viernes, abril 02, 2010

Entrevista: Siu Kam Wen

“El autor no escoge los temas; los temas escogen al autor”
La novela El furor de mis ardores (Casatomada) es en todo sentido una pequeña joya literaria. Su autor Siu Kam Wen (Zhongshan, China, 1951) ratifica una vez más por qué es uno de los más saludados escritores peruanos contemporáneos. Sobre su última publicación, conversé con él.
El furor de mis ardores se acerca mucho a lo que vendría a ser un policial. Aunque le he escuchado decir que la novela no es precisamente un policial.
El furor no fue concebido originalmente como una novela policial; por lo menos, no en forma deliberada. Me acerqué al tema un poco como García Márquez se había acercado a un hecho igualmente sangriento y horrendo en Crónica de una muerte anunciada y lo convirtió en una pequeña tragedia griega. Sin embargo, como parte del hecho (el suicidio) ocurrió dentro de una comisaría y viniendo después de un interrogatorio policial, desde el primer capítulo El furor tuvo el inevitable formato de una novela policial. Eso es algo que hubiera preferido evitar si la historia hubiera sido diferente. La novela policial es un subgénero literario que no es visto muy bien por los críticos y los académicos, que lo ven un poco con desdén, y los escritores de novelas policiales generalmente son excluidos del canon de la literatura de cualquier país, y yo ciertamente no deseaba que otra vez, por los temas de mis cuentos y novelas, fuera marginado como el autor de una novela comercial, antes que literaria. Pero el autor no escoge los temas; los temas escogen al autor.
En el policial, como sabe, se intentan mostrar las pulsiones oscuras de los protagonistas al momento de perpetrar un crimen.
Eso sí, tú lo dices bien. Más que otro tipo de novelas, las novelas llamadas negras intentan mostrar las pulsiones oscuras que llevan a una persona a cometer un acto incalificable. Las mejores novelas negras, como The Postman Always Rings Twice, son estudios profundos del lado tenebroso del alma humana cuyos méritos, muchas veces, se pierden por la naturaleza meretriz del subgénero.
Ha dicho que la novela se basa en un suceso ocurrido en Hawaii.
Cuando ocurrió el doble crimen, a fines de los años ochenta, yo no lo leí en los periódicos o no me causó ninguna impresión. Yo no me di cuenta de que hubo ese doble crimen hasta que alguien (la secretaria chismosa que hay en cualquier lugar de trabajo) me hizo notar que uno de mis compañeros de trabajo era el hermano de la víctima y el cuñado del victimario. Esa persona me dio a leer también un artículo de la revista que describía el suicidio de la asesina en la comisaría. El artículo dejó en mí una impresión indeleble. La culpable del crimen de su marido fue a la comisaría a ser entrevistada e interrogada por la policía con increíble soberbia y llevó a cabo su propio suicidio con una sangre fría pasmosa. Los detectives salieron parados como verdaderos idiotas. Aunque la mujer murió, sentada indignantemente sobre un retrete, parecía que lo hubiera hecho riéndose...
¿Por qué la ambientó en los años de la dictadura militar?
Comencé a planear el libro recién en el 2007, unos cinco o seis años después de conocer los detalles del doble crimen. Me di cuenta casi inmediatamente de que no podía ambientar la historia en el mismo Honolulu, donde ocurrió el hecho. No por la proximidad física, sino porque no me sentía compenetrado con la gente local, a pesar de haber pasado más de 20 años en Hawaii. Tuve que decidir también por el lenguaje en que habría de escribir la novela. Mi inglés es bastante bueno, pero no tanto como mi castellano. En todo caso, pude haberlo escrito en inglés, pero decidí finalmente que era mejor hacerlo en español, ya que me gusta la sonoridad de este lenguaje. Ubicar la acción en los años setenta fue la más natural de las cosas, porque ese periodo fue el que más impacto dejó en mi memoria. Fueron años tumultuosos, no sólo a nivel personal, sino también nacional, y uno nunca olvida las peores o más intensas vivencias que le hayan tocado experimentar.
Muchos escritores dicen que es necesaria la distancia, física y cronológica, para escribir sobre un hecho real.
Eso es cierto. Especialmente cuando se trata de materiales autobiográficos. Soy un escritor que recurre mucho a materiales de esa índole, y creo que no habría podido hacer eso, me habría sentido renuente a desnudarme en público, si no estuviera viviendo hoy en Hawaii. Hay además una distancia temporal de veinte o más años con los hechos que he narrado, por ejemplo, en Viaje a Itaca y en La vida no es una tómbola. La distancia física y cronológica también nos permite darnos cuenta de qué es lo importante y qué no lo es de todas nuestras vivencias. Por ejemplo, no fue sino después de haber dejado el Perú, en el 86, que me di cuenta de que me había tocado vivir una de las etapas más interesantes de la vida republicana: la era del general Velasco, la era de la llamada “Revolución Peruana”.



Entonces resultó adecuado que la novela esté ambientada en los setenta.
Con respecto al hecho en que está basado El furor, no tuve por qué tomar distancia, ya que el doble crimen no me afectaba personalmente. Pude muy bien haber ambientado esa historia en Hawaii, donde ocurrieron los hechos, pero como dije, mientras estaba escribiendo las primeras páginas, me di cuenta súbitamente de que no me sentía compenetrado con la gente local, y que lo que conocía de la vida de los habitantes de Hawaii era superficial en comparación con lo que conozco de los habitantes de Lima. De ahí por qué trasladé la acción a la Lima de los años setenta.
La novela exuda también cierto erotismo, el cual se anuncia desde el título.
Fue sin querer queriendo que le di un título un poco osado a la novelita. El furor de mis ardores viene de un verso de Phédre, de Racine, que reza originariamente como le furor de ma feux. Correctamente, me imagino que debió haber sido traducido como El furor de mis pasiones, pero como mi francés es un poco deficiente, lo traduje como El furor de mis fuegos o ardores. Soy una persona un poco mojigata, y me incomodan las descripciones explícitas de sexo. Sólo en forma muy renuente incluyo a veces escenas de ese tipo en mi obra. Sin embargo, en las pocas ocasiones en que he escrito sobre eso me ha llamado la atención sobre el hecho de que, tal vez sea precisamente por esa reticencia, he creado contenidos de gran carga erótica. En El furor, el elemento erótico es necesario porque las relaciones entre Sergio y María del Pilar, entre Sergio y María Lourdes, y entre María del Pilar y Genaro son más carnales que sentimentales, y porque es una de las cosas que alimentaron los celos y las otras fuerzas oscuras que habrían de terminar por empujar a María del Pilar al crimen.
Además, Sergio y María del Pilar son jóvenes estudiantes universitarios de San Marcos. Por ello, puede leerse también como una crónica generacional, en la que entran en juego los dilemas ideológicos y políticos, y también el cimentar una vocación literaria.
Fue por accidente que di a María del Pilar una vocación literaria, hacerla poetisa y además poetisa feminista. En la época en que estaba escribiendo El furor se había armado una polémica acerca de la autoría de los tres poemas más famosos de María Emilia Cornejo. Yo no llegué a conocer a María Emilia, pero estoy seguro de haberla visto dos o tres veces en el Patio de Letras de San Marcos, antes de que cometiera suicidio. Tal vez me equivoque, y la muchacha, siempre enfundada en un poncho y una bufanda y con un cigarrillo en la mano, sea otra persona, pero no importa. Por asociación de nombres, de María del Pilar pensé en María Emilia, y se me ocurrió que con el paso de los años, María del Pilar bien pudo haberse ganado un poco de carne y terminar teniendo la apariencia física de María Emilia, que era un poco regordeta. Fue entonces que decidí convertir a María del Pilar en una estudiante de literatura, y después en poetisa. También le di una hermana gemela, pues María Emilia, según una fotografía publicada al lado del artículo en Intermezzo Tropical, tuvo también una hermana gemela idéntica. Y, por supuesto, un estudiante sanmarquino de los años setenta que no estuviera comprometido con alguna ideología, casi siempre de izquierda, no habría podido ser un estudiante sanmarquino.
Una curiosidad, la incursión de María del Pilar y sus amigos literatos por las calles del centro de Lima en busca de Martín Adán, ¿es cierta?
Eso de María del Pilar y sus amigotes literarios yendo a la caza del pobre Martín Adán en las calles del centro de Lima no es simple ficción. Eso te lo puede decir, creo, Gregorio Martínez o algún otro, quien escribió un relato muy memorable en el suplemento Caballo Rojo de El Diario a finales de los 60. Basé la aventura nocturna de María del Pilar y de Genaro en lo que recordaba yo de esa historia. No sé si haciendo eso estaba cometiendo o no un plagio. Tuve mi periodo bohemio en esos años, y frecuentaba los mismos cafetines que, con toda seguridad, había frecuentado Martín Adán: el Wony, el Cordano, el Palermo, etc.
El crimen cometido por María del Pilar es muy cínico, no hay mucho remordimiento.
María del Pilar no es una mujer mala, pero pertenece a esa categoría de personas caracterizadas por carecer de escrúpulos o remordimientos; es una psicópata social. Sabe lo que es el bien y lo que es el mal, pero los conceptúa en función de sus propios intereses. Como todo psicópata social, es egocéntrica: el mundo gira en torno suyo, no al revés. Es del tipo que grita, cuando se le antoja: ¡paren el mundo que aquí me bajo! Ella no es cínica; es simplemente incapaz de sentir otra cosa que indiferencia al dolor y al daño que causa.
Otro de los personajes es el capitán de la policía Teófilo Donayre. Él es una especie de esponja que absorbe todo el patetismo de esa época.
En todos los aspectos el capitán Donayre es un pobre diablo. En el Perú, ser un oficial de policía solía tener menos glamour que el ser un oficial del ejército o de la marina. Ser un PIP era todavía peor, pues estaba condenado a no poder lucir su uniforme verde olivo y sus galones dorados, sólo ternos desteñidos. A raíz del suicidio de María del Pilar en el mismo recinto de la comisaría, Donayre sería probablemente degradado. El Donayre real (un teniente entonces) sufrió también por su ineptitud. Cuando se retiró de la fuerza policial, era sólo un capitán.
Aunque Donayre podría muy bien servir para otra novela, si es que pretende hacer un serial.
No es probable que escriba otra novela policial. Incluso si lo hiciera, probablemente usaría el nombre del teniente Falcón, un personaje que usé en forma recurrente en tres de mis cuentos fantásticos agrupados bajo el título de Ilusionismo. Estoy pensando en escribir un libro acerca de otro suicidio ocurrido en Hawaii, pero no creo que tendrá cortes policiales. Será más bien una pequeña tragedia ocasionada por una indiscreción trivial.
Si Perú tiene todos los ingredientes para el policial, ¿por qué cree que no se cultiva ese género?
Sin duda, especialmente después de haber pasado el país por la época del terror senderista. Esos años fueron como los años de la prohibición en Estados Unidos, mucha violencia, mucha corrupción, una depresión económica, días grises que parecían interminables, una línea divisoria poco clara entre la justicia y la criminalidad. El ambiente está ahí, las historias están ahí, sólo faltan los narradores que sepan explotarlos. El género policial es un género desdeñado por la mayoría de los escritores que se consideran serios. Los mejores novelistas de la novela negra, que fueron principalmente norteamericanos, publicaron su obra más importante en revistas “pulp”, es decir, revistas baratas que costaban sólo centavos. Hasta una veintena de años atrás, los críticos y los académicos los excluían del canon literario. Por eso un escritor titubea antes de lanzarse a esa piscina seca.

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