Ciertos libros
Ciertos libros, por alguna u otra razón, son necesarios. En estos días en los que estoy muy metido en un trabajo literario (digamos creativo), me he visto en la imperiosa necesidad de voltear la mirada y ver mi biblioteca.
Hay muchos libros que de por sí son especiales, pero hay uno que siempre salta en mi ayuda cuando mi cabeza está por estallar gracias al estrés. Desde la primera vez que lo leí no he dejado de tener presente el argumento que tiene como protagonista a Marc Stanley Fogg, recordada pincelada de la que para mí es la mejor novela de Paul Auster, EL PALACIO DE LA LUNA.
He perdido la cuenta de cuántas veces he leído la novela. Pero cada vez que vuelvo a ella, esta historia marcada por el sesudo azar no deja de conmoverme. Sabemos bien que el azar es uno de los recursos que muy bien ha sabido aprovechar Auster, pero seamos sinceros, en algunos casos se le pasó la mano.
Marc Stanley Fogg es un tipo que no sabe qué hacer con su vida, ha vivido siempre con su madre, su tío y no tiene idea de quién pueda ser su padre. Llega a recibir una herencia, no pecuniaria, pero sí libresca. Marc decide buscar trabajo, encuentra uno como biógrafo de un anciano, quien antes de morir, le pide que busque a su hijo, y Marc decide ir tras los pasos de este hijo, a quien llega a encontrar, y el misterio que tanto aquejaba a Marc se dilucida.
Puede parecer sencillo o hasta aburrido, pero no es así, como tampoco voy a caer en la sandez de contar el argumento. Lo único que sí puedo decir es que EL PALACIO DE LA LUNA forma parte de ese grupito de libros que nos reconcilian con la vida.
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