Fariñas, la libertad a ti debida
En los envíos que recibo del editor David Abanto a mi cuenta de Yahoo, encuentro un artículo del poeta e ideólogo Héctor Ñaupari: Fariñas, la libertad a ti debida. Como nunca antes, estoy de acuerdo en casi todo con Ñaupari. Y aclaro: no soy ni de derecha, ni de las izquierdas. Algunos oligofrénicos me están llamando “Miserable neoliberal”. ¿Por qué?
El reclamo del cubano Guillermo Fariñas (en la imagen) no debe pasar desapercibido, es una muestra más de las mentiras del dizque paraíso tropical de los Castro, que viene manteniendo, por más de medio siglo, en la miseria y en la humillación a un pueblo amenazado. ¿Eso es libertad?, me pregunto.
Ahora, si algún intelectual, escritor, artista, que esté convencido de que el caso Fariñas no es lo que evidentemente es, tiene el espacio en este blog para expresar su opinión, siempre y cuando el texto esté fundamento y libre de insulto gratuito.
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Presos del delirio de sus propias contradicciones, el régimen castrista y sus corifeos llaman a Guillermo Fariñas mercenario y mártir a la vez, como si se pudiese ser las dos cosas al mismo tiempo. En grave estado, pero sin perder la lucidez, el ex militar de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, psicólogo, profesor y disidente, les ha contestado: “ningún mercenario se muere por sus ideas, los mercenarios se mueren por dinero”.
¿Es posible que un gobierno que ha llamado a morir por la revolución durante su medio siglo de existencia, condene ahora a un hombre decidido a morir por la libertad? ¿Puede entenderse que el castrismo llame traidor y mercenario a quien le sirvió heroicamente en Angola, se educó desde temprana edad en los ideales del socialismo, así como en las especializadas escuelas de la desaparecida Unión Soviética, subvencionado por el propio gobierno que luego lo encarceló en tres oportunidades, y sea hijo de dos comprometidos seguidores de Fidel? ¿Tiene alguna explicación este desafío a la razón y la lógica más elementales, incluso las suyas propias?
Sí, la tiene: el poder. En el invierno de sus vidas, desprovistos de toda su aureola de guerrilleros románticos, a los hermanos Castro sólo les queda preservar el despótico poder que ejercen el tiempo suficiente para expirar plácidamente en el trono de opresión, sangre y cadáveres que se han forjado con tanta tenacidad. Así muera Fariñas, y con él los 26 mártires por los que está en huelga de hambre. No importa que el mundo entero lo condene y le vuelva la espalda, es evidente que Raúl Castro no retrocederá, pues así lo ha dictado, desde la cama que le sirve de tumba anticipada, su hermano Fidel: antes que abandonar el socialismo, se hunde Cuba en el océano. Cuando mueran, ya no importará; o, como Madame de Pompadour le dijo al acongojado Luis XIV: “No debéis afligiros, Su Majestad; después de nosotros, el diluvio”. Muestra evidente que cambian los tiranos, pero no la locura irresponsable en el poder.
Esto es, hasta cierto punto, esperable. Lo que resulta lamentable es la legitimidad que, con su silencio, la mayor parte de los parlamentos y gobiernos latinoamericanos le conceden a este irracional atentado de un gobierno de la región contra su propio pueblo, al que debió servir y no destruir, acto sólo comparable al realizado por Adolfo Hitler contra los alemanes en los días previos a la toma de Berlín.
Ese silencio es todavía más ominoso cuando el Parlamento Europeo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y Amnistía Internacional han condenado esta brutal represión de la dictadura, entidades a las que los adalides de Castro recurren presurosas cuando se trata de defenderse en fueros internacionales, pero a las que no prestan atención cuando sus declaraciones les son incómodas. Los que hoy miran de costado también le niegan a Fariñas la libertad que reclama para sus compañeros presos y su pueblo: sus calladas maneras se transforman en los nuevos eslabones que se fijan en los tobillos de once millones de cubanos.
Sin embargo, lo inédito de esta tragedia es el respaldo que ha encontrado este crimen de lesa humanidad en el mandatario brasileño Lula da Silva, quien declaró: “La huelga de hambre no puede ser utilizada como un pretexto de derechos humanos para liberar personas (…) imagine si todos los bandidos que están presos en Sao Paulo entraran en huelga de hambre y pidieran su libertad”.
Cabría aclararle al dignatario que los 26 presos políticos por los que Fariñas se encuentra en huelga de hambre no son delincuentes de alta peligrosidad: se trata de personas que bien podrían pertenecer a su propio Partido de los Trabajadores; que están agonizando, desnutridos y con diversas enfermedades, por lo que mal podrían ser una amenaza para su sociedad; y, finalmente, que muchos de ellos se encuentran en prisión por delitos propios de una dictadura, figuras penales que no existen en el propio Brasil, como “peligrosidad”, “salida ilegal” o “propaganda enemiga”.
A quienes califican el heroísmo de Fariñas simplemente como un suicidio, habría que citarles el ejemplo de Catón y Bruto, quienes así actuaron heroicamente, y recordarles las palabras del filósofo inglés David Hume: “si se admite que el suicidio es un crimen, sólo la cobardía puede empujarnos a cometerlo. Pero si no es un crimen, sólo la prudencia y el valor podrían llevarnos a deshacernos de la existencia cuando ésta ha llegado a ser una carga. Es éste el único modo en que podemos ser útiles a la sociedad, sentando un ejemplo que, de ser imitado, preservaría para cada uno su oportunidad de ser feliz en la vida, y lo libraría eficazmente de todo sufrimiento”.2
Fue justamente en atención a esa idea, como varias veces Gandhi recurrió a los ayunos hasta casi la muerte para lograr la libertad de su pueblo. Hoy Fariñas lo hace para darle a al suyo una libertad que tiene una espera de medio siglo. Por eso, a él, a los 26 presos políticos que están muriendo, a los demás que siguen encerrados, les digo que la libertad les es debida, que las verjas y los alambres de púas no apresan los sueños, que el lóbrego poder que los oprime no podrá resistirse al cambio de estación. Sólo guardo la esperanza que la veamos aparecer juntos, en Cuba, como cuando el amanecer se extiende, inatajable, en el horizonte.
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