Maratón de Poesía
Se supone que ayer tenía que moderar, en el marco del Festival de Poesía País Imaginario, dos mesas de lecturas de poetas extranjeros y peruanos. Llegué a Antares a muy buena hora. Había, fácilmente, alrededor de 80 personas. Antares es un lugar pequeño y sumamente acogedor, y si bien es cierto que esa cantidad es "poca", pues vale resaltar un aspecto que no se le endilga a este lugar: a Antares van los que saben y sienten un gusto inmenso por la poesía. Y eso que ayer fue feriado.
Como saben, el acto de moderar es cosa fácil, lo mío iba a ser terminar con una mesa y empalmar, al toque, con la siguiente. Empero, algo raro pasó: ni bien los poetas de la primera mesa empezaron a leer lo mejor de sus libros, me llegó un papelito con nombres de otros poetas a quienes tenía que invitar a que leyeran. Normal, no hay problema, me dije. 10 ó 15 es, digamos, un número manejable para un recital de poesía. Pero todo cambia cuando empiezas a recibir más de esos papelitos, de distintos colores, con nombres de otros poetas a quienes también tenía que pasar la voz. Lo que parecía ser una broma de esa manito adiposa que me dejaba los papelitos, tornó en un hecho irrefutable: más de 30 poetas que en buena onda leyeron sus poemas, a todos no los había leído, y creo que fui demasiado frío en la presentación de algunos (es que no es ningún secreto que todo poeta se alucina el mejor del universo, lo cual no está mal, pero algunas caritas me "exigían" que hable de ellos desde el primer día que escribieron la primera sílaba de la primera palabra del primer verso del primer párrafo del primer poema escrito en sus vidas; no pues).
Como saben, el acto de moderar es cosa fácil, lo mío iba a ser terminar con una mesa y empalmar, al toque, con la siguiente. Empero, algo raro pasó: ni bien los poetas de la primera mesa empezaron a leer lo mejor de sus libros, me llegó un papelito con nombres de otros poetas a quienes tenía que invitar a que leyeran. Normal, no hay problema, me dije. 10 ó 15 es, digamos, un número manejable para un recital de poesía. Pero todo cambia cuando empiezas a recibir más de esos papelitos, de distintos colores, con nombres de otros poetas a quienes también tenía que pasar la voz. Lo que parecía ser una broma de esa manito adiposa que me dejaba los papelitos, tornó en un hecho irrefutable: más de 30 poetas que en buena onda leyeron sus poemas, a todos no los había leído, y creo que fui demasiado frío en la presentación de algunos (es que no es ningún secreto que todo poeta se alucina el mejor del universo, lo cual no está mal, pero algunas caritas me "exigían" que hable de ellos desde el primer día que escribieron la primera sílaba de la primera palabra del primer verso del primer párrafo del primer poema escrito en sus vidas; no pues).
Arranqué con José Agustín Haya de la Torre a las 8 p.m. y terminé con el guatemalteco Alan Mills a las 11 p.m.
3 horas con olor y sabor a poesía. Por supuesto que no se quedaron hasta el final las 80 puntas que vi al llegar, pero los que sí, formaron un respetadísimo grupo de letraheridos, muy a gusto lectura tras lectura, entre quienes pude notar a Luis Fernando Chueca, Gonzalo Málaga, el gran José Pancorvo, Alex Alejandro, Giancarlo “Polisexo” Huapaya, Wilson Dormani, José Manuel Barrios y muchos más de cuyos nombres no recuerdo. Sorry.
3 horas con olor y sabor a poesía. Por supuesto que no se quedaron hasta el final las 80 puntas que vi al llegar, pero los que sí, formaron un respetadísimo grupo de letraheridos, muy a gusto lectura tras lectura, entre quienes pude notar a Luis Fernando Chueca, Gonzalo Málaga, el gran José Pancorvo, Alex Alejandro, Giancarlo “Polisexo” Huapaya, Wilson Dormani, José Manuel Barrios y muchos más de cuyos nombres no recuerdo. Sorry.
De todos los poemas que escuché, pues me gustaron mucho los de César Panduro, Alan Mills, Jorge Hurtado, Miguel Ángel Zapata, Héctor Ñaupari, Rocío Fuentes, José A. Haya de la Torre, Florentino Díaz, Andrea Cabel, Amalia Gieschen, Helmut Jeri, Vanessa Martínez y Raúl Solis.
Al terminar la maratón poética, todos se dirigieron a un conocido bar de la calle Porta. En el trayecto un generoso Imaginario me ofreció un tronchito que fumé a lo largo de la Benavides. Al llegar al bar me despedí (sólo bebo de vez en cuando). En el taxi, de regreso a casa, estuve revisando el Síncope de Mills y Un pino me habla de la lluvia de M. A. Zapata.
El festival País Imaginario acaba hoy viernes en el referencial Yacana. O sea, la buena música está más que asegurada, y la juerga sí tendrá viada para ser interminable. Y como tiene que ser, los excesos sí estarán permitidos.
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