Trizas (el malhumor de Martín Adán)
En La República, el prólogo de Mirko Lauer a Martín Adán entrevistas.
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Las opiniones de Martín Adán recogidas en entrevistas y versiones de encuentros al paso son parcas y demuestran que conversar no era su fuerte. Una misantropía flota al centro de la leyenda del poeta, y sus textos rara vez tienen algo simpático que decir sobre los desconocidos, comenzando por los extranjeros, los más desconocidos de todos. La humanidad lo abruma, comenzando por la propia.
El poeta fue hombre de pocos amigos. Estos se concibieron a sí mismos como una guardia de hierro, y cuidaron mucho, acaso demasiado, su privacidad. Lo cual a su vez estimuló el interés por la intimidad del poeta, y puso a rodar un círculo vicioso entre una curiosidad impertinente y una agresividad defensiva. Uno tiene que preguntarse cuánto de la reclusión de Adán en sanatorios se debió sobre todo a una fobia al intercambio personal.
Todos los ejemplares firmados de la primera edición de La casa de cartón que he visto llevan la misma impersonal dedicatoria: Para …, este ejemplar clandestino de una edición malograda. Como si hasta dedicar su primer libro le resultara cuesta arriba al joven literato.
Cabe advertir también que de los interlocutores centrales de una poesía que pivota tanto sobre lo confesional y la apelación, ninguno es humano. Sus diálogos son con Dios, una piedra, la rosa, la realidad, una playa, la desolación. Hay excepciones en personajes como Aloysius Acker o Celia Pascero, si bien el primero ya estaba muerto, y la otra fue reducida a la mudez.
Digamos que desconfiaba de las palabras que no fueran poéticas, las suyas o las ajenas. Lo cual se tradujo acaso en una devaluación de la palabra hablada frente a la palabra escrita, y por último en una producción poética transmitida a libretas llenadas a la velocidad desprolija de una conversación consigo mismo. Como si hubiera allí una Rage de l´expression, como en el título de Francis Ponge. No había lugar para más voces que la suya en el diálogo que es la poesía. Incluso por momentos en La mano desasida Adán vive el sustrato hablado de su expresión como padecimiento de su texto poético escrito.
Las breves entrevistas reunidas en este volumen todas parecen accidentes, en el sentido de encuentros fortuitos que lo pescaron con algo de disposición para opinar. La distancia con el entrevistador es evidente, y el desdén por alguna de las preguntas es frecuente. La tensión está dada por el deseo de sustituir sus declaraciones al periodismo con poesía, y convertir al interrogador en una libretita más. Tampoco ayuda al diálogo que lo interroguen desconocedores de su obra poética. Adán acaso siente que está siendo convocado por el lado de la anécdota, y respinga.
Escrito a ciegas es a su manera una entrevista fallida con la Pascero, donde lo que precipita el poema es el resentimiento, nunca explicado, por la pregunta de la crítica literaria sobre su vida. Adán le niega a la literata la condición de interlocutora, y el poema es un largo y hermoso no responderle, mientras la pregunta espera en el éter: “Si quieres saber de mi vida, / Vete a mirar al Mar.” O “Tú no sabes nada, / Tú no sabes sino preguntar”.
Parco en entrevistas, Adán da además la impresión de haber sido en general un mal interlocutor: su ensimismamiento poético, sus problemas clínicos acusados por el alcoholismo, y acaso al final un culto a su propia leyenda de ser inabordable, no dejaban mucho lugar para el diálogo con los extraños. Sus propios amigos no dejaron mucho testimonio de intercambios, más bien se concentran en recoger anécdotas invariablemente filudas y hasta lapidarias, siempre con un resabio.
La versión del encuentro con Allen Ginsberg en el bar Cordano salvada por Jorge Capriata para la revista Hueso húmero, es sintomática. Capriata los puso en contacto en una mesa del café Cordano, y los dos poetas incómodos por el encuentro se dedicaron a lanzarse frases agresivas, y acaso también silencio. Luego se terminaron de ajustar las clavijas en sus respectivas obras poéticas.
La correspondencia de Adán, acopiada y ordenada por Luis Vargas, también lo muestra erizado por la necesidad de comunicarse. No es que el género no le gustara, al contrario, le fascinaba. Pero su trato de muchos de los personajes reales a los que se va refiriendo es impaciente, intolerante, en algunos casos hasta malcriado.
La dialéctica entre poeta y público construyó la cadena de estereotipos que incluye al poeta autodestructivo, al cultor del ingenio sarcástico, al genio ermitaño, al alcohólico inabordable, e incluso al gran señor displicente. Cada faceta a su manera una negación del diálogo. Pero no nos quedemos en la curiosidad banal o malsana. Los lectores de la poesía legítimamente buscamos conocer algo de la persona, claves para la comprensión del texto, atisbos herméticos para nuestras propias vidas. Más aún en un poeta tan exigente como Adán.
No hay registro de que Adán haya dado un solo recital poético ni una sola conferencia.
* Prólogo a Alberto Piñeiro (ed.), Martín Adán entrevistas, Lima, PUCP, 2011.
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