seudolibreros
Me levanto a las nueve de la mañana y me
pongo a leer la columna de Niño de Guzmán en Perú 21. En su artículo escribe
sobre la paulatina desaparición de las librerías en España; sigo leyendo el
texto, en donde el escritor ahora se centra en el contexto peruano.
Entonces se refiere a los seudolibreros.
Niño de Guzmán habla del aprovechamiento
comercial de estos mercachifles de la cultura durante las ferias de libro para
luego desaparecer el resto del año.
Ya lo he dicho más de una vez, en este
país no hay libreros, solo vendedores de libros.
Así es, contados libreros, entre los que
me cuento.
Sin embargo, lo que llama mi atención de
la palabra seudolibreros, es que estuve pensando en la misma anoche, muy cerca
de las ocho y treinta, cuando me disponía a cerrar la tienda de la librería.
Tenía algo de dolor de cabeza a razón de lo poco que había dormido, mi ánimo
entonces no era el de los mejores, pero ese dolor de cabeza no me amilanó. Pese
a lo que te ocurra durante el día, tienes que cumplir tus compromisos, como los
amigos que vinieron a hacer un reportaje sobre los libreros del Boulevard
Quilca, a quienes guíe como un Anthony Bourdain, pero de libros. Estuvo
simpática la grabación del reportaje y, ni bien se terminó, en una regresé a la
tienda.
Cerca de las seis de la tarde, solo
pensaba en ir a casa. Así es que cuando cerraba, barajaba posibilidades para fugar,
o sea, pasar rápido por la aglomeración congregada que celebraba un aniversario
más de Perú Posible en el Parque Francia. Me pregunté si valía la pena cruzar
el parque Francia, la pregunta tenía asidero, habían cortado el tráfico en
Quilca y Camaná. Es decir, no tenía el taxi a la mano.
Decidí, pues, tomar el taxi en Wilson.
Prendí un cigarro y vi a pocos metros de mí, en donde lo que fue El Averno, a
ocho personas, en estado etílico, agrediendo a un señor. Más puñetes que
patadas recibió el señor. Nadie hacía nada, salvo yo, que me acerqué. Pero la
sorpresa (quizá cometa mucha ingenuidad al decir sorpresa) la sentí cuando me
percaté que los agresores y el agredido eran precisamente personas dedicadas al
comercio de libros. Personas que a lo largo y ancho de Quilca y alrededores
tienen locales dedicados a la venta de libros. Más allá de los motivos que
originaron ese acto cobarde de golpear a uno entre ocho, en el que tuvo que
intervenir la policía a los treinta segundos que empezara a poner orden.
El mandamás de los abusivos, un tipo al
que medio mundo llama Chango o Changó, sostenía una botella de cerveza en la
mano derecha y un cigarro en la izquierda. Lo observé y estiré mi mano para
quitarle el cigarrillo y así prender otro mío. Obvio, mi actitud era provocadora,
actitud que se refuerza más con los cabecillas de esta clase matonerías. Me
miró y me puse a hablar con él mientras la policía arreglaba el problema con el
herido, que no sé por qué, no se atrevía a denunciarlo. Mientras hablaba con
este sujeto, muy suelto de huesos me decía que era dueño de muchos locales en
el centro y de un par en otros distritos, llamándose un hombre de cultura,
reconocido por la Municipalidad, la Cámara Peruana del Libro y el Ministerio de
Cultura, a lo que agregué que también era reconocido en las comisarías cuando
se encontraba su archivo de antecedentes legales. Él se quedó callado al
escuchar esto último y como si las huevas le dije que era un fenicio cultural,
por decir lo menos. Claro, le tuve que explicar qué cosa era un fenicio, su
rostro de duda revelaba una profunda ignorancia. Pero lo que en realidad quería
decirle era que si tenía un problema con quien fuera, que lo arreglara él
mismo, y en otro lugar, cara a cara y no valiéndose de la ayuda de sus
chacales, tan bestias como él y que solo sirven para cargar cajas. Me dijo que
tenía mucho poder y no me quedé atrás.Le dije que lo que más gusta en la vida
era enfrentarme al poder, mejor si este poder es uno abusivo. La hija del tipo
se acercó y se llevó a su padre, pero el oficial lo detuvo y lo metió en el patrullero.
La borrachera, su estupidez reforzada por el alcohol, hacía que le dijera a los
policías las mismas idioteces que me acababa de decir.
Prendí otro cigarro y caminé a Wilson
para tomar mi taxi.
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