martes, agosto 16, 2011

Situaciones incómodas - Eduardo Halfon


Me gustaría recomendarles la web Koult.es. La he estado viendo con cierta atención y puedo decir que su mayor característica es el buen gusto para presentar las notas.
Uno de sus espacios, Situaciones Incómodas, espacio de peculiares entrevistas, está a cargo del escritor y crítico peruano Salvador Luis, quien en su entrega nos presenta al narrador guatemalteco Eduardo Halfon.

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Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) es un autor con gafas y barba. Ha publicado los libros Esto no es una pipa, Saturno (Alfaguara, 2003; Punto de Lectura, 2007), De cabo roto (Littera Books, 2003), El ángel literario (Anagrama, 2004, finalista del Premio Herralde de Novela), Siete minutos de desasosiego (Panamericana Editorial, 2007), Clases de hebreo (AMG, 2008), El boxeador polaco (2008), La pirueta (2010) y Mañana nunca lo hablamos (2011), estos últimos a través del sello Pre-Textos. Su obra cuentística ha sido traducida al serbio y portugués, y forma parte de varias antologías en distintas latitudes y editoriales. Eduardo Halfon, a pesar de las camisas de leñador y las gafas, se asemeja a aquel súper héroe que se multiplica para acabar con sus archi-rivales más nefastos. Y hoy, aunque salvar a los indefensos de una bomba de hidrógeno sea más importante que responder a este interrogatorio, Eduardo, incondicional como siempre, ha preferido ponerse en una situación incómoda.
Utilizando la escala del 1 al 10, y según lo que conoces de ti mismo, ¿qué tan sexy es Eduardo Halfon?
Depende del día, y de la hora del día. Por las mañanas, gruñón y alérgico y esclavo de la rutina o el trabajo, es un 2, a lo sumo. Por las tardes mejora su disposición, quizás debido a tanta lectura o café, y entonces aumenta un poco su erotismo, pero no demasiado, a 4 ó 5, tal vez. Ahora bien, hay noches -pocas, pero las hay- que no existe escala sexual que logre medir su libido. Los viernes, especialmente. Acaso por judío.
Eso me hace recordar que existe un libro tendenciosamente titulado “Kosher Sex”; no he tenido la oportunidad de hojearlo, pero asumo que tiene que ver con la especificidad del apetito. Ahora bien, respóndenos con sinceridad, querido Edu, si Eduardo Halfon fuera el último ser humano sobre la Tierra, ¿te enamorarías de él?
No me quedaría más remedio, ya que el amor, si es que semejante cosa existe, nace del aburrimiento. Y no puedo imaginarme algo más aburrido que un planeta con sólo Eduardo Halfon.
No te subestimes, Edu, estoy seguro que con un lacito y buena iluminación quedarías muy bien. Pero en vez de seguir alabándote, pasemos a lo literario. Acabas de publicar el libro de cuentos Mañana nunca lo hablamos (Pre-Textos, 2011), un conjunto de diez historias en el que la experiencia de la niñez es la temática central. En este libro el yo-narrador habla desde la distancia temporal pero no desde la nostalgia, algo que me pareció singular, ya que se trata de un yo apartado, que prefiere comprender el pasado descentralizando la añoranza, sin imponer ni opinión ni aquel hilo melodramático que suele caracterizar a este tipo de texto. En ese sentido me llamaron la atención cuentos como “El poder de la euforia” y “Muerte de un cácher”, pero me preguntaba una cosa, Eduardo; entre tantos temblores, sapos muertos y leyendas enfermas del deporte, ¿no crees que hubiera sido emocionalmente grato que al narrador de tu libro le ofrecieras al menos una tarta de manzana?
Emocionalmente grato sí, quizás, pero no sincero. No hubo mucha tarta de manzana en mi infancia, en la Guatemala de los años 70. Sólo cubiletes, y barquillos, y champurradas, y agua de canela, y juegos, y algunos militares. Tampoco creo que a los narradores haya que ofrecerles nada. Al contrario. Hay que quitarles cosas. Privarlos. Despojarlos. Entre más adornos y atributos se le quita a un narrador, más diáfano su discurso.
Me gusta eso último, lo del discurso diáfano. Me hace pensar en un mundo utópico en el que despierto con Marisa Tomei y una botella de vodka a mi lado. Pasando a otro tema, ¿alguna vez despertaste desnudo y amarrado a una silla en un hotel de Bangkok preguntándote “cómo es que llegué a estar desnudo y amarrado a una silla en un hotel de Bangkok”?
No. Pero una vez soñé que estaba desnudo y sentado en una silla en la oficina de Jorge Herralde. No estaba amarrado, pero tampoco podía marcharme de la oficina. Él me hablaba de lo más normal, con parsimonia, como si no hubiese nada raro en que yo estuviese desnudo en una silla de su oficina. De pronto me preguntó por Tito Monterroso. Yo recordé el dinosaurio, me tapé como pude, y le dije que jamás lo había conocido.
Yo tampoco lo conocí, al dinosaurio, digo. A Monterroso sí lo vi una vez sentado en la banca de una plaza; me contó algo sobre la escultura ecuestre de una oveja negra y luego se esfumó. Los muertos famosos tienen esa particularidad, aparecen y desaparecen sin importarles lo que la gente piense de ellos. Podría citar muchos ejemplos, pero creo que los cibernautas ya se aburrieron de nosotros, Edu. En esta vida digitalizada todo tiene un límite. Suficientes tartas de manzana y judíos sexys por hoy. Antes de irnos, sin embargo, me preguntaba si deseas recomendarle algo a Charlie Sheen, hoy que la fortuna no le sonríe…
Amigo, quién puede pretender conocer las sonrisas de la fortuna. Son éstas muchas y paradójicas, ¿no? Hay una frase del Talmud que me gusta. Los hombres, dice, somos como las aceitunas: sólo cuando nos maceran damos lo mejor de nosotros. O tal vez lo dijo Quino.

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