Eduardo Mendoza: "Los novelistas deberían tener prohibida la opinión"
Ya sea por en el centro de Lima o en algunas bibliotecas institucionales, puedes encontrar varias novelas de Eduardo Mendoza. En los últimos días me ha tocado volver a las páginas de un par de novelas suyas, las más que celebradas La ciudad de los prodigios y La verdad sobre el caso Sabolta.
En esta interesante entrevista de Jordi Bernal, en Jot Down, podrás conocerlo un poco más.
...
El cielo despejado permite contemplar el perfil afilado de la ciudad. Tanto el fotógrafo como yo somos hombres de pocas palabras así que, desde este mirador de club deportivo, fijo la oreja en el golpeo hipnótico de la pelota de tenis. Remolino polifónico de estupendas señoras disfrazadas de tenistas y con todo el día por delante. Aparece el escritor Eduardo Mendoza precedido por una disculpa y una justificación por los cinco minutos de retraso. La fama de hombre de formas impecables queda comprobada desde el principio. Mendoza es uno de los novelistas españoles más destacados desde la transición. La verdad sobre el caso Savolta (1975), El misterio de la cripta embrujada (1979), El laberinto de las aceitunas (1982), La ciudad de los prodigios (1986), Sin noticias de Gurb (1991), Una comedia ligera (1996), Mauricio o las elecciones primarias (2006) o El asombroso viaje de Pomponio Flato (2008) son títulos ineludibles en cualquier repaso exhaustivo de la literatura autóctona moderna. Ganó el Planeta con Riña de gatos (2010). Ha escrito ensayo y teatro en catalán. Su humor es demoledor y descacharrante. En la conversación lo esgrime achicando los ojos y esbozando una sonrisa que el bigote apenas oculta. Nada parece resistirse a una ironía tan barcelonesa como este skyline. Acaba de inaugurar en Cracovia una biblioteca que lleva su nombre, así que empezamos por ahí:
Poca gente sabe que Cracovia es una de las ciudades más bonitas de Europa, comparable a Praga o a Venecia. Una ciudad maravillosa. Parece ser que existe una vitalidad cultural considerable.
Enorme. Ha sido un país muy maltratado y mantiene sus señas de identidad culturales. Por ejemplo, los poetas son gente con una gran autoridad, aparte de los nobeles Szymborska y Milosz. Y luego hay escriores como Lem, Kosinski… Allí un escritor es muy importante. Tan importante como aquí un futbolista. Los actos culturales tienen un poder de convocatoria enorme. Aquí haces una presentación y van doce amigos. Allí llenas un teatro y se queda gente fuera. Pero no por mí, sino por ellos. Sorprendía que yo fuera alguien cuando en otros sitios no soy nadie.
Se sigue mucho su obra en Polonia.
Sí, les gustan mucho las novelas de humor.
Tal vez por la conexión polaco-catalana…
Ríe) Puede que algo de eso haya. Ellos saben que hay un programa que se llama Polonia [de sátira política en TV3] y me preguntaban por Crackòvia [programa de humor sobre deporte de la misma cadena]. Pero tienen una tradición de literatura humorística que, a excepción de Inglaterra, en otros países europeos no existe. En Francia, y por reflejo en España, Italia y Alemania, el humor quedó excluido de la literatura seria, cosa que no había pasado antes. La literatura francesa del siglo XVIII es de humor, Voltaire, Diderot y toda esa gente, pero en el siglo XIX se vuelve muy seria, y eso contagia a los otros países. El humor se deja en manos de lo más chabacano. En Polonia, un país acostumbrado a muchas opresiones externas o internas, la literatura de humor sigue siendo una válvula de escape y la valoran mucho. Entonces aprecian a alguien a quien no le importa escribir cosas de risa.Usted fue de los primeros que dijo que la novela estaba agotada como fórmula narrativa; no sé si la televisión, las grandes series, son la nueva vía para contar historias.
El problema es complejo. El diálogo social que se produjo en torno a la novela en el siglo XIX y en el cine en el XX ahora está en las grandes series de televisión (Los Soprano, Mad Men…) porque es donde todos más o menos coincidimos. En las series de televisión y en el fútbol. La literatura, el otro cine, el teatro, son aficiones individuales. Igualmente valiosas pero no son moneda de curso legal. La novela convencional, pues, está en crisis, como la poesía, que antes tenía presencia en todos los niveles: los niños el día de Navidad recitaban poesía y la gente la leía, y ahora se ha convertido en un acto individual que no pretende comunicarse con los demás. La novela quedará como entretenimiento, al igual que el cine, que ha desaparecido. Siguen llenando las salas las películas de efectos especiales, al estilo de los best-seller, pero eso no es cine. Son muy respetables y me encantan las películas de efectos especiales, pero estamos hablando de otra cosa.
¿Sigue series de televisión?
Sí, claro, me parece muy interesante el sistema narrativo.
Al modo dickensiano…
Exacto. Tiene un componente dickensiano. Y por otra parte, este elemento de serie de novela policiaca, en la que siempre son los mismos personajes haciendo lo mismo con pequeñas variantes. Eso enlaza, además, con las sinfonías y los conciertos de Mozart, que son siempre iguales, con sus pautas, pero que cada uno tiene su momento de inspiración, algo que la novela no posee. Lo tenía la novela barata de ciencia-ficción o sobre todo la policiaca, donde se repite el detective, el ayudante, la secretaria… con un caso distinto cada vez. Me parece muy bonito. Y además están muy bien diseñadas y tienen una duración estupenda. La inteligencia se ha ido a las series.
¿Es de los afortunados que todavía no han visto The Wire?
Estoy a medio ver The Wire. Es lo más interesante de todo lo que se hace. También estoy con Deadwood, que es una serie espléndida. Y, en su momento, Los Soprano me pareció magnífica.
Se ha referido a la novela policiaca. Con la trilogía del detective Ceferino [El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras] parodió, a la manera de Cervantes con las novelas de caballerías, el género negro, aunque sin acabar con él ya que mantiene una gran vitalidad.
Siempre la ha tenido. Ha ido evolucionando y hay muchos sectores: la novela de misterio de las grandes damas inglesas, la novela negra de Los Ángeles y ahora la novela de investigación científica, tipo Patricia Cornwell, que cumplen su función y llenan un hueco imprescindible. Siempre he tenido un gran respeto por sus autores y por el género. Hay que tener un talento extraordinario. Un sentido del humor, una distancia, una visión del mundo cariñosa, irónica. Aunque tampoco puede ser que vayan apareciendo cadáveres y sea motivo de alegría y diversión. Sin embargo, la convención del género me gusta mucho. Y yo, como no tenía talento para hacer una novela negra de verdad, hice una un poco paródica. En cualquier caso, lo que me hubiera gustado es escribir una en serio.
Con épica.
Sí, y sobre todo que respondiera a los cánones estrictos del género. Al problema y su solución. Esa cosa matemática para la que no estoy capacitado. Como no lo estaba Vázquez Montalbán pues, entre recetas de cocina y recetas políticas, se tapaban los descosidos del caso.
En una época parece que hubo un acuerdo entre algunos escritores barceloneses por abordar la novela policiaca: Montalbán, Marsé, usted…
Todos nos pusimos de acuerdo. Nos interesaba mucho la novela negra.
¿La clásica?
Nos gustaba toda. Incluso habíamos fundado una Asociación. En aquel momento se intentó hacer novela de misterio en una variante autóctona. A la manera de los franceses, que tenían grandes escritores secundarios pero muy buenos de novela negra: de Simenon al comisario San Antonio o Modiano, con más ambiciones literarias. Y entonces cada uno se buscó la vida como pudo. Estaban Andreu Martín y Juan Madrid. Fue un momento de buscarse una salida, aunque luego no ha tenido continuidad, quizá porque no hay un mercado tan abierto a estas propuestas.
¿Es Kafka “un tipo simpático y fotogénico” pero “un mal novelista” como declaró en una conferencia o se trató de una boutade?
(Ríe) Bueno, es una boutade para llamar la atención de un público que se me dormía sobre algo que estaba diciendo totalmente en serio. Una cosa es la narración y otra toda la literatura. Si hablamos de novela, algunos grandes escritores que han influido enormemente en el siglo, en nuestro tiempo, en nuestra vida personal y en la sociedad han sido desde el punto de vista literario segundones. Por ejemplo, Kafka. Entonces, el público se sublevó y yo dije: “vamos a ver, que levante la mano el que se haya leído entero El Proceso, El castillo, América”. Nadie. Todo el mundo sabía que un señor se despierta convertido en una cucaracha, pero muy pocos habían leído a Kafka realmente. “¿Quién ha leído Josefina la cantante, Informe para una academia?” No los había leído nadie, pero adoraban a Kafka. Bueno, no está mal… Creo que, en las grandes influencias del siglo XX, Kafka cubre la primera mitad y Borges la segunda.
¿Faulkner?
Es otra cosa. Faulkner es un gran novelista. Tiene, sin embargo, muy poca influencia en el plano personal. No ha dejado imágenes referenciales, pero en cambio es un gran novelista y el que lo lee, lo lee. A Kafka, no.
Escribió un ensayo cariñoso sobre Baroja, ¿qué le parece la tesis sobre la cobardía del escritor que sostiene Gil Bera en Baroja o el miedo?
No estoy de acuerdo. Lo he hablado con Gil Bera. Entiendo muy bien su punto de vista. Puedes coger a Baroja por un lado, y entonces sus actitudes y opiniones no tienen perdón porque es un majadero. Pero también puede vérsele desde otro lado. No era cobarde, porque como periodista y como hombre de opinión se había metido con todo el mundo. Se había enfrentado a todos y eso no es fácil, no hay muchos periodistas que tengan el valor de atacar. Y se había peleado con gente de talla, como por ejemplo, Ortega o Unamuno. Era un luchador.
Y casi lo fusilan.
Estuvo delante de un pelotón y abroncó al responsable: “¡Es usted un imbécil!” Luego explicó que su reacción se había debido al miedo que lo cegaba, actitud perfectamente comprensible. Se fue a Francia y volvió. Estaba enfermo, pasaba hambre, era muy mayor, tenía la familia aquí y tampoco estaba tan en desacuerdo con la revuelta contra una república que le parecía caótica, y en cierto modo lo fue. Encarnaba todas las contradicciones. Era un hombre de la generación del 98, una generación proto-fascista que creía en la necesidad de un hombre salvador.
Un cirujano de hierro.
Era la idea que tenían los de la generación del 98 y toda Europa. Y acabó como acabó. Pero Baroja nunca estuvo con Franco ni con la Falange. Es un personaje muy complejo y de ahí también su interés. Está bien leer a Gil Bera y luego algunas hagiografías, porque las dos cosas son posibles. Es un personaje que me gusta mucho. Y se equivoca, como se equivoca Pla, pero no de una manera miserable y abyecta.
Su antisemitismo es sumamente antipático.
Tiene todos los vicios de la época.
La misoginia.
Sí, el lío que se arma ese hombre. Pero un novelista es un hombre esponja. Al igual que ve las calles de Madrid y el lenguaje de los personajes absorbe todos sus defectos. No puede ser un intelectual objetivo. Su error es opinar. Un novelista debería tener prohibida la opinión.
Se ha comentado que Riña de gatos [Premio Planeta] es su primera novela ubicada en Madrid. ¿A qué se debe el nuevo escenario?
Sí. Ha llamado la atención, y me sorprende porque me parece un detalle muy accesorio. Quería contar una historia muy parecida a todas las que cuento: alguien de fuera que aparece en un mundo que desconoce y al que tiene que adaptarse. Antes había colocado a un personaje en Palestina con el niño Jesús [El asombroso viaje de Pomponio Flato] y ahora en Madrid con José Antonio Primo de Rivera. Con el mismo espíritu. Y leerlo en clave Barcelona-Madrid es como decir que he fichado por el Real Madrid. Me parece un signo más de nuestro tiempo. Vivimos la vida y la historia en forma de partido de fútbol.
Sea como fuera, Madrid es una ciudad más explotada literariamente que Barcelona.
Hay grandes novelas que tienen Madrid como telón de fondo, por ejemplo en la tradición clásica de Galdós, Baroja o Valle-Inclán, pero no existe la gran novela de Madrid en la que la ciudad sea protagonista. Barcelona ha tenido varias. Quizá porque es una ciudad más fácil de abarcar literariamente, pues tiene una sociedad más cerrada. Se parece más a la Vetusta de Clarín que al desconcierto, al cruce de caminos que es Madrid. A mí me interesa mucho el Madrid de la República, que es un momento en que la ciudad se convierte en una de las más interesantes y creativas del mundo, incluidas París y Nueva York. Porque, a diferencia de otras que están en un momento difícil, como por ejemplo Berlín, Madrid tiene una libertad desmedida, una sensación de “a vivir que son dos días” y donde todo confluye: las vanguardias literarias, plásticas, cinematográficas… Por allí están García Lorca, Buñuel, Dalí, pero también los latinoamericanos como Neruda, Borges o César Vallejo.
Algunos foráneos, como Josep Pla, no llegaron a sentirse cómodos con la situación política y social. Tal y como cuenta, por ejemplo, en El advenimiento de la II República.
Sí, Pla es un hombre de orden y muy conservador. No me gusta nada la visión de Pla en El advenimiento… y en todos los artículos de La Veu de Catalunya, porque es un poco despectiva y le lleva luego a pasarse a Burgos con todos los intelectuales catalanes; fenómeno, por cierto, del que se ha hablado poco. Toda la intelectualidad catalana relativamente joven se pasa en masa al bando nacional detrás de Eugeni d’Ors y nunca se arrepienten. Algunos conservadores ligados a la cultura catalana se exilian momentáneamente, como Sagarra o Riba. Luego vuelven y llevan una vida discreta y se adaptan al terreno. Pero los Teixidor, Vergés, etcétera son falangistas convencidos. Ven la República como pueblerina. Se consideran aristócratas intelectuales. Y que Dios les haya perdonado.
A veces se acusa al castellano popular de Cataluña de “contaminado” o poco ortodoxo.
Es verdad que cuando uno va a Madrid, Andalucía, a Puerto Rico o a Buenos Aires oye una forma de lenguaje que es enriquecedora y produce un trasbals. No sé si me gustaría vivir inmerso en el gracejo andaluz, pues me parece un poquito mecánico. Me interesan otras formas del lenguaje más de laboratorio. Aquí el bilingüismo empobrece por un lado y enriquece por otro.
¿Empobrecimiento en el uso del lenguaje?
No debería haberlo, pero el bilingüismo da una excusa para que la enseñanza sea pésima. En estos momentos, sobre todo la gente joven habla mal castellano, catalán y lo escribe peor. No es culpa del bilingüismo, sino de que no se enseña la ortografía a latigazos. Llevar dos idiomas en la mano lo puede hacer cualquiera, no tiene ninguna dificultad; al contrario, es un enriquecimiento. Yo no me doy cuenta cuando hablo u oigo catalán o castellano. Por otra parte, mi herramienta de trabajo es el castellano porque escribir ficción es otra cosa. Como a un escultor que trabaja el mármol no le pidas de golpe que haga fundición porque sus esculturas son esas y no hay más elección. Pero, a diferencia de lo que sucede en la actualidad, el uso tendría que ser más enriquecedor que empobrecedor. Y no lo es por dejadez.
¿Cree que el modelo de la inmersión lingüística no funciona o tendría que replantearse?
No hay una solución mejor que otra. Todas tienen sus problemas y sus dificultades. Si vemos el bilingüismo como un problema, no lo resolveremos. Si en cambio lo vemos como un hecho contra el que no se puede hacer nada, entonces tiene fáciles soluciones. Hay dos idiomas y contra eso no hay nada que hacer. Cuando yo era pequeño había que hablar castellano y todo era en castellano. Salíamos al patio y jugábamos al fútbol en catalán, porque era lo que la mayoría hablaba en casa. Y no hubo forma de eliminar eso. Ahora los chavales salen a la calle y hablan en castellano porque es el idioma del último programa de televisión que han visto. Eso es inamovible. Aquí tenemos dos idiomas y se acabó. Se podría conseguir reducirlo a uno pero a base de un exterminio que nadie está dispuesto a hacer ni a aceptar. Entonces hemos de vivir con los dos idiomas. Uno es más propio, pero el otro tiene una fuerza y una extensión contra la que no hay solución. Uno tiene 8 millones de hablantes potenciales y el otro 50 millones. Y sí, es verdad, la edición de libros no es comparable en los dos idiomas. Ya podemos protestar y decir que la culpa la tiene no sé quién. La culpa no la tiene nadie, son las circunstancias.
Fue de los pocos autores catalanes que escriben en español —por no decir el único— que se mostró a favor de que en la feria del libro de Frankfurt [dedicada en 2007 a la literatura catalana] se invitara solamente a autores de obras escritas en catalán.
Entendí y sigo pensando que era lo razonable. Se invitó a la lengua catalana, que es una cosa perfectamente normal, europea, con una larga tradición, que mantiene en estos momentos una vitalidad estupenda, no comparable a la inglesa, a la francesa o a la castellana, pero sí a la danesa, a la holandesa y a la sueca, y de la que uno puede sentirse perfectamente orgulloso. Un sector de la organización, por otra parte, quería que viniesen escritores catalanes como Zafón, Cercas o Marsé, que atraen al público. Se creó, entonces, un conflicto innecesario que intentaron arreglar empeorando la situación, ya que dijeron que ellos habían invitado a Cataluña. Esto es un disparate porque suponía que un escritor mallorquín o valenciano que escribiese en catalán no podía ir a Frankfurt. Total, que se liaron, y también les interesaba provocar polémica para así salir en los periódicos. Si hubieran ido allí unos escritores a leer sus cosas aquello no hubiera interesado ni habría creado polémica.
Sus novelas están casi siempre protagonizadas por tipos desubicados, ¿se identifica con ellos?
Soy bastante desplazado por tradición familiar. Mi familia paterna son funcionarios. Antes hacían unas oposiciones y los destinaban a un sitio. Normalmente eran chicos jóvenes, con un sueldo y una carrera por delante, y a menudo acababan casándose. Así pues, se convertían en uno de fuera que se había casado con una chica de buena familia. A su vez sus hijos hacían lo mismo, con lo cual si sigo mi árbol genealógico es un mapa de carreteras de España. Uno nació aquí y se fue allá, otro nació allá y se fue aquí, y mi padre llegó a Barcelona y se estabilizó. Tengo los mismos genes, así que siento la necesidad de irme. Por eso siempre me he estado yendo fuera, porque lo que me gusta no es establecerme sino irme, conocer ciudades y cuando ya las conozco, me canso y me quiero ir a otra. Mis personajes son así. Y eso me da una distancia para observar la realidad. He vivido en ciudades de esta manera y ya sé dónde hay que ir para olfatearlas.
Dejó hace años de escribir la columna del lunes en El País, ¿le cansa la actualidad?
No, pero era la columna de la última página y me parecía de unas características muy especiales. El lector llegaba después de haber leído todo y mucho más de lo que uno quiere saber sobre España, el mundo, Cataluña, Barcelona, la cartelera, los toros…Y entonces, ¿de qué hablamos? No quería, como hacen algunos columnistas, criticar al gobierno y a la oposición. Vamos a hablar de otra cosa. Primero con mucho agrado, pero luego me cansé y se me acabaron las ideas. Estaba escarbando a ver qué encontraba y pensé que era el momento de dejarlo. En este tipo de colaboración creativa hay que parar a veces. Ahora podría volver. De hecho me he medio comprometido a hacer una colaboración en una revista.
¿Sigue a algunos columnistas?
No soy muy fiel a ninguno. Tengo la sensación de que todos se repiten mucho. Habiendo leído dos o tres columnas ya los conoces. Entonces lo que hago es pasarme a otro periódico o a otro país donde todo me parece más interesante porque es nuevo, pero supongo que me cansaría igual. Los periódicos en general están pasando ahora una etapa de anquilosamiento. Todo es muy aburrido, previsible, repetitivo. Es imposible leer un periódico y saber si es de hoy o de ayer o de hace quince días. Dedican mucho espacio a la política. Un periódico debe ser algo más. Ha de reflejar la realidad política y también otras cosas.
Estuvo en Londres cuando las revueltas del pasado verano.
Las vi de una manera ambivalente. Por un lado me parecieron poca cosa, superficial y muy inflada por los medios. En las noticias continuamente se veía arder el mismo coche y se apreciaba que no era realmente una revuelta. En pleno verano, en las ciudades que no tienen un buen sistema de aire acondicionado como Londres, la gente se pone muy nerviosa cuando hay una ola de calor. Están en la calle, hay vacaciones escolares, etcétera… Muy fácilmente prenden los saqueos. Corridas para arriba, para abajo y poca cosa más. Es verdad, por eso, que indica que ahí hay hierba seca que basta echarle una cerilla para que arda.
Llegó a decirse que se trataba un fenómeno muy a la inglesa. Los hooligans, los corsarios.
Había este elemento. Pero, asimismo, fue el reflejo de una sociedad que todavía mantiene unos verdaderos abismos clasistas, puesto que no han tenido revolución francesa ni guerras civiles.
Guerras civiles tuvieron.
Bueno, sí, pero ya se han olvidado, no forman parte de su mentalidad. No existe mala conciencia en la exhibición de la riqueza. Los Rolls-Royce y las casas fastuosas son la continua exhibición de riqueza. Inglaterra es un país muy contrastado. El centro de Londres es el lujo, pero el interior del país está deshecho. Es Detroit. Un país postindustrial con grandes bolsas de pobreza y de desempleo. En cualquier caso, estos fenómenos responden a una realidad, al igual que el 15-M, que se resuelve en unas asambleas un poquito infantiles. Hay que estar un poco a ver qué pasa. Existe una nueva generación que está deseando tomar las riendas para hacerlo peor o mejor, no lo sé. Al mismo tiempo, hay una generación muy agotada que tendría que irse a la residencia de la tercera edad. Han cumplido su papel pero adiós, Papandreu, y toda esta gente.
En comparación con Inglaterra, ¿en España padecemos un exceso de opinión, de tertulias, debates…?
Cuando estoy en Londres no tengo la televisión puesta todo el día ni oigo comentarios sobre qué ha dicho no sé quién. Creo que también se produce este tipo de debates muy airados. Aquí, desde luego, hay mucho ruido, aunque no sé si sirve para algo o sólo es ruido ambiente. Ahora estoy esperando a que gane el PP para saber qué pasará con todas estas cadenas de televisión que sólo viven para criticar al PSOE. ¿Qué harán Intereconomía y VEO7?
¿Sigue las tertulias?
Sí, me encantan. Tenemos la tertulia, y luego el hecho de que cada uno ve su tertulia.
Para reafirmarse.
Sí
Aunque parece ser que Intereconomía es muy seguida entre espectadores de izquierdas para crisparse.
Debe de ser el único caso, porque se lo han ganado. Todo el mundo no busca tanto reafirmarse en sus ideas como en sus indignaciones e insatisfacciones. A la gente le gusta mucho estar de mal rollo. Yo escuchaba la COPE, sobre todo cuando estaba Jiménez Losantos, porque a los que nos interesa la política, la sociedad y la historia allí es donde se encuentra. No en una tertulia amable.
Y también la literatura.
Claro, un hombre con su trayectoria me parece un caso más digno de estudio que otros que son irreprochables desde todos los puntos de vista. Eso ya lo sé, es como hablar con mi tía… Pero ahora, ¿qué será de ellos? Porque son monotemáticos. Así que seguirán con el fútbol, pero tendrán que hacer un reajuste político que será sumamente interesante.
¿Sigue el fútbol?
Sí, me gusta.
¿Barcelonista?
Por supuesto.
¿Sufridor?
Claro, soy de los sufridores por tradición. Ahora estoy muy desconcertado y no puedo hablar con la gente joven. Aporto mi capacidad enorme de sufrimiento del buen culé, pero los jóvenes dicen“¡Cómo sufrir, si vamos a ganar!”. Ha cambiado. Me parece muy bien y supone un motivo para reunirse con amigos, ver el partido, gritar, divertirse y tomarse unos vinos, así como para tener conversación en cualquier parte del mundo. Uno dice que es de Barcelona e inmediatamente le preguntan: “¿Es verdad que Messi está en crisis?” En el último rincón o poblado de África están muy preocupados por si Villa marca o no. Y eso facilita la comunicación humana. Por otra parte, vivimos a través del filtro futbolístico y cada día hay partido o postpartido o prepartido. Interpretamos todo lo que pasa a través de la estrategia futbolística y del que uno gana y otro pierde. Eso es lo que tiene el deporte. Está muy bien, pero como metáfora de la vida falla.
Incluso la confrontación Guardiola-Mourihno se ha trasladado a un plano moral.
¡Me encanta Mourinho! Habla con una seriedad y una profundidad de las cosas más tontas del mundo… El otro día explicaba que como jugaban a las doce no sabía a qué hora desayunarían. Lo decía como si fuera Hegel en su clase de la universidad explicando el ser y el no ser. Me hace mucha gracia, mucha más que Guardiola.
Los dos tienen su parte interpretativa.
Sí. Es un poco preocupante que el fútbol sea aquello donde hemos puesto nuestros afectos, ilusiones, proyectos vitales, nuestro tiempo. Siempre ha habido una cosa abstracta que ha permitido que la gente se realice simbólicamente. Bizancio es la historia de la rivalidad de dos equipos de cuadrigas que ponían y quitaban emperadores y provocaban guerras civiles, matanzas horribles y sismas religiosos. Eran los verdes contra los rojos. Y duró mil años. Así que no pasa nada (Ríe).
0 Comentarios:
Publicar un comentario
Suscribirse a Comentarios de la entrada [Atom]
<< Página Principal