viernes, junio 06, 2014

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Mientras doy cuenta de un desayuno espectacular en Mío Café, leo los periódicos que tengo a mi disposición.
En La República encuentro un artículo de Renato Cisneros que bien podría dar pie a una discusión. Si gustan, lo pueden leer aquí.
*
Vayamos por partes.
De un tiempo a esta parte varios amigos, conocidos y lectores del blog, me preguntan sobre una fijación por la gestión que viene desarrollando el Ministerio de Cultura. Preguntas que me sorprenden porque no tengo ninguna fijación por la gestión de este aún joven ministerio.
En lo que sí tengo una fijación es contra el poder, sea del que este sea. El poder ahueva a las personas, no importa lo preparadas y capaces que sean. Ahora, me fastidian los silencios estratégicos de los autodenominados artistas y creadores, que por una migaja de pan con mantequilla sacrifican la ética de su discurso. Ocurre que en mucho tiempo no veía a tantos escritores y creadores exhibiendo una vergonzante actitud zalamera hacia una entidad oficial, seguramente con la esperanza de recibir alguito tarde o temprano, con mayor razón en estos tiempos, ya que el actual gobierno ingresó a su fase final.
Conozco a más de uno/una que labora en este ministerio, de quienes puedo afirmar que son personas responsables, decentes y amigables. Pero estas cualidades resultan insuficientes al momento de evaluar la gestión ministerial, a la que califico de nefasta y, hasta cierto sentido, de espaldas a la realidad.
Lo que Cisneros dice en su artículo es solo una muestra, ojalá fuera la única, de lo irreal que son las cosas en esas oficinas de Javier Prado. Se hacen mal las cosas debido a una razón esencial, que no tiene nada que ver con la incapacidad, sino con un espíritu de desconexión y compromiso hacia los ciudadanos de a pie, a los intereses comunes. Nos basta escuchar a la ministra Álvarez Calderón y a uno le dan ganas de sugerirle que se quite los tacos, que con ese ejemplo, harían lo mismo las personas que trabajan con ella y que recién, sí, recién, sus planes tendrían algo de sentido, a lo mejor una pizca de realidad.

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