martes, marzo 08, 2011

Homicidio, de David Simon

Esta reseña de Violeta Entrerríos sobre HOMICIDIO de David Simon va para los muchísimos hinchas de la serie THE WIRE.
Vía Hermano Cerdo.

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Yo también soy fan de The Wire. La consumí completa y no quería que acabara nunca. Sucedió primero con Stringer Bell, pero al final fue Omar el personaje que me cautivó. No solo por su increíble atractivo físico, claro, sino porque él es quien se mueve con soltura entre un lado y otro, entre los policías y los delincuentes, porque él sintetizaba para mí la serie completa: el dilema de no saber nunca en qué lado está el bien y en qué lado está el mal. Extraña y maravillosa ambigüedad para una serie gringa, ¿no creen? Ellos siempre tienen tan claro dónde situar el bien y el mal, mostrándolo a través de estupendas moralejas. Por eso The Wire es perfecta. Porque plantea el problema completo, cada uno de los factores que convierte Baltimore en un escenario absolutamente shakespeareano. Todo sucede allí, y uno no sabe qué partido tomar.
Después de disfrutar de la serie tuve la oportunidad de acercarme al libro Homicidio, de David Simon, creador de The Wire; un documento de 700 páginas, previo a la serie, que se queda en el lado de los policías. Ha sido el complemento perfecto. Aunque ya estaba familiarizada con los asuntos policiales de Baltimore, el libro ayuda a observarlos con detalle. Un breve resumen: este departamento policial no es como los de las pelis; aquí nada va rápido y nada se resuelve fácilmente. Supongo en este punto que nada ha hecho más daño a las instituciones policiales estadounidenses como las series de televisión tipo CSI. En ellas la investigación fluye, los delitos se resuelven, el aparato tecnológico es eficaz, rápido y asombroso. Nada de esto sucede en Homicidio, ni en The Wire, ni en la vida real. Simon ha conseguido ya varias veces plasmar las complejas contradicciones que rodean al universo criminal; no se trata de resolver casos, sino de una extraña conjugación de suerte, inteligencia, casualidad, crimen, ley, decisión, integridad, miseria, fe. Repito: Shakespeare.
Nuestros jueces, nuestros tribunales, nuestra sociedad como un todo, exigen al mismo tiempo que se respeten escrupulosamente los derechos y que se castiguen los crímenes. [...] Atrapado en esta contradicción, un inspector hace su trabajo de la única manera posible. Sigue los requisitos de la ley al pie de la letra, o lo bastante fielmente como para no poner en peligro su caso. Y con el mismo cuidado, ignora el espíritu y la intención de la ley. Se convierte en un vendedor, en un timador tan ladrón y embaucador como cualquier hombre que venda coches usados o revestimiento exterior de aluminio. Más aún, de hecho, si se tiene en cuenta que vende largas estancias en la cárcel a clientes que no necesitan realmente ese producto.
El libro, como dice su subtítulo, narra el año completo que pasó David Simon en el departamento de policía de Baltimore, acompañando a los inspectores en escenas del crimen, en interrogatorios, en persecuciones. Entonces, no se trata de una novela, sino de un informe periodístico. Pero Simon tiene buena prosa, y ha logrado bien su estructura. La narración intercala los típicos diálogos entre policías con la descripción de sus funciones: qué pasa en una sala de autopsia, cuáles son las normas que rodean los interrogatorios, cuál es su procedimiento, cómo debe actuar un policía para amedrentar pero no callar a sus testigos, la legislación que flota sobre todas sus decisiones, el tiempo que pierden con todo tipo de burocracia, cómo funciona la famosa cadena de mando, la evolución de esa estupenda pizarra donde se apuntan los crímenes cometidos…
En cualquier caso, sí podríamos hablar de cierta relación entre CSI y Homicidio, porque en ambos se trabaja la escena del crimen. Sin embargo, los personajes del libro poseen armas más rudimentarias; deben confiar en sus intuiciones, observaciones y apuntes más que en los resultados del laboratorio o en la actitud de sus superiores. Digamos que el talento y la paciencia del inspector se ponen a prueba de manera constante, y son las claves de la resolución de cada caso. La narración alcanza sus momentos más altos cuando describe no solo las escenas del crimen, sino sobre todo el proceso mental que debe repasar cada inspector al llegar a la escena. Este punto interesa a los amantes de las novelas policiacas, porque Homicidio es un documento que lleva el género a su máximo esplendor.
Desde el punto de vista de un inspector de policía, no hay mejor escena del crimen que un cadáver en una casa. El asesinato queda preservado tras la puerta de entrada, los curiosos y los periodistas quedan fuera, mientras que la casa ya colabora en la recopilación de información. ¿De quién es? ¿Quién paga el alquiler, quién vive ahí? ¿Quién estaba en la casa en el momento de los hechos? ¿Por qué tengo una víctima dentro? ¿Vive ahí? [...] Para matar a alguien en una casa, el asesino tiene que entrar, bien sea invitado por la víctima, bien forzando la puerta o una ventana. En cualquier caso, el inspector ya cuenta con información adicional.
Simon es un observador franco, y aunque a veces se alarga demasiado en los detalles, desde el principio inspira confianza. No tiene problemas en describir los intereses políticos que acarrea la resolución de ciertos asesinatos, como el de una niña de doce años, que es la típica ‘bola roja’: asesinatos que importan. Tampoco evita afirmar que el asesinato de un drogadicto negro en un callejón oscuro no merece mucha atención. Y ahí están los inspectores, nunca mostrados como héroes, pero siempre como esa rara especie dentro del gremio: la del policía que piensa.
Tú hablas por el muerto. Tú vengas a aquellos que ya no están en este mundo. Puede que el cheque con tu paga venga del departamento fiscal, pero, maldita sea, después de seis cervezas puedes convencerte sin demasiados problemas de que trabajas directamente para Dios, Nuestro Señor. Si no eres tan bueno como deberías, durarás solo un año o dos y te transferirán al departamento de fugitivos o de robos de coches o de fraude, al otro extremo del pasillo. Si eres lo bastante bueno, nunca harás otra cosa como policía que sea más importante que esta. Homicidio es primera división, la pista principal, el mayor espectáculo del mundo.
David Simon se unió al departamento de policía de Baltimore durante todo el año 1988. Se vestía como un inspector, asistía a las escenas del crimen, escuchaba los interrogatorios, observaba incansablemente a inspectores y delincuentes. Todos los policías de Homicidio son reales y el libro pasó por ellos antes de publicarse, en 1991. Después vino la serie, y Simon se convirtió en guionista y productor de televisión. El libro se reeditó en 2006, con un epílogo muy recomendable del teniente Terry McLarney, uno de sus protagonistas.
Toda la precariedad del aparato policial queda plasmada en Homicidio con una contundencia asombrosa. El inspector no dispone de las facilidades que nos han hecho creer las series de televisión, sino que debe hacer malabares con datos, intuiciones y sus propias observaciones, agudizadas con la experiencia de los años. Si lees Homicidio, lector, pronto te darás cuenta de que cuando veas escenas de crímenes en la tele ya nunca serás el mismo.

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