lunes, agosto 23, 2010

Una luz blanca

Acabo de ver en un par de blogs la reproducción del artículo Una luz blanca de Alonso Cueto, publicado en la última edición de Babelia. También hubiera dado cuenta del buen texto de Cueto, pero resulta que los fines de semana no posteo.
Ahora, es, indudablemente, un verdadero acontecimiento literario la publicación en un solo volumen de todos los cuentos de Julio Ramón Ribeyro. LA PALABRA DEL MUDO consta de 1056 páginas y viene por cuenta de Seix Barral.
Ya me imagino el deslumbramiento de la lectoría española que tendrá la oportunidad de conocer a Ribeyro en su mejor faceta: la de cuentista.
La imagen del post es un retrato de JRR por el pintor Herman Braun-Vega.


En el pasaje final del relato Silvio en el Rosedal, el protagonista, que acaba de perder a la joven y agraciada Roxana, se queda a la intemperie, "en una noche espléndida". Solo, derrotado, sin haber podido descifrar los enigmas del Rosedal, ajeno al estruendo de una fiesta en las inmediaciones, se aferra a su violín y empieza a tocar. Solo en ese instante final, cuando nadie puede escucharlo, tiene la certeza de que nunca había tocado mejor.
Esta imagen de un hombre aislado, dedicado a su propia música, que encuentra su momento de esplendor creativo en la soledad, es esencial a toda la obra y la vida de Ribeyro (Lima, 1929-1994). Siempre he pensado que en ese pasaje Ribeyro formuló su imagen de escritor, la del que escribe exonerado de los requerimientos del público, que alguna vez había pensado en halagar. Librado a sí mismo, con los tesoros de la soledad y el silencio, en un mundo sin códigos ni explicaciones, Silvio puede hacer una música verdadera, su música.
El destino de Ribeyro fue con frecuencia el mismo, el de un autor secreto que huyó de todos los ruidos de la fama para encontrar el sonido secreto que nutrió sus frases sencillas y precisas. Contra lo que pudiera pensarse, nunca fue precisamente un escritor escéptico que desconfiara de las posibilidades del idioma. Aunque no fue exactamente un autor prolífico, tiene una obra considerable hecha de ensayos, novelas, relatos y prosas reflexivas, además de diarios de escritor y una nutrida correspondencia, especialmente con su hermano Juan Antonio. Pero no hay duda de que los géneros de las prosas, en forma de meditaciones personales (reunidos en ese gran libro que se llama Prosas apátridas), así como los diarios y relatos se adecuaban mejor a su actitud reflexiva y desencantada y a la de sus personajes, que no estaban hechos para desafiar o transformar el mundo, sino para sufrirlo. El drama del deseo y la frustración es uno de los grandes temas que sus protagonistas -ansiosos, lacónicos, soñadores-, viven frente a la realidad mediocre y banal que los acorrala.
Este libro, La palabra del mudo, que reúne todos los cuentos de Ribeyro es un gran acontecimiento para los seguidores del autor peruano. Como puede verse en ellos, Ribeyro tomaba el partido de los que llamaba "mudos", es decir, personajes anónimos y discretos, héroes sentimentales de aventuras trucadas por su propia timidez o pudor. Seguidor de Maupassant, a quien tradujo y de quien hablaba siempre con admiración, Ribeyro crea personajes sencillos, comunes e incluso banales, que viven en los márgenes del mundo. Al hacerlo, fabrica desde esas vidas sencillas, hechas de una o dos anécdotas, un nuevo mundo complejo, matizado por la relatividad de la ironía. Sus personajes nos conmueven por los sueños que apenas rescatan de su "pequeña vida". La anónima y generosa proeza del cobrador de Dirección equivocada, por ejemplo, nos acompaña para siempre, y una joya narrativa como Ridder y el pisapapeles (uno de sus pocos cuentos fantásticos), nos puede sorprender todas las veces que volvamos a releer su final tan lógico como inesperado.
Lo que Ribeyro insinúa en estos cuentos es que los seres humanos no estamos definidos por nuestros logros sino por nuestras carencias, es decir, por esa gran acumulación de ambiciones y sueños no realizados de la que estamos hechos. Espumante en el sótano cuenta la historia de una progresiva, minuciosa humillación en la fiesta de un burócrata. Una aventura nocturna ironiza las ilusiones de un romance inesperado. Sólo para fumadores es la autobiografía espiritual de un tipo que mira el mundo desde su cuerpo y a su cuerpo desde el cigarrillo al que está adosado. Algunos de los cuentos más logrados de esta perspectiva irónica y dramática son sin duda Tristes querellas en la vieja quinta, Alienación y ese relato policial metaliterario que ocurre en una mesa de comensales, La solución. Aunque es un escritor realista en el sentido más clásico de la palabra, sus personajes buscan siempre evadir toda forma de realidad. Uno de los cuentos inéditos de este volumen, Surf (el último que escribió en su vida), narra la historia de un escritor que trabaja frente al mar lleno de corredores de olas, tratando de fusionarse con esos seres marinos que navegan frente a él.
Sus relatos proyectan una luz blanca, opaca y sin embargo dramática sobre los escenarios limeños (su mar, su neblina, sus árboles húmedos). Esa misma luz iluminó su vida. Una serie de anécdotas ha perfilado su leyenda de escritor tímido y receloso por vocación. Su huida de una cita con un famoso editor italiano que quería traducir sus libros es parte central de esa leyenda. En una ocasión, descubrió que una prestigiosa editorial francesa había puesto la foto de un escritor angoleño apellidado Ribeiro, de raza negra, en uno de sus libros, y desistió de protestar ante el temor de ser catalogado como racista. Son cosas que sus personajes también habrían hecho, aunque sería más acertado decir, habrían dejado de hacer. Vivían en la soledad y era allí donde mejor sonaba su violín.

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