedo, cuando no era ''malvado'', solía caer en histerismos elogiosos pero, en el fino fondo de las cosas, carentes de real objetividad (real objetividad = trascendencia literaria)

5:38 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

a mí, que tan poco me gusta lo que se publica en Perú, podría sonar extraño que exprese entusiasmo por una publicación.
la lectura tuvo lugar en el porras barrenechea, el pasado viernes.
saludos
G

12:56 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Comprendo que no te entusiasmen algunas narraciones. No hace mucho leí en un libro ¡PUBLICADO! una llenadora de página referencia al pacae, esa fruta con apariencia de correa retorcida y verde; ahí el ‘’narrador’’ hablaba de algo así como la envoltura algodonosa que había que botar para llegar al fruto negro comestible. ¡TREMENDA IMPOSTURA!

6:15 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

estás jodido, deberías leer los libros que publican las mecedoras, te llevarías más de una sorpresa antes de ningunear como lo haces, huevonazo, crees que libros como el de vargas llosa para niños es gratis? eres un reverendo huevón: NUNCA leesmlos nuevos de las independientes, y te llenas la boca dicendo mierdas. EDate la chance, no seas tal aliancista como tu kauza alzamora, al ke le revientas cuetes por esa porquería de libro llamada "perro yonki", hazta las huebaz...

1:05 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

cometes un error garrafal que tira por los suelos tu comentario. A Alzamora es crema, no blanquiazul.
ss
G

3:07 p.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

me conecto y veo más de un comentario alterado. si me tuvieran a mí como punto de insulto, como si las huevas. pero la cosa cambia cuando se habla de terceros. (el medio virtual genera pues la valentía anónima, la cobardía en máxima expresión gracias a la distancia). en este sentido, pido disculpas a los impresores-mecedores aludidos, no fue mi intención malograrles el día, mucho menos malograr el disfrute del almuerzo. prometo que no volveré a hacerlo. no hay que meterse con los fenicios de la cultura.
hasta el próximo post, señores.
G

12:33 a.m.  

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