La subversiva Sra. Higshmith
Escrito en el aire es el blog del narrador peruano José de Piérola. No sé si ya lo ubican, si en caso aún no, pues les paso el dato de que es uno de los mejores.
El post que leerán a continuación, La subversiva Sra. Highsmith, es una abierta invitación a leer o sino releer una de las mejores novelas de Patricia Highsmith, EL TALENTOSO SEÑOR RIPLEY.
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Uno de los mitos heredados del romanticismo es la idea de que algunos grandes artistas no son reconocidos en su tiempo. Vincent Van Gogh parece ser una prueba irrefutable de que esto es verdad. Sin embargo, me pregunto cuántos grandes artistas permanecerán para siempre desconocidos. Me atrevo a hacerme esa pregunta porque no basta con que un artista tenga talento; también es necesario que el circuito comercial, el crítico, o ambos, lo rescaten.
Ése parece ser el caso de Patricia Highsmith, que por mucho tiempo fue considerada como una autora menor, pero que, sin embargo, después de su muerte ha gozado de un renovado interés, llevando a un crítico a afirmar que es la más grande escritora norteamericana del siglo veinte. Quizá sea un poco exagerado afirmar tal cosa —una hipérbole que quiere compensar el olvido— pero sí resulta difícil negar que a las novelas de Highsmith «uno entra —como decía Graham Greene— sintiendo que está en peligro». Entre otras cosas porque Highsmith cuestiona las convenciones del género literario, así como los conceptos normativos de moralidad, sexualidad e identidad.
Quizá su novela más conocida sea The Talented Mr. Ripley, aparecida en 1955, casi al principio de su larga carrera literaria. Sin arruinar el final para quienes no la hayan leído, la novela cuenta la historia de Tom Ripley, un joven norteamericano de clase media, que sueña con vivir una vida de lujo, cultura y placer, y que es capaz de todo para lograrlo. Un día se le acerca un tal Mr. Greenleaf con una propuesta que no puede rechazar. Dickie, el hijo de Mr. Greenleaf, está viviendo en Mongibello, un pueblo de la costa italiana, donde se dedica a pintar (aunque no es buen pintor) y a pasar el tiempo con Margie Sherwood (aunque no quiere nada con ella). Mr. Greenleaf quiere que Tom viaje a Mongibello para persuadir a Dickie de que regrese a los Estados Unidos para, entre otras cosas, hacerse cargo del negocio familiar. Tom acepta el encargo, y queda enamorado del país, y, al parecer, también de Dickie. Cuando la amistad con Dickie empieza a enfriarse, y cuando Mr. Greenleaf le anuncia que ya no requerirá de sus servicios, Tom decide matar a Dickie para suplantarlo y así acceder a su fortuna.
La novela, que podría haber tenido el corte de las novelas llamadas noir de la época, se convierte en una exploración subversiva de las nociones de sexualidad, en el sentido de cuestionar la idea de que la sexualidad puede definirse en torno a una norma heterosexual (lo que Derrida denominaría el «centro» que define todo lo demás, pero que significa nada sin todo lo demás). Sorprendentemente, la novela de Highsmith conserva su calidad subversiva hasta hoy, sobreviviendo al adaptación que Anthony Minghella hiciera después de ganar un Óscar por El paciente inglés.
Para no quedarnos en la teoría, ni en la abstracción, veamos un par de ejemplos que muestran la problemática identidad sexual de Tom Ripley. Cuando Tom empieza a preparar su viaje a Italia, visita a Cleo Dobelle, amiga suya, pintora de miniaturas, que vive en un apartamento anexo a la casa de sus padres. Como la visita se alarga, Tom examina la posibilidad de quedarse:
Habían bebido dos botellas de Medoc de la cava de los padres de Cleo, y a Tom le sobrevino tanto sueño que bien podía haber pasado la noche allí donde estaba tumbado —con frecuencia habían dormido lado a lado en las dos pieles de oso que había frente a la chimenea, y era una de las cosas maravillosas de Cleo el hecho de que ella nunca hubiera querido o esperado que Tom se insinuara, y él no lo había hecho nunca— pero Tom se levantó a duras penas a eso de las doce y se fue a casa.
Noten que la narración en tercera persona está focalizada en Tom, de modo que vemos el mundo desde su perspectiva. Este tipo de narración tiene la ventaja de que el narrador puede alejarse tanto como sea necesario, abarcando una visión panorámica del mundo ficcional, pero también puede acercarse al personaje para mostrarnos su mundo interior, inclusive usando sus propias palabras (según el recurso perfeccionado por Flaubert). En nuestro ejemplo, la calificación del momento viene entre guiones largos, que según la convención del inglés sirven para aislar una parte no esencial de la oración. De modo que para Tom, el hecho de que ninguno de los dos espere una relación física resulta un pensamiento casi subconsciente. Precisamente por eso, sin tener que recurrir a Freud, uno puede notar que hay una cierta ansiedad. Como cuando, ante una situación de peligro, uno afirma: «No me va a pasar nada».
En los primeros capítulos, da la impresión de que Tom es gay, pero que no puede salir del closet debido a la represión de la época, aunque es lo que le gustaría. Sin embargo, como la narración de la novela está focalizada en él, pronto queda claro que ni él mismo está seguro. Ocurre algo semejante con Dickie, que pasa mucho tiempo con Margie, aunque no piensa llevarla a la cama nunca. Después de que Dickie y Tom pasan un día en Nápoles, bebiendo, paseando en carroza y durmiendo en un parque, Margie se queja. Dickie decide hablar con Tom:
—Marge y yo estamos bien —espetó Dickie de una manera que excluía a Tom de esa relación—. Y quiero decir otra cosa, para que quede claro —miró a Tom—. No soy homosexual. No sé si se te ha pasado por la cabeza, pero no lo soy.
—Homosexual —dijo Tom, sonriendo—. Nunca pensé que lo fueras.
Por un lado, la negativa enfática de Dickie revela la misma ansiedad que la respuesta de Tom. Por otro lado, gran parte del interés de la novela reside en el hecho de que el punto de vista de tercera persona, focalizado en Tom, le permite a la narradora crear tensión o contraste entre lo que éste piensa y lo que dicen los demás. En nuestro ejemplo, ninguno de los dos personajes está cien por ciento seguro de su identidad sexual, por lo que hace falta una verbalización ansiosa que rinde tributo a la normativa heterosexual. Esto ocurría en los años cincuenta. En nuestro tiempo las cosas no han cambiado mucho, aunque ahora, de manera casi diametralmente opuesta, se recurre a la afirmación.
La adaptación de Anthony Minghella de 1999 es un buen ejemplo, ya que el rango de identidades sexuales se ha ampliado, pero la necesidad de afirmar la normatividad sigue presente. Para Minghella resulta insoportable que Dickie tenga una sexualidad indefinida, como en la novela, y lo convierte en un playboy heterosexual. No hace falta que, a diferencia de la novela, haga el amor con Margie. También es necesario que embarace a una chica del pueblo italiano donde vive. Una vez aclarada la sexualidad de Dickie, Minghella saca del closet a Tom, no sólo para que manifieste abiertamente sus sentimientos con respecto a Dickie, sino también para que tenga un «amante inglés» hacia el final de la película.
Pero esas no son las únicas diferencias. En la novela, Tom comete un par de crímenes horrendos, por los que nunca paga. Es más, resulta, inclusive recompensado por ellos. Highsmith no tienen problemas con plantear una cierta ambigüedad moral. Si tenemos alguna, aunque sea remotísima simpatía por Tom Ripley, debemos resolver dentro de nosotros mismos su dudosa postura moral. En la película, por el contrario, Tom queda atrapado en una pesadilla. Minghella nos libera de la responsabilidad de aceptar la ambigüedad moral, para que sintamos lástima por un Tom Ripley rechazado por una sociedad que condena su identidad sexual.
Para ser justos, hay que recordar que Highsmith escribió su novela durante los años cincuenta, cuando resultaba mucho más difícil discutir de manera abierta el problema de la compleja sexualidad humana. Mientras que Minghella dirige su película al filo del siglo, cuando ya no era tan difícil salir del closet (diez años antes Dinamarca se había convertido en el primer país en reconocer el matrimonio entre personas del mismo sexo).
Sin embargo, quizá el hecho de que el tema todavía no se pudiera tratar libremente (el término queer sólo aparece cinco veces) confiere a la novela un carácter subversivo que todavía sigue siendo válido. La reticencia a nombrar, casi en el sentido que Derrida le da al concepto, se convierte en la novela de Highsmith en una forma de romper las reglas fáciles que ahora parecen clasificar de una manera simplista a las personas en heterosexuales, homosexuales o bisexuales, como si eso lo resolviera todo. Estas categorías no bastan para abarcar la sexualidad de Dickie ni la de Tom.
Highsmith no vivió para ver la adaptación de su novela, pero tengo la impresión de que no le habría gustado. Me atrevo a afirmarlo teniendo en cuenta las otras novelas en las que cuestiona los valores normativos. En The Boy Who Followed Ripley (1980), por ejemplo, todavía se puede ver que la sexualidad de Tom no está del todo resuelta, aunque su personalidad ya haya empezado a cuajar. Tom sigue cambiando hasta la última novela de la pentalogía, Ripley Under Water, aparecida en 1991, que termina por convertir a Tom Ripley en uno de los personajes más fascinantes del siglo veinte. Espero que estén de acuerdo, si esta brevísima discusión los ha alentado a leer El talentoso Sr. Ripley. De otro modo, por lo menos espero haberlos persuadido de que lean una de las otras veintiún novelas que escribió Patricia Highsmith.
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