miércoles, enero 18, 2012

Nota de Prensa - Errata Naturae - 'Las cazas del hombre' de Grégoire Chamayou



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La caza de los esclavos fugitivos, de los negros, de las brujas, de los indios, de los pobres, de los exiliados, de los judíos, de los sin papeles... La historia de las distintas cazas de hombres es un instrumento imprescindible para la lectura de la larga historia de la violencia ejercida por los opresores. Este tipo de caza no se resume en una técnica de persecución y captura: necesita de la creación de líneas de demarcación entre los seres humanos para saber quién puede ser cazado y quién no. A las presas no se les niega la pertenencia a la especie humana, simplemente no participan del mismo tipo de humanidad. Ahora bien, la relación de caza puede invertirse: cazadores y presas pertenecen a la misma especie y, por tanto, pueden intercambiarse.
La caza del hombre se remonta a tiempos inmemoriales, pero se extiende y se racionaliza con la expansión del capitalismo. En Occidente, vastas cazas de pobres contribuyen a la formación de una masa de trabajadores asalariados y al aumento del poder de la policía, cuyas operaciones de caza se relacionan fundamentalmente con los mecanismos de internamiento. Estas nuevas formas de caza fueron manifestaciones espectaculares de lo que Marx llamó la fase de acumulación originaria del capital. El gran poder de caza, que lanza sus redes a niveles hasta ahora desconocidos en la historia de la humanidad, es el poder del capital.

Grégoire Chamayou es doctor en Filosofía e investigador en el Max-Plank-Institut de Berlín. Es autor igualmente de Les corps vils. Expérimenter sur les êtres humains aux XVIIIe et XIXe siècles (2008) y ha traducido numerosas obras filosóficas del alemán al francés.
animal de compañía, por tanto, como compañero literario. Porque quien tiene un perro, un gato, incluso un loro, un canario o un caballo al que se entrega y ama de un modo especial, de alguna manera le está dando la espalda a la comunidad humana, se está retirando a otro lugar, se encierra en un rincón emancipado de las «torturas del tiempo», nuestro mayor enemigo, del mismo modo que hace aquel que se retira a la literatura. El animal doméstico: extraño invitado a los pliegues más íntimos de la propia personalidad, allí donde también la literatura indaga, escruta, se alimenta.

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