miércoles, abril 11, 2012

En la yugular 5



Aparte de difusor de la nueva poesía peruana (estamos ante el hombre encargado de Urbanotopia), Martín Zúñiga es también un incansable viajero. Me lo encontré en enero de 2011 en Cusco. Estaba de paso por el bello barrio de San Blas cuando vi un letrero, de un festival de poetas del sur, pegado en una añeja puerta de madera de una casona. Había ambiente de poesía, como bien describiera Ginsberg en más de un poema: aroma a ron, humo y sal. La sala de lectura estaba llena, todos en silencio sepulcral porque Zúñiga hacía de las suyas con el micrófono. Esa vez no lo saludé. Meses después tuve la oportunidad de presentar su poemario Gavia en La Feria del Libro de Huancayo.

Pues bien, ahora me ocuparé de su última entrega poética, Pequeño estudio sobre la muerte, que logró el Premio Copé de Plata 2009 y publicado (recién) el año pasado.

Siguiendo los postulados que signan la obra de Zúñiga, estamos ahora ante una vuelta de tuerca de su  tópico mayor: la muerte. El joven poeta se las jugó y no se dio el lujo de permitir concesión alguna, en especial en la factura demostrada en los textos de “Prolegómenos para no crear nada”. En esta sección somos testigos de un gran salto cualitativo, lo mejor de su producción a la fecha, pero el voltaje lírico decae, en algunos momentos, y con mucho estrépito, en las secciones “Las balas”, “Las esquirlas” y en la que titula la publicación. Se mantiene, en suma, el fuego verbal del comienzo, pero se percibe un excesivo cálculo en la administración de la “muerte” más sus respectivos derivados, como la depresión, el hastío, la desesperanza y el desamor. No obstante, me queda clara la formación cultural del poeta, ya que no es fácil manejar estos recursos.

Zúñiga se encuentra alejado de la posería y abierta ignorancia de muchos compañeros generacionales. Con sumas y restas, estamos ante uno de los principales exponentes de la nueva poesía peruana.



Tuve la oportunidad de presentar, en la última Feria Internacional del Libro de Lima, el cuentario Otras culpas (Borrador Editores), de la escritora colombiana Paloma Valencia Laserna. Por ello, lo que leerán a continuación no tiene nada que ver con los apuntes que expuse en la presentación, sino con una relectura, más crítica, llevada a cabo semanas atrás.

Leer este libro corrobora una vez más mis sospechas. Hay que buscar más para dar con las verdaderas plumas de valía. En este sentido, la apuesta de un sello joven como Borrador resulta estimulante, puesto que nos ofrece nuevas alternativas para saber qué es lo que se escriba más allá sin necesidad de esperar a los nuevos autores latinoamericanos promocionados por las grandes casas editoriales.

No hay que esperar grandes destellos verbales de la colombiana. Lo suyo es contar, nada más. Y en muchos relatos lo hace bien. Su prosa es sencilla y precisa, debido, imagino, al ejercicio que despliega en su calidad de periodista de opinión. Sumemos también el evidente influjo irónico, hasta en los títulos signados por la violencia social y un patente respiro de denuncia, del que dispone bien. Sin embargo, VL cae, por contadísimos instantes, en lo que más detesto cuando leo ficción: una intención aleccionadora, con moraleja nada camuflada, que no hacen sino restar nervio al curso de sus relatos, en este aspecto ni el funcional estilo de la autora salva al lector de la inminente tentación de cerrar el libro.

En cierta ocasión, un gran narrador peruano me dijo que los libros de cuentos se justifican por uno o dos de relatos de buena factura. Si obedecemos este criterio, podemos aseverar que Otras culpas cumple, con creces, en conjunto, ya que exhibe no solo uno, sino cinco (“El moral”, “El fantasma de Iván”, “El pecado”, “Verdades, mentiras y mujeres” y “La amenaza”).



Una aclaración: Óscar Pita Grandi es muy amigo mío. Pero una cosa es la amistad y otra la literatura. Dicho esto, paso a comentar su ópera prima, la novela Paisaje habitado (Estruendomudo, 2010).
Me consta que OPG pudo darse a conocer desde hace mucho, pero supo esperar el tiempo adecuado. Es por eso que a diferencia de otros debutantes que aseguran aplausos con novelas de 25 000 palabras (135 páginas en formato normal), supo ser coherente con su sentir creador, tan honesto que no le hizo caso a nadie, presentándonos una novela de casi 400 páginas, las cuales pudieron 600, si los editores empleaban otro diseño de diagramación.
Sin exagerar, Paisaje habitado exige de un lector entrenado, no en el sentido de que tenga que conocer las referencias e influencias que nos permitan entender la novela, sino en la fuerza de lector, de aquel que ha empezado a leer desde su infancia, de los dispuestos a encontrar la pulpa tras 120 páginas de ardua tolerancia. Por instantes, tuve la seguridad de que estaba leyendo la versión pop de País de Jauja (¿se imaginan, entonces, la densidad?), pero llegas a lo que querías, encuentras la esencia de la publicación: una visión íntima del mundo, canalizada en un proyecto romántico que lleva El Dottore, el protagonista, a instaurar, junto a un grupo de inmigrantes italianos, una especie de urbanización de nombre Ausonia, en los “extramuros” de Lima. Estos personajes están rubricados por la insatisfacción y por un ansía de buscar una nueva oportunidad de rehacer sus vidas. Cuando ellos hablan (diálogos), Paisaje habitado vuela, logra más de un perdurable momento, en especial con los guiños abiertos a la literatura, el arte y el cine. Sin embargo, las digresiones, las reflexiones, las descripciones, que en algunos casos llegan a las 6 hojas (12 páginas) presentan más de un óbice en el flujo narrativo que no decae por falta de pericia, sino por indefendible modorra, repartida en las cuatro partes de la novela.
OPG, como dije, la pudo hacer fácil. Pero arriesgó y nos entregó una novela notable. Para disfrutarla, el lector deberá hacer un pequeño gran esfuerzo. Vale la pena.


3 Comentarios:

Blogger Oscar Pita Grandi dijo...

Te agradezco la lectura. Un fuerte abrazo.

11:15 a.m.  
Anonymous Anónimo dijo...

Interesante narrador Oscar Pita, pero si hubiera eliminado partes inncesarias en su novela quedándose con 25,000 palabras estaríamos hablando de la mejor primera novela de un autor peruano en los últimos tiempos.

4:46 a.m.  
Blogger Gabriel Ruiz-Ortega dijo...

Bueno, anónimo
Confundes cantidad de palabras con densidad. A leer bien antes de comentar.
Saludos
G

9:34 a.m.  

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