Los derechos y el derecho de la PUCP
Para mí, la PUCP tiene todos los recursos argumentativos para defender su posición. Sin embargo, las mejores posturas las estoy viendo y leyendo de aquellos que defienden los intereses de Cipriani.
La semana pasada en La República Alonso Cueto ofreció su posición sobre este cruce legal, lo que me resulta lo más lúcido que he leído sobre el asunto hasta el momento.
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Hace algunas décadas, en el Perú, la intolerancia era un asunto de la izquierda, que blandía sus dogmas como si fueran las verdades científicas que Mariátegui y Marx habían preconizado. Todo aquel que se opusiera a esa visión era considerado reaccionario, atrasado, limitado. El punto extremo de ese viraje dogmático hacia la ideología izquierdista ocurrió sin duda en los años sesenta y setenta, con algunos partidos políticos que luego desembocarían en el Partido Comunista del Perú, también llamado SL.
Hoy, después de los años del terrorismo y de sus horrores, cuando la economía liberal ha logrado algunos efectos positivos en la población, en cambio, la intolerancia se ha pasado al extremo de la derecha religiosa. Este proceso que se ha ido acentuando en los últimos años con la llegada al poder de figuras autoritarias e intransigentes como el cardenal Cipriani. La consolidación de un pensamiento extremista e intolerante se puede ver también en las páginas editoriales de algunos medios de comunicación y aparece con frecuencia en los blogs. La palabra “caviares” con la que pretenden descalificar a todo aquel que no piense como ellos es una de las muestras aberrantes. Hoy, en cambio, tenemos una izquierda mucho más abierta y dialogante que la de hace unos años, como lo han demostrado Susana Villarán y algunos miembros del actual gobierno.
El conflicto entre la PUCP y el arzobispo Cipriani es una de las consecuencias de la consolidación de este extremismo ideológico-religioso, que sin duda tiene un objetivo político en la búsqueda del poder. Los grupos religiosos que apoyan al Cardenal en esta gesta, empezando por el Opus Dei, han dado notorias muestras a lo largo de su vida de una visión intransigente y dogmática de la vida. En mi relación, a lo largo de los años, con personas y sacerdotes del Opus Dei solo he escuchado hablar de prohibiciones y consejos. Nunca he escuchado de ellos una idea o una interpretación interesante de algún texto. Para el Opus Dei hay autores malditos, entre ellos Umberto Eco (un sacerdote del Opus Dei me dijo hace un tiempo que era un “apóstata”), MVLL (otro sacerdote del Opus me dijo después de una conferencia que no debía mencionar “ese nombre”), García Márquez (otro autor “reservado” en las bibliotecas de las universidades del Opus), y, por supuesto, el Nobel José Saramago, entre muchos otros. Para los miembros del Opus Dei, según me dijo uno de ellos, hay algunos libros que pueden “hacer daño” a la mente juvenil, lo cual no es sino una muestra de la poca estima que tienen por la capacidad de los jóvenes a los que dicen proteger. En este contexto, su ideal de enseñanza es tener a un grupo de borregos a su servicio.
Todo esto va obviamente en contra de lo que es o debe ser una universidad. También en contra de lo que ha logrado ser la PUCP, donde los alumnos pueden leer cualquier libro, y pueden llevar su opinión sobre el autor a un salón de clase, para ser discutido abiertamente.
El conflicto entre la PUCP y el arzobispo Cipriani es una de las consecuencias de la consolidación de este extremismo ideológico-religioso, que sin duda tiene un objetivo político en la búsqueda del poder. En la prensa, algunas personas allegadas al Cardenal han acusado a la educación de la PUCP de “relativista” (no se entiende qué quiere decir) señalando seguramente que buscan una educación “absolutista”, al servicio de sus fines absolutos. Lo que está en juego en este conflicto es un modo de entender la vida y la convivencia con los demás: el derecho de discutir a cualquier autor que pueda parecer interesante no por sus ideas sino por la complejidad de su obra, la capacidad por el diálogo y la disidencia. La lectura que el Cardenal siempre ha hecho de la realidad (desde su famosa frase sobre los derechos humanos) está basada en el dominio de una autoridad estricta, con una visión del mundo estrecha y dogmática. Entre los DDHH que ignora están los de pensar e imaginar. No es casual que el Opus Dei, a diferencia de los otros grupos católicos, nunca haya producido a un pensador o un teólogo de cierto nivel. El padre Gustavo Gutiérrez, por citar un caso, es un sacerdote católico con una obra muy interesante y valiosa, en las antípodas en cuanto a complejidad e interés de la de cualquier allegado a lo que se llama la “Obra”.
El extremismo de Cipriani parte de una lectura falsa, artificial del ser humano, de la realidad social y de la misma religión. Sin embargo, el hecho de haberse arrogado la etiqueta de “Iglesia católica” por su posición, confunde a muchos fieles.
Logre o no destruir una universidad como la Católica que ha costado tanto esfuerzo pedagógico construir a lo largo de las décadas, que tiene a personas tan honestas y valiosas entre sus autoridades, ya puede decirse que la imagen pública de Cipriani ha quedado definida por la intransigencia, el apetito de poder y la estrechez. No son estas las virtudes de un católico o de un sacerdote, aunque sí las de un inquisidor. Su empeño puede llevar a la Iglesia a perder una universidad, aunque gane una guerra. Pero en su concepción de la vida, como para las antiguas izquierdas, las guerras siempre parecen haber sido lo más importante. (*) Artículo publicado en la revista Ideele.
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