Letra Capital: Entrevista a Gabriel Ruiz Ortega
En Letra Capital, Carlos Sotomayor me entrevista a razón de Disidentes 1. Antología de nuevas narradoras peruanas.
De paso, quiero agradecer a todas las personas que fueron a la presentación del libro. A los que han ido a la FIL, saben que la sala César Vallejo es inmensa. Pues bien, la buena onda de los asistentes hizo que esta sala no sea tan imponente.
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Tras el éxito de la antología Disidentes (2007), el escritor Gabriel Ruiz Ortega nos entrega Disidentes 1: antología de nuevas narradoras peruanas (Ediciones Altazor, 2011), en la que ha recogido relatos de autoras como Julie de Trazegnies, Katya Adaui, Alina Gadea, Susanne Noltenius, Julia Wong, entre otras.
Entrevista CARLOS M. SOTOMAYOR
¿Cómo surge la idea de elaborar esta antología de nuevas narradoras peruanas?
Después de Disidentes, de 2007, me hice la promesa de nunca más elaborar una antología. Y bueno, he aprendido a no ser tan esclavo de mis palabras y decisiones. Es por eso que acepté el ofrecimiento de Willy del Pozo, director de Ediciones Altazor, de elaborar una serie de antologías bajo el nombre de Disidentes. Cuando me preguntó por el tipo de antología con el que empezaríamos, no tuve dudas: haría una de nuevas narradoras peruanas.
¿Cuánto tiempo te demandó elaborarla?
No estoy seguro. Desde el momento en que Del Pozo me propuso el proyecto Disidentes, hasta el día en que le entregué los archivos de este primer tomo, pasaron poco más de seis meses. En todo ese tiempo lo que hice fue releer y recordar. Hice una lista de publicaciones y llegué a los 58 títulos. Obviamente, en ella había de todo: propuestas excelentes, buenas, interesantes, mediocres y soberanamente malas. De las 58 autoras, ya había leído (y releído en algunos casos) a 50. Entonces me puse a buscar los títulos que me faltaban. Por otra parte, y debo decirlo, esta antología debió salir en mayo del año pasado. Y la demora se debió a que tuve un determinante problema familiar, lo que me llevó, en más de una ocasión, a aplazar la fecha de salida. No tenía cabeza para más. Tú sabes, los libros en Perú, y más aún si estos pertenecen a una editorial joven, no se mueven solos. El autor tiene que estar allí, detrás, cumpliendo varias funciones, como coordinar una presentación, dejar el libro en medios y hasta distribuirlo en librerías. Y para eso, hay que tener tiempo y la mente relativamente despejada. Y más aún si el editor está de viaje, como ahora.
Resulta evidente que en los últimos años han aparecido muchas autoras interesantes. ¿A qué atribuyes esto?
No es nada nuevo lo que diré. Perú ha avanzado mucho en el aspecto económico. No me la voy a pegar de analista, pero es innegable que esta suerte de Boom ha permitido que aparezcan nuevas editoriales, las cuales se convirtieron en buenas alternativas de difusión para todo aquel que deseara comenzar una carrera literaria. El escritor de turno ya no tenía que esperar durante una vida la respuesta de una casa editorial grande. En este sentido, las mujeres no fueron ajenas a esa posibilidad de publicación. No pocas de las narradoras que han aparecido en la última década, lo hicieron por medio de estos bisoños sellos. Y pese a los problemas de logística que todavía arrastran, no hay que soslayar su gran aporte. En general, y así fastidie a las transnacionales, las nuevas editoriales han publicado los libros más interesantes de los últimos años.
En el prólogo señalas que tu antología es una respuesta a Matadoras. ¿En qué sentido?
Esa referencia que haces del prólogo es cierta, pero solo se suscribe a cuatro o cinco líneas de un párrafo más o menos extenso. Me llegan los prólogos que no dicen nada, y que se delatan por un malsano espíritu lustrabotista. Los prólogos de antologías deben exhibir una postura. En este sentido, mi prólogo de Disidentes 1 es un llamado de atención a través de un documento que sirva de guía, en el que pueda encontrarse narradoras peruanas de 2002, 2004, 2001… En el texto digo algo más o menos así: “esta antología es una respuesta de taquito a Matadoras”. Es decir, una especie de pase del desprecio, a lo William Chiroque. En su momento, me acerqué con mucho interés a Matadoras, pero ni bien la leí, me di cuenta de que su hechura tenía todas las características de la criollada. No hubo trabajo, no hubo búsqueda y para colmo: no proponía nada. Y un ejemplo, entre varios, para reforzar lo que digo: convocaron a dos narradoras inéditas. Hoy en día, esas vivezas no pueden hacerse. Eso pudo servir, y se justificaba, muy bien en los setenta, ochenta y noventa, cuando los hacedores de antologías tenían que recurrir a plumas que habían publicado en revistas y plaquetas. Tener un libro publicado, al menos en teoría, te ofrece la garantía de que se continuará un proyecto. Mis reparos a la antología Google son objetivos. Si no fuera así, no contaría con Katya Adaui, Rossana Díaz, Susanne Noltenius, Alina Gadea, Karina Pacheco y Nataly Villena. Ellas, en cierta medida, conforman la base de Disidentes 1.
¿Se puede establecer vínculos entre las propuestas creativas de las autoras de la antología?
Decirte que la variedad es lo que vincula a las autoras de Disidentes 1, sería caer en el lugar común. De todo lo que leí para armar la selección, es axiomático que las nuevas narradoras, en todo su universo, sí tienen mucho que contar. Y no me refiero únicamente a los libros que me gustaron. En distinta medida, cada poética, así sea con buenos o malos resultados, no le ha temido a la soltura de contenido, hasta en algunos casos he podido percibir catarsis personales. Claro, estamos hablando de ficción, pero tú, como buen lector, también te das cuenta de que en hay un “algo más” entrelíneas, esa cuestión vesánica que te mueve el piso. Pienso, por ejemplo, en los relatos de Julie de Trazegnies, Jennifer Thorndike, Patricia Miró Quesada, Julia Wong y Yeniva Fernández. Las narradoras de Disidentes 1 no son unas virtuosas del lenguaje, menos malabaristas estructurales, y, en realidad, no creo que les interese serlo. Sin embargo, las narradoras de Disidentes 1 consiguen lo que pocos: transmitir mucho mientras cuentan una historia.
Las antologías suelen presentar algunos descubrimientos. ¿Qué hallazgos puedes mencionar en esta ocasión?
Me resulta extraño hablar de hallazgos. Paso muchas horas en hemerotecas, busco libros en lugares inimaginables. Casi siempre me topo con hallazgos. Y fue de esta forma que di con Andrea Jacobini, para mí ella es la “tapadita” de esta antología. Y no sé si sean hallazgos Alessia Di Paolo, Bethsabé Huamán y Nastia T. A lo mejor sí. La primera ganó, en 2004, un concurso de la revista Dedo Crítico, sin embargo, su libro pasó desapercibido. Llegué a su obra por el boca a boca de los que la habían leído. De Bethsabé Huamán, sabemos que tiene dos libros, pero es más conocida en el circuito académico, lamentablemente. Y sobre Nastia T., sugiero que la googlees; en su momento, su libro quedó finalista del premio La sonrisa vertical, más no puedo decir. Cuando termine la entrevista te diré la razón.
Como en toda selección siempre habrá algunos que dirán que faltaron algunos nombres. ¿Qué opinas al respecto?
Es inevitable. Mi selección inicial la conformaban 17 autoras. Y solo he podido contar con 15. Alguien me dijo que convocara un par de narradoras más, pero no. Si lo hacía, la selección perdía sustancia. A esta antología le faltan autoras, pero no le sobra ninguna. Quise realizar un trabajo de arqueología literaria, ofrecerle al potencial lector una muestra de la narrativa peruana escrita por mujeres durante la década pasada y espero haberlo conseguido. Lo que sí me parece aberrante, es el discurso de inclusión que aparece cada vez que se publica una antología. La inclusión no tiene nada de malo, pero hay una putrefacta demagogia en cuanto a este aspecto. Me interesa más la calidad literaria que la inclusión. Soy el primero que reconoce que esta antología está formada por narradoras limeñas, más dos de Cusco y una de Chiclayo. Me hubiese gustado contar con narradoras, con libro publicado, claro está, de otras ciudades del país, pero siempre guiado bajo el filtro de la calidad. Total, buenas, interesantes, regulares y malas escritoras hay en todas partes, tanto en Lima, como también en Chimbote, Trujillo, Iquitos, Arequipa…
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