Economías de la literatura
En el colectivo El Boomerang encuentro un más que interesante post en el blog del narrador Patricio Pron sobre LOS DEMASIADOS LIBROS del mexicano Gabriel Zaid.
A tener correa, pues.
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Al igual que las grandes exhibiciones de estupidez, las de inteligencia nos dejan perplejos, un fenómeno que afecta a la crítica literaria en la medida en que ésta se ve en ocasiones en la obligación de discutir textos que la superan en profundidad y en brillantez; ante esos textos (pocos, desafortunadamente), la crítica literaria enmudece o se limita a la enumeración de lugares comunes. Quizás podamos aquí tentar una vía intermedia.
Uno
Gabriel Zaid nació en 1934 en Monterrey (México) y es ingeniero mecánico, aunque es conocido casi exclusivamente como poeta, ensayista y crítico literario. Fue miembro del consejo de la revista Vuelta entre 1976 y 1992, de la Academia Mexicana de la Lengua (institución que queremos imaginar más eficiente y acertada que su homóloga española) entre 1986 y 2002 y del Colegio Nacional desde 1984, y es colaborador regular de la hispanomexicana Letras Libres. Precisamente de esta revista provienen los artículos que conforman la edición corregida y aumentada realizada el año pasado de Los demasiados libros, quizás su obra más conocida.
Dos
Los demasiados libros (sobre el que hemos hablado previamente aquí) reúne ensayos en torno a la cuestión nada pueril de la proliferación de los títulos, "entre los excesos de la grafomanía y los excesos del comercialismo, entre el caos de la diversidad y la concentración del mercado" (11). Zaid recorre la historia del libro y del cuestionamiento a su proliferación insensata que se remonta a sus mismos orígenes y lo hace de forma sobria y documentada y sin eludir unas comparaciones que provocan vértigo y de las que aquí sólo reproduciremos una: hasta el año 2010, la humanidad ha producido unos sesenta millones de títulos; en el hipotético caso de que se dejase de escribir y de publicar, un lector necesitaría leer cuatro libros por semana (es decir, doscientos al año y diez mil al cabo de medio siglo) durante unos improbables trescientos mil años para agotarlos; si se limitara a leer sólo la lista de los autores y títulos (por otra parte, una práctica nada inhabitual entre ciertos críticos literarios) tendría que dedicar veinte años. Zaid no es partidario de ninguna de las dos cosas, y tampoco se limita a lamentar este estado de cosas (aunque admite que la proliferación de los libros reduce nuestra capacidad de absorberlos); por el contrario, lo que hace es proponer soluciones imaginativas y valientes al problema de cómo seguir leyendo. El autor pone en cuestión tópicos de largo arraigo en la crítica cultural que sostienen que el libro es un medio masivo o que le atribuyen una influencia desmedida, reivindica las ventajas del libro por sobre las nuevas tecnologías que en los últimos tiempos pretenden establecer su fecha de caducidad y lanza opiniones que requieren de la mayor honestidad por parte del lector para ser aceptadas: "El problema del libro no está en los millones de pobres que apenas saben leer y escribir, sino en los millones de universitarios que no quieren leer, sino escribir" (55).
Tres
A pesar de que la crítica literaria y cultural constituye de algún modo una trama de citas y de figuras recurrentes que acaban adquiriendo el carácter de tópicos, Zaid nunca deja de sorprender al lector; por ejemplo, cuando da cuenta del costo económico de leer:
Para una persona que gane el salario mínimo en los Estados Unidos, dos horas dedicadas a leer una novela de diez dólares valen tanto como el libro. Si gana diez o cien veces más, su tiempo vale diez o cien veces más que el libro. A esto hay que sumarle el tiempo necesario para enterarse de que el libro existe y puede interesarle, más el tiempo de ir a buscarlo, ir a comprarlo o encargarlo, ver si llegó, hacer un paquete para devolverlo (si es el caso), verificar el cargo (y en su caso el abono) en su tarjeta de crédito o cuenta de cheques. También cuesta el espacio en el librero y el sillón de lectura. Pero lo decisivo es el tiempo (70).
El autor no recurre a esta constatación para justificar el desinterés de ciertas personas por la lectura sino para explicar la tendencia editorial a la concentración de títulos de mucha venta y proponer como solución un modelo de negocio adecuado para transacciones pequeñas y diversas que respete la necesaria diversidad de títulos, una idea en la que profundiza en otros textos.
Una buena librería general que ofrezca 30.000 títulos no tiene ni el 1% de los que hay en venta. Bajo el supuesto de que todos los otros tuvieran la misma demanda, la probabilidad de no tener alguno es superior al 99%. Si [...] llegara un desconocido cono los ojos vendados a encargarse de la librería y, ante cualquier solicitud, respondiera: "No lo tenemos", acertaría en el 99% de los casos. (89)
Zaid se pregunta "¿qué es un libro bueno y excelente donde nadie sabe que está, o nadie va a pedirlo?" y se responde: "no vale ni el papel en que está impreso: es basura dispersa por las calles, flotante en el mar. Su contenido útil se reduce a la celulosa recuperable" (92). La solución pasa, según el autor, por una política de pequeñas reimpresiones y de impresiones bajo demanda que minimice el riesgo económico de la edición y facilite el acceso de los lectores a los textos y la operación a pequeña escala por parte de editoriales pequeñas y editores independientes.
Más provocadoramente, el autor también propone un "Plan Nacional Regulador de la Oferta y la Demanda" que no nos parece completamente descabellado; por él,
[...] toda persona que pretenda ser leída tendría que registrarse y demostrar lo que ha leído. Por cada mil poemas (cuentos, artículos, libros) leídos, tendría derecho a publicar un poema (cuento, artículo, libro). La proporción iría ajustándose, hasta lograr el equilibrio de la oferta con la demanda. (81)
Cuatro
Zaid no es nostálgico; si acaso, de las comunidades locales en las que tiene lugar esa conversación que el autor llama "la literatura". Resulta extraordinario leer a un autor que (a diferencia de otros) no se siente particularmente compelido a requerir la intervención del Estado en el mercado del libro; la sorpresa que provoca su postura se ve aumentada por la contundencia y por la brillantez con la que el autor sostiene su planteamiento y por la aparición de autores que, en nombre de sus derechos de autor, reivindican en los últimos tiempos una ley represiva y de improbable aplicación. Esos autores y todos aquellos que quieran serlo deberían leer este libro y los otros libros publicados por DeBolsillo recientemente: El secreto de la fama (donde se ocupa de la naturaleza de la cita y su particular economía en contextos como los del periodismo y la gestión cultural, donde no se lee, las posibilidades de la nota al pie, lo que entendemos por obras completas y la importancia de la figura de Platón en su creación con las obras completas de Antímaco en el siglo IV antes de Cristo, el escaso beneficio que extrae el autor de la publicación póstuma de sus materiales inéditos, la noción de autor, la existencia social de la literatura, la psicología del bestseller, el fragmentarismo, la noción de valor, etcétera) y Cómo leer en bicicleta. Una obra rigurosa que celebra la felicidad de la lectura y la provoca.
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