jueves, enero 16, 2014

*


14 de noviembre del 2013.
Caminaba por Schell.
No caminaba solo, sino con un pata que es poeta, ensayista y voraz lector. Fumábamos algo de hierba, en realidad lo poco que quedaba de la hierba que media hora antes habíamos compartido con otros narradores y poetas y también con infaltables aspirantes a narradores y poetas. Veníamos de la presentación del octavo número de Buensalvaje.
Mi pata leía el editorial de la revista.
“Oye. ¿No crees que ya es demasiado lo que se hace con Contarlo todo?”
“Sí. A Jeremías lo veo hasta en el aserrín del Queirolo”.
“Se le está haciendo daño. El pata tiene oficio, pluma, prosa, pero si esa novela no es la obra maestra que dicen que es, lo van a agarrar como a bombo en fiesta de pueblo”.
“Pero mira, ¿qué esperabas? Detrás de esa promo hay un gigante como Mondadori. Está bien que quieran vender su producto. Si pueden, bacán. El punto es no dejarnos acojudear con esa propaganda”.
“Hace unos días mi viejo me dijo que no veía una propaganda así desde La ciudad y los perros. Todo el mundo habla de la novela”.
“Fácil. Es que esa es la idea: que se hable de la novela”.
“Hay huevones que ya están afilando el cuchillo”.
“Seguro. Mira, has hecho que recuerde algo. Y es bueno que recuerde, la hierba mata mi memoria. Escucha: anoche presenté un poemario”. 
“Ya”.
“Mientras arreglaban la mesa de presentación, me puse a conversar con el otro pata que iba a participar. Hablamos de Contarlo todo y me dijo que se la iba a bajar de todas maneras”.
“No jodas, ¿en serio?”
“Es que no debería sorprendernos. Date cuenta: aquí todos tienen su rol: Jeremías no habla mal de nadie, no es polémico; son los otros los que hablan de él; Marito cumple su función; además, ya está lista la soldadesca que va a salir en favor de la novela; están los escritores-críticos que ni bien leamos lo que piensan de la novela quedarán como lo que no quieren parecer: resentidos y envidiosos, y lo serán por apurados, como si el libro fuera a desaparecer mañana. Las críticas negativas se venderán como “Escritores peruanos envidiosos de escritor peruano exitoso”. Todo está orquestado.Y obviamente, está el factor primordial: nosotros, los lectores, que hablamos de un libro que aún no leemos”.
“Puta, hay que ser un soberano infeliz: bajarse un libro sin antes leerlo. ¿Quién es ese patita con el que presentaste el poemario?”.
“Sabrás quién es cuando leas su reseña. Es que no te debería sorprender. Esta novela, toda la prensa y publicidad depositada en Jeremías, jode a muchos, más de lo que puedas imaginarte. Estamos hablando de un asunto que va más allá de la literatura. De algo que nos supera, que tiene que ver con el ego, con ese afán de gloria total y pasajera con la que sueña todo escritor, y sin importar de qué país seas. Es un síntoma”.
“Imagínate. Hay patas y flacas que han hecho campaña toda una vida para acceder a lo que Jeremías está viviendo”.
“Es que eso es lo que quieren. La prensa, la fotazo. No dudarían en vender la virginidad de la hermana por un pedacito de esta publicidad”.
“Más de uno se daría por bien servido con un pedacito de esta publicidad”.
“Por supuesto”.
“Oye, ¿no niegues que es paja lo de la prensa y la fotazo?”
“No lo niego, pero estamos hablando de un libro, el libro, ¿me entiendes? La literatura, lo que debe importar. El resto, la publicidad, es lo de menos”.
“Jeremías es un buen narrador. Punto de fuga es un librazo”.
“Sí, un muy buen libro de cuentos”.
Estábamos a media cuadra de la Vía Expresa. La hierba se había acabado y barajaba la posibilidad de llamar a mi Dealer Delivery. Sí, lo llamaría, pero mi pata tenía que levantarse temprano al día siguiente. Además, era algo tarde como para llamar a alguien más. Ocurre que no me gusta fumar solo cuando estoy fuera de casa.
Finalmente, decidí llamar a mi Dealer Delivery.
“Te acompañaría, pero tengo deberes sagrados que cumplir”.
“No te preocupes, algún día me tocará vivir lo que tú. Es el destino”.
“Oye, ¿cuándo es que sale la novela?”
“Creo que la próxima semana. Claro, hablamos de la edición peruana de la novela. ¿Sabías que hubo Pre-Venta?”
“Anda, ¿no jodas?”
“En serio. Imagínate: hubo Pre-Venta de una novela. El Perú avanza, carajo”.
“Pero ni con Paul McCartney hubo Pre-Venta”.
“Te dije: El Perú avanza. Já”.
Un apretón de manos selló nuestra despedida.
*
Un par de semanas después, en el curso de dos días, leí Contarlo todo, la promocionada novela de Jeremías Gamboa.
*
He vuelto a las páginas de la novela, pero mis vueltas no han sido guiadas por la búsqueda de pasajes y párrafos memorables, ni hablar. Sino más bien para salirme de dudas de un dato que considero histórico: los dos primeros capítulos de Contarlo todo son firmes candidatos a ser los capítulos más aburridos, soporíferos, de toda la historia de la narrativa peruana. No se puede empezar tan mal una novela, no se puede apabullar al lector con un inicio que genera bostezos asesinos. Imagino que no fue culpa del autor, sino de los editores, que pensaron que sumando páginas podían vender este libro como una novela ambiciosa. No hace falta ser un lector acucioso, ni relativamente entrenado. Nada. Hasta los que han leído treinta libros en la vida llegan a la conclusión de que la novela empieza en el tercer capítulo.
*
A partir de este tercer capítulo podemos apreciar a Gabriel Lisboa en toda su magnitud, en sus anhelos, complejos y miserias. Lisboa, estudiante becado en una carísima universidad limeña, comienza a encontrar su vocación, que en principio podría ser la periodística, pero a medida que pasan sus días en el semanario Proceso y luego en Semana del diario La Industria, se da cuenta de que lo suyo es escribir, la recreación de la realidad por medio de la ficción y la no ficción. Lisboa descubre que es un hombre que ha nacido para narrar. Por lo tanto, su deseo es convertirse en escritor, quizá como uno de los escritores a los que lee con admiración.
Leemos pues una novela insertada en los vericuetos de la tradición de las novelas de aprendizaje. Vericuetos, dicho sea, que permiten equivocarse más de una vez, en donde la fuerza narrativa no yace en la inteligencia, menos en la pericia, sino más bien en la sensibilidad. En este sentido, Lisboa derrocha exagerada sensibilidad, sensibilidad que por momentos roza la cursilería y el aburrimiento. Por ejemplo, como joven ingenuo que empieza a enfrentarse a la vida, Lisboa idealiza en demasía a sus amigos que le descubren un mundo que no conocía, presenciando y celebrando sus palomilladas de ventana como si fueran sucesos malditos. El mayor problema de Contarlo todo es el recurrente idealismo sobre los personajes cercanos, poetas, que rodean a nuestro protagonista. Por momentos, uno tiene la idea de que está leyendo las mismas anécdotas a lo largo de la novela. El Conciliábulo, para ser preciso, más parece El club de Toby en Trips. A este yerro, sumemos también la escasa visión de Lisboa para con la época que retrata, los años noventa, los años del desencanto. Sé que resulta de idiotas pedirle a Gamboa que nos brinde una visión política e ideológica de aquella década. No tienes que hacerlo. Pero si su personaje es un periodista (periodista de investigación, para más señas) que quiere ser escritor, este queda no del todo configurado en su fisonomía moral. Ese es lo que fastidia de Lisboa, que solo nos cuenta lo que quiere contarnos. Lisboa es, por donde se le mire, un personaje sin conflictos totales, sin opinión propia, que vive de la aceptación de los demás.
Pero lo mejor de Lisboa es que al contarnos su historia, ya es toda una máquina de narrar. Gamboa articula como pocos una historia que a cualquiera se le iría de las manos. Este punto no es del todo secundario, porque a pesar de los dos primeros capítulos y de la exasperante pusilanimidad de Lisboa, Gamboa mantiene un hechizo narrativo que engancha hasta al lector más exigente. El autor narra y este detalle era lo que veníamos esperando desde hace muchos años en la narrativa peruana última, necesitábamos una novela ambiciosa que nos relate una historia, solo eso, no piruetas idiomáticas, ni acrobacias estructurales. Por otra parte, Contarlo todo es un refrescante testimonio deudor de lo mejor de nuestra tradición narrativa: el realismo. Y sin exagerar, Contarlo todo es la novela de su generación, por ambiciosa y por su nervio narrativo.
Líneas atrás señalé la ausencia de conflicto en Lisboa. No vamos a negar que se trata de un personaje soberanamente superfluo, pero que a la vez supera de a pocos sus taras y miedos. Los supera no en la experiencia del periodismo, menos en la experiencia literaria, sino en las constantes decepciones sentimentales por las que atraviesa. En este punto, son las mujeres las otras grandes protagonistas de la novela. Lisboa no solo quiere ser escritor, también es una persona que anhela depositar amor. En sus decepciones sentimentales, el pusilánime aspirante a escritor aprende, comienza a llenar la cantera de experiencias que lo llevan a escribir lo que quiere contarnos y que por alguna razón no podía. No resultan gratuitos los pasajes en los que Lisboa pasa horas de horas frente a la pantalla de la computadora, intentando escribir aunque sea algo, sin poder armar una sola línea relativamente decente. Lisboa empieza a narrar la historia de su vida luego de levantarse desde lo más hondo de la decepción amorosa.
*
Terminamos de leer Contarlo todo y llegamos a la siguiente conclusión: la exagerada publicidad que genera falsas expectativas, falsas expectativas que dañan al autor y a su obra. Esta novela no es una obra maestra, eso es innegable, pero sí una muy buena novela que, bajo los criterios cortazarianos, se impone como tal por puntos. Obviamente, Gamboa gana esta pelea con un ojo morado, cuatro dientes quebrados y la mandíbula rota.
 
 
Publicado en Lee por gusto.

0 Comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]

<< Página Principal