EV-M: "En la sociedad actual se impone un criterio comercial que anula el arte"
No suelo ir a presentaciones de libros, ni a eventos literarios, salvo excepciones.
El viernes pasado estuve un toque en un evento en el auditorio del Británico, de allí me pasé a la presentación de la última novela de Edmundo Paz Soldán, en el nuevo local de la librería Ibero de Comandante Espinar.
Para variar, llegué tarde a la presentación. Lo bueno es que me encontré con una queridísima amiga y su novio, a quienes no veía en tiempo. Me puse a hablar con ellos y también con algunos conocidos que se nos acercaban. Al rato, le pregunté al librero Julio Zavala por las novedades y no demoró en mostrarme los dos primeros tomos -en formato de bolsillo- de la Biblioteca Enrique Vila-Matas: EN UN LUGAR SOLITARIO y CHET BAKER PIENSA EN SU ARTE. Es decir: no demoraron casi nada en llegar a Lima. Bien ahí con los distribuidores.
A razón de ambas publicaciones, tenemos en El Imparcial una entrevista, más que interesante, de Elena Viñas a Vila-Matas.
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Tengo la impresión de que, a veces, tanto lectores como críticos no coinciden con usted en el significado de sus libros. ¿Acaso juega al despiste?
Que yo piense una cosa de lo que escribo y los demás, otra no se lo recrimino a nadie. Yo puedo creer que he escrito uno de mis libros mucho mejor que otros también míos y, sin embargo, que no sea el más apreciado por los demás. Uno está en manos de los lectores, que son los que deciden. Eso pasa también cuando una persona se cree que es la más honesta del mundo y se encuentra con que, según en qué ambientes, no es así. Si eso es una opinión mayoritaria y todo el mundo cree lo contrario, entonces sólo queda lo que yo llamo en literatura el principio propio. Lo que sí es cierto es que hay temas que tocan más de cerca a la gente sin haberlo previsto y otros que lo hacen menos. Ahora que tengo que hablar en muchos lugares me encuentro con que mis lectores son distintos unos de otros, de clases sociales diferentes y con mentalidades diversas. Eso me impresiona y hasta, incluso, me llevo sorpresas cuando se me acercan lectores que no esperaba que tuviera. Yo había pensado en un tipo de lector que se parecía mucho a mí, pero ¿quién se parece a mí? Nadie más.
¿Le enriquece tratar con ellos?
El contacto con los lectores puede ser fastidioso y también muy interesante. A priori uno tiende a pensar que se le van a acercar personas que van a ser un rollo por su presencia física, por ejemplo, y luego resulta que es gente que se ha percatado de cosas que no había visto nadie. Las apariencias engañan mucho.
Me sorprende lo que cuenta de los Hikikomori en Dublinesca, sobre la soledad llevada al extremo.
Los Hikikomori son un hecho real en Japón. Duermen de día y viven de noche metidos en Internet continuamente. Es decir, se comunican a través de lo cibernético en vez de lo personal. Yo pertenezco a la generación que se ha comunicado con la gente a través del contacto físico. Ahora, las relaciones son distintas. Se habla de tener 200 amigos en Facebook cuando uno sabe que tener cinco ya es mucho. En esos Hikikomori veo el futuro. Es un fenómeno japonés que, posiblemente, se va a ir trasladando a otros países. Pronto estaremos todos aún más colgados de Internet.
¿Imagina cómo evolucionará la era digital?
No lo sé. Sobre el futuro no sé nada. Sé que me gustaría que Internet se organizara, es decir, que hubiera los mismos valores que se crearon con el humanismo, así como que hubiera críticos que marcaran el camino y que hubiera escritores que tuvieran un rango. En definitiva, que fuera un espacio parecido al que conocemos y no uno caótico en el que todo vale. Se va a convertir en una plataforma totalmente comercial, aunque lo está siendo ya. Se constituirá de la misma forma que lo está la sociedad actual, en la que se impone un criterio comercial que anula el arte.
El prólogo que ha escrito en su libro En un lugar solitario es un ensayo en sí mismo. Por lo que cuenta, intuyo que lo que más le ha sorprendido de usted es llegar a escribir como lo hace sin haber leído apenas.
Seguramente ha sido usted la sorprendida al leerlo y le diré por qué. Ese prólogo es un tratado humilde que escribí con un tono muy sincero. Es algo poco habitual en las letras internacionales. Lo que ocurre es que hubo un día en el que ninguno de nosotros había leído nada, por lo que hasta el más sabio de los escritores era un analfabeto. Así pues, en ese prólogo yo me sitúo en lo que son mis principios y lo que vengo a decir es que, pese a que apenas había leído, llegué a escribir un cuento. Hay personas que han nacido rodeadas de una biblioteca y otros que se la han hecho después. No quise inventarme una historia maravillosa, sino contar sólo la verdad. Como soy un escritor que se ocupa tanto de la ficción, puede que sorprenda a los demás que haya escrito ese prólogo de una manera muy cercana a la realidad de los hechos.
¿Así que sincerarse no es habitual entre los escritores?
No busco ninguna polémica con nadie, pero puede que sorprenda porque el tono es muy sincero.
¿Ve utilidad en lo que escribe?
No estoy muy interesado en lo útil. No creo que la ficción tenga como condición primordial la búsqueda de la utilidad. Ahora bien, lo que sí ha comunicado mi obra es libertad narrativa. Es algo que me han comentado en muchas ocasiones. En ese sentido, sí que ha podido transmitir la idea de que en literatura se puede hacer lo que uno quiera. Es el espacio de la libertad máxima; algo que me he esforzado en buscar en todo lo que he hecho. Creo que mis libros lo comunican a los lectores y a los escritores jóvenes.
¿Cuándo sabe un escritor que ha logrado una obra maestra?
Basta con que uno lo sepa para que sea una obra maestra. Si un escritor cree que la ha escrito, difícilmente va a ser convencido de lo contrario.
Y usted, ¿cree haber escrito esa gran obra?
Cada vez que empiezo un libro me propongo escribir una obra maestra. De no ser así, no lo empezaría. Uno no puede escribir pensando que va a hacer una novela. Tiene que pensar que va conseguir una obra maestra o, al menos, debe intentarlo porque si no lo hace, lo que escriba será un desastre.
¿Y si un escritor se conforma con menos? ¿Qué pasa entonces?
Entonces no entiendo lo que quiere hacer. Es como comprarse una casa que no sea muy buena teniendo el dinero para comprársela buena. Es una contradicción. Así no se llega a nada. Aunque nunca se logre alcanzar la cima a la que uno aspira, lo importante es que esa cima esté muy alta al principio.
¿En literatura se aprende de los errores?
Eso se sabe, igual que cuando se ha llegado al final de una novela. Es difícil explicarlo, pero tiene mucho que ver la intuición, que es fundamental en todo.
¿Cómo describe a una persona que sólo lee literatura española?
Es difícil responder a eso. Es como si le pregunto: “¿Qué cree que le falta a una persona que es de Etiopía y que sólo lee literatura abisinia?” La respuesta sería: “Lo demás”. Como escritor pertenezco no a la tradición española, sino a la internacional. Cerrarse en una sola tradición es propio del siglo XVIII, cuando costaba mucho saber lo que hacía el vecino. Lo que sí existe es un tipo de escritor en cada país que podríamos llamar folclórico, medio mafioso, que utiliza la tradición nacional para hacerse con un nombre en su país y al que no le interesa salir fuera porque allí sabrían que no vale nada lo que hace.
¿Se refiere a escribir sobre lo local o regional?
No, no es eso. Hay gente muy local que escribe magníficamente bien. Me refiero al que utiliza los resortes de las mafias locales y no le interesa nada más que lo que viene de su clan, de su grupo.
¿Es motivo de preocupación el aislamiento de quien escribe en castellano en determinadas comunidades autónomas?
Para un escritor como yo, lo ideal es ser extraterritorial. Como tal, acepto la situación en la que me encuentro pero, a veces, es muy irritante ser testigo de hechos como que un periódico de mi ciudad silencie el premio que he recibido en Italia recientemente y que, en cambio, si lo hubiera obtenido un escritor catalán, habría sido destacado a doble página. Pero, qué le vamos a hacer…
Parece que habla con resignación…
Hay tantos problemas diarios que no vale la pena. Lo mejor es pasar y dedicarse a escribir, que es lo que sé hacer.
Que le digan que escribe como un extranjero, ¿es un halago?
Antes de responder a lo que me pregunta, prefiero que se sepa que ha sido en el extranjero donde he recogido premios por mi última novela, Dublinesca. Es en Italia y Francia donde ha sido reconocida. Así que, por eso, sí que debo ser extranjero. Según lo que le responda va a parecer que deseo ser extranjero. No es eso. Yo diría que para escribir hay que ser extranjero siempre. Es lo que pienso. No me interesan los que pertenecen a algo o se muestran cercanos a una idea de poder. Prefiero a los desterrados y excéntricos en el sentido literal de la palabra. Me veo, la verdad, más excéntrico que extranjero, pero no en el sentido de extravagante, sino en el de estar fuera de la masa. No desprecio a nadie, que luego en los titulares parece que me creo superior y no quiero que alguien se sienta molesto.
Tengo entendido que ha sido propuesto para formar parte de la Academia Francesa. ¿Le tienta pertenecer a la Real Academia Española?
He tenido contactos, pero he declinado la idea porque no entra dentro de mis planes. No es que no esté interesado, sino que ahora mismo no me veo en la Real Academia. En la francesa sí es cierto que se me propuso, pero tampoco me atrae la idea porque me obliga a una serie de actividades que me quitan tiempo para escribir. No soy el único que ha preferido agradecer la propuesta y seguir su camino. Si viviera en Madrid, sería diferente. De cualquier forma, por trayectoria, no veo mi literatura muy conectada a lo académico. Prefiero mantenerme aparte, aunque reconozco que han sido siempre muy atentos conmigo. No puedo decir que sí a todo porque tendría que convertirme en una multinacional o en catorce escritores para abarcar todo lo que me proponen. Es una lástima porque me ofrecen cosas muy interesantes y viajes fantásticos que no puedo hacer porque no podría escribir.
¿Renuncia a mucho por escribir?
Sí. Renuncio en dos minutos a viajes maravillosos. Si me dedicara sólo a aceptar invitaciones, haría una vida de viajero y no de escritor, precisamente. Tengo que compaginar las dos cosas.
En Dublinesca habla de la maravillosa sensación de ser de otro lugar. Cuando se sube a un avión, ¿qué siente?
Pienso que, para bien o para mal, me espera algo nuevo. Eso es lo que evita el aburrimiento, que llega cuando no hay renovación de viajes ni novedades. El viaje siempre es una alegría cuando ha empezado porque sabes que va a comportar una serie de cosas que ignoras y que esperas que sean buenas, aunque sabes también que habrá momentos malos. A veces, lo malo llega al principio de todo y piensas que a partir de entonces debe venir lo bueno.
París representa su pasado y Barcelona, su presente. ¿Todavía piensa en Nueva York como su futura residencia?
En Nueva York es donde mejor me encuentro, pero no creo que me fuera a vivir allí. He ido últimamente bastante y ya le he encontrado sus defectos. Ahora estoy bien y tranquilo en Barcelona en una casa nueva. Estoy contentísimo. He encontrado un lugar en el que estoy cómodo. A Nueva York siempre me apetece mucho ir porque es la ciudad que me fascina. Es la capital del mundo y el centro de todo. Hay ciudades que te pueden gustar mucho, pero no para quedarse a vivir. Lisboa me apasiona. Me siento muy bien allí, donde me identifico con algo que no sé qué es. París, también, por supuesto. Jamás me iría de ella. Sigo pensando que vivo en París y nunca caigo en que tengo que volver. También Dublín me gusta mucho. Es un lugar que he conocido muy bien en los últimos años.
Son ciudades muy distintas, pero todas le aportan algo…
Sí. Con México también me ocurre. Son lugares en los que me tratan bien y, al mismo tiempo, yo me siento cómodo. Hay una correlación. Por eso han dicho de mí que era el más argentino de los escritores españoles. Si estuviera en Trípoli sería diferente… (risas). En otro momento sí iría, por qué no. Además, me encanta el nombre…
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