martes, octubre 04, 2011

La doble vida de Fernando Ampuero


En el suplemento Revista de Libros del diario chileno El Mercurio, esta nota de Marilú Ortiz de Rosas sobre El peruano imperfecto (Alfaguara) de Fernando Ampuero.

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La pluma de Fernando Ampuero ha logrado meter a la cárcel a varios compatriotas suyos, en una cruzada contra la corrupción que emprendió desde el periodismo. Esto le valió andar por las calles con dos guardaespaldas, uno de los cuales recibió una bala en el muslo como señal de advertencia. Por casi una década dirigió la unidad de investigación del diario El Comercio de Lima -y antes de otros medios-, donde se dedicaban a rastrear historias oscuras y denunciarlas. "Los periodistas hemos ejercido la misión de fiscalizadores, reemplazando a veces a la policía", explica. Ha sido su forma de contribuir a la sociedad, pero reconoce que es una tarea frustrante: "Por un tipo que logras desenmascarar y encarcelar, surgen diez igual o peor de corruptos", señala.

Paralelamente, Ampuero incursionó en la literatura: "Escribí muchos cuentos de personajes miraflorinos, y algunas novelas negras, pero no me atrevía a publicar una obra más personal, como El peruano imperfecto (Alfaguara)", confiesa este hombre de casi un metro noventa, que tiene sangre de conquistadores y de una princesa inca.

Justamente, el protagonista de su novela, Pedro José de Arancibia, es un imperfecto peruano de muy alta estatura, que dirigió la unidad de investigación en el diario El Comercio, cuyo guardaespaldas recibió un balazo en un muslo y que desciende de un conquistador y una princesa incaica. También mochileó por el mundo entero, vivió en Galápagos y Budapest, y escribe cuentos. Este juego de espejos le divierte, porque si bien hay algunos aspectos que son fielmente tomados de su historia personal, hay otros ficticios: "Lo que hice fue exagerar algunos episodios de mi vida y atenuar otros que parecerían inverosímiles", afirma con una risa franca que lo acompaña siempre.

Sin embargo, El peruano imperfecto no es una novela épica a partir de casos emblemáticos de su carrera de investigador periodístico, sino que propone una mirada más completa e intimista del personaje, con sus contradicciones y flaquezas. La fragilidad de la línea que separa lo real de lo fantaseado es el sustento literario de esta obra, cuyo núcleo dramático se centra en dos personajes: la madre, que camina entre la razón y la locura, y su novia, una artista contemporánea de alta alcurnia que practica la performance , donde también se diluye la frontera entre cordura y delirio. Y entre esto último y la disolución total, sólo hay un paso.

"La novela es también una historia de amor. La de un hombre que se siente inacabado e intenta completarse", agrega, intentando explicar las infidelidades del personaje de Pedro José. Además de la dualidad de periodista y escritor, el personaje asume una doble vida en el plano sentimental. Pedro José está acostumbrado a tener una mujer o una novia oficial, blanca, de un origen similar al suyo, y "amantes de piel canela", de estrato más humilde, a las que cita en el vetusto Hotel Bolívar.

-En realidad -afirma Ampuero-, él ama a unas y otras, porque así siente que vive su peruanidad. En el deseo sexual no hay trampa. Él es un limeño de clase alta pero progresista, en cuyo universo basta preguntar en qué colegio estudiaste para obtener un retrato social instantáneo.

Pero, cual Raskolnikov, el destino lo conduce a un crimen y a un castigo.

La peruanidad en el siglo XXI

Inquisidor de sus raíces, el protagonista afirma que los peruanos son desconfiados, "porque la historia de Perú comienza con un rapto, el de Atahualpa". "Ser peruano es vivir a la defensiva", precisa. Para Ampuero, el peruano es un ser dual, producto del mestizaje; un ser deshecho a causa de la vida familiar y política; una nacionalidad configurada a partir del sentido del honor, del fútbol y la gastronomía. Si se reduce a imágenes, según Ampuero, sería: "Pisco sour, cebiche, papa a la huancaína, Titicaca, Vargas Llosa, Machu Picchu, líneas de Nasca, líneas de cocaína".

Lo que más lamenta el protagonista es que él nació en una ciudad de un millón de habitantes "y hoy llegamos a casi nueve millones, y entre todos estos inmigrantes hay quienes van cambiando las costumbres de una ciudad muy bien puestecita, y orinan en una catedral que es una joya del Barroco, o te tiran el auto encima. Es muy difícil convivir con ello", manifiesta. Lo único inmutable es el mar, que Arancibia y Ampuero contemplan desde los ventanales de sus departamentos en los bellos barrios altos de la ciudad. Esta novela es también un canto de amor a Lima, a Cuzco, donde "late la peruanidad", y al doble oficio de su autor y protagonista.

Fernando Ampuero salió de El Comercio a fines del 2008 y actualmente está casi colgando los hábitos del periodismo, para dedicarle más tiempo a la literatura. Entretanto sufrió una grave enfermedad, que lo tuvo desahuciado. Los médicos le dieron seis meses de vida, y emprendió un viaje por Europa con su hija menor, para despedirse de los mejores museos, los mejores restaurantes, los mejores vinos. Simultáneamente se sometió a una quimioterapia de última generación y se puso en las manos de una curandera, que fue la única que le dijo que se iba a sanar. Y acertó.

-Eso también es Perú -señala-, creo en la medicina occidental, pero también en los brujos; de hecho, esta mujer curó mi alma.

De todos los géneros literarios, Ampuero es un gran defensor del cuento, pues considera que son "perfectos, redonditos". En cambio, escribir novelas "es asumir una empresa que es una locura organizada". Una en la que es indispensable saber cortar: El peruano imperfecto llegó a tener 600 páginas, pero la redujo a la mitad.

En los diversos géneros, casi todos los autores peruanos -que forman una suerte de cofradía- abordan su particular condición identitaria. Algo que también tienen en común es la melancolía: "Los limeños crían neblina en el corazón", escribe Ampuero, quien, además de periodista y narrador, es poeta. Para él, la poesía es lo que sobrevive al fracaso de las ideologías.

Su obra en el contexto de la narrativa peruanaVarios factores explican el lugar destacado que ocupa desde hace una década la narrativa peruana, considerada por el escritor boliviano Edmundo Paz Soldán una de las más vitales en español, con autores como Alonso Cueto, Jorge Eduardo Benavides, Fernando Iwasaki, Iván Thays y los más jóvenes -y promocionados- Santiago Roncagliolo y Daniel Alarcón.

El ensayista peruano Reinhard Huamán Mori advierte, a partir de 2001, un boom editorial en su país. Tras la proliferación de pequeños sellos que han nacido y desaparecido por selección natural, consolida su posición Estruendomudo, que ha enriquecido la escena literaria recuperando Paren el mundo que acá me bajo (1972), la primera colección de cuentos de Fernando Ampuero, así como el interesante volumen de relatos El Paso (2005), de Miguel Ildefonso.

Desde un punto de vista formal, "el realismo y su marcada insistencia por representar ficciones verosímiles", señala Huamán Mori, son los rasgos que caracterizan la narrativa peruana. Tendencia que el Premio Nobel de Literatura concedido a Mario Vargas Llosa en 2010 posiblemente reforzará aún más. Ya el crítico Gustavo Faverón había advertido una marcada influencia del autor de Conversación en La Catedral en las generaciones del 90 y 2000, acentuando su mirada urbana y cosmopolita.

Inserto en esta corriente, los cuentos más difundidos de Fernando Ampuero -señala el crítico Javier Agreda- "narran historias que los limeños creemos ya haber escuchado alguna vez, esa especie de mitos urbanos contemporáneos que de cierto modo expresan el ambiente social y cultural propio de nuestra época".

El ensayista Julio Ortega establece un linaje respetable: "Fernando Ampuero parte de la comedia social de Julio Ramón Ribeyro, aunque sus héroes no son ya víctimas de accidentes del amor propio, ni hidalgos venidos a menos en pos de valor simbólico, sino limeños que se demoran al afeitarse, héroes venidos a más, llenos de opiniones, capaces de simpatía y afecto. Dialoga su Peruano imperfecto con la obra de Alfredo Bryce Echenique, con quien comparte la ironía melancólica, el ingenio verbal y el fervor del diálogo".

Ortega advierte que Ampuero también coincide con las novelas de Alonso Cueto "en la noción peruana de que detrás de la familia hay otra familia, una genealogía de silencios, pactos y dramas". Lo distingue, sin embargo, el hedonismo de sus personajes. "La imperfección es el arte de vivir con gusto lo cotidiano como excepcional. Ampuero tiene el talento mayor de la persuasión. Es capaz de ponernos del lado del victimario, y sólo al cerrar sus libros asumimos su lección irónica. Un gran escritor, capaz de perfeccionar la humanidad de la duda", concluye el crítico.

Por su parte, Jaime Collyer -quien presentó a Fernando Ampuero en la Cátedra Roberto Bolaño, de la UDP- lo inscribe, por edad, en la generación latinoamericana que sucedió al boom e incluso al post- boom , vale decir, aquella ulterior a Bryce Echenique en Perú, a Osvaldo Soriano en Argentina y a Antonio Skármeta y sus coetáneos en Chile.

"Una generación diversa a aquellas, porque le toca un escenario y un contexto también diversos: el escenario de violencia extrema, urbana y sórdida, que traen consigo el narcotráfico y su corruptela en Colombia, el senderismo 'polpotiano' y homicida en el Perú, la dictadura pinochetista en Chile. Una generación heterogénea y múltiple, que ha de asumir, en su temática recurrente, la herencia extraña de esa misma violencia, encarnada en la modernización neoliberal presunta y desigual que sucede a esos intervalos de violencia", señala Collyer.

El escenario donde discurren las novelas de Ampuero es, según el narrador chileno, "un mundo trastocado en sus cimientos, donde los amores nocturnos, febriles, improvisados, han de sobreponerse a la traición y la necesidad de sobrevivir en ese escenario de nuevos ricos, de conversos recientes a la democracia heredada de la violencia, de izquierdistas camaleónicos que descubren de manera repentina las ventajas del libre mercado".

Dos cosas aporta Ampuero a la visión de sus contemporáneos, dice Collyer: "El humor irrenunciable de sus protagonistas y la preocupación constante, endémica diríamos, por el Perú y sus devaneos recientes, sus lacras mejor arraigadas, sus esperanzas de redención nunca descartadas".

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