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El narrador chileno Alberto Fuguet se ha
convertido en uno de los actuales referentes literarios en nuestro idioma. Si
repasamos su obra, podemos intuir que esta referencialidad se ha abierto paso
por un tortuoso camino en el que ha imperado la mala entraña, el prejuicio y el
ataque artero contra todo lo que él hacía. Pero de a pocos –sin engañarnos por
las campañas mediáticas que siempre lo han acompañado--, Fuguet ha sabido
consolidar una poética peculiar e importante, poética no necesariamente
literaria. Pensemos en Mala onda, Cortos, Las películas de mi vida y Missing;
pero también en sus películas Se arrienda,
Velódromo y Locaciones.
Antes que escritor y cineasta, Fuguet es
un contador de historias en búsqueda de registros. Y esta búsqueda lo ha
llevado a pisar las parcelas de los híbridos, la galaxia de la indefinición
genérica. Pues bien, desde esta postura el autor nos entrega la que quizá sea
su obra más llamada a sobrevivirlo, Tránsitos.
Una cartografía literaria.
No hay que pensar más de la cuenta. No perdamos
tiempo haciendo taxonomías de la publicación. Esa no es la idea. Cada página de
Tránsitos exuda libertad, una patente
pasión por la literatura. Pero no es la primera vez que lo hace, porque lo mismo
podríamos decir del imprescindible Cinépata,
en donde dejó testimonio de su pasión por el cine. Pero Tránsitos es otra cosa. Es la pasión elevada, gratificante en su
irracionalidad, una declaración de amor y odio para con los autores y libros
que lo marcaron. Amor y odio canalizados con la furia e intensidad de su prosa
y puntos de vista nada complacientes.
Se deduce entonces que estamos ante
textos netamente impresionistas. Aquí no se pretende dictar cátedra, mucho menos
brindar una explicación académica de una poética. Presenciamos la postura de un
creador al que no le agrada del todo que se le vea como escritor. Nos
encontramos con una voz que ahora está de paso hablando de literatura. He allí
la razón del título. Tránsito. Movimiento. Traslado. Viaje. Aquí nada es
estático. Aquí hay mucha trampa. Fuguet nos puede hablar de la manera como
llegó a un autor para inmediatamente dar cuenta de una tradición oculta en la
respectiva poética, porque eso es lo que hace, encontrar tradiciones ocultas en
específicas poéticas para sustentar inmediatamente la suya, una que no deja de
nutrirse de la cultura pop y del contexto inmediato, rasgos que le permiten
sustentar su apuesta por el realismo y que le brindan los caminos para
desplegar una admiración nada zalamera con sus autores cómplices, como Caicedo,
Escanlar, Coupland, Bolaño, Donoso, Vargas Llosa y Richard Ford.
Sin duda, nos encontramos con un Fuguet
que escribe como fan. Pero no como un fan obnubilado, sino como uno atento al
detalle de la vigencia y a la frescura de la propuesta del escritor que admira.
Uno de los muchos, Salinger, a lo mejor la influencia axial en la que podamos
rastrear la voz del creador sureño. Pero ese amor de fan puede convertirse en
odio cuando escribe de un autor que representa todo aquello de lo que reniega. A
saber, las líneas dedicadas a Carlos Fuentes candidatean a ser lo más duro – y acaso
veraz-- que se haya escrito del mexicano. No debería sorprendernos, un libro
como este es una biografía en clave abierta, y cuando escribes de ti mismo, no
necesariamente tienes que escribir de lo que te agrada, sino también de lo que
te incomoda. Es que así tiene que ser la literatura. Así es Tránsitos.
…
Furia
e intensidad. Texto publicado en Buensalvaje 9.
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