Fragmento - Paul Auster
Había hecho lo que me había propuesto hacer, pero no tenía la posibilidad de saborear mi triunfo. Había llegado a mis últimos cien dólares y sólo quedaban tres cajas de libros. Ya no podía pagar el alquiler y, aunque la fianza me daba otro mes de respiro, era seguro que después me echarían. Si las notificaciones empezaban en julio, la crisis se produciría en agosto, lo que quería decir que en septiembre me encontraría en la calle. Pero desde la perspectiva del primerio de julio, el final del verano parecía estar a años luz. El problema no era tanto qué haría entonces, sino cómo llegar hasta esa fecha. Por los libros me darían aproximadamente cincuenta dólares. Sumados a los noventa y seis que todavía tenía, contaba con ciento cuarenta y seis dólares para vivir los siguientes tres meses. No parecía suficiente, pero limitándome a una comida al día, prescindiendo de periódicos, autobuses y toda clase de gastos frívolos, calculé que tal vez lo conseguiría. Así comenzó el verano de 1969. Parecía casi seguro que sería el último que pasaría en la tierra.
(De: El palacio de la luna. Círculo de lectores, 1991)
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